Brexit, globalización y construcción de nuevas fronteras

LUIS SAUCEDA

Que Reino Unido, a pesar de estar entre los primeros países que se adhirieron al proyecto europeo (1), nunca terminó de sentirse cómodo dentro del mismo, no era una novedad para nadie. Si bien todas las alarmas saltaron cuando el primer ministro, David Cameron, prometió en 2013 la convocatoria de un referéndum si él ganaba las elecciones que se celebrarían en 2015. Así sucedió, el premier ganó las elecciones por una muy estrecha mayoría absoluta y convocó el referéndum para el jueves 23 de junio de 2016, para el cual, él mismo se postuló en contra de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, como también lo hicieron sus tres antecesores en el cargo, dos laboristas, Gordon Brown y Tony Blair, y un conservador, John Major.

¿Cómo se entiende esto? Hemos de saber que en aquel momento, Cameron cada vez estaba más presionado debido a los sectores más conservadores de su partido y del partido por la Independencia del Reino Unido, UKIP, los cuales se mostraban extremadamente descontentos porque, según argumentaban, los británicos no habían podido manifestarse sobre el tema desde 1975, cuando ganó la permanencia por un 67% de los votos. Este es uno de los motivos, sino el principal, por el cual Cameron tuvo que convocar el referéndum que propició el inicio de un proceso que dura hasta la actualidad para que el país británico deje de ser miembro de la Unión Europea.

El resultado de dicho referéndum fue del 51,9 % para el “Leave” (2) (17.176.006 votos) frente al 48,1 % que consiguió el “Remain” (15.952.444 votos), una diferencia muy estrecha para una decisión tan trascendental como esta. Observando el comportamiento del voto según las zonas del país, se puede destacar que Escocia (62%), Irlanda del Norte (55,7%) y Londres votaron mayoritariamente a favor del remain, mientras que Gales e Inglaterra se mostraron partidarios del leave; asimismo puede analizarse de otras muchas maneras, como muchos expertos han hecho ya, pero cabe destacar un dato muy importante, y es el sesgo de la edad, pues mientras los británicos más longevos apostaron por el leave, los más jóvenes, con vistas al futuro y la tendencia imparable de interconexión, apoyaron de forma decidida el remain.

Mucho se ha criticado, dentro y fuera de sus filas, la postura –o impostura– del líder laborista, Jeremy Corbyn, que se mostró ambivalente siempre e incapaz de articular una propuesta que convenciese a sus bases y nicho de votantes. Las clases obreras del llamado cinturón rojo de Reino Unido no perdonaron al líder laborista su falta de iniciativa para crear certidumbres ante un proceso que va a dificultar sobremanera el normal desarrollo de temas tan trascendentales como el trabajo o la libre circulación. Esto se ha podido ver con absoluta nitidez en las pasadas elecciones, cuando ese mismo cinturón dio la espalda al laborismo y apoyó a Johnson. Este apoyo puede achacarse más a la falta de liderazgo de Corbyn que a las coincidencias ideológicas que ese electorado tiene con el premier; si bien es cierto, éste supo trufar su discurso de ideas claves –como su lema de campaña “Gret Brexit done”– y populismo a raudales, no desgranando su plan para consumar el Brexit, pero asegurando que hay que concluir ya con ese endiablado proceso que tiene a Reino Unido en la sala de reanimación desde junio de 2016. Los británicos de clase obrera, conscientes de que las magias no suelen servir en política, no pedían una solución inminente, sino la determinación de acabar con la incertidumbre en que están sumidos.

 

Sucesión de premiers y frustración por incapacidad

La dimisión de Cameron sembró el vértigo en la política británica, pero éste alegó que el nuevo proceso que se abría tras el Brexit debía estar liderado por otra persona “con un liderazgo fuerte”, algo que él mismo se sentía incapaz de proporcionar tras el revés que había sufrido. Así, el 13 de julio de 2016, Reino Unido tenía nueva Primera Ministra, Theresa May, que tenía un encargo trascendental y, si forzamos, hasta único: alcanzar un acuerdo con los 27 para consumar el Brexit.

El 29 de marzo de 2017, la primera ministra firma la carta dirigida al Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, en el que invocaba el artículo 50 del Tratado de Lisboa –algo tan inédito como complejo de aplicar, porque nunca se había llegado a tal punto–, se inicia así el proceso para abandonar la Unión Europea. A finales del mismo año, Bruselas y Londres cierran un acuerdo que, en verdad, era más una declaración de intenciones, pues para evitar el fracaso de las negociaciones al más alto nivel, en dicho documento sólo se plasmaron las líneas maestras y genéricas de la salida, todo lo demás se confiaba a futuras negociaciones. Dos de los temas más escabrosos no se aclaraban: la frontera de Irlanda del Norte y la situación económica y comercial. La Unión ya había mostrado sus cartas, ante la manifiesta imposibilidad de dar marcha atrás al proceso de desconexión, ahora se apostaba por una salida rápida y tranquila, que no crease incertidumbre en los mercados ni inestabilidad política en los Estados miembros. Los tres años de May en el 10 de Downing Street fueron un ir y venir de modificaciones en el Acuerdo, vetos en el Parlamento y tensiones internas entre los conservadores, la premier ya sentía la espada de Damocles sobre su persona. En un intento a la desesperada de salvar el Acuerdo alcanzado con la UE y sortear los baches del Parlamento, ésta dimite y deja paso a Boris Johnson, una de las voces más importantes, junto a Michael Gove y Nigel Farage, a favor de la ruptura.

Éste, fiel a su estilo, inició su mandato con una verborrea populista que se antojaba el caldo de cultivo perfecto para arrasar en unas elecciones, como así sucedió. Modificó el Acuerdo, se burló del Parlamento y hasta puso en cuestión el sacrosanto papel de la Reina de Inglaterra; todo para conseguir el permiso del Parlamento para convocar elecciones y obtener una holgada mayoría que ahora sí le permite negociar el Brexit a su antojo, sin sobresaltos en la Cámara ni entre sus filas, las cuales ordenó y barrió antes de las elecciones.

 

Lo que queda por venir

Los europeístas tenemos la esperanza de encontrar en esta nueva etapa a un Johnson menos populista y más pragmático, un premier conservador que vuelva a la esencia de su partido, esa vieja máxima de One-nation conservatism, que apuesta por el liberalismo clásico, combinado con una visión conservadora de la sociedad, trabajando por el avance social en su conjunto y sustentado por las estructuras sociales existentes. Si ese es el Boris Johnson de la mayoría absoluta, y partiendo de la base de que el día 31 de enero de 2020 se consumará el Brexit, podemos confiar en su recapacitación y apuesta por un Brexit blando que sea lo menos nocivo posible para ambas partes.

La Unión Europea de las cuatro libertades fundamentales: libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales, ya ha demostrado ser el marco perfecto para convivir en libertad y con un estado social y democrático fuerte. El escollo del acuerdo comercial, para el cual el premier dice necesitar tan solo 11 meses, no llegará a finales de este año, pues si nos retrotraemos y analizamos otros, por el ejemplo el Acuerdo CETA de la Unión Europea con Canadá, el tiempo que se tardó en cerrar fueron nueve años. Así, para este tema, el más escabroso junto a la frontera de Irlanda del Norte, sería bueno actuar sin prisas ni presiones, sino sabiendo que está en juego el futuro social y económico de muchos millones de personas.

Sería insensato e imprudente que en 2020 se apueste –todavía más–, por levantar fronteras y poner aranceles. Eso significaría que no se ha entendido nada. Sería conveniente que los negociadores, así como los políticos de máximo nivel, se sacudan los complejos y aminoren la megalomanía propia del ser humano ante ciertos actos, para buscar, dentro del despropósito que ya es la salida del Reino Unido, una relación entre vecinos beneficiosa para todos.

La Unión Europea tiene mucho futuro, los 27 Estados que la componen han de diseñar un plan estratégico ambicioso capaz de garantizar otros 50 años sin Estados que quieran salir, sino con Estados que deseen entrar a formar parte de este proyecto ambicioso que garantiza la vida en paz, libertad, armonía y prosperidad.

 

Luis Sauceda es politólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Consultor junior de asuntos públicos e institucionales. Colabora como analista político y social en diversos medios de comunicación (@luissaucedap)

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(1) El 1 de enero de 1973, Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido entran en la Unión Europea, con lo que el número de Estados miembros aumenta a nueve.

(2) Emplearé los términos “remain” y “leave” porque fueron los que se utilizaron en la campaña del referéndum. Mientras que el primero hace referencia a la permanencia en la Unión, el segundo se refiere a la ruptura con la misma.