SERGIO LÓPEZ DE ARBINA
A mediados de abril comenzó oficialmente la campaña para persuadir a los ciudadanos británicos sobre la conveniencia de mantener al país dentro de la Unión Europea o, por el contrario, abandonar el club de los 27 en el referéndum del 23 de junio. La Comisión Electoral, máximo órgano independiente encargado de regular los procesos electorales, designó a “Britain Stronger in Europe” y a “Vote Leave” como las dos organizaciones oficiales en defensa de un voto que, sin embargo, se ha buscado desde mucho tiempo atrás.
Evidentemente todo cuenta a la hora de analizar las perspectivas y posibilidades de voto generadas por ambas campañas: desde las notas de prensa emitidas (factor medidor de la proactividad de las organizaciones), hasta la elección de las portavocías o el uso del lenguaje en los discursos públicos, material gráfico y páginas web de los contendientes. En este sentido, cabe destacar la mayor profusión de material informativo generado por la campaña favorable a la salida del Reino Unido de la UE, si bien ambas han resultado ser más reactivas que proactivas al aprovechar la celebración de eventos o la sucesión de hechos de naturaleza proeuropea o antieuropea en clave política.
Normalmente los hechos o sucesos externos superan en número a las acciones programadas por la propia campaña, por lo que tampoco nos debe sorprender el carácter reactivo de las dos organizaciones polarizadas en torno al voto de junio.
Por otro lado, el uso de portavoces ha implicado también ciertas diferencias. “Stronger In” siempre ha conservado un especial interés en utilizar a figuras políticas representativas para defender sus posiciones, mientras que “Leave Vote” se ha servido básicamente de profesionales de campaña en la transmisión mediática de su argumentario. Esta segunda opción puede parecer estratégicamente errónea en un primer momento, pero lo cierto es que permitió a los euroescépticos ganar en velocidad y reflejar la percepción de una organización (equipo humano) más cohesionada y ágil, tanto en sus mensajes offline, como en sus plataformas digitales.
Dicho esto, los últimos dos meses de campaña han estado protagonizados por las intervenciones de los primeros espadas en ambas formaciones, con un Boris Johnson (favorable al Brexit) afianzado en primera posición entre los “big names” que más confianza han despertado en los ciudadanos al defender su postura ante el referendum (30%), seguido por el laborista Jeremy Corbyn (26%) y el primer ministro Cameron (23%), según cifras de YouGov. El carisma de Johnson ha ido perdiendo enteros a medida que avanzaban las semanas previas a la consulta, pero nadie ha conseguido igualar su cuota de credibilidad en este asunto. Entre los defensores de la salida de la UE, el exalcalde de Londres superaba por amplia ventaja al independentista Nigel Farage y entre los indecisos también obtenía la mejor puntuación, en este caso seguido de cerca por Corbyn.
El lenguaje de los discursos resulta casi siempre más potente en términos de persuasión que la palabrería de una nota de prensa, a menos que ésta recoja precisamente declaraciones entresacadas de un discurso político. La elección de los vocablos no es nunca baladí y su significado histórico y cultural puede funcionar como ventaja competitiva frente al relato del oponente si se sabe “tocar la fibra” de las audiencias objetivo, incluso en campañas, como la presente, caracterizadas por un dominio hegemónico del argumento racional frente a los sentimientos o los ideales cubiertos de nostalgia. Durante el período oficial de campaña, por ejemplo, los defensores de un Reino Unido dentro de la Unión explotaron con mayor insistencia el concepto de “patriotismo”. Andy Burnham, laborista y candidato hoy a la alcaldía de Manchester, apelaba a él al recordar que no debían permitir la depreciación del valor “país”: “Don’t let them define how we are seen by the rest of the world […] Let’s fight them on the beaches of what it means to be British and reclaim that ground. Let’s be true to what we’ve always stood for and always should…”.
A partir de aquí, todos los argumentos de uno y otro lado han girado en torno a cuatro temas interrelacionados entre sí: la autonomía del Reino Unido en política económica y fiscal, la protección de la sanidad y los servicios sociales, los efectos migratorios de la política europea de libre circulación de personas, y la seguridad nacional dependiente de la eficacia en la lucha contra el terrorismo internacional.
De ellos, el más difícil de gestionar por parte de la campaña Remain ha sido el del control migratorio, habida cuenta de que éste se antoja una quimera en un contexto legal europeo que permite y obliga a permitir la libertad de movimiento entre estados miembros. Cameron ha insistido hasta la extenuación en la importancia de su acuerdo con las instituciones europeas, gracias al cual el Reino Unido había logrado agenciarse el derecho a recortar beneficios sociales para los inmigrantes, así como la ineficacia de un Brexit que no garantizará el control sobre sus fronteras mientras el país y su economía sigan participando del mercado único comunitario. El departamento de Hacienda del Gobierno conservador ha rechazado, además, el supuesto efecto llamada del “national living wage” y la consecuente entrada masiva de inmigración procedente de los países de Europa del Este: el 40% de los inmigrantes europeos son jóvenes menores de 25 años, por lo que no podrían beneficiarse directamente de los límites máximos que establece dicho salario.
La ley de referéndum aprobada en sede parlamentaria y refrendada por la Corona británica a finales de 2015 sentaba las bases de la celebración de la consulta, pero evitó definir los efectos de su resultado en uno u otro sentido. En sentido estricto, y de manera diferente al cuerpo normativo que concretaba las condiciones del referéndum de 2011 sobre el cambio de sistema electoral, la votación del 23-J no es legalmente vinculante. El gobierno de Cameron podría ignorarlo, bien para adoptar decisiones encaminadas al mantenimiento del statu quo con las reformas pactadas en Bruselas, o bien para modificar su posición y abanderar el proyecto de una Gran Bretaña fuera de la UE, si las circunstancias del futuro así lo aconsejan. La crisis de los refugiados en Europa y la incorporación al club de los 27 de nuevos países en 2020, entre ellos Turquía, parecen determinantes en esa toma de posición a medio y largo plazo.
Sergio López Arbina es Consultor en Comunicación Pública. (@bjserarbina)
Publicado en Beerderberg
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