JOAN HERRERA
Para comunicar el cambio climático, lo primero que tenemos que interrogarnos es si hay una percepción de emergencia. El segundo elemento a considerar es si las personas consideramos que con nuestra acción es posible el frenarlo. En tercer lugar si estamos a tiempo.
Para ello lo primero es saber y conocer el escenario real. La velocidad a la que estamos cambiando la temperatura del planeta es desconocida hasta la fecha. Unas 14.000 veces más rápido que lo que ha ocurrido en los últimos 600.000 años. Como muestra el último informe United in Science que acredita que ya se ha incrementado la temperatura en 1’1 grados celsius respecto a los niveles preindustriales y que la concentración global de CO₂ el 2018 fue de 407’8 partes por millón (ppm), 2,2, ppm más que al 2017. La última vez que la atmósfera de la Tierra contendía 400 partes por millón de CO2 fue entre 3 y 5 millones de años, cuando la temperatura era entre 2 y 3 grados superior, y el planeta vivía en condiciones que prefiero no describir para no paralizar. Durante los últimos miles de años la concentración de CO2 ha permanecido más o menos estable en unas 275 partes por millón (ppm). Pero desde 200 años no ha dejado de crecer hasta superar la concentración actual de 441ppm. Y la última vez que la tierra tuvo dicha concentración de CO2 fue en el Plioceno, hace entre cinco y dos millones de años. La temperatura era entre 3 y 4º C superior. El nivel del mar era 20 metros más alto. En el polo sur había coníferas. Y el hombre simplemente no existía (habitamos el planeta des de hace 300.000 años). Hoy, si se analizan todas la mediciones lo que se observa es una tendencia que nos lleva a superar los 3 y 3.5ºC en 2100.
La oportunidad del cambio cultural
Los próximos años son claves. El cómo será el mundo se definirá en un tiempo relativamente breve. Y hoy, después de la pandemia, es cuando la humanidad puede asumir el escenario real ante el que estamos con más facilidad cognitiva que antes de la pandemia.
Todos sabemos que los cambios culturales son lentos. Pero es en el momento de crisis cuando se abre un escenario de oportunidad. Hay un primer nivel del comportamiento humano que es más variable, que cambia en función de las circunstancias y percepciones de cada momento. Pero hay otro de mucho más asentado y profundo, hecho de conceptos y sentimientos más arraigados, que no se altera fácilmente. Los cambios, en este segundo nivel, suelen ser muy lentos y espaciados, a menudo cosa de generaciones. La dificultad en el tráfico de una hegemonía cultural a una de nueva, en buena medida, rae en la resistencia que opone la “cultura difusa”. Solo de uvas a peras, ante hechos que lo tambalean todo de pies a cabeza, se pueden producir mutaciones repentinas dentro de la “cultura difusa”. Pero tienen que ser momentos muy singulares, hechos muy extraordinarios, de efectos catárticos sobre las conciencias. La batalla climática necesita salir a dar la batalla de lo cultural, porque no hay victoria política sin previo triunfo cultural. La diferencia respecto a anteriores crisis, es que el colapso se produce a escala global, agudizando o rescatando la idea que formamos parte de algo que está por encima de nuestro entorno, de nuestra comunidades, de nuestros países. Se trata de algo tan grande como el género humano. Si hasta hace muy poco, cuando dibujabas escenarios negros de futuro por el impacto del cambio climático podías aparecer como agorero, el nuevo siglo XXI, donde el colapso aparece como un escenario posible, debe permitir una percepción cultural del momento en el que estamos: la emergencia climática.
¿Cómo vencer la impotencia?
Hasta ahora, el sentimiento respecto al cambio climático era un sentimiento de impotencia más que de incredulidad. Se producía una asunción del problema, pero en paralelo nos sentíamos impotentes ya que la inacción de otros ponía en tela de juicio nuestra acción. ¿Por qué debo cumplir con un cambio de vida si a miles de quilómetros no lo hacen? ¿Cómo exigir a mi gobernante un cambio en las políticas si ello puede suponer menos actividad económica y por tanto menos trabajo?
La única manera de vencer dicha impotencia es compartir que una acción decidida contra el cambio climático nos prepara mejor para el futuro, nos sitúa mejor en el presente. Pero la ecuación no es sencilla. Difícilmente es posible tirar adelante una propuesta de fiscalidad sobre el uso de autovías por su uso sin que haya un fondo para la transición justa del sector del transporte. No podemos tirar adelante el desarrollo de las renovables en el territorio sin que haya un beneficio, económico y laboral para el mismo. Se imponen por tanto no sólo un nuevo Green Deal, sino un acuerdo verde que garantice el acompañamiento e implicación ciudadana, especialmente de los más vulnerables. Pero estamos en condiciones de compartir que la transición ambiental genera muchísimas más oportunidades que problemas.
La excepción (energética) europea, la singularidad española.
En este contexto, hay que destacar un elemento, el de la dependencia energética. La dependencia energética europea es extraordinaria, elevándose al 54%. En el caso de España dicha dependencia alcanza el 74%, sin contar con el uranio que hace funcionar nuestras centrales nucleares. Esa vulnerabilidad en términos geoestratégicos, es una clara merma económica. Pero ese marco se produce en un contexto en que la energía más barata ya es la de origen renovable. Así, en un país pobre de solemnidad en combustibles fósiles, pero muy rico en sol, viento y territorio. Y eso hace de la transición energética un marco único, para generar riqueza, ocupación y una alternativa para la España vaciada. Y la clave está en un modelo de desarrollo de las renovables que garantice la participación del territorio
Carpe diem, o dar la batalla.
El tercero de los retos es como conseguir no instalarnos en el carpe diem. Si ya hay tan poco que hacer, disfrutemos del momento. Esta podría ser la actitud civilizatoria mayoritaria, ante un escenario, el de cambio climático, que ya aparece como algo inevitable. El escenario de futuro da pavor, pero a la vez es hora de dejar el catastrofismo para tiempos mejores y evitar el riesgo de paralización en la acción. No hay que negar la posibilidad de catástrofe real, pero hay que poner aún más acento en que cada molécula de CO2 que no se emite cuenta, cada especie que no se extingue cuenta. Poder evitar un incremento de la temperatura en 0.1º C es aquello que puede permitir pasar a un escenario de aceleración en el calentamiento a poder evitarlo. El cambio climático ya no lo evitaremos. Pero ante el riesgo de inacción por el sentimiento de impotencia, hay que recordar que cada décima de grado cuenta. No es igual un planeta con 1.5ºC más, que otro de 2ªC más, u otro de 3ºC más. Así, el primer escenario nos dibuja un escenario por ejemplo de un aumento de la superficie quemada del 40%. El 80% en 2ºC. Del 100 en 3ºC.
Pero si vamos a este escenario, significa aceptar que estamos en guerra de posiciones y que es necesario aceptar múltiples compañeros de viaje. Es posible que algunos nos moleste el “green washing”, pero necesitamos de la acción de aquellos que hasta ahora estaban en la inacción. Puede molestarnos que lleguen tarde, pero es fundamental ampliar la base entre otras cosas porque estamos en tiempo de descuento y apenas nos quedan diez años –si es que nos quedan- para evitar el peor de los escenarios. Lo queremos todo, pero no deberíamos renunciar a todo aquello que nos haga avanzar. Así, la transición ecológica no deja de ser una guerra de posiciones ecosocial. Y ello se traduce en buscar alianzas más allá de los aliados clásicos, ensanchar fronteras. Sumar al que hasta ahora no se había sumado.
Hasta ahora, la humanidad se ha enfrentado a múltiples i diferentes crisis, pero por muy dura que fuese, siempre era posible un renacer o un resurgir. Pero ahora, la crisis climática es diferente. Nunca antes fallar había significado perderlo todo. Esta es la novedad tremenda de nuestro tiempo: de las cenizas de este incendio puede no surgir ningún fénix. Pero la comunicación sobre el cambio climático, la asunción del problema, y sobre todo, la creencia que aún estamos a tiempo van a ser las claves para que el mayor desafío que ha tenido jamás la humanidad sea posible encararlo, no como plaga (las plagas depredan el medio en el que actúan y sucumben con él) sino como especie (adaptándonos al espacio en el que vivimos).
Joan Herrera es Abogado. Actual director de Acción Ambiental y Energía en el Ayuntamiento de El Prat. Ha sido director de IDAE y diputado por ICV en el Parlament de Catalunya y el Congreso de los Diputados. @herrerajoan
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