Señor Presidente;
Señores delegados:
Aunque nos han dado fama de que hablamos extensamente, no deben preocuparse. Vamos a hacer lo posible por ser breves y exponer lo que entendemos nuestro deber exponer aquí. Vamos a hablar también despacio, para colaborar con los intérpretes.
Algunos pensarán que estamos muy disgustados por el trato que ha recibido la delegación cubana. No es así. Nosotros comprendemos perfectamente el porqué de las cosas. Por eso no estamos irritados ni nadie debe preocuparse de que Cuba pueda dejar de poner también su granito de arena en el esfuerzo para que el mundo se entienda.
Eso sí, nosotros vamos a hablar claro.
Cuesta recursos el envío de una delegación a las Naciones Unidas. Nosotros, los países subdesarrollados, no tenemos muchos recursos para gastarlos, si no es para hablar claro en esta reunión de representativos de casi todos los países del mundo.
Los oradores que nos han precedido en el uso de la palabra han expresado aquí su preocupación por problemas que interesan a todo el mundo. A nosotros nos interesan esos problemas, pero, además, en el caso de Cuba existe una circunstancia especial, y es que Cuba debe ser para el mundo en este momento una preocupación, porque con razón han expuesto aquí distintos delegados, entre los distintos problemas que hay actualmente en el mundo, el problema de Cuba. Además de los problemas que hoy preocupan a todo el mundo, Cuba tiene problemas que le preocupan a ella, que le preocupan a nuestro pueblo.
Se habla del deseo universal de paz, que es el deseo de todos los pueblos y, por tanto, el deseo también de nuestro pueblo, pero esa paz, que el mundo desea preservar, es la paz con que nosotros los cubanos no contamos desde hace rato. Los peligros que otros pueblos del mundo pueden considerar más o menos lejanos son problemas y preocupaciones que para nosotros están muy próximos. Y no ha sido fácil venir a exponer aquí en esta asamblea los problemas de Cuba. No ha sido fácil para nosotros llegar aquí.
No sé si seremos unos privilegiados. ¿Seremos nosotros, los de la delegación cubana, la representación del tipo de gobierno peor del mundo? ¿Seremos nosotros, los representantes de la delegación cubana, acreedores al maltrato que hemos recibido? ¿Y por qué precisamente nuestra delegación? Cuba ha enviado muchas delegaciones a las Naciones Unidas, Cuba ha estado representada por diversas personas y, sin embargo, nos correspondieron a nosotros las medidas de excepción: confinamiento a la Isla de Manhattan, consigna en todos los hoteles para que no se nos alquilasen habitaciones, hostilidad y, bajo el pretexto de la seguridad, el aislamiento.
Quizás ninguno de ustedes, señores delegados, ustedes, que traen no la representación individual de nadie, sino la representación de sus respectivos países, y que por lo tanto las cosas que a cada uno de ustedes se refieran han de preocuparles por lo que cada uno de ustedes represente a su llegada a esta ciudad de Nueva York haya tenido que sufrir tratos personalmente vejaminosos, físicamente vejaminosos, como tuvo que sufrir el Presidente de la delegación cubana.
No estoy agitando aquí, en esta asamblea. Me limito a decir la verdad. Era hora también de que nosotros tuviéramos la oportunidad de hablar. Sobre nosotros han estado hablando desde hace muchos días, han estado hablando los periódicos, y nosotros en silencio. Nosotros no podemos defendernos de los ataques aquí, en este país. Nuestra oportunidad para decir la verdad es esta, y no dejaremos de decirla.
Tratos personales vejaminosos, intentos de extorsión, desalojo del hotel en que residíamos, y cuando marchamos hacia otro hotel hemos puesto de nuestra parte todo lo posible para evitar dificultades, absteniéndonos por completo de salir de nuestro alojamiento, no asistiendo a ningún otro punto que a esta sala de las Naciones Unidas, las contadas veces que hemos asistido, y la aceptación a una recepción en la embajada del gobierno soviético. Sin embargo, eso no bastó para que nos dejaran en paz.
Había aquí, en este país, una numerosa inmigración cubana. Pasan de 100 000 los cubanos que en los últimos 20 años se han trasladado a este país desde su propia tierra, donde ellos habrían deseado estar siempre, y adonde ellos desean regresar, como desean regresar siempre los que por razones sociales o económicas se ven obligados a abandonar su patria. Esa población cubana se dedicaba aquí al trabajo, respetaba y respeta las leyes, y, naturalmente, sentía por su patria, sentía por la Revolución. Nunca tuvo problemas, pero un día comenzaron a llegar a este país otro tipo de visitantes: comenzaron a llegar criminales de guerra, comenzaron a llegar individuos que habían asesinado, en algunos casos, a centenares de nuestros compatriotas. Aquí no tardaron en verse alentados por la publicidad, aquí no tardaron en verse alentados por las autoridades, y, naturalmente, ese aliento refleja su conducta, y son motivos de frecuentes incidentes con la población cubana que desde hacía muchos años trabajaba honestamente en este país.
Uno de esos incidentes, provocado por los que aquí se sienten respaldados por las campañas sistemáticas contra Cuba, y por la complicidad de las autoridades, dio lugar a la muerte de una niña. Ese hecho era de lamentar, y era para que lo lamentásemos todos. Los culpables no eran, precisamente, los cubanos residentes aquí. Los culpables no éramos, mucho menos, nosotros, los de la delegación cubana y, sin embargo, seguramente todos ustedes habrán visto esos cintillos de los periódicos donde se hablaba de que «Grupos Pro Castro» habían dado muerte a una niña de 10 años. Y con esa hipocresía característica de los que tienen que ver con las cosas de las relaciones entre Cuba y este país, un vocero de la Casa Blanca inmediatamente expidió declaraciones a todo el mundo, señalando el hecho, acusando, casi casi, de culpabilidad a la delegación cubana. Y, por supuesto, su Excelencia, el señor delegado de Estados Unidos en esta asamblea no dejó de sumarse a la farsa, enviando al gobierno de Venezuela un telegrama de condolencia a los familiares de la víctima, tal como si se sintiese en la obligación de dar una explicación desde las Naciones Unidas, por algo de lo que, virtualmente, fuese culpable la delegación cubana.
Pero eso no era todo. Cuando nosotros fuimos obligados a abandonar uno de los hoteles de esta ciudad, y nos dirigimos hacia la sede de las Naciones Unidas, mientras se hacían otras gestiones, hay un hotel, un hotel humilde de esta ciudad, un hotel de los negros de Harlem, que nos dio alojamiento. La respuesta llegó mientras nosotros conversábamos con el señor Secretario General. Sin embargo, un funcionario del Departamento de Estado hizo todo lo posible por impedir que nosotros nos alojásemos en ese hotel. En ese instante, como por arte de magia, empezaron a aparecer hoteles en Nueva York. Y hoteles que habían negado alojamiento a la delegación cubana anteriormente, se ofrecieron entonces para alojarnos hasta gratis. Mas nosotros, por elemental reciprocidad, aceptamos el hotel de Harlem. Entendíamos que teníamos derecho a esperar que se nos dejase en paz. No, no se nos dejó en paz.
Ya en Harlem, en vista de que no se pudo impedir nuestra estancia en aquel lugar, comenzaron las campañas de difamación. Comenzaron a esparcir por el mundo la noticia de que la delegación cubana se había alojado en un burdel. Para algunos señores, un hotel humilde del barrio de Harlem, de los negros de Estados Unidos, tiene que ser un burdel. Y además, han estado tratando de cubrir de infamia a la delegación cubana, sin respeto siquiera para las compañeras que integran o trabajan con nuestra delegación.
Si nosotros fuésemos de la calaña de hombres que se nos quiere pintar a toda costa, no habría perdido su esperanza el imperialismo, como la ha perdido hace mucho rato, de comprarnos o seducirnos de alguna manera. Mas como la esperanza la han perdido desde hace mucho rato, y no tuvieron nunca razón para albergarla, al menos, después de afirmar que la delegación cubana se alojó en un burdel debían reconocer que el capital financiero imperialista es una ramera que no puede seducirnos. Y no precisamente «La Ramera Respetuosa» de Jean Paul Sartre.
El problema de Cuba. Quizás algunos de ustedes estén bien informados, quizás algunos no. Todo depende de las fuentes de información, pero, sin duda que para el mundo el problema de Cuba, surgido en el transcurso de los últimos dos años, es un problema nuevo. El mundo no había tenido muchas razones para saber que Cuba existía. Para muchos era algo así como un apéndice de Estados Unidos. Incluso para muchos ciudadanos de este país Cuba era una colonia de Estados Unidos. En el mapa no lo era; en el mapa nosotros aparecíamos con un color distinto al color de Estados Unidos. En la realidad sí lo era.
¿Y cómo llegó a ser nuestro país una colonia de Estados Unidos? No fue precisamente por sus orígenes. No fueron los mismos hombres los que colonizaron a Estados Unidos y a Cuba. Cuba tiene una raíz étnica y cultural muy distinta, y esa raíz se afianzó durante siglos. Cuba fue el último país de América en librarse del coloniaje español, del yugo colonial español, con perdón de su señoría, el representante del gobierno español. Y por ser el último, tuvo que luchar también más duramente.
A España solo le quedaba una posesión en América, y la defendió con tozudez y ahínco. Nuestro pueblo pequeño, de escasamente algo más de un millón de habitantes en aquel entonces, tuvo que enfrentarse solo, durante casi treinta años, con uno de los ejércitos considerados de los más fuertes de Europa. Contra la pequeña población nacional, el gobierno español llegó a movilizar un número de fuerzas tan grande como todas las fuerzas que habían combatido la independencia de América del Sur juntas. Hasta medio millón de soldados españoles llegaron a combatir contra el heroico e indoblegable propósito de nuestro pueblo de ser libre.
Treinta años lucharon los cubanos solos, por su independencia. Treinta años que también constituyen sedimento del amor a la libertad y a la independencia de nuestra patria. Pero Cuba era una fruta —según la opinión de un presidente de Estados Unidos a principios del siglo pasado, John Adams—, era como una manzana pendiente del árbol español, llamada a caer, tan pronto madurara, en manos de Estados Unidos. Y el poder español se había desgastado en nuestra patria. España no tenía ya ni hombres ni recursos económicos para mantener la guerra en Cuba; España estaba derrotada. La manzana estaba aparentemente madura, y el gobierno de Estados Unidos extendió las manos.
No cayó una manzana, cayeron varias manzanas en sus manos. Cayó Puerto Rico, el heroico Puerto Rico que había iniciado su lucha por la independencia junto con los cubanos; cayeron las Islas Filipinas, y cayeron varias posesiones más. Sin embargo, el expediente para dominar nuestro país no podía ser el mismo. Nuestro país había sostenido una tremenda lucha y a su favor existía la opinión del mundo. El expediente debía ser distinto.
Los cubanos que lucharon por nuestra independencia, los cubanos que en aquellos instantes estaban dando su sangre y su vida, llegaron a creer de buena fe en aquella Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos, del 20 de abril de 1898, que declaraba que Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente.
El pueblo de Estados Unidos simpatizaba con la lucha cubana. Aquella Declaración Conjunta era una ley del Congreso de esta nación, en virtud de la cual declaraba la guerra a España. Mas aquella ilusión concluyó en un cruel engaño. Después de dos años de ocupación militar de nuestra patria, surge lo inesperado: en el mismo instante en que el pueblo de Cuba, a través de una Asamblea Constituyente estaba redactando la Ley Fundamental de la República, de nuevo surge una ley en el Congreso de Estados Unidos, una ley propuesta por el senador Platt, de triste recordación para Cuba. Y en aquella ley se establecía que la Asamblea Constituyente de Cuba debía llevar un apéndice, en virtud del cual, le concedía al gobierno de Estados Unidos, el derecho a intervenir en los problemas políticos de Cuba y, además, el derecho de arrendar determinados espacios de su territorio para estaciones navales o carboneras.
Es decir que mediante una ley emanada de la autoridad legislativa de un país extranjero, la Constitución de nuestra patria debía contener esa disposición, y bien claramente se les indicaba a nuestros constituyentistas que si no había Enmienda no habría retirada de las fuerzas de ocupación. Es decir que se le impuso a nuestra patria por el órgano legislativo de un país extranjero, se le impuso por la fuerza, el derecho a intervenir y el derecho a arrendar bases o estaciones navales.
Es bueno que los pueblos recién ingresados a esta organización, los pueblos que inician ahora su vida independiente, tengan muy presente la historia de nuestra patria, por las similitudes que puedan encontrar en su camino. Y si no ellos, los que vengan después de ellos, o sus hijos, o sus nietos, aunque nos parece que no vamos a llegar tan lejos.
Entonces comenzó la nueva colonización de nuestra patria, la adquisición de las mejores tierras de cultivo por las compañías norteamericanas; concesiones de sus recursos naturales, sus minas; concesiones de los servicios públicos, para la explotación de los servicios públicos; concesiones comerciales, concesiones de todo tipo, que unidas al derecho constitucional —constitucional a la fuerza— de intervenir en nuestro país, convirtieron a nuestra patria, de colonia española en colonia norteamericana.
Las colonias no hablan, a las colonias no se les conoce en el mundo hasta que tienen oportunidad de expresarse. Por eso nuestra colonia no la conocía el mundo, y los problemas de nuestra colonia no los conocía el mundo. En los libros de geografía aparecía una bandera más, un escudo más; en los mapas geográficos aparecía un color más, pero allí no existía una república independiente. Nadie se engañe, que con engañarnos no hacemos más que el ridículo; nadie se engañe, allí no había una república independiente, allí había una colonia, donde el que mandaba era el embajador de Estados Unidos.
No nos da vergüenza tener que proclamarlo, porque frente a esa vergüenza está el orgullo de poder decir, ¡que hoy ninguna embajada gobierna nuestro pueblo, que a nuestro pueblo lo gobierna el pueblo! (APLAUSOS.)
Nuevamente tiene que recurrir la nación cubana a la lucha para arribar a esa independencia. La logró después de siete años de sangrienta tiranía. ¿Tiranizada por quién? Tiranizada por quienes en nuestro país no eran más que los instrumentos de los que dominaban económicamente a nuestra patria.
¿Cómo puede sostenerse ningún régimen impopular y enemigo de los intereses del pueblo como no sea por la fuerza? ¿Tendremos que explicarles aquí nosotros a los representantes de nuestros pueblos hermanos de América Latina lo que son las tiranías militares? ¿Tendremos que explicarles cómo se han sostenido? ¿Tendremos que explicarles la historia de varias de esas tiranías que son ya clásicas? ¿Tendremos que explicarles en qué fuerzas se apoyan, en qué intereses nacionales e internacionales se apoyan?
El grupo militar que tiranizó a nuestro país, se apoyaba en los sectores más reaccionarios de la nación y se apoyaba sobre todo en los intereses económicos extranjeros que dominaban la economía de nuestra patria. Todos saben y entendemos que hasta el propio gobierno de Estados Unidos lo reconoce así, todos saben que ese era el tipo de gobierno preferido por los monopolios. ¿Por qué? Porque mediante la fuerza se reprime toda la demanda del pueblo, mediante la fuerza se reprimían las huelgas por mejores condiciones de vida, mediante la fuerza se reprimían los movimientos campesinos por poseer las tierras, mediante la fuerza se reprimían las más caras aspiraciones de la nación.
Por eso, los gobiernos de fuerza eran los gobiernos preferidos por los que dirigen la política de Estados Unidos. Por eso, gobiernos de fuerza se mantuvieron durante mucho tiempo en el poder y gobiernos de fuerza se mantienen todavía en el poder en América. Claro que todo depende de las circunstancias para contar o no contar con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.
Por ejemplo, ahora dicen que están contra uno de esos gobiernos de fuerza: el gobierno de Trujillo, pero no dicen que están contra otro de esos gobiernos de fuerza, el de Nicaragua, o el de Paraguay, por ejemplo. El de Nicaragua ya no es un gobierno de fuerza, es una monarquía casi tan constitucional como la de Inglaterra, en que el poder se sucede de padres a hijos y también habría sucedido otro tanto en nuestra patria. Era el tipo de gobierno de fuerza el gobierno de Fulgencio Batista, el gobierno que convenía a los monopolios norteamericanos en Cuba, pero no era por supuesto el tipo de gobierno que convenía al pueblo cubano y el pueblo cubano con un gran derroche de vidas y de sacrificios, lo lanzó del poder.
¿Qué encontró la Revolución al llegar al poder en Cuba? ¿Qué maravillas encontró la Revolución al llegar al poder en Cuba? Encontró en primer lugar que 600 000 cubanos con aptitudes para el trabajo, no tenían empleo; un número igual en proporción al número de desempleados que había en Estados Unidos cuando la gran crisis que sacudió a este país, eso que a poco produce una catástrofe en Estados Unidos, era el desempleo permanente en nuestra patria. Tres millones de personas de una población total de algo más de 6 millones, no disfrutaban de luz eléctrica ni de ninguno de los beneficios y comodidades de la electricidad; 3 500 000 personas de un total de algo más de 6 millones, vivían en cabañas, barracones y tugurios, sin las menores condiciones de habitabilidad. En las ciudades los alquileres absorbían hasta una tercera parte de los ingresos familiares. Tanto el servicio eléctrico como los alquileres eran de los más caros del mundo. Treinta y siete y medio por ciento de nuestra población era analfabeta, no sabía leer ni escribir; el 70% de nuestra población infantil rural no tenía maestros; el 2% de nuestra población estaba padeciendo de tuberculosis; es decir, 100 000 personas en un total de algo más de 6 millones. El 95% de nuestra población rural infantil estaba afectada de parasitismo; la mortandad infantil por tanto era muy alta, el promedio de vida era muy bajo. Por otro lado, el 85% de los pequeños agricultores pagaban rentas por la posesión de sus tierras, que ascendían hasta un 30% de sus ingresos en bruto, mientras que el uno y medio del total de propietarios controlaba el 46% del área total de la nación. Por supuesto que las comparaciones del número de camas de hospitales por el número determinado de habitantes del país era ridículo, cuando se le compara con los países donde la asistencia médica está medianamente atendida.
Los servicios públicos, compañías eléctricas, compañías telefónicas, eran propiedades de monopolios norteamericanos.
Una gran parte de la banca, una gran parte del comercio de importación, las refinerías de petróleo, la mayor parte de la producción azucarera, las mejores tierras de Cuba y las industrias más importantes en todos los órdenes, eran propiedades de compañías norteamericanas. La balanza de pagos en los últimos 10 años, desde 1950 hasta 1960, había sido favorable a Estados Unidos con respecto a Cuba en 1 000 millones de dólares.
Esto sin contar con los millones y cientos de millones de dólares sustraídos del tesoro público por los gobernantes corrompidos de la tiranía que fueron depositados en los bancos de Estados Unidos o en bancos europeos.
Mil millones de dólares en 10 años. El país pobre y subdesarrollado del Caribe, que tenía 600 000 desempleados contribuyendo al desarrollo económico del país más industrializado del mundo.
Esa fue la situación que encontramos nosotros y esa situación no ha de ser extraña a muchos de los países representados en esta asamblea, porque, al fin y al cabo, lo que hemos dicho de Cuba no es sino como una radiografía de diagnóstico general aplicable a la mayor parte de los países aquí representados.
¿Cuál era la alternativa del Gobierno Revolucionario? ¿Traicionar al pueblo? Desde luego que para el señor Presidente de Estados Unidos lo que nosotros hemos hecho por nuestro pueblo, es traición a nuestro pueblo; y no lo sería con toda seguridad si en vez de ser nosotros leales a nuestro pueblo hubiésemos sido leales a los grandes monopolios norteamericanos que explotaban la economía de nuestro país. Al menos, ¡quede constancia de las «maravillas» que encontró la Revolución al llegar al poder, que son, ni más ni menos, que las maravillas del imperialismo, que son, ni más ni menos, que las “maravillas†del «mundo libre» para nosotros los países colonizados!
Nadie podrá culparnos a nosotros de que en Cuba hubiese 600 000 desempleados, 37,5% de población analfabeta, 2% de tuberculosos, 95% de parasitados. ¡No! Hasta ese minuto ninguno de nosotros contábamos en los destinos de nuestra patria; hasta ese minuto en los destinos de nuestra patria contaban los gobernantes que servían a los intereses de los monopolios, hasta ese minuto contaban en nuestra patria los monopolios. ¿Los estorbó alguien? ¡No! Nadie los estorbó. ¿Los perturbó alguien? ¡No! Nadie los perturbó. Ellos pudieron realizar su tarea y allí encontramos nosotros los frutos de los monopolios.
¿Cómo estaban las reservas de la nación? Cuando el tirano Batista llegó al poder había 500 millones de dólares en la reserva nacional, buena suma para haberla invertido en el desarrollo industrial del país. Cuando la Revolución llega al poder quedaban en nuestras reservas 70 millones.
¿Preocupación por el desarrollo industrial de nuestra patria? ¡No! ¡Nunca! Por eso nos asombramos tanto y todavía no salimos de nuestro asombro cuando oímos decir aquí de las extraordinarias preocupaciones del gobierno de Estados Unidos por la suerte de los países de América Latina, de los países de Africa y de los países de Asia. Y no salimos de nuestro asombro, porque nosotros después de 50 años teníamos ahí los frutos.
¿Qué ha hecho el Gobierno Revolucionario? ¿Cuál es el delito cometido por el Gobierno Revolucionario para que recibamos el trato que hemos recibido aquí, para que tengamos enemigos tan poderosos como lo que se ha demostrado que tenemos aquí?
¿Surgieron desde el primer instante los problemas con el gobierno de Estados Unidos? ¡No! ¿Es que nosotros al llegar al poder estábamos poseídos del propósito de buscarnos problemas internacionales? ¡No! Ningún gobierno revolucionario que llega al poder quiere problemas internacionales. Lo que quiere es invertir su esfuerzo en resolver sus problemas propios, lo que quiere es llevar adelante un programa, como lo quieren los gobiernos que realmente están interesados en el progreso de su país.
La primera circunstancia que por nuestra parte fue considerada como un acto inamistoso fue el hecho de que se le abrieran de par en par las puertas de este país a toda una pandilla de criminales que habían dejado ensangrentada a nuestra patria; hombres que habían llegado a asesinar a cientos de campesinos indefensos, que no se cansaron de torturar a prisioneros durante muchos años, que mataron a diestro y siniestro, fueron recibidos aquí con los brazos abiertos. Y a nosotros aquello nos extrañaba. ¿Por qué ese acto inamistoso por parte de las autoridades de Estados Unidos hacia Cuba? ¿Por qué ese acto de hostilidad? En aquel momento no lo comprendíamos perfectamente; ahora, nos damos cuenta cabal de las razones. ¿Correspondía esa política a un tratamiento correcto, con respecto a Cuba, de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba? No, porque los agraviados éramos nosotros, y los agraviados éramos nosotros por cuanto el régimen de Batista se mantuvo en el poder con la ayuda del gobierno de Estados Unidos; el régimen de Batista se mantuvo en el poder con la ayuda de tanques, de aviones y de armas proporcionadas por el gobierno de Estados Unidos; el régimen de Batista se mantuvo en el poder gracias al empleo de un ejército cuyos oficiales eran instruidos por una misión militar del gobierno de Estados Unidos; y nosotros esperamos que no se le ocurrirá a ningún funcionario de Estados Unidos negar esa verdad.
Incluso cuando el Ejército Rebelde llega a la ciudad de La Habana, en el campamento militar más importante de esa ciudad estaba la misión militar norteamericana. Aquel era un ejército que había colapsado, aquel era un ejército vencido y rendido. Nosotros pudimos considerar perfectamente como prisioneros de guerra a aquellos militares extranjeros que estaban allí ayudando y entrenando a los enemigos del pueblo. Sin embargo, esa no fue nuestra actitud; nuestra actitud se limitó a pedirles a los miembros de esa misión que regresasen a su país, que, después de todo, nosotros no necesitábamos sus lecciones, y que allí sus discípulos estaban vencidos.
He aquí un documento (Lo muestra). Nadie se extrañe de su aspecto, porque es un documento roto. Se trata de un antiguo pacto militar en virtud del cual la tiranía batistiana había recibido generosa ayuda por parte del gobierno de Estados Unidos; y es importante conocer lo que dice en el Artículo 2 este convenio:
«El gobierno de la República de Cuba se compromete, a hacer uso eficaz de la ayuda que reciba del gobierno de los Estados Unidos de América de conformidad con el presente convenio, con objeto de llevar a efecto los planes de defensa aceptados por ambos gobiernos, conforme a los cuales los dos gobiernos tomarán parte en misiones importantes para la defensa del hemisferio occidental; y, a menos que previamente se obtenga la anuencia del gobierno de los Estados Unidos de América…†—repito—: «…y, a menos que previamente se obtenga la anuencia del gobierno de los Estados Unidos de América, no dedicarán esa ayuda a otros fines que no sean aquellos para los cuales se prestó.»
La ayuda fue dedicada a combatir a los revolucionarios cubanos; luego contó con la anuencia del gobierno de Estados Unidos. Y aun cuando algunos meses antes de finalizar la guerra, se produjo en este país un embargo de armas de las enviadas a Batista, al cabo de seis años y algo más de ayuda militar, una vez declarado solemnemente ese embargo de armas, tuvo el Ejército Rebelde pruebas, pruebas documentales, de que nuevamente habían sido abastecidas las fuerzas de la tiranía con 300 «rockets» para lanzar desde aviones.
Cuando los compañeros de la emigración presentaron esos documentos a la opinión pública de Estados Unidos, el gobierno de Estados Unidos no encontró otra explicación que decir que estábamos equivocados, que no le habían dado nuevos abastecimientos al ejército de la tiranía, sino que, simplemente, se habían limitado a cambiarle unos «rockets» de otro calibre que no servían para sus aviones, por unos «rockets» que si servían para los aviones de la tiranía y, por cierto, que a nosotros nos los lanzaron mientras estábamos en las montañas. Una manera sui géneris de explicar las contradicciones cuando se hacen inexplicables; no se trataba, de acuerdo con su explicación, de una ayuda, sería entonces una especie de «asistencia técnica»…
¿Por qué, entonces, si existían esos antecedentes, que eran motivos de disgusto por parte de nuestro pueblo, ya que todo el mundo sabe, lo sabe aquí hasta el más inocente de todos, que en estos tiempos modernos, con la revolución que ha tenido lugar en los equipos militares, esas armas de la guerra pasada son absolutamente obsoletas para una guerra moderna? Con 50 tanques o carros blindados, y unos cuantos aviones pasados de moda, no se defiende a ningún continente, no se defiende a ningún hemisferio. En cambio, sirven para oprimir a los pueblos desarmados; en cambio, sirven para intimidar a los pueblos. Sirven para lo que sirven: sirven para defender los monopolios. Por eso, estos pactos de defensa hemisférica, mejor pudieran llamarse pactos de defensa de los monopolios norteamericanos.
El Gobierno Revolucionario comienza a dar los primeros pasos. Lo primero que hace es rebajar los alquileres que pagaban las familias, en un 50%, medida muy justa, puesto que como decíamos anteriormente, había familias que pagaban hasta la tercera parte de sus ingresos. Y el pueblo había sido víctima de una gran especulación con la vivienda, y las tierras urbanas habían sido objeto de tremendas especulaciones a costa de la economía del pueblo. Mas, cuando el Gobierno Revolucionario rebaja los alquileres en un 50%, hubo disgustados, sí, unos pocos que eran los dueños de aquellos edificios de apartamentos, pero el pueblo se lanzó a la calle lleno de alegría, como ocurriría en cualquier país, aquí mismo en Nueva York, si les rebajan un 50% los alquileres a todas las familias. Mas no significó ningún problema con los monopolios. Algunas compañías norteamericanas tenían grandes construcciones, pero eran relativamente pocas.
Después vino otra ley. Vino una ley anulando las concesiones que el gobierno tiránico de Fulgencio Batista le había hecho a la Compañía de Teléfonos que era un monopolio norteamericano. Al amparo de la indefensión del pueblo habían obtenido provechosas concesiones. El Gobierno Revolucionario anula esas concesiones y restablece los precios de los servicios telefónicos al nivel que tenían anteriormente. Comienza el primer conflicto con los monopolios norteamericanos.
La tercera medida fue rebajar las tarifas eléctricas, que eran de las más altas del mundo. Surge el segundo conflicto con los monopolios norteamericanos. Ya nosotros empezábamos a parecer comunistas; ya empezaban a embadurnarnos de rojo, porque habíamos chocado, sencillamente, con los intereses de los monopolios norteamericanos.
Pero viene la tercera ley, ley imprescindible, ley inevitable, inevitable para nuestra patria, e inevitable, más tarde o más temprano, para todos los pueblos del mundo… al menos para todos los pueblos del mundo que no lo hayan hecho todavía: la Ley de Reforma Agraria. Claro está que en teoría, todo el mundo está de acuerdo con la reforma agraria. Nadie se atreve a negarlo, nadie que no sea un ignorante, se atreve a negar que la reforma agraria es, en los países subdesarrollados del mundo, una condición esencial para el desarrollo económico. En Cuba también hasta los latifundistas estaban de acuerdo con la reforma agraria, solo que una reforma agraria a su manera, como la reforma agraria que defienden muchos teóricos: una reforma agraria a su manera, y sobre todo, ¡que ni a su manera ni de ninguna manera se llegue a realizar mientras pueda evitarse! Es algo reconocido por los organismos económicos de las Naciones Unidas, es algo sobre lo cual ya nadie discute. En nuestro país era imprescindible: más de 200 000 familias de campesinos moraban en los campos de nuestra patria, sin tierra donde sembrar los alimentos esenciales.
Sin reforma agraria, nuestro país no habría podido dar el primer paso hacia el desarrollo. Y, efectivamente, dimos ese paso: hicimos una reforma agraria. ¿Era radical? Era una reforma agraria radical. ¿Era muy radical? No era una reforma agraria muy radical. Hicimos una reforma agraria ajustada a las necesidades de nuestro desarrollo, ajustada a nuestras posibilidades de desarrollo agrícola. Es decir, una reforma agraria que resolviera el problema de los campesinos sin tierra, que resolviera el problema de los abastecimientos de aquellos alimentos indispensables, que resolviera el tremendo desempleo en el campo, que pusiera fin a aquella miseria espantosa que habíamos encontrado en los campos de nuestro país.
Bien: ahí surgió la primera dificultad verdadera. También en la vecina República de Guatemala había ocurrido lo mismo. Cuando se hizo la reforma agraria en Guatemala, surgieron los problemas en Guatemala. Y se lo advierto con toda honestidad a los compañeros delegados de América Latina y del Africa y del Asia: cuando vayan a hacer una reforma agraria justa, prepárense a confrontar situaciones similares a las nuestras, sobre todo si las mejores y mayores fincas son propiedades de los monopolios norteamericanos, como ocurría en Cuba (APLAUSOS PROLONGADOS).
Es posible que nos acusen luego de estar dando malos consejos en esta asamblea, y no es, por cierto, nuestro propósito… no es, por cierto, nuestro propósito el quitarle el sueño a nadie. Estamos, simplemente, exponiendo los hechos, aunque los hechos son suficientes como para quitarle el sueño a cualquiera.
Se planteó inmediatamente el problema del pago. Comenzaron a llover notas del Departamento de Estado norteamericano. Nunca nos preguntaban por nuestros problemas; nunca, ni siquiera por conmiseración o por la parte grande de responsabilidad que tenían en ello, nos preguntaban cuántos se morían de hambre en nuestro país, cuántos tuberculosos había, cuántas personas sin trabajo. No. ¿Sentimiento de solidaridad hacia nuestras necesidades? Nunca. Todas las conversaciones de los representantes del gobierno de Estados Unidos se basaban sobre la Compañía de Teléfonos, sobre la Compañía Eléctrica, y sobre el problema de las tierras de las compañías norteamericanas.
¿Cómo íbamos a pagar? Por supuesto, lo primero que había que preguntar era con qué íbamos a pagar, no cómo, sino con qué. ¿Conciben ustedes que un país pobre, subdesarrollado, con 600 000 desempleados, con un índice tan alto de analfabetos, de enfermos, cuyas reservas han sido agotadas, que ha contribuido a la economía de un país poderoso, con 1 000 millones en 10 años, pueda tener con qué pagar las tierras que iban a estar afectadas por la ley agraria, o al menos pagarlas en las condiciones que querían que se pagaran?
¿Qué nos planteó el Departamento de Estado norteamericano, como aspiraciones de sus intereses afectados? Tres cosas: el pronto pago…, «pago pronto, eficiente y justo». ¿Ustedes entienden ese idioma? «Pago pronto, eficiente y justo.†Eso quiere decir: «Pago ahora mismo, en dólares y lo que nosotros pidamos por nuestras fincas» (APLAUSOS).
Todavía no éramos comunistas 150 por 100 (RISAS). Estábamos luciendo un poco más matizados de rojo. Nosotros no confiscábamos las tierras; nosotros, simplemente, proponíamos pagarlas en 20 años, y de la única manera en que podíamos pagarlas: en bonos, que habrían de vencer a los 20 años; que cobraban el cuatro y medio por ciento de intereses y que se irían amortizando año por año.
¿Cómo íbamos nosotros a poder pagar en dólares las tierras, y cómo las íbamos a pagar de inmediato, y cómo íbamos a pagar lo que pidieran por ellas? Era absurdo. Cualquiera comprende que, en esas circunstancias, teníamos que optar entre hacer la reforma agraria y no hacerla. Si no la hacíamos, perduraría indefinidamente la espantosa situación económica de nuestro país. De hacerla, estábamos exponiéndonos a ganarnos la enemistad del gobierno del poderoso vecino del Norte.
Hicimos la reforma agraria. Claro que, por ejemplo, para un representante de Holanda, o de cualquier país de Europa, los límites nuestros establecidos a las fincas, casi asombrarían. Asombrarían por lo extenso. El límite máximo que establecía nuestra ley agraria era el de unas 400 hectáreas. En Europa 400 hectáreas constituyen un verdadero latifundio; en Cuba, donde había compañías monopolistas norteamericanas que tenían hasta cerca de 200 000 hectáreas —¡doscientas mil hectáreas!, por si alguno cree que no ha oído bien—, allí, en Cuba, una reforma agraria que redujera el límite máximo a 400 hectáreas era para esos monopolios una ley inadmisible.
Pero es que en nuestro país no solo las tierras eran propiedad de los monopolios norteamericanos. Las minas principales también eran propiedad de esos monopolios. Cuba produce, por ejemplo, mucho níquel; todo el níquel era explotado por intereses norteamericanos. Y, bajo la tiranía de Batista, una compañía norteamericana, la Moa Bay, había obtenido concesión tan jugosa que en cinco años solamente —escúchese bien—, en cinco años solamente iba a amortizar una inversión de 120 millones de dólares; 120 millones de dólares de inversión, amortizable en cinco años.
¿Quién le había hecho esa concesión a la Moa Bay, por intercesión del embajador del gobierno de Estados Unidos? Sencillamente el gobierno tiránico de Fulgencio Batista, el gobierno que estaba allí para defender los intereses de los monopolios. Y este es un hecho absolutamente cierto. Libre de todo pago de impuesto, ¿qué nos iban a dejar a los cubanos aquellas empresas? Los huecos de las minas, la tierra empobrecida, sin una contribución mínima al desarrollo económico de nuestro país.
Y el Gobierno Revolucionario establece una ley de minas, obligando a esos monopolios a pagar un impuesto del 25% a las exportaciones de esos minerales. La actitud del Gobierno Revolucionario había sido ya demasiado osada. Había chocado con los intereses del «trust» eléctrico internacional, había chocado con los intereses del «trust» telefónico internacional, había chocado con los intereses de los «trusts» mineros internacionales, había chocado con los intereses de la United Fruit Company, y había chocado, virtualmente, con los intereses más poderosos de Estados Unidos, que como ustedes saben están estrechamente asociados entre sí. Y aquello era más de lo que podía tolerar el gobierno de Estados Unidos, o, es decir, los representantes de los monopolios de Estados Unidos. Y comenzó, entonces, una nueva etapa de hostigamiento hacia nuestra Revolución. Cualquiera que analice objetivamente los hechos, cualquiera que esté dispuesto a pensar con honradez, no a pensar conforme le diga la UPI o la AP, sino a pensar con su cabeza, y a extraer las conclusiones de su propio raciocinio y ver las cosas sin prejuicios, con sinceridad y con honestidad, ¿las cosas que había hecho el Gobierno Revolucionario eran como para decretar la destrucción de la Revolución Cubana? No. Pero los intereses afectados por la Revolución Cubana no se preocupaban por el caso de Cuba, no se arruinaban con las medidas del Gobierno Revolucionario cubano, no consistía en eso el problema. El problema consistía, en que esos mismos intereses eran poseedores de la riqueza y de los recursos naturales de la mayor parte de los pueblos del mundo. Y la actitud de la Revolución Cubana tenía que ser castigada. Acciones punitivas de todo orden, hasta la destrucción de aquellos atrevidos, tenían que seguir a la audacia del Gobierno Revolucionario.
Por nuestro honor juramos que todavía no habíamos tenido la oportunidad ni de cambiarnos una carta con el distinguido primer ministro de la Unión Soviética, Nikita Jruschov. Es decir que cuando ya para la prensa norteamericana y para las agencias internacionales que informan al mundo, Cuba era un gobierno rojo, un peligro rojo a 90 millas de Estados Unidos, un gobierno dominado por los comunistas, ni siquiera el Gobierno Revolucionario había tenido oportunidad de establecer relaciones diplomáticas o comerciales con la Unión Soviética.
Pero la histeria es capaz de todo. La histeria es capaz de hacer las afirmaciones más inverosímiles y más absurdas. Por supuesto, nadie crea que vamos a entonar aquí un «mea culpa». Ningún «mea culpa». Nosotros no le tenemos que pedir perdón a nadie. Lo que hemos hecho, lo hemos hecho muy conscientes, y sobre todo muy convencidos de nuestros derechos a hacerlo (APLAUSOS PROLONGADOS).
Comenzaron las amenazas contra nuestra cuota azucarera, comenzó la filosofía, la filosofía barata del imperialismo, a demostrar su nobleza, su nobleza egoísta y explotadora, a demostrar su bondad con Cuba, que nos pagaban un precio privilegiado por el azúcar, y que era como un subsidio al azúcar cubano, que no era un azúcar tan dulce para los cubanos, por cuanto los cubanos no éramos los dueños de las mejores tierras azucareras, ni éramos los dueños de los mayores centrales azucareros, y que, además, en esa afirmación, se ocultaba la verdadera historia del azúcar cubano, de los sacrificios que se le habían impuesto a Cuba, de las veces que Cuba había sido agredida económicamente. Antes no era una cuestión de cuota, era una cuestión de tarifas arancelarias; en virtud de una de esas leyes o de esos pactos que se producen entre el «tiburón» y la «sardina», Estados Unidos, mediante un convenio que llamaron de «reciprocidad», obtuvo una serie de concesiones para sus productos, a fin de que pudiesen competir holgadamente, y desalojar del mercado cubano a los productos de sus «amigos» los ingleses o los franceses, como ocurre muchas veces entre «amigos». Y a cambio de eso, ciertas concesiones arancelarias a nuestra azúcar, que por otra parte podían ser variadas unilateralmente, a voluntad del Congreso o del gobierno de Estados Unidos. Y así ocurrió.
Cuando lo estimaban más conveniente a sus intereses elevaban las tarifas, y nuestra azúcar no podía entrar, o entraba en condiciones desventajosas en el mercado norteamericano. Cuando se aproximaba una etapa de guerra reducían las tarifas. Claro que como Cuba era la fuente de abastecimiento de azúcar más próxima, había que garantizar esa fuente de abastecimiento. Las tarifas eran reducidas, la producción era estimulada y en los años de guerra, cuando el precio del azúcar era estratosférico en todo el mundo, nosotros vendíamos nuestra azúcar barato a Estados Unidos, a pesar de que éramos la única fuente de abastecimiento.
Finalizaba la guerra, y al finalizar la guerra venían los colapsos de nuestra economía. Los errores que aquí se cometían en la distribución de esa materia prima, los pagábamos nosotros. Precios que ascendieron extraordinariamente al finalizar la guerra mundial primera; enorme estímulo a la producción, baja brusca de los precios que produce la ruina de los centrales azucareros cubanos, que por cierto pasaron tranquilamente a manos, ¿saben de quién? Pues a manos de los bancos norteamericanos, porque cuando los nacionales cubanos arruinaban, los bancos norteamericanos en Cuba se enriquecían.
Y así prosiguió esa situación, hasta la década del 30 y el gobierno de Estados Unidos, tratando de encontrar una fórmula que conciliara sus intereses de abastecimiento con los intereses de sus productores internos, establece un régimen de cuotas, esa cuota se suponía que tendría por base la participación histórica que hubiesen tenido en el mercado las distintas fuentes de abastecimiento y en que nuestro país había tenido una participación histórica de casi un 50% en el abastecimiento del mercado norteamericano. Sin embargo, cuando se establecieron las cuotas, nuestra participación quedó reducida a un 28% y las ventajas que nos había concedido aquella ley, las pocas ventajas que nos había concedido aquella ley, fueron sucesivamente en nuevas legislaciones suprimidas, y claro, la colonia dependía de la metrópoli; la economía de la colonia había sido organizada por la metrópoli. La colonia tenía que estar sometida a la metrópoli y si la colonia tomaba medidas para liberarse, la metrópoli tomaría medidas para aplastarla. Consciente de la dependencia de nuestra economía a su mercado, el gobierno de Estados Unidos inicia su serie de advertencias de que se nos arrebataría nuestra cuota azucarera y paralelamente otras actividades tenían lugar en Estados Unidos, las actividades de los contrarrevolucionarios.
Una tarde un avión procedente de los mares del norte vuela sobre uno de nuestros centrales azucareros y deja caer una bomba. Aquello era un hecho extraño, un hecho insólito, pero desde luego, nosotros sabíamos de dónde procedían esos aviones.
Otro avión, otra tarde, vuela sobre nuestros cañaverales y deja caer ciertas bombitas incendiarias. Y aquello que comenzaba esporádicamente, continuaba sistemáticamente.
Una tarde, cuando, por cierto, estaban de visita en Cuba, gran número de agentes de turismo de este país, en un esfuerzo que realizaba el Gobierno Revolucionario, por promover el turismo como una de las fuentes de ingreso nacional, un avión de fabricación norteamericana, de los que se usaron en la guerra pasada, vuela sobre nuestra capital lanzando panfletos y algunas granadas de mano. Naturalmente, que algunas piezas de defensas antiaéreas entraron en acción. El resultado fue más de 40 víctimas, entre las granadas lanzadas por el avión y el fuego antiaéreo, puesto que algunos de los proyectiles —como ustedes saben— estallan al hacer contacto con algún objeto resistente. Resultado: más de 40 víctimas. Niñas con las entrañas desgarradas, ancianos y ancianas. ¿Era para nosotros la primera vez? No. Niñas y niños, ancianos y ancianas, hombres y mujeres, muchas veces habían sido destrozados en nuestras aldeas de Cuba por bombas de fabricación norteamericana, suministradas al tirano Batista.
En una ocasión, 80 obreros perecieron al estallar misteriosamente, demasiado misteriosamente, un barco cargado de armas belgas que había llegado a nuestro país, después de grandes esfuerzos por parte del gobierno de Estados Unidos, a fin de evitar que el gobierno de Bélgica nos vendiera armas. Docenas de víctimas en la guerra, 80 familias que se quedaron huérfanas con la explosión. Cuarenta víctimas por un avión que vuela tranquilamente sobre nuestro territorio. ¡Ah!, las autoridades del gobierno de Estados Unidos negaban que de Estados Unidos partiesen esos aviones, mas el avión estaba tranquilamente posado en un hangar y cuando una revista nuestra publica la fotografía del avión, entonces es cuando las autoridades de Estados Unidos ocupan el avión y desde luego, la versión de que aquello no tenía importancia, de que las víctimas no eran víctimas como consecuencia de las bombas, sino del fuego antiaéreo y los autores de aquellas fechorías, los autores de aquel crimen paseándose tranquilamente por Estados Unidos, donde, ni siquiera, se les perturbó en la continuación de aquellos actos de agresión.
Su señoría, a su señoría el delegado de Estados Unidos, aprovecho la oportunidad para decirle, que hay muchas madres en los campos de Cuba y muchas madres en Cuba, esperando todavía sus telegramas de condolencia por los hijos que les asesinaron las bombas de Estados Unidos (APLAUSOS).
Los aviones iban y venían. No había pruebas. Bueno, no se sabe qué se entienda por pruebas. Allí estaba aquel avión retratado y capturado, pero bueno, decían que el avión no tiró bombas. No se sabe por qué estarían tan bien informadas las autoridades de Estados Unidos. Continuaban volando aviones piratas sobre nuestro territorio lanzando bombas incendiarias. Millones y millones de pesos se perdieron en los cañaverales incendiados, muchas personas del pueblo, ¡sí!, del pueblo humilde, que veían destruida una riqueza que ahora sí era suya, sufrieron quemaduras y sufrieron lesiones en la lucha contra aquel persistente y tenaz bombardeo por aviones piratas.
Hasta que un día al lanzar una bomba sobre uno de nuestros centrales azucareros, estalla la bomba, estalla el avión, y el Gobierno Revolucionario tiene oportunidad de recoger los fragmentos del piloto, que era por cierto un piloto norteamericano, cuyos papeles fueron ocupados, y un avión norteamericano y todas las pruebas del sitio de donde había salido. Aquel avión había pasado entre dos bases de Estados Unidos. Ya era una cuestión que no negarse, que los aviones estaban saliendo de Estados Unidos. ¡Ah!, ¡entonces sí, ante la prueba irrefutable, el gobierno de Estados Unidos dio una explicación al gobierno de Cuba! Su conducta no fue igual a la del caso del U-2; cuando se demostró que los aviones salían de Estados Unidos, el gobierno de Estados Unidos no proclamó su derecho a quemar nuestros campos de caña, en esa ocasión dijo que nos daba excusas y que lo sentía mucho. ¡Suerte para nosotros después de todo!, porque cuando ocurrió el incidente del U-2, el gobierno de Estados Unidos, entonces, no dio excusas. ¡Proclamó su derecho a volar sobre el territorio soviético! ¡Mala suerte que tienen los soviéticos! (APLAUSOS.)
Pero nosotros no tenemos muchas defensas antiaéreas y los aviones siguieron volando, hasta que pasó la zafra. Ya no había más caña y cesaron los bombardeos. Nosotros éramos el único país del mundo, que soportaba ese hostigamiento, aunque bien recuerdo que en ocasión de la visita del presidente Sukarno a Cuba, nos dijo que no, que no creyéramos que nosotros éramos los únicos, que ellos también habían tenido ciertos problemas con ciertos aviones norteamericanos que estaban volando también sobre su territorio. No sé si habré cometido alguna indiscreción, pero no lo espero (RISAS Y APLAUSOS).
Lo cierto es que al menos en este pacífico hemisferio nosotros éramos un país que sin estar en guerra con nadie, teníamos que estar soportando el incesante hostigamiento de los aviones piratas. ¿Y aquellos aviones podían entrar y salir impunemente del territorio de Estados Unidos? A ver: invitamos a los delegados a que mediten un poco y también invitamos al pueblo de Estados Unidos, si el pueblo de Estados Unidos tiene, por casualidad, la oportunidad de informarse de las cosas que aquí se hablan, a que medite sobre el hecho de que, según las propias afirmaciones del gobierno de Estados Unidos, el territorio de Estados Unidos está perfectamente vigilado y protegido contra cualquier incursión aérea, que las medidas de defensa del territorio de Estados Unidos son infalibles. Que las medidas de defensa del mundo que ellos llaman «libre» —porque por lo menos para nosotros no lo ha sido hasta el día primero de enero de 1959—, son infalibles, que ese territorio está perfectamente defendido. Si eso es así, ¿cómo se explica que, no ya aviones supersónicos, sino simples avionetas, con una velocidad de apenas 150 millas, puedan entrar y salir tranquilamente del territorio nacional norteamericano, pasar de ida junto a dos bases y regresar de vuelta junto a dos bases, sin que el gobierno de Estados Unidos siquiera se entere de que esos aviones están entrando y saliendo del territorio nacional? Eso quiere decir dos cosas: o bien que el gobierno de Estados Unidos miente al pueblo de Estados Unidos y Estados Unidos está indefenso frente a incursiones aéreas, o el gobierno de Estados Unidos era cómplice de esas incursiones aéreas (APLAUSOS).
Se acabaron las incursiones aéreas y vino entonces la agresión económica. ¿Cuál era uno de los argumentos que esgrimían los enemigos de la reforma agraria? Decían que la reforma agraria traería el caos en la producción agrícola, que la producción disminuiría considerablemente, que el gobierno de Estados Unidos se preocupaba de que Cuba no pudiera cumplir sus compromisos de abastecimiento del mercado norteamericano. Primer argumento, y es bueno que por lo menos las nuevas delegaciones aquí presentes se vayan familiarizando con algunos argumentos, porque quizás algún día tengan que responder a argumentos similares: Que la reforma agraria era la ruina del país. No resultó así. Si la reforma agraria hubiese sido la ruina del país, si la producción agrícola hubiese descendido, entonces no habría tenido necesidad el gobierno norteamericano de llevar adelante su agresión económica.
¿Creían sinceramente en lo que decían, cuando afirmaban que la reforma agraria iba a producir un descenso de la producción? ¡Tal vez lo creían! Es lógico que cada cual crea según como haya preparado su mente para creer. Es posible que se imaginaran que sin las todopoderosas compañías monopolistas, los cubanos éramos incapaces de producir azúcar. ¡Es posible! Tal vez hasta confiaron en que nosotros arruinaríamos el país. Y, claro, si la Revolución hubiese arruinado al país, Estados Unidos no habría tenido necesidad de agredirnos, nos habrían dejado solos, habría quedado el gobierno de Estados Unidos como un gobierno muy noble y muy bueno, y nosotros como unos señores que arruinábamos a la nación y como un gran ejemplo de que no se puede hacer revoluciones, porque las revoluciones arruinan a los países. ¡No fue así! Hay una prueba de que las revoluciones no arruinan a los países, y la prueba la acaba de dar el gobierno de Estados Unidos. ¡Ha probado muchas cosas, pero entre otras cosas, ha probado que las revoluciones no arruinan a los países y que los gobiernos imperialistas sí son capaces de tratar de arruinar a los países!
Cuba no se había arruinado, había que arruinarla. Cuba necesitaba de nuevos mercados para sus productos, y nosotros honradamente pudiéramos preguntarle a cualquier delegación de las aquí presentes, ¿cuál de ellas no quiere que su país venda los artículos que produce, cuál de ellas no quiere que sus exportaciones aumenten? Nosotros queríamos que nuestras exportaciones aumentasen. Eso es lo que quieren todos los países, esa debe ser una ley universal.
Solamente el interés egoísta puede estar en oposición al interés universal del intercambio comercial, que es una de las más viejas aspiraciones y necesidades de la humanidad.
Y nosotros quisimos vender nuestros productos, y fuimos en busca de nuevos mercados, y concertamos un convenio comercial con la Unión Soviética en virtud del cual vendíamos un millón de toneladas y comprábamos determinadas cantidades de artículos o productos soviéticos. ¡Claro!, nadie dirá que eso es incorrecto. Habrá quienes no lo hagan, porque disguste a determinados intereses. Nosotros no teníamos, realmente, que pedirle permiso al Departamento de Estado para hacer un convenio comercial con la Unión Soviética, porque nosotros nos considerábamos, y nos consideramos, y nos seguiremos considerando para siempre, un país verdaderamente libre.
Cuando las existencias de azúcar comenzaban a disminuir, en beneficio de nuestra economía, recibimos entonces el zarpazo: a petición del ejecutivo de Estados Unidos, el Congreso aprueba una ley en virtud de la cual el presidente o poder ejecutivo quedaba facultado para reducir a los límites que estimase pertinente las importaciones de azúcar de Cuba. Se esgrimía el arma económica contra nuestra Revolución. La justificación de esa actitud ya se habían encargado de estarla preparando los publicistas; la campaña hacía mucho rato que se venía haciendo, porque ustedes saben perfectamente bien que aquí monopolio y publicidad son dos cosas absolutamente identificadas. Se esgrime el arma económica, se reduce de un tajo nuestra cuota azucarera en casi un millón de toneladas —azúcar que ya estaba producida con destino al mercado norteamericano—, para privar a nuestro país de los recursos de su desarrollo, para reducir a nuestro país a la impotencia, para obtener resultados de tipo político. Esa medida estaba expresamente proscripta por el Derecho Internacional Regional. La agresión económica, como lo saben todos los delegados aquí de América Latina, está expresamente condenada por el Derecho Internacional Regional. Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos viola ese derecho, esgrime el arma económica, nos arrebata de nuestra cuota azucarera casi un millón de toneladas, y nada más. Ellos lo podían hacer.
¿Qué defensa le quedaba a Cuba frente a esa realidad? Acudir a la ONU, acudir a la ONU para denunciar las agresiones políticas y las agresiones económicas, para denunciar las incursiones aéreas de aviones piratas y para denunciar la agresión económica, amén de la interferencia constante del gobierno de Estados Unidos en la política de nuestro país, de las campañas subversivas que realiza contra el Gobierno Revolucionario de Cuba.
Acudimos a la ONU. La ONU tiene facultades para conocer esas cuestiones; la ONU es, dentro de la jerarquía de las organizaciones internacionales, la máxima autoridad; la ONU tiene autoridad, incluso, por encima de la OEA. Y además, a nosotros nos interesaba que el problema estuviera en la ONU, porque nosotros comprendemos la situación en que se encuentra la economía de los pueblos de América Latina, la situación de dependencia de Estados Unidos en que se encuentra la economía de los pueblos de América Latina. La ONU conoce la cuestión, pide una investigación a la OEA; la OEA se reúne. Muy bien. ¿Qué era de esperarse? Que la OEA protegiera al país agredido; que la OEA pudiese condenar las agresiones políticas a Cuba; y, sobre todo, que la OEA pudiese condenar las agresiones económicas a nuestro país. Eso era de esperarse. Nosotros, al fin y al cabo, éramos nada más que un pueblo pequeño de la comunidad latinoamericana; nosotros, al fin y al cabo, éramos un pueblo más, agredido; ni el primero ni el último, porque México había sido ya agredido más de una vez, y agredido militarmente. En una guerra le arrancaron una gran parte de su territorio, y en aquella ocasión los hijos heroicos de México supieron lanzarse del Castillo de Chapultepec, envueltos en la bandera mexicana, antes de rendirse, ¡esos son los niños héroes de México! (APLAUSOS.)
Y no fue la única agresión, no fue la única vez en que fuerzas de infantería norteamericanas hollaron el territorio mexicano. Nicaragua fue intervenida, y durante siete años resistió heroicamente Augusto César Sandino. Cuba más de una vez fue intervenida, así como Haití, y Santo Domingo. Guatemala fue intervenida. ¿Quién es el que honestamente aquí sería capaz de negar la intervención de la United Fruit Company y la del Departamento de Estado norteamericano en el derrocamiento del gobierno legítimo de Guatemala? Yo comprendo que haya quienes entiendan su deber oficial ser discretos sobre esta cuestión, y hasta sean capaces de venir aquí y negarlo, pero en lo hondo de sus conciencias saben que, sencillamente, estamos diciendo la verdad.
Cuba no era el primer país agredido; Cuba no era el primer país en peligro de ser agredido. En este hemisferio todo el mundo sabe que el gobierno de Estados Unidos siempre impuso su ley: la ley del más fuerte; ¡esa ley del más fuerte en virtud de la cual ha estado destruyendo la nacionalidad puertorriqueña y ha mantenido allí su dominio sobre esa isla hermana!, esa ley en virtud de la cual se apoderó del Canal de Panamá y mantiene el Canal de Panamá.
No era nada nuevo. Nuestra patria debió haber sido defendida, mas, nuestra patria no fue defendida. ¿Por qué? Y aquí lo que hay es que ir al fondo de la cuestión y no a las formas. Si nos atenemos a la letra muerta, estamos garantizados; si nos atenemos a la realidad, no estamos garantizados en absoluto, porque la realidad se impone por encima del derecho establecido en los códigos internacionales, y esa realidad es que un país pequeño, agredido por un gobierno poderoso, no tuvo defensa, no pudo ser defendido.
Y en cambio, ¿qué sale de Costa Rica? ¡Oh, milagro de producción ingeniosa lo que allí resultó en Costa Rica! En Costa Rica no se condena a Estados Unidos o al gobierno de Estados Unidos… Permítaseme evitar que se confunda nuestro sentimiento en relación con el pueblo de Estados Unidos. No fue condenado el gobierno de Estados Unidos por las 60 incursiones de aviones piratas, no fue condenado por la agresión económica y por otras muchas agresiones. No. Condenaron a la Unión Soviética. ¡Qué cosa tan extraordinaria! Nosotros no habíamos recibido ninguna agresión de la Unión Soviética; ningún avión soviético había volado sobre nuestro territorio, y, sin embargo, en Costa Rica condenan a la Unión Soviética por intromisión. La Unión Soviética se había limitado a decir que, en caso de una agresión militar a nuestro país, los artilleros soviéticos, hablando en sentido figurado, podían apoyar al país agredido.
¿Desde cuándo el apoyo a un país pequeño, condicionado al caso de una agresión por parte de un país poderoso, es una intromisión? Porque hay en derecho lo que se llaman las condiciones imposibles: si un país considera que él es incapaz de perpetrar determinado delito, pues entonces baste decir: «No existe posibilidad ninguna de que la Unión Soviética apoye a Cuba, porque no existe la posibilidad de que nosotros agredamos al país pequeño.†Pero no se establece ese principio. Se establece el principio de que había que condenar la intromisión de la Unión Soviética.
¿De los bombardeos a Cuba? Nada (APLAUSOS). ¿De las agresiones a Cuba? Nada.
Desde luego, hay algo que debemos recordar, y que de alguna forma debe preocuparnos a todos. Todos nosotros, sin que ninguno de los aquí presentes se escape, estamos siendo actores y partícipes de un minuto trascendental de la historia de la humanidad. A veces, aparentemente, la censura no llega, es decir, la crítica y la condenación de nuestros hechos, aparentemente no nos percatamos de ella, y es, sobre todo, cuando nos olvidamos de que así como nosotros hemos tenido el privilegio de ser actores de este minuto trascendental de la historia, algún día también la historia nos juzgará por nuestros actos. Y frente a la indefensión en que quedó nuestra patria en la reunión de Costa Rica… Por eso nosotros nos sonreímos, porque la historia juzgará ese episodio.
Y lo digo sin amargura: es difícil condenar a los hombres. Los hombres son, muchas veces, juguetes de las circunstancias, y nosotros que sabemos lo que fue la historia de nuestro país,