Reseña de “Cómo hablar con un conservador” (Gloria Álvarez)

MIREIÁ CASTELLÓ

Uno de los efectos más evidentes del momento populista que parecen estar viviendo las sociedades occidentales es la polarización de las ideas y la consecuente simplificación del debate político e ideológico. Mientras en las redes prolifera el “o estás conmigo o estás contra mí”, amplificado por los medios de comunicación tradicionales, parece no haber espacio para una conversación política sosegada y serena que evite las trampas dialécticas y el ruido ensordecedor. Por tanto, en este contexto, todo ejercicio de reflexión y análisis resulta imprescindible si queremos huir de los maniqueísmos y adentrarnos en debates políticos que resulten de veras enriquecedores para ambas partes.

Y éste es uno de los principales propósitos de “Cómo hablar con un conservador”  de Gloria Álvarez: romper la dicotomía entre conservador y progresistas para abrir paso al liberalismo y, con ello, esclarecer y confrontar con honestidad y sin prejuicios las visiones sobre el mundo, la sociedad y el individuo que tienen conservadores y liberales.

Se trata de la tercera obra de la autora, politóloga guatemalteca, prolífica ensayista y destacada activista en favor de las libertades individuales dentro y fuera de las redes sociales. Después del exitoso “Cómo hablar con un progre”, en el que Álvarez desgranaba y desmontaba, con sentido del humor e ironía, los mantras habituales con los que progresistas se aproximan al debate público, ahora les toca a los conservadores pasar por el implacable escáner de la autora.

A lo largo de “Cómo hablar con un conservador”, Álvarez realiza un repaso pormenorizado a la historia política del debate entre conservadores y liberales, reivindicando el liberalismo como pensamiento claramente diferenciado del conservadurismo, al que se suele vincular. Por ejemplo, señala que, en determinados momentos, si bien el liberalismo y el conservadurismo han sido tendencias complementarias para hacer frente a su adversario común, el socialismo, otras como muchas veces los conservadores también ha sido “cómplices” del socialismo y, con su arraigado tradicionalismo, han constituido todo un freno para el cambio y han evitado la ejecución de reformas de calado cuando ha estado en el poder. Y esta clara diferenciación la autora la lleva a cabo desentrañando el uso que se hace del concepto del liberalismo en la opinión pública, las trampas que usan conservadores para intentar apropiarse del paraguas liberal, a la vez que traza un recorrido por los orígenes del pensamiento liberal y sus principales autores de referencia, desde los clásicos como John Stuart Mill a autores más contemporáneos como Ayn Rand o Friedrich Hayek.

En este sentido, Álvarez lleva a cabo una definición pormenorizada de los conceptos clave del liberalismo, como los derechos individuales a la vida, la libertad y la propiedad privada, el estado de derecho, o el gobierno limitado, que implica la que que la administración se dedicara a garantizar el respeto por los derechos individuales esenciales, es decir, la seguridad y la justicia. O el papel que juega la democracia para los liberales, del que destaca que, “más que un derecho, la democracia es una responsabilidad que conlleva deberes u obligaciones”

Ya en la segunda parte del libro, bajo el título de “Conservar, sí. Pero ¿conservar qué? Y ¿para qué?”, es cuando la autora nos ofrece las herramientas imprescindibles para encarar el necesario debate sobre los grandes issues que siguen generando apasionados debates, como la dignidad individual, la libertad sexual, la familia, el libre mercado, la libertad de movimiento o el cuidado del medio ambiente. Y cada uno de estos aspectos los analiza contraponiendo las posiciones que sostienen los “lobos conservadores disfrazados de ovejas liberales”, tal como los define la autora, que denuncia cómo hay muchos conservadores que, a pesar de oponerse al matrimonio LGBTI, a la educación sexual o a la legalización de la eutanasia, las drogas o de la prostitución, siguen autodenominándose “liberales”.

Por tanto, aquello que distinguiría a un liberal de un conservador es que el liberal, según la autora, no intenta imponer sus creencias o valores, sino que se caracteriza por el respeto hacia la libertad y los proyectos vitales de los demás. O que, mientras los liberales abogan por la confianza y la valentía ante el cambio, los conservadores se caracterizan por el miedo al cambio y la desconfianza hacia lo nuevo.

Destaca, también, un interesante capítulo dedicado a las películas y series “liberales” que la autora considera, no sin cierta ironía, que todo conservador debe ver, entre las que reseña “Modern Family”, “La casa de las flores”, “Merlí”, “Spotlight”, o “Bohemian Rhapsody”.

Toma especial relevancia el epílogo, todo un homenaje y reconocimiento a Margaret Thatcher, a la que la autora reivindica y define como liberal por haberse enfrentado al establishment conservador de su propio partido y por su inclinación a adoptar ideas más favorables al cambio que a la tradición.

En definitiva, en “Cómo hablar con un conservador” estamos delante de otro valiente y vehemente ensayo de la politóloga guatemalteca que no dejará indiferente a nadie y en el que, por encima de todo, pone en valor la batalla de las ideas frente a la confrontación emocional que actualmente está primando en el debate público. Todo un manual de instrucciones para aquellos amantes de la libertad que osen adentrarse en el complejo debate público, y que lo hagan con solvencia y salgan airosos de ello.

 

Mireia Castelló es asesora de comunicación política y analista de marketing (@mireiacastello)

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