Cinco reflexiones sobre el fenómeno Milei

GASTÓN ENRIQUE GARRIGA

Un pseudo punkito, con el acento finito,
quiere hacerse el chico malo,
tuerce la boca, se arregla el pelito,
toma un trago y vuelve a Belgrano”
(Sumo, “La rubia tarada”).

Uno. No está sobrerrepresentado, es sobrerrepresentación. Muchos colegas, comienzan sus análisis sobre este personaje resaltando el desfasaje entre su visibilidad mediática y su viralidad en redes sociales, como si esto, de alguna manera, le restara potencia o validez. La sobrerrepresentación de Milei no es una anécdota sino un aspecto nodal de su construcción.

Milei logra sintetizar distintos intereses. Básicamente, el del poder económico, para el que las derivas por derecha son siempre bienvenidas y el del showbiz que necesita de freaks para calentar la pantalla. En una elección legislativa, los dueños permanentes de la Argentina corporativa no ven riesgo en partir el voto de JxC. Milei votará en la cámara igual que ellos. Y de paso, sirve para disciplinar fantasías de independencia. Todo ganancia.

Dos. El factor psicológico. No se puede reducir la política a los aspectos psicológicos, pero tampoco se puede prescindir de ellos a la hora de comprenderla. Todos arrastramos cicatrices, traumas del pasado que nos constituyen y hasta nos definen. Vivir es doloroso. Crecer no siempre es posible. Milei ha hablado en público muchas veces de la tortuosa relación con su padre, de los maltratos que sufrió. Parece un sujeto anclado en esa etapa, la adolescencia. Su reason why es la recuperación de la autoestima perdida.

En vez de dar vuelta la página y madurar emocionalmente, cambió de enemigo. Ya no se trata del padre castrador que impide el incesto, sino de la “casta política” que impide nuestra libertad y felicidad. Este es otro acierto. Ofrece un enemigo visible y palpable, con nombre y apellido, a diferencia de la fuga y la evasión o la concentración de la riqueza que, por abstractos e impersonales, resultan unos enemigos frustrantes. ¿Que ese discurso nos acerca peligrosamente a 2001? Claro, pero la mayoría de sus votantes entonces no habían nacido o usaban pañales. Por eso sintonizan tan bien.

Tres. El factor estético. Es un cincuentón, pero tiene el pelo y la campera de Joey o Dee Dee Ramone. Luce como un rockstar y se comporta como tal. “El medio es el mensaje”, de McLuhan, tiene más de medio siglo de antigüedad, pero nunca estuvo tan vigente como hoy. El envase pesa más que el contenido. Un ícono juvenil -mezcla de Pappo y Galimberti-, cuando la pubertad y la juventud sumadas se extienden de los doce a los cuarenta años, parece una buena fórmula.

¿Qué ofrecen al respecto las fuerzas mayoritarias? Un docente universitario que imita los gestos de Alfonsín -tufillo a años ochenta- y herederos del menemismo con cambios de domicilio y propiedades difíciles de justificar -tufillo a años noventa-.

Cuatro. Es un síntoma. Buena parte de la sociedad sigue enojada con JxC por las promesas de 2015 incumplidas durante los siguientes cuatro años. Ahora le suma el enojo con el FdT por idénticos motivos. Lo que perciben es el fracaso de la política. Sienten enojo, frustración, indignación, desencanto (agregue el lector los sinónimos que prefiera). En tiempos de tecnopolítica y de gestión de las emociones, no se trata sólo de despertar emociones sino también de sintonizar con las existentes. Milei lo hace muy bien, al menos hoy.

Muchos, casi todos los votantes de Milei se opondrían a aumentos de tarifas de transporte o servicios públicos por quita de subsidios o a la eliminación de derechos laborales históricos. ¿Por qué lo votan, entonces? Porque no ven en él a un liberal ni a un conservador, ven a un rockstar, a un antisistema, mucho más seductores que el profesor con saco de corderoy o los frívolos menemistas tardíos. La falta de audacia de este gobierno -tanto como el cinismo obsceno del anterior- son condición de posibilidad de la construcción política de Milei. Para una política timorata y pusilánime, que no haya política, parecen decir sus seguidores.

Cinco. Un tigre de papel. Su falla de origen es su impostura. Milei no quiere destruir el sistema que lo cobija, como economista de la corporación América o como asiduo panelista de televisión. Es vandorista: golpea para negociar, quiere una tajada más grande, eso es todo. Uno de los errores de la política es responderle como si hablara en serio. Su personaje es, en cámara, bravucón y pendenciero. Un macho alfa, según su propia definición. ¿Pero puede sostenerlo fuera de cámara en entornos no controlados? ¿Se la banca realmente? Los que tenemos ya algunos años y al menos un poco de calle, creemos que no.  La impostura se huele, como en la canción de Sumo de la que tomo prestado el epígrafe.

¿Podría sostener Milei los códigos de honor de los barrios populares del sur de la ciudad en los que cosechó tantos votos? ¿Tomaría cerveza de la botella en la esquina sin limpiar el pico? ¿Pelearía en defensa de un amigo en inferioridad numérica? No es Dee Dee Ramone, Pappo ni Luca Prodan. Es un muchacho -ya grande- de clase media, bien integrado al sistema, reclamando un poco más de atención, un poco más de poder, unos cuantos contratos.

 

 

Gastón Enrique Garriga es Licenciado en Comunicación Social por la UBA, Máster en Dirección de Comunicación por la UAB, Posgraduado en Comunicación Política por Flacso. Miembro Fundador de Grupo Nomeolvides, columnista habitual de Radio Madres, docente y consultor. Autor de los libros “Campañas moleculares” y “Tecnopolítica y tercera posición”. (@gaston_garriga)