Artivismo como arma electoral

MARINA ISUN

El artivismo ha aterrizado en estos años como uno de los nuevos conceptos de moda, un neologismo comunicativo que parece estar ya implícito en gran parte de las campañas actuales.

El artivismo conecta el arte y el activismo y usa la creatividad para generar conciencia, inspirar, denunciar y movilizar al espectador. El artivismo transforma la acción y la intervención política, explora nuevas formas de ejecución y va más allá de los paradigmas tradicionales del activismo. A la vez, el arte de las galerías y lo traslada al espacio público, al alcance de todos.

En una época de saturación comunicativa, llamar la atención no es fácil. El artivismo ha impulsado la denuncia social y ha conectado la acción política con la retina de los ciudadanos. Ha sabido llamar su atención, generar conciencia y reconectar, en muchos casos, el arte con el público. El arte como herramienta de transformación social tampoco es nuevo. De hecho, a lo largo de la historia, el arte ha sido usado como un canal de denuncia social. Lo vimos en las reivindicaciones del Mayo del 68, en la obra de Joseph Beuys y sus 7000 robles, como una reivindicación medioambiental, o incluso en el Guernica de Pablo Picasso, que denunciaba las atrocidades de la Guerra Civil, por poner sólo algunos ejemplos.

El artivismo ha acompañado a varias campañas políticas recientes, superando en impacto comunicativo a la comunicación política tradicional. Dos ejemplos claros serían la campaña de Bernie Sanders, #FeelTheBern, y la de Manuela Carmena #MadridConManuela. En ambos casos, nacieron plataformas ciudadanas donde artistas, a través de sus especialidades, tales como la ilustración, el diseño gráfico o la música, aportaban creatividades de apoyo a sus candidatos. Acciones que nacían de una lógica individual de activismo político, se articulaban en una campaña comunicativa impulsada por las redes sociales y llegaban más lejos que las propias acciones articuladas desde los comités de campaña. La socialización de la creatividad de los artistas convertía dichas campañas en verdaderas galerías de arte.

Ahora bien, me pregunto qué futuro tiene el artivismo en una sociedad de consumo como es la actual. La transición que está viviendo este tipo de arte, con voluntad activista y de denuncia social, a ser una nueva tendencia en la estética comunicativa urbanita. Los murales, diseños, carteles y grafitis que llenaban las calles están pasando a ser la nueva tendencia de moda. A ser ese complemento ideal en un look en forma de gorra, bolso o carpeta, o la última exposición en el museo de tu ciudad o el fondo ideal para influencers en Instagram. Este nuevo arte político no viene de la mano de artistas, sino de consultores, publicistas, diseñadores, etc. que superan el clásico arte de agitación y propaganda, agitprop, para llegar a campañas publicitarias con nuevo lenguaje estético más fresco y moderno.

Uno de los mayores representantes del artivismo, o de los más conocidos, ha sido Shepard Fairey. Su figura y su evolución es un buen ejemplo de la transformación que está viviendo el artivismo.

Shepard Fairey, conocido como Obey, empezó como un artista callejero clandestino, con una estética muy concreta que podría recordar a los viejos carteles soviéticos. Sus carteles, murales y otras expresiones artísticas han cultivado el Street Art americano, pero sin duda su fama se vio impulsada con el famoso retrato de Barack Obama para la campaña presidencial y su ya conocidísimo Hope. Este cartel, que también tuvo sus versiones con Change y Progress, empezó como una iniciativa individual del artista, carteles que el mismo imprimió y vendió en las calles. Ante tal popularidad y con la aprobación del equipo de campaña de Obama, nació la icónica estética que marcó esa campaña y, con ello, la popularidad de Fairey. Laura Barton, en su columna en The Guardian[1], lo equiparaba al famoso e icónico retrato del Che Guevara de Jim Fitzpatrick, y pronosticaba su futuro engalanando camisetas, tazas de café y paredes de habitaciones de estudiantes. Estaba en lo cierto.

Con el mito y la fama, llegó también el negocio. Fairey se prestó como diseñador para campañas de marketing de Nike o Saks Fifth Avenue. Hizo portadas de álbumes musicales y la portada para Time en su edición de Person of the year. También participó en exhibiciones y libros de arte como  Art For Obama: Designing Manifest Hope and the Campaign for Change. Con su comercialización llegó la imitación y la parodia, pero también llegó la crítica por parte del gremio artivista y de los activistas más acérrimos. ¿Era lógica la denuncia del sistema capitalista y de la globalización desde obras que podían llegar a los 100.000 dólares en galerías?

Las contradicciones inherentes en el nuevo artivismo son claras. Compaginar la denuncia social, como sus creaciones en apoyo al movimiento Occupy o sus últimas obras para la campaña anti Trump, We The People, y participar en campañas publicitarias de grandes marcas, tiene un coste, que es la credibilidad en los movimientos sociales y culturales.

Pero a la vez me pregunto, ¿ser activista y sumar en la denuncia social implica renunciar a una carrera de éxito como diseñador? ¿La popularidad y transversalidad que pueda alcanzar, incluyendo sus obras más críticas, restan en las campañas activistas por el hecho de haber sido mercantilizadas? Shepard Fairey se defiende de aquellos que lo acusan diciendo que él sigue siendo activista, más allá de artista, y que cree que puede seguir generando cambio y crear conciencia crítica des de “dentro del sistema”.

El hecho es que Obey ya ha generado un cambio en la comunicación política. Su irrupción estética está inspirando nuevas tendencias gráficas en campañas políticas. Partidos políticos que apuestan por publicistas e ilustradores con opciones más arriesgadas y poco convencionales, bajo el paraguas de la visibilización comunicativa.  Apuestas por un arte, más fresco y juvenil, que inspire y llegue más lejos que los habituales carteles políticos, haciendo que millenials cuelguen en sus habitaciones carteles políticos o que políticos del establishment[2] suavicen y modernicen su perfil con pósters en sus despachos.

A la espera de que el artivismo no pierda su activismo en una creciente y acomodada institucionalización en ciudades posmodernas, ¡bienvenido sea el arte en la comunicación política!

 

Marina Isun es Consultora en comunicación. Trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona y para una ONG. (@marinaisun)

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[1] Laura Barton, “Hope – the image that is already an American classic”, The Guardian, 10 de septiembre de 2008. https://www.theguardian.com/artanddesign/2008/nov/10/barackobama-usa

[2] Emma Defaud, “Street-art et déco contemporaine pour l’interview de Macron sur TF1”, L’Express, 15 de octubre de 2017. https://www.lexpress.fr/actualite/politique/street-art-et-deco-contemportaine-pour-l-interview-de-macron-sur-tf1_1952600.html