ABEL RIU
En ocasiones los principales acontecimientos internacionales se producen silenciosamente. Así, sin hacer ruido y sin ocupar grandes portadas, el pasado mes de octubre China se convirtió en la primera economía mundial en términos de PIB (PPA), desbancando a los EEUU, quien ocupaba esta posición desde finales del siglo XIX. Sin embargo, y más allá de la percepción generalizada de que el ascenso de China se está produciendo de manera pacífica -basando su creciente poder e influencia exclusivamente en instrumentos económicos- lo cierto es que durante los últimos años Beijing está llevando a cabo una política cada vez más agresiva por lo que respecta defensa de sus intereses territoriales.
Desde 2012 el Mar de la China Meridional ha sido el escenario de un incremento en las tensiones entre China y una parte importante de sus vecinos. Beijing reclama ni más ni menos que el 80% del mismo, en el cual según diversos estudios se encuentran importantes reservas de gas y petróleo además de abundantes recursos pesqueros. A su vez, países como Brunei, Malasia, Filipinas, Taiwán o Vietnam reivindican también el control sobre distintas zonas del Mar de la China Meridional, por el cual se calcula que circula anualmente un 40% del comercio mundial, incluyendo la gran mayoría de las importaciones de petróleo chinas.
Los esfuerzos de Beijing por redibujar las fronteras marítimas carecen de fundamento de derecho internacional público, llegando hasta el punto de haber construido islas artificiales con el fin de justificar sus reclamaciones. Este nuevo expansionismo chino ha generado durante los últimos años una serie de disputas territoriales con prácticamente todos sus vecinos meridionales, auténticos enanos económicos y militares en comparación con el creciente poderío chino. De todos ellos, Vietnam es el único país de la región que busca poner límites a las ambiciones marítimas de China y que a su vez no tiene un acuerdo de defensa con los Estados Unidos, lo que ha provocado que sea precisamente Hanoi con quien Beijing ha protagonizado una mayor escalada de tensión, sobre todo desde que en mayo del pasado año China iniciara la construcción de una plataforma petrolífera en plena zona económica exclusiva de Vietnam.
Disputas territoriales en el Mar de la China Meridional. Fuente: The Economist
La lógica china para hacer valer sus intereses en las zonas disputadas se caracteriza por un calculado incrementalismo, mediante el cual Beijing paulatinamente va imponiendo su presencia de facto en base a pequeñas provocaciones, insuficientes para generar una respuesta militar pero que generan precedentes, y con el tiempo, normas.
El Mar de China Oriental es otro escenario en el cual se está produciendo un incremento de la conflictividad, sobre todo entre China y Japón. Las islas Senkaku (Diaoyutai en mandarín), disputadas por ambas potencias, se sitúan en el epicentro de un conflicto que puede traer consecuencias para toda la región. Beijing considera el control sobre estas islas como una manera de ganar acceso directo y sin restricciones al océano Pacífico, y a su vez para avanzar posiciones en su dominio sobre Taiwan. En este sentido, durante los dos últimos años China ha llevado a cabo una serie de provocaciones militares en la zona, con el objetivo de dejar claro que no piensa renunciar al control de las islas. Por su parte, Japón se resiste a aceptar la hegemonía regional china, una postura que se ha intensificado tras la llegada del nacionalista Shinzo Abe al poder en Japón, el cual ha incrementando el gasto militar por primera vez en décadas y ha prometido revisar los artículos constitucionales que prohíben el uso de la fuerza en las disputas internacionales.
Provocaciones chinas y maniobras militares de la armada china entre 2012 y 2014. Fuente: The Atlantic
El expansionismo chino al este y sur de sus fronteras está generando un progresivo resentimiento contra Beijing en muchos de los países de la región. A su vez, ha provocado una escalada armamentística sin precedentes en la zona de Asia Oriental, donde de 2006 a 2013 el gasto militar ha aumentado ni más ni menos que un 50,9% -de 206 a 310 mil millones de dólares- una cifra tres veces superior al incremento global del gasto militar durante el mismo periodo -16,6%-
Gráfico de elaboración propia. Fuente de datos: SIPRI
De entre todos ellos, destaca Indonesia (125,9%), Vietnam (73,2%), Tailandia (61,9%), Filipinas (33,6%) o la propia China (104,2%), con unos incrementos a los que también ha contribuido el fuerte crecimiento económico que han vivido la mayoría de estos países durante la última década. Paralelamente, la cooperación militar entre vecinos de China se ha incrementado, y mientras Japón establece alianzas militares antichinas con Vietnam, Filipinas e incluso Australia, Corea del Sur se ha convertido en uno de los principales suministradores de material bélico de Manila.
Otra de las consecuencias del expansionismo regional chino es el incremento de la presencia militar de los EEUU en la zona. La preocupación de algunos de estos países está provocando un movimiento de balancing a lo largo de Asia Oriental, materializado en forma de acuerdos de cooperación y defensa de distintos países de la zona con los Estados Unidos, y también mediante el aumento de los efectivos militares norteamericanos en la región. Este movimiento concuerda a su vez con los objetivos de la administración Obama, la cual en 2010 anunció su intención de efectuar un giro hacia Asia en su política exterior, con una reorientación de elementos significativos de esta –sobre todo en el ámbito militar- hacia la región Asia-Pacífico. Este hecho se suma a la ya nutrida presencia militar norteamericana en la región -con bases aéreas o navales en Japón, Corea del Sur, Singapur, Filipinas, la isla de Guam o Australia- aumentando el cerco sobre China. Se trata de un movimiento que recuerda a la política de contención de EEUU sobre la URSS durante la Guerra Fría, y que a su vez es percibido a su vez con alarma desde Beijing, donde no se ve con buenos ojos esta creciente intromisión de la principal potencia militar global en China considera como su patio trasero.
A día de hoy las posibilidades de un conflicto militar abierto entre China y alguno de sus vecinos es una posibilidad altamente improbable, sobre todo gracias al alto nivel de interdependencia económica existente. Pese a todo, en esta escalada de tensiones no solo están en juego cuestiones puramente territoriales, sino también la propia legitimidad del sistema político chino. Basado en una combinación de progreso económico y nacionalismo, el contrato social que existe entre población y elites del Partido Comunista de China se sustenta principalmente en la buena marcha de la economía y en su capacidad de mantener unos niveles de crecimiento económico que permitan seguir con un reducido nivel de desempleo y una mejora progresiva de las condiciones de vida de la población. En este sentido, el control sobre los recursos naturales que existentes en los mares del este y sur de la China se presentan como un elemento clave para poder seguir alimentando a este gigante demográfico de más de 1.300 millones de habitantes. Por otro lado, mediante una política cada vez más agresiva, Beijing pretende reivindicar el prestigio de la nueva China que resurge como principal potencia de Asia Oriental, alimentando una retórica nacionalista que está cada vez más presente en los discursos oficiales y medios de comunicación chinos. Atrás van quedando pues los días en los cuales el enfoque estratégico predominante era el de Deng Xiaoping y su “oculta tus fortalezas y espera a tu tiempo”. Nuevos tiempos, nuevos paradigmas.
Abel Riu es politólogo especializado en el espacio post-soviético y autor del blog Eurasia.cat
Publicado en Beerderberg
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