rdaderamente, Sres. Diputados, no sé cómo empezar a contestar al discurso del Sr. Salmerón, porque todo podía pensarlo, todo podía creerlo de S. S., menos lo que acaba de decir en este momento en que el país está amenazado de una guerra tremenda, en la cual hemos entrado, más que por propia voluntad, por fuerza. Y hemos entrado porque, después de todo, pueblos como el pueblo español, que sabe respetarse a sí mismo, que posee una ejecutoria secular y que ha sido algo en el mundo, aunque llegué a verse desamparado y empobrecido, es incapaz de traficar jamás con el honor ni de consentir que impunemente se le arrebate la más pequeña parte del patrimonio que le queda. Por eso hemos aceptado la guerra. Yo no quería la guerra porque el choque de fuerzas entre Naciones, aún para la victoriosa, es, en los tiempos presentes, un gran desastre. Yo no quería la guerra porque el pueblo español, desangrado y exhausto a fuerza de tantas y tan recientes luchas, estaba sediento de paz y de reposo; yo no quería la guerra porque una solución pacífica que dejara a salvo el honor de nuestras armas y la integridad de nuestra soberanía, me parecía la mejor de todas las soluciones, por eso he hecho cuanto he podido, quizá más de lo que he debido, para evitar la guerra, pero cuando se ha tocado al honor de la Nación. ¡Ah!, entonces la guerra se ha hecho inevitable, y se ha hecho inevitable con todas sus consecuencias.
Porque el Sr. Salmerón habla de un cuarto de siglo y de los Gobiernos que en ese cuarto de siglo se han sucedido y han existido bajo el régimen que nos gobierna, y se calla lo que se ha hecho, es decir, que S. S. no habla más que de lo que se ha dejado de hacer. Pero lo que se ha dejado de hacer, ¿ha sido por voluntad de esos Gobiernos? (El Sr. Salmerón: Evidentemente.-Rumores.) ¿Es que en veinticinco años podíamos poner a la Nación española con todas sus colonias, con unas costas tan vastas, tan inmensas en sus diferentes posesiones de Ultramar, en disposición de hacerla inexpugnable? ¡Ah, Sres. Diputados! Eso se dice fácilmente; pero ¿sabéis lo que costaría la fortificación de los principales puntos de nuestras costas? Pues según opinión de Comisiones técnicas, pasaría de 7.000 millones de pesetas. (El Sr. Muro: No hay nada más caro que la derrota, ¿es que nuestro país estaba en disposición de gastar en obras de fortificación 7.000 millones de pesetas en veinticinco años? (El Sr. Ojeda: Más de 2.000 millones lleváis gastados en la guerra de Cuba.)
El Sr. PRESIDENTE: Señores Diputados ¿no es mejor que SS. SS. oigan al Sr. Presidente del Consejo, como se ha oído antes al Sr. Salmerón? Luego podrá decir cada cual, cuando le llegue el turno, lo que tenga por conveniente.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pero me hace gracia la salida del Sr. Salmerón y de sus amigos. ¿Pues cuántas batallas habéis reñido contra nosotros y contra todos los Gobiernos de la Restauración por los presupuestos, porque os parecían caros? (El Sr. Salmerón: Yo no. Rumores.- Yo no he sido nunca partidario de l llamado presupuesto de la paz.) Pues si no fue S. S. partidario de lo que a ese personaje del presupuesto de la paz se refiere, lo han sido sus compañe- [238] ros, que han venido siempre pidiendo economías en los presupuestos. (El Sr. Salmerón: Lo que yo he pedido es que se gastara bien.- El Sr. Muro: Jamás hemos regateado nada en Guerra y Marina.- El Sr. Laserna: En un presupuesto de 160 millones habéis pedido 50 de economías.) Y a pesar de vuestras oposiciones, y a pesar de los obstáculos que habéis puesto a los diversos presupuestos presentados por los diferentes Gobiernos de la Restauración, ignoráis que van gastados en fortificaciones y obras de defensa más de 3.000 millones en veinticinco años.
Se ha ido fortificando lo que se ha creído más indispensable, y claro es que en una guerra como ésta en que estamos comprometidos, el enemigo busca los puntos más débiles porque no hemos podido fortificarlo todo porque no había presupuesto bastante en la Nación española para semejante cosa porque la fuerza contributiva del pueblo español no consentía que se gastaran 7 u 8.000 millones de pesetas en veinticinco años para fortificaciones y defensas. Lo que no se puede hacer, no se hace, y si no se hace porque no se puede hacer, no hay justicia en exigir responsabilidad por no hacerlo. (Muy bien.)
Hemos ido a la guerra en condiciones muy difíciles, pero ¿de eso tenemos también nosotros la culpa?. Si no tenemos los medios poderosos con que cuenta nuestro enemigo, ¿tenemos también nosotros la culpa? ¿La tienen los Gobiernos que se han sucedido en los últimos veinticinco años? ¡Ah, Sr. Salmerón! Su señoría olvida las condiciones en que se encuentra nuestro país; S. S. olvida las desgracias de que viene siendo víctima, a pesar suyo; S. S. olvida las desgracias de que viene siendo víctima, a pesar suyo; S. S. olvida que al mismo tiempo un pueblo nuevo como el pueblo norteamericano ha ido creciendo y ha llegado a alcanzar una población de 74 millones de habitantes, y cuando el pueblo español está empobrecido y desangrado por nuestras luchas intestinas y coloniales, ese pueblo de 74 millones de habitantes está en el apogeo de su riqueza y de su poder. ¿Acaso de eso tienen la culpa los Gobiernos de la Restauración? ¿Quizá tiene la culpa de eso el régimen que impera en España? ¿Es que S. S. se hace la ilusión infantil de creer que si al régimen actual hubiera sustituido el régimen a que S. S. rinde culto, los Estados Unidos no hubieran crecido lo que han crecido, no serían tan ricos como son, no tendrían los medios que tienen ni hubieran seguido los procedimientos infames que contra nosotros han seguido? ¿es que se hace S. S. esas ilusiones? ¿Qué culpa tiene el régimen actual de que en estos momentos los Estados Unidos procedan más que por la doctrina de Monroe, por el deseo de hacerse dueños de aquellos mares, muy importantes siempre, pero mucho más cuando se realice el gran canal en proyecto? ¿Qué culpa tiene el régimen actual de que los Estados Unidos se hayan propuesto apoderarse de Cuba, como punto importante y estratégico, para hacerse dueños de aquellos mares y del comercio interoceánico? ¿Qué culpa tiene el régimen actual de que para conseguir tales efectos se valgan de todos los medios, aun los más reprobados? No; no es culpa nuestra si los Estados Unidos, verá la España en la situación en la que se encuentra, y viéndose ellos en el apogeo de su poder, se han valido de todos los medios para declararnos la guerra. ¿Qué culpa tiene de esto el régimen actual, para que el Sr. Salmerón pretenda echar sobre él la responsabilidad del conflicto en que estamos?
Pero, Sres. Diputados, aunque hubiera algún motivo, aunque existiera alguna razón, que no hay razón ni motivo para que venga S. S. a pronunciar el discurso que acaba de oír el Congreso, yo declaro que no ha debido salir de sus labios semejante discurso, dadas las condiciones en que España se encuentra y dadas las circunstancias que nos rodean.
He hablado de los inicuos procedimientos de que los Estados Unidos se han valido para conseguir sus fines; fines desde hace mucho tiempo adivinados por nosotros; fines a cuya consecución han trabajado desde hace mucho más del cuarto de siglo de que S. S. ha hablado tanto esta tarde; fines para los cuales han procurado producir perturbaciones a España en todas partes, pero muy especialmente en Cuba, donde podían hacerlo y donde lo han hecho porque lo mismo la insurrección primera, que duró diez años, que la que luego se llamó pequeña, que esta última, promovidas, fomentadas y dirigidas han sido por los Estados Unidos. ¿Sabe S. S. por qué y para qué? Para ver si (con una frase vulgar puede explicarse) sacaban las castañas del fuego con mano ajena, y si conseguían el dominio de Cuba de esta manera, sin luchar de frente con España, pero valiéndose de las perturbaciones, de las dificultades y de los obstáculos en esta parte, para que España fuese debilitándose y desangrándose a fin de poderla mejor vencer después. Pues este procedimiento que los Estados Unidos han seguido antes de quitarse la careta, es el procedimiento que siguen aún en la guerra, y a pesar de tener armas tan poderosas y elementos tan potentes, no se atreven a hacer la guerra solos directamente a España, no; quieren hacérsela debilitándola, más que con sus propias armas, con elementos propios de la Nación española, procurando perturbaciones en Cuba, en Puerto Rico, en Filipinas, y, por último, procurando, si pudieran, perturbaciones en la Península? (Muy bien, muy bien. Aplausos.)
Pero, ¡ah! Sr. Salmerón, que los Estados Unidos no necesitan cansarse en trabajar ni gastar en buscar agentes que nos promuevan perturbaciones aquí, porque S. S. y otros como S. S., sin quererlo, las producen? (Aplausos en la mayoría, protestas en la minoría republicana.- El Sr. Salmerón: Eso no es exacto.- El Sr. Conde de Romanotes: ¡Malos patriotas! -El Sr. Junoy: ¡Sois reos y no acusadores! )
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, orden, Sres. Diputados!
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pues qué, ¿le parece a S. S. que un discurso de los tonos que tiene el discurso que ha pronunciado, se lee y se oye con calma y serenidad en las plazas por el vulgo, y no es una cosa que alarma y excita las pasiones, dando lugar a perturbación? (Muy bien, muy bien.- El Sr. Salmerón: ¡Las pasiones nobles!- Varios Sres. Diputados de la mayoría: ¡Fuera! ¡Fuera!- El Sr. Junoy: Ha sido la voz de la Patria.- El Sr. Conde de Romanones :Sois unos cuneros, no tenéis derecho a hablar.- Nuevas protestas.) [239]
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, orden!
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta):Yo declaro que el que de cualquier modo perturbe la Patria, el que de cualquier modo produzca perturbaciones en cualquier parte, ése ayuda más a los yankees que sus propios barcos. (Grandes aplausos.- Nuevas interrupciones.)
Yo, Sr. Salmerón, acepté con mucho gusto la responsabilidad del poder cuando se me ofreció en momentos difíciles. El Gobierno estaba empeñado, a pesar suyo, en grandes dificultades, amenazado de un conflicto internacional y acosado por la ambición insana y los propósitos inicuos de un país extranjero. El haberme negado a aceptar el poder en aquellas circunstancias, hubiera sido una cobardía indigna de mi carácter y de mi historia. Aceptar el poder en momentos tranquilos, en época normal, cuando no asoma ningún peligro ni hay ningún temor, en vez de un sacrificio, puede ser una satisfacción, pero aceptar el poder en las condiciones en que yo le acepté, es una obra meritoria, una obra que debe merecer más aplauso que condenación.
Pero dice S. S.: ¿por qué no dijo la situación en que encontró al país y los medios de defensa que tenía? ¡Ah, Sr. Salmerón! porque eso hubiera sido contraproducente, porque no podíamos descubrir al enemigo nuestros flacos y nuestras debilidades porque es necesario que aquí se aprenda que, en lo que se refiere a las cuestiones exteriores, no hay más que el Gobierno de España, y que cada Gobierno tiene que hacerse solidario de las resoluciones de los Gobiernos anteriores. (El Sr. Salmerón: Del Estado, no de otros partidos.) El Estado está representado ante las Naciones extranjeras por el Gobierno, que es siempre el Gobierno de la Nación. (El Sr. Salmerón: Como puede deshacer lo hecho por sus antecesores, no hay esa solidaridad.) No puedo deshacer lo que se hace con las Potencias extranjeras, ni mucho menos. Está S. S. equivocado en eso. ¡Buena cuenta daría S. S. de la gobernación de un país, si cada Gobierno pudiera deshacer lo hecho por el Gobierno anterior con las Potencias extranjeras. Es verdad que, si S. S. tiene la misma medida en lo relativo a la política interior que a la exterior, verdaderamente no tendría nada de plausible la conducta del Gobierno que así procediera.
Como no quiero prolongar este debate, diré algunas, aunque pocas palabras, respecto de la marina, puesto que S. S. ha hablado de ella.
En medio de las desgracias por que ha pasado esta Nación y por que pasa, el honor ha sido siempre la religión de la marina y del ejército y el culto de los gobiernos. Pues, sin embargo, en los tiempos en que S. S. imperó, los barcos de la Nación española, tripulados por presidiarios de Cartagena, bombardearon a Almería y amenazaron bombardear a Alicante, y en ese tiempo S. S. dictó el decreto siguiente (Rumores en la minoría republicana.- Varios Sres. Diputados: Calma, calma): «Artículo 1º. Las tripulaciones de las fragatas de la armada nacional Almansa, Vitoria y Méndez Núñez, la del vapore Fernando el Católico y las de cualquier otro buque de guerra de los sublevados en el departamento de Cartagena, serán consideradas como piratas al encontrárseles en los mares jurisdiccionales de España o fuera de ellos por fuerzas navales españolas o extranjeras (Rumores e interrupciones en la minoría republicana ), con arreglo a los artículos 4º, 5º y 6º, capítulo 5º, tratado 6º de las Ordenanzas generales de la armada.»
«Artículo 2º. Los comandantes de los buques de guerra de las Potencias amigas de España, quedan autorizados para detener a los buques mencionados en el art.1º y juzgar a los individuos que los tripulen en el concepto que el mismo expresa. (El Sr. Salmerón: Ese decreto, ¿era reservado o se publicó en la Gaceta?- Varios Sres. Diputados de la mayoría: ¿Qué más da?- Fuertes rumores.) Artículo 3º. Igualmente se declaran piratas cualesquiera otros buques de la armada nacional, que sin hallarse mandados por oficiales de la misma y en estado de insurrección, se hagan a la mar desde cualquier puerto de la Península.- 20 de Julio de 1873.- El Presidente del Gobierno de la República, Nicolás Salmerón.»- (El Sr. Blasco Ibáñez: ¿Qué tiene que ver eso con lo de Cavite?) Tiene que ver porque demuestra en qué condiciones se hallarían con vosotros la escuadra española y las defensas del país. (Aplausos.)