Boris Johnson: la guía definitiva para aguantar un chaparrón

CARLOS MAGARIÑO

Según la RAE, la resiliencia es “la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. Es decir, luchar contra viento y marea, aguantar todo lo que te acontezca y que así, nada que proceda del exterior cambie tu rumbo u objetivo. Este término suele tener un significado positivo, de fuerza y resistencia personal ante adversidades como una enfermedad, pero también puede provenir de individuos o situaciones altamente alejados de la moralidad. Está comprobado que Boris Johnson y parte de su equipo más cercano realizaron diversas fiestas y reuniones no aprobadas en el 10 de Downing Street, residencia oficial del primer ministro, durante momentos del año 2020 y 2021, cuando en el Reino Unido -y en parte del mundo- se habían establecido limitaciones en relación a la movilidad y las reuniones sociales, no pudiéndose realizar estas últimas o estando considerablemente limitadas. Pero no queda todo ahí, presuntamente dos de estas fiestas se celebraron en la madrugada previa al funeral del duque de Edimburgo, al cual la reina Isabel II se vio obligada a acudir sola.

Este escándalo salió a la luz en noviembre del 2021, y después de numerosas dimisiones de colaboradores cercanos al primer ministro, una moción de confianza en proceso y una investigación de la Policía Metropolitana de Londres (MPS son sus siglas en inglés), Johnson sigue gobernando en las Islas.

En la Calípolis de Platón, el pensador apuntaba a los reyes-filósofos como la forma máxima de aquellos que debían gobernar, los únicos que después de un extenso proceso de aprendizaje aplicarían el bien en la sociedad. Para Platón, este rey-filósofo debía ser “un ser superior que, por la autoridad de su saber y la rectitud de su justicia, logre respeto y obediencia”. Si nuestros líderes no siguen sus propias reglas y no exhiben esa rectitud ética que pregonaba Platón, ¿con que decencia moral pueden reclamar a la ciudadanía que siga sus mandatos y confíe en ellos? Y aún más importante, ¿cómo se puede seguir gobernando una nación después de que te pillen organizando fiestas cuando el mundo estaba inmerso en una pandemia? Parece que solo Boris Johnson tiene la respuesta.

Hacer como si no pasara nada

Boris Johnson parece invulnerable: diversos asesores, su secretaria de prensa o hasta su jefe de gabinete han caído por el Partygate. Todos menos él. Aunque es cierto que pidió perdón en la Cámara de los Comunes, Johnson parece, una vez más, quedarse en la fiesta cuando todos se van o ser el capitán que mantiene su posición en el navío aún parecer que este naufraga – o no-.

Asimismo, Bo Jo no ha asegurado su dimisión cuando se publique oficialmente el informe de Scotland Yard sobre las diversas fiestas y reuniones sociales realizadas en el 10 de Downing Street, el cual dictaminará si el primer ministro rompió de facto la legislación que él mismo había impuesto al resto de población. Para la redacción de esta publicación, que aún no tiene fecha concreta, se enviaron cuestionarios con estatus legal a las diversas personas que supuestamente acudieron a estas fiestas -Johnson incluido- en los cuales se les pregunta si participaron en la fiesta o si interactuaron con alguien.

Esta crisis no le ha salido gratis al primer ministro, ya que diversos índices de popularidad y de intención de voto que antes le beneficiaban, ahora están en su contra. Según YouGov, el porcentaje de dislikeability del líder británico ha pasado de ser el 43% en octubre a más del 55% actualmente. Además, un 73% de los británicos creen que Johnson está gobernando de manera incorrecta, lo que está repercutiendo en las encuestas electorales: según Politico, en noviembre tanto conservadores como laboristas se encontraban empatados en el 36% de intención de voto -el mes en el que surgió el escándalo-, actualmente los laboristas de Keir Starmer se encuentran en el 38% y los tories de Johnson en el 34%.

Corregir la suerte adversa con un artificio

Una vez entendida la situación, ahora tocaría comprender qué ha hecho Johnson o qué ha ocurrido a su alrededor para que aún mantenga su puesto como líder ejecutivo del Reino Unido.

Para empezar, el pasado 22 de febrero, el primer ministro decidió levantar todas las restricciones relacionadas con la COVID para, según él, “volver a la normalidad que tenía la sociedad antes de la pandemia”. Esta decisión tuvo un doble impacto positivo: por un lado, alivió a una población ya hastiada de las restricciones y limitaciones, y por el otro, escuchó y atendió a numerosos diputados tories que le venían presionando para que redujera estas medidas y que no se volvieran a aprobar más. En un momento en el cual Boris Johnson necesitaba el apoyo de la ciudadanía y de su propio partido -en enero un grupo de diputados conservadores intentó conseguir el 15% de votos necesarios para impulsar una moción de confianza interna, la única vía para relevar a Johnson de su puesto-, el primer ministro sacó un as bajo la manga e hizo lo que todos querían y demandaban, sin tener en cuenta qué impacto podría tener esta repentina decisión meses después.

El segundo elemento que explica la situación medianamente cómoda que actualmente tiene Johnson explotó el 24 de febrero: la invasión efectiva de Ucrania por parte de Rusia y el inicio de la guerra ruso-ucraniana. Esta crisis ha surgido en el mejor momento para Johnson, que la ha utilizado como una especie de bomba de humo que ha llenado titulares y dejado a un lado el Partygate, el cual hasta ese momento le presionaba enormemente y ponía en peligro su puesto. Así, desde su equipo de comunicación se ha creado un storytelling que erige al primer ministro británico como adalid de la paz y de la imposición de sanciones económicas a Rusia, presionando a la Unión Europea para que sacara al país invasor del sistema de transferencias SWIFT, aunque la posición aún le demande ordenanzas más severas contra la multitud de oligarcas rusos que viven en el Reino Unido.

La guerra de Ucrania ha sido así el golpe de efecto que Johnson, que ahora lidera la nación en una situación similar a la de la pandemia, en la cual la oposición se ve obligada a prestarle total apoyo para sus políticas y decisiones contra Rusia, dejando así de lado otras cuestiones y la labor fundamental de oposición de señalar lo que el Gobierno realiza de manera incorrecta, como si hacerlo significara no apoyar al ejecutivo en un momento de emergencia nacional y pudiendo ser esto reprobado por la ciudadanía.

Desde hace unas semanas, el sentimiento torie es de renacimiento, de entender que el destino le ha proporcionado a Johnson una oportunidad más de escapismo, y que sobrevivir a la ola del Partygate ahora es más posible. Así, podemos comprender que la aparición de la guerra de Ucrania y la acertada -políticamente hablando-decisión de levantar las restricciones relativas a la pandemia ha encaminado a su favor tres elementos fundamentales que le servirán de refuerzo para permanecer en el ejecutivo: por un lado, el apoyo de la parte más libertaria de su partido, la cual le demandaba desde hace tiempo la eliminación de las restricciones; por otro, la reducción de la potencia de contestación de la oposición laborista, la cual , ante la caída de la popularidad y de la intención de voto de los tories, se sentían envalentonados como hace tiempo que no lo hacían; y por último, un posible incremento del apoyo ciudadano que, ante un alivio de las restricciones, puede hacer que el likeability de Johnson vuelva a subir. Una vida más para Bo Jo.

El perfecto english eccentric persona

Este resurgimiento de Johnson puede durar lo que se prolongue la guerra de Ucrania o cuanto tiempo se utilice en la redacción del informe final de la Policía Metropolitana de Londres sobre el Partygate: desde los tories tienen la esperanza que la publicación de Scotland Yard se realice mientras prosiga el conflicto, situación que aliviaría la presión de los medios y de la oposición contra Johnson, quien se podría escudar en la acción contra Putin y en la guerra en transcurso.

A esto se le añade la errática personalidad de Johnson, el cual parece haber convencido al pueblo británico que, aún no ser el ciudadano más brillante de las Islas, parece ser el más english eccentric persona de todos los chicos de Eton encumbrados en puestos de poder y decisión (21 primer ministros acudieron a esta escuela). Boris Johnson tiene el perfil de ser el niño burlón que hacía las mejores bromas en clase y el que tiraba los aviones de papel al profesor -la autoridad-:al que todos le reían las gracias. Esta predisposición de anti-establishment que ha defendido desde sus años de corresponsal en Bruselas resulta paradójica: se parece mostrar como un individuo que no respeta a la autoridad y que rompe las reglas, cuando él mismo proviene de una familia privilegiada y se ha beneficiado de las conexiones del propio establishment.

El problema -o no- es cuando el chico gracioso que parece ir en contra de la autoridad se convierte en la propia autoridad, en esa persona responsable y seria a la que mirar cuando el mal tiempo arrecia. El currículum reputacional de Johnson está repleto de manchas, medias verdades e inventos, y parece que el Partygate es solo uno más de ellos, sin tener en cuenta que ya no es el joven periodista que se inventó una cita en The Times o el alumno de Eton que era reconocido por su “impuntualidad y complacencia”: ahora es el primer ministro de Gran Bretaña.

¿El último truco?

Cuando establecemos como nuestro líder a un personaje, nuestro subconsciente parece permitirle acciones y comportamientos que a otros puede que no se le permitieran. Se parece aceptar de manera velada que Johnson hará “otra de las suyas” próximamente, y seguirá sin pasar nada, como siempre ha conseguido en su vida política y personal. Cuando se acepta la indecencia y se arrincona a la ética política, podemos caer en el error de manchar y deslegitimar a nuestras instituciones democráticas, conceptualizándolas como un simple escenario donde representar ideas, ataques y manifiestos con un limitado poder efectivo real, y no un lugar donde mejorar la vida de la ciudadanía. Johnson es solo un elemento más de esta dinámica.

Así, parece claro que Johnson seguirá utilizando sus dotes escapistas para escabullirse de todos los líos en los que se pueda meter, y si no consigue sacarse un as de debajo de la manga como siempre hace, seguro que sabrá controlar el tempo político y aguantar agazapado hasta que el chaparrón amaine. La resiliencia política de Boris Johnson es soberbia, pero para la democracia es altamente nociva: el pueblo británico y el propio partido conservador deberán decidir cuando dejar de aceptar sus trucos y ocultamientos políticos, y así quebrar su fulgurante carrera política.

Hasta al mejor de los ilusionistas le descubren los trucos de vez en cuando.

 

 

Carlos Magariño es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra. Miembro del espacio La Cúpula (@cmagfer)