Cinco verdades incómodas sobre la era digital: cómo la desinformación ha redefinido nuestra realidad

MANUEL ORTEGA

Vivimos inmersos en una paradoja. Nunca habíamos tenido tanto acceso a la información, ni tampoco en tanta cantidad y, sin embargo, pocas veces habíamos sentido tanta confusión, saturación o desconfianza. Lo que parece un problema de atención o de exceso de pantallas es, en realidad, el síntoma de una transformación mucho más profunda: la forma en que se construye, distribuye y manipula la verdad.

Algoritmos, sobrecarga informativa y estrategias deliberadas de manipulación están redefiniendo nuestra percepción de la realidad. Estas son cinco verdades que explican el nuevo mapa mental y social de la era digital, basadas en estudios recientes sobre comunicación, riesgos globales y comportamiento social.

1. La desinformación ya es la mayor amenaza global a corto plazo

Según el Global Risk Report del Foro Económico Mundial, la desinformación y la información falsa se han convertido en el riesgo número uno para el mundo en los  años, y se mantendrán entre las cinco principales amenazas durante la próxima década.

Lo que antes se consideraba una molestia en redes sociales ha evolucionado hasta convertirse en una amenaza sistémica.
La era digital ha desplazado el foco de las amenazas de lo físico a lo informacional, demostrando que una narrativa falsa puede ser tan destructiva como una guerra o una catástrofe natural.

2. Las mentiras se propagan un 70% más rápido que la verdad, Veracidad VS Viralidad.

Un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) lo demostró con cifras: las noticias falsas tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas que las verdaderas, y la información veraz tarda seis veces más en alcanzar al mismo número de personas.

El motivo no es tecnológico, sino humano. Las mentiras apelan a emociones intensas —miedo, sorpresa, indignación—, y eso las vuelve irresistibles. En este escenario, la viralidad sustituye a la veracidad, y la atención se convierte en una moneda más valiosa que la verdad.

3. El nuevo objetivo político: no es persuadirte, es que te rindas

La política del siglo XX se construía sobre la persuasión. La del XXI, sobre la desmovilización. Las nuevas campañas ya no buscan convencer al electorado, sino cansarlo, confundirlo o desmoralizarlo. La estrategia consiste en generar apatía en los votantes del rival, especialmente en colectivos jóvenes o descontentos, para que simplemente no participen.

La consecuencia es devastadora: se transforma el debate público en una competencia por el desencanto, donde la victoria se mide no por la fuerza de las ideas, sino por el grado de resignación del adversario. Ganar ya no implica convencer, sino lograr que el otro se rinda.

4. Nos desconectamos de las noticias: la espiral del cinismo

Este fenómeno, conocido como evitación selectiva de la información, está vinculado a la “espiral de cinismo”: cuando los ciudadanos perciben que los medios son parciales o responden a intereses corporativos, se distancian. Y esa desconexión debilita el papel del periodismo como control del poder.

La consecuencia final es una ciudadanía cada vez más desinformada y menos crítica, un terreno fértil para la manipulación y la desafección democrática.

5. La pandemia no solo fue sanitaria.

Durante la pandemia de COVID-19 no se produjo una sola crisis sanitaria, sino ocho crisis simultáneas: sanitaria, económica, política, geopolítica, social, psicológica, educativa y comunicativa. Esta última adquirió una relevancia inédita, hasta el punto de incorporarse al estudio académico de la gestión de crisis por su impacto en la confianza pública y la transmisión de información.

La pandemia aceleró la hiperdigitalización, comprimiendo en dos años una transformación que se esperaba en una década: el acceso a internet se volvió esencial para la supervivencia, las empresas se vieron obligadas a digitalizarse y el uso de servicios en línea creció exponencialmente.

Sin embargo, esta hiperconectividad derivó en una saturación informativa sin precedentes. La población sufrió fatiga, ansiedad y desinterés por las noticias: un 43% se declaró harto de la información política y sanitaria, y un 29% evitó activamente informarse.

El periodo también marcó la normalización de la desinformación y el retorno a la opacidad institucional. Las teorías conspirativas proliferaron y la transparencia pública se deterioró, erosionando la confianza en los medios y en los gobiernos.

Conclusión: Reconquistar la realidad

Estas cinco verdades no son simples reflexiones: son el mapa de una época en la que la información ha dejado de ser un bien neutral para convertirse en territorio en disputa. Vivimos en un tiempo donde los datos se multiplican como ruido, los algoritmos dictan lo que creemos ver y la confianza se erosiona, lenta pero implacable, bajo el peso de la manipulación.

El desafío ya no consiste en estar informados, sino en recuperar nuestro espacio en la realidad. Leer críticamente, contrastar, discernir y respaldar voces libres se ha convertido en un acto político, casi heroico, frente a un sistema que prefiere ciudadanos distraídos antes que mentes despiertas.

Porque la gran batalla de nuestro tiempo no se libra en los parlamentos ni en las calles, sino en cada pantalla, en cada decisión de a qué dar atención, en cada clic. Y la pregunta esencial no es ya cómo consumimos información, sino cómo resistimos a ser devorados por ella.

Manuel Ortega Martinez es consultor de Marketing y Comunicación (@ManuOrtega91)