Construir el ejercito revolucionario

Camaradas, asistimos a un congreso

de excepcional importancia.

Los partidos representados

en esta reunión tienen a

sus espaldas un gran pasado

revolucionario. Sin embargo,

es en este momento cuando aprendemos y debemos

aprender cómo construir nuestro propio

ejército socialista revolucionario, que será

justamente lo opuesto de aquellos regimientos

ahora desmovilizados que se mantenían

unidos por la voluntad de los amos y la

disciplina obligatoria. Ante nosotros tenemos

la tarea de crear un ejército organizado sobre

el principio de la confianza entre camaradas

y la disciplina del trabajo y el orden revolucionarios.

Se trata de una tarea de una envergadura,

una complejidad y una dificultad extraordinarias.

La prensa burguesa habla mucho

de que por fin hemos comprendido que

para defender el país hace falta una fuerza armada.

Eso es absurdo, claro está. Incluso antes

de la revolución de Octubre sabíamos que,

mientras dure la lucha de clases entre los explotadores

y el pueblo trabajador, todo Estado

revolucionario debe ser lo bastante fuerte

como para repeler con éxito el ataque imperialista.

La revolución rusa no podía, como es

lógico, conservar el antiguo ejército zarista,

en cuyo seno existía una pesada disciplina de

clase que había establecido unos fuertes vínculos

de obligación entre el soldado y el comandante.

Nos enfrentábamos a la compleja tarea de

poner fin a la opresión de clase en el seno del

ejército, destruyendo a conciencia las cadenas

de clase y la antigua disciplina de la obligación,

y de crear una nueva fuerza armada

del Estado revolucionario, bajo la forma de

un ejército obrero y campesino, que actuará

en interés del proletariado y de los campesinos

pobres. Sabemos que, tras la revolución,

los restos del antiguo ejército no estaban en

condiciones de oponer una resistencia activa

al avance de las fuerzas contrarrevolucionarias.

Sabemos que se organizaron improvisadamente

unidades compuestas por la mejor

parte de los trabajadores y campesinos, y recordamos

a la perfección cómo esas heroicas

unidades consiguieron aplastar el movimiento

traidoramente organizado por todo tipo de

militantes de las Centurias Negras. Sabemos

cómo estos regimientos de guerrilleros voluntarios

lucharon victoriosamente en el interior

del país contra quienes querían erigirse en verdugos

de la revolución. Sin embargo, cuando

fue preciso pelear contra las fuerzas contrarrevolucionarias

del exterior, nuestras tropas resultaron

poco eficaces debido a su preparación

técnica inadecuada.

Comprobamos que se nos plantea a todos

como cuestión de vida omuerte para la revolución

el problema de la creación inmediata

de un ejército de fuerza equivalente, capaz de

responder plenamente al espíritu revolucionario

y al programa de los trabajadores y campesinos.

Al tratar de llevar a cabo esta compleja

tarea nos encontramos con grandes dificultades.

En primer término, las dificultades en el

campo del transporte y el traslado de suministros,

dificultades surgidas de la guerra civil.

La guerra civil es nuestro deber principal

cuando lo que está en juego es la supresión de

las hordas contrarrevolucionarias, pero el

mismo hecho de que exista agrava las dificultades

que se nos plantean en la urgente formación

de un ejército revolucionario.

Por otra parte, la tarea de organizar este

ejército se ve entorpecida por un obstáculo de

carácter puramente psicológico: todo el periodo

de guerra precedente perjudicó de manera

considerable la disciplina de trabajo, y entre

la población ha surgido un elemento indeseable

de trabajadores y campesinos desclasados.

No pretendo, en modo alguno, que esto se

interprete como un reproche a los trabajadores

revolucionarios ni al laborioso campesinado.

Todos sabemos que la revolución ha sido

coronada por un heroísmo sin precedentes en

la historia, del que las masas trabajadoras de

Rusia han dado prueba, pero no puede ocultarse

que en muchos casos el movimiento revolucionario

debilitó durante un tiempo la capacidad

de esas masas de realizar un trabajo

sistemático y planificado.

El anarquismo primario, la actuación de

los traficantes, el libertinaje son fenómenos

que debemos combatir con todas nuestras

fuerzas y a los que deben oponerse lo mejor

de los trabajadores y campesinos conscientes.

Yuna de las tareas fundamentales que compete

a los comisarios políticos es la de hacer

comprender a las masas trabajadoras, mediante

la propaganda ideológica, la necesidad

de un orden y una disciplina revolucionarios,

que todos y cada uno deben llegar a dominar.

Hemos destruido el antiguo aparato administrativo

del ejército y es preciso crear un

nuevo órgano. Los bienes militares de nuestro

Estado están dispersos de manera caótica

por todo el país y no se hallan debidamente

inventariados: no sabemos con exactitud ni el

número de cartuchos, de fusiles, de artillería

ligera y pesada, de aeroplanos, de vehículos

blindados. No hay orden alguno.

En el ámbito de la organización de una administración

militar debemos tener en cuenta

nuestro decreto del 8 de abril. La Rusia europea

ha sido dividida en siete regiones, y Siberia,

en tres.

Toda la red de comisariatos militares locales

organizada a lo largo y a lo ancho del país

está estrechamente ligada a las organizaciones

soviéticas. Al poner en práctica este sistema

conseguimos el centro alrededor del cual

organizar la planificación del Ejército Rojo.

Todos sabemos que, hasta ahora, ha reinado

el caos en las distintas localidades y que

esto, a su vez, ha provocado un tremendo desorden

en el centro. Sabemos que muchos de

los comisarios militares suelen manifestar su

insatisfacción con la autoridad central y, en

especial, con el Comisariato del Pueblo para

la Guerra. Ha habido casos en que las sumas

de dinero reclamadas para el mantenimiento

del ejército no se enviaron a tiempo. Hemos

recibido muchos telegramas urgentes en los

que se nos reclamaba dinero, pero sin que se

adjuntaran presupuestos de gastos. En ocasiones,

ello nos ha puesto en una situación sumamente

difícil; únicamente hemos podido ofrecer

adelantos. El desorden ha aumentado,

puesto que, con harta frecuencia, en las localidades

no existía ningún órgano administrativo

eficaz.

Tomamos medidas urgentes para crear en

dichas localidades los núcleos de los comisariatos,

integrados por dos representantes de

los soviets locales y un especialista militar.

Esta junta local será la organización que podrá,

en cualquier localidad dada, asegurar plenamente

la formación planificada y elmantenimiento

del ejército. Todo el mundo sabe

que el Gobierno soviético considera como algo

provisional el ejército que estamos construyendo

sobre los principios del voluntariado.

Como he dicho, nuestro programa siempre

tuvo un lema: defender con todas nuestras

fuerzas nuestro país de obreros revolucionarios,

crisol del socialismo. El reclutamiento

voluntario no es más que un compromiso provisional

al que nos hemos visto obligados a

recurrir en un momento crítico de derrumbe

completo del antiguo ejército y de recrudecimiento

de la guerra civil. Hemos hecho un

llamamiento para la incorporación de voluntarios

al Ejército Rojo con la esperanza

de que respondieran las mejores fuerzas de

las masas trabajadoras. ¿Se han visto cumplidas

nuestras esperanzas? Es preciso decirlo:

sólo se han cumplido en una tercera parte. Es

innegable que en el Ejército Rojo hay muchos

combatientes heroicos y abnegados, pero

también hay muchos elementos indeseables,

vándalos, interesados en medrar, desechos

humanos.

Sin duda, si diéramos instrucción militar a

toda la clase obrera sin excepción, este elemento,

comparativamente pequeño, no constituiría

un serio peligro para nuestro ejército;

pero en este momento, cuando nuestras tropas

son tan exiguas, este elemento constituye

una espina inevitable ymolesta en la carne de

nuestros regimientos revolucionarios.

Nuestros comisarios militares tienen la responsabilidad

de trabajar infatigablemente para

elevar al grado de conciencia del ejército y

erradicar sin ningún miramiento al elemento

indeseable enquistado en él.

Con el fin de iniciar el reclutamiento para

defender la República Soviética no sólo es necesario

tener en cuenta las armas, los fusiles,

sino también los hombres.

En la tarea de crear el ejército, debemos reclutar

a las jóvenes generaciones, a la juventud

que todavía no ha estado en la guerra, y

que siempre se distingue por el fervor de su

espíritu revolucionario y su muestra de entusiasmo.

Debemos descubrir con cuántos hombres

aptos para el servicio militar contamos,

ordenar a fondo el registro de nuestras fuerzas

y crear un sistema contable soviético distintivo.

Esta tarea compleja compete ahora a

los comisariatos militares en los “volosts”, los

“uiezds” y las provincias y a las regiones que

las unen. Pero allí surge el problema del aparato

de mando. La experiencia ha demostrado

que la falta de fuerzas técnicas tiene un efecto

nefasto sobre la buena formación de ejércitos

revolucionarios, porque la revolución no ha

producido, en el seno de las masas trabajadoras,

combatientes con conocimientos del arte

militar. Es éste el punto débil de todas las revoluciones,

nos lo demuestra la historia de todas

las insurrecciones anteriores.

Si entre los trabajadores hubiese habido un

número suficiente de camaradas especialistas

militares, el problema se habría resuelto muy

fácilmente, pero contamos con muy pocos

hombres con formación militar.

Las obligaciones de los miembros del aparato

de mando pueden clasificarse en dos tipos:

la puramente técnica y la político-moral. Si

estas dos cualidades coinciden en un solo

hombre, estaremos ante el tipo ideal de jefe o

comandante de nuestro ejército. Por desgracia,

un hombre así resulta muy difícil de encontrar.

Estoy seguro de que ninguno de vosotros

dirá que nuestro ejército puede prescindir

de comandantes especialistas. Ello no disminuye

en modo alguno el papel del comisario.

El comisario es el representante directo

del poder soviético en el ejército, el defensor

de los intereses de la clase trabajadora. Si no

interviene en las operaciones militares, es únicamente

porque se encuentra por encima del

dirigente militar, vigila lo que hace, controla

cada uno de sus pasos.

El comisario es un trabajador político, un

revolucionario. El dirigente militar responde

con su propia cabeza por cuanto realiza, por

el resultado de sus operaciones militares y demás.

Si el comisario constata que el dirigente

militar constituye un peligro para la revolución,

tiene derecho a ocuparse sin miramientos

del contrarrevolucionario, incluso de hacerlo

fusilar.

Existe otra tarea más que compete a nuestro

ejército. Se trata de la lucha contra los traficantes

y los ricos especuladores que ocultan

el trigo a los pobres campesinos.

Es preciso que enviemos nuestras unidades

mejor organizadas a las regiones ricas en trigo,

donde deben adoptarse medidas enérgicas

para combatir a los “kulaks” mediante la

agitación e incluso con la aplicación de medidas

contundentes.

Si se hunden en la desesperación, dejad

que se aparten, mientras nosotros continuamos

con nuestra tarea titánica. No debemos

olvidar que durante muchos siglos el pueblo

trabajador ha sido cruelmente explotado, y

que para acabar por fin con el yugo de la esclavitud

se necesitarán muchos años en los que

aprendamos de la experiencia y de los errores

que a menudo cometemos, pero que, conforme

avancemos, serán cada vez más raros.

En este congreso aprenderemos los unos de

los otros, y estoy seguro de que al regresar a

vuestras regiones continuaréis con vuestra labor

creadora en interés de la revolución de los

trabajadores. Y concluyo mi discurso proclamando:

¡Viva la República Soviética! ¡Viva el

Ejército Rojo de obreros y campesinos!

Enviado por Enrique Ibañes