GASTÓN ENRIQUE GARRIGA
“La popularidad de Boric ha caído mucho más rápido que la de sus antecesores en La Moneda”, afirma El País. “El 60% de los peruanos aprueba que el presidente Castillo sea investigado”, titula Infobae. Podríamos imaginar en el corto plazo un futuro similar para Petro o para Lula si se coronara, como indican las encuestas.
Aunque la pérdida temprana de legitimidad no es un problema exclusivo de los líderes de carácter nacional y popular -como bien podría atestiguar Lasso-, son estos quienes más lo padecen.
Entre los motivos más evidentes podemos citar el rol de la prensa, generalmente alineada con los intereses corporativos que estos gobiernos pretenden afectar; la penosa situación de nuestros estados, cada vez más impotentes a la hora de intervenir sobre la realidad y transformarla, frente al poder creciente de grandes conglomerados financieros, económicos y desterritorializados y, claro, el siempre doloroso gap entre las expectativas generadas y la gris cotidianeidad de la gestión.
Sin embargo, la lista no se agota ahí. Acaso sea Byun Chul Han, el filósofo alemán de origen coreano, quien mejor describe al individuo de esta época. El sujeto promedio, formateado y gobernado por un smartphone cargado de aplicaciones, es un ser ansioso e impaciente, que no acepta que determinados problemas complejos no se resuelven apretando un botón, a diferencia de la cena de esta noche o la cita del sábado. Es entonces la noción de proceso, de construcción, la que se ve amenazada y la tentación de la antipolítica -”son todos iguales”- la que sale fortalecida.
Pero este es apenas uno de los problemas. Este sujeto es también más irritable, violento e intolerante: peor que un niño encaprichado. ¿Por qué? Tal como afirma Han, los procesos de formación de opinión ya no son públicos, ya no hay debate ni argumentación entre seres racionales, otros, distintos, que encarnan distintas posiciones, pero igualmente respetables como sujetos de derecho. Esto ocurría, sostiene, cuando los medios masivos eran una extensión del ágora, un espacio puramente moderno.
Hoy, agrego, los medios masivos se debaten entre la nostalgia de un circo abandonado y la “algoritmización” que les permita sobrevivir, como el parripollo que muta en venta de accesorios para celulares. Conservan apenas un poder residual, porque la formación de la opinión es un proceso privado, en el que los algoritmos seleccionan mensajes y discursos de acuerdo a cada perfil psicográfico y estimulan determinados sentimientos y pasiones.
La diferencia sustantiva entre este modelo y el anterior es la exclusión del otro. El otro deja de existir como categoría. Ya no hay, en el mundo segmentado en burbujas -o peceras o comunidades de sentido- opiniones contrapuestas, sólo reafirmaciones identitarias. Cuando el otro aparece en la vida real, se convierte en un problema o directamente en una amenaza que debe ser suprimida o resuelta.
La toma del Capitolio en los primeros días de 2021 es el mejor ejemplo, pero no el único. Diez o quince años atrás, los ucranianos no hubieran imaginado a un comediante televisivo como Zelenski de presidente ni en sus peores pesadillas. La realidad se acerca peligrosamente a ficciones como la serie “Years and years” de la BBC o la novela “Aniquilación” de Michel Houellebecq. La sociedad se fragmenta en distintos grupos que buscan aniquilarse mutuamente, por ahora en el plano verbal y simbólico…¿Se puede detener esta alocada y estúpida carrera hacia la autodestrucción?
Sí, se puede. La responsabilidad es del peronismo argentino, del PT brasileño, del Frente Amplio chileno y uruguayo, del Pacto Histórico colombiano, del MAS en Bolivia, de Morena en México, y así. De las fuerzas cuyas bases sociales más sufren y sufrirán, de consolidarse esta tendencia.
¿Cómo? Involucrando activamente a su militancia, para devolverle a la política humanidad y presencia. La vida digital alienta comportamientos agresivos mucho menos frecuentes cara a cara. La formación de la militancia en comunicación persuasiva, permite que cada uno, en su ámbito, en pequeña escala, actúe como el algoritmo para combatirlo. Esto es, incorporando y procesando información que se traduce pronto en discursos a medida y diálogos elaborados, pero con el objetivo estratégico de sustraerlo de su aislamiento, alienación y desconfianza para finalmente reconciliarlo con la política.
Una campaña molecular implica un esfuerzo enorme de organización, planificación, formación y seguimiento, de desarrollo e instalación capilar de narrativas para cada situación. Pero es un camino posible y probado para recuperar y revitalizar la política, única herramienta que puede salvarnos de un abismo peligrosamente cercano.
Gastón Enrique Garriga es Docente y consultor en comunicación política. Miembro fundador de www.gruponomeolvides.net.ar. Autor de “Campañas moleculares” y “Tecnopolítica y tercera posición”. Columnista habitual de https://am530somosradio.com. (@gaston_garriga)