Honorables señores del Comité Nobel de la Paz,
Sus majestades los Reyes de Noruega,
Excelentísima señora Primer Ministro,
Excelentísimos miembros de gobiernos y del Cuerpo Diplomático,
Apreciables compatriotas guatemaltecos,
Señoras y señores.
Me llena de emoción y orgullo la distinción que se me hace al otorgarme el Premio Nobel de la Paz 1992. Emoción personal y orgullo por mi Patria de cultura milenaria. Por los valores de la comunidad del pueblo al que pertenezco, por el amor a mi tierra, a la madre naturaleza. Quien entiende esta relación, respeta la vida y exalta la lucha que se hace por esos objetivos.
Considero este Premio, no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido divididos y fragmentados y han sufrido el genocidio, la represión y la discriminación.
Permítanme expresarles todo lo que para mí significa este Premio.
En mi opinión, el Premio Nobel nos convoca a actuar en función de lo que representa y en función de su gran trascendencia mundial. Es, además de una inapreciable presea, un instrumento de lucha por la paz, por la justicia, por los derechos de los que sufren las abismales desigualdades económicas, sociales, culturales y políticas, propias del orden mundial en que vivirnos, y cuya transformación en un nuevo mundo basado en los valores de la persona humana, es la expectativa de la gran mayoría de seres que habitamos este planeta.
Este Premio Nobel significa un portaestandarte para proseguir con la denuncia de la vioiación de los Derechos Humanos, que se cometen contra los pueblos en Guatemala, en América y en el mundo, y para desempeñar un papel positivo en la tarea que más urge en mi país, que es el logro de la paz con justicia social.
El Premio Nobel es un emblema de la Paz y del trabajo en la construcción de una verdadera democracia. Estimulará a los sectores civiles para que, en una sólida unidad nacional, aporten en el proceso de negociaciones en busca de la paz, reflejando el sentir generalizado – aunque algunas veces no expresado por el temor – de la sociedad guatemalteca; el de sentar las bases políticas y jurídicas para darle impulso irreversible a la solución de las causas que dieron origen al conflicto armado interno.
Sin duda alguna, constituye una señal de esperanza para las luchas de los pueblos indígenas en todo el Continente.
También es un homenaje para los pueblos centroamericanos que aún buscan su estabilidad, la conformación de su futuro y el sendero de su desarrollo e integración sobre la base de la democracia civil y el respeto mutuo.
El significado que tiene este Premio Nobel lo demuestran los mensajes de felicitación que llegaron de todas partes, desde jefes de Estado – casi todos los Presidentes de América – hasta las Organizaciones Indígenas y de Derechos Humanos, de todas partes del mundo. De hecho, ellos ven en este Premio Nobel no solamente un galardón y un reconocimiento a una persona, sino un punto de partida de arduas luchas por el logro de esas reivindicaciones que están todavía por cumplirse.
En contraste, paradójicamente, fue precisamente en mi país donde encontré de parte de algunos las mayores objeciones, reservas e indiferencia respecto al otorgamiento del Nobel a esta india quiché. Tal vez porque, en América, sea precisamente en Guatemala en donde la discriminación hacia el indígena, hacia la mujer y la resistencia hacia los anhelos de justicia y paz, se encuentran más arraigadas en ciertos sectores sociales y políticos.
En las actuales circunstancias de este mundo convulso y complejo, la decisión del Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz de otorgarme esta honorable distinción, refleja la conciencia de que por ese medio se está dando un gran aliento a los esfuerzos de paz, reconciliación y justicia; a la lucha contra el racismo, la discriminación cultural, para contribuir al logro de la convivencia armónica entre nuestros pueblos.
Con profundo dolor, por una parte, pero con satisfacción por otra, hago del conocimiento de ustedes, que temporalmente el Premio Nobel de la Paz 1992 tendrá que permanecer en la Ciudad de México, en vigilia por la paz en Guatemala. Porque no hay condiciones políticas en mi país que permitan avizorar una pronta y justa solución. La satisfacción y reconocimiento provienen del hecho de que México, nuestro hermano país vecino, que tanto interés y esfuerzo ha puesto en las negociaciones que se realizan para lograr la paz y ha acogido a los refugiados y exiliados guatemaltecos, nos ha otorgado un lugar en el Museo del Templo Mayor (cuna de la memoria milenaria de los Aztecas) para que el Premio Nobel resida, en tanto se crean las condiciones de paz y seguridad para ubicarlo en Guatemala, la tierra del Quetzal.
Al valorar en todo lo que significa el otorgamiento del Premio Nobel, quiero decir algunas palabras en representación de aquellos que no pueden hacer llegar su voz o son reprimidos por expresarla en forma de opinión, de los marginados, de los discriminados, de los que viven en la pobreza, en la miseria, víctimas de la represión y de la violación a los derechos humanos. Sin embargo, ellos que han resistido por siglos, no han perdido la conciencia, la determinación, la esperanza.
Permítanme, señoras y señores, decirles algunas palabras sobre mi país y la Civilización Maya. Los Pueblos Mayas se desarrollaron geográficamente en una extensión de 300 mil kilómetros cuadrados; ocuparon lugares en el Sur de México, Belice, Guatemala y partes de Honduras y El Salvador; desarrollaron una civilización muy rica en los campos de la organización política, en lo social y económico; fueron grandes científicos en lo concerniente a las matemáticas, la astronomía, la agricultura, la arquitectura y la ingeniería; y grandes artistas en la escultura, la pintura, el tejido y el tallado.
Los Mayas descubrieron la categoría matemática CERO, casi al mismo tiempo que ésta fue descubierta en la India y después trasladada a los árabes. Sus previsiones astronómicas basadas en cálculos matemáticos y observaciones científicas, son asombrosos todavía ahora. Elaboraron un calendario más exacto que el Gregoriano, y en la medicina practicaron operaciones quirúrgicas intracraneanas.
En uno de los libros Mayas que escaparon de la destrucción conquistadora, conocido como Códice de Dresden, aparecen los resultados de la investigación acerca de los eclipses y contiene una tabla de 69 fechas, en las cuales ocurren eclipses solares en un lapso de 33 años.
Es importante destacar hoy el respeto profundo de la civilización Maya hacia la vida y la naturaleza en general.
¿Quién puede predecir qué otras grandes conquistas científicas y qué desarrollo habrían logrado alcanzar esos pueblos, si no hubieran sido conquistados a sangre y fuego, objetos del etnocidio, que alcanzó casi 50 millones de personas en 50 años?
Este Premio Nobel lo interpreto primero como un homenaje a los pueblos indígenas sacrificados y desaparecidos por la aspiración de una vida más digna, justa, libre, de fraternidad y comprensión entre los humanos. Los que ya no están vivos para albergar la esperanza de un cambio de la situación de pobreza y marginación de los indígenas, relegados y desamparados en Guatemala y en todo el continente americano.
Reconforta esta creciente atención, aunque llegue 500 años más tarde, hacia el sufrimiento, la discriminación, la opresión y explotación que nuestros pueblos han sufrido, pero que gracias a su propia cosmovisión y concepción de la vida han logrado resistir y finalmente ver con perspectivas promisorias. Cómo, de aquellas raíces que se quisieron erradicar, germinan ahora con pujanza, esperanzas y representaciones para el futuro.
Implica también una manifestación del progresivo interés y comprensión internacional por los Derechos los Pueblos originarios, por el futuro de los más de 60 millones de indígenas que habitan nuestra América y su fragor de protesta por los 500 años de opresión que han soportado. Por el genocidio incomparable que han sufrido en toda esta época, del que otros países y las élites en America se han favorecido y aprovechado.
¡Libertad para los indios donde quieran que estén en América y en el mundo, porque mientras vivan vivirá un brillo de esperanza y un pensar original de la vida!
Las manifestaciones de júbilo de las Organizaciones Indígenas de todo el continente y las congratulaciones mundiales recibidas por el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, expresan claramente la trascendencia de esta decisión. Es el reconocimiento de una deuda de Europa para con los pueblos indígenas americanos; es un llamado a la conciencia de la Humanidad para que se erradiquen las condiciones de marginación que los condenó al coloniaje y a la explotación de los no indígenas; y es un clamor por la vida, la paz, la justicia, la igualdad y hermandad entre los seres humanos.
La particularidad de la visión de los pueblos indígenas se manifiesta en las formas de relacionarse. Primero, entre los seres humanos, de manera comunitaria. Segundo, con la tierra, como nuestra madre, porque nos da la vida y no es sólo una mercancía. Tercero, con la naturaleza; pues somos partes integrales de ella y no sus dueños.
La madre tierra es para nosotros, no solamente fuente de riqueza económica que nos da el maíz, que es nuestra vida, sino proporciona tantas cosas que ambicionan los privilegiados de hoy. La tierra es raíz y fuente de nuestra cultura. Ella contiene nuestra memoria, ella acoge a nuestros antepasados y requiere por lo tanto también que nosotros la honremos y le devolvamos con ternura y respeto los bienes que nos brinda. Hay que cuidar y guardar la madre tierra para que nuestros hijos y nuestros nietos sigan percibiendo sus beneficios. Si el mundo no aprende ahora a respetar la naturaleza ¿qué futuro tendrán las nuevas generaciones?
De estos rasgos fundamentales se derivan comportamientos, derechos y obligaciones en el continente americano, tanto para los indígenas como para los no indígenas, sean estos mestizos, negros, blancos o asiáticos. Toda la sociedad tiene la obligación de respetarse mutuamente, de aprender los unos de los otros y de compartir las conquistas materiales y científicas, según su propia conveniencia. Los indígenas jamás han tenido, ni tienen, el lugar que les corresponde en los avances y los beneficios de la ciencia y la tecnología, no obstante que han sido base importante de ellos.
Las civilizaciones indígenas y las civilizaciones europeas de haber tenido intercambios de manera pacífica y armoniosa, sin que mediara la destrucción, explotación, discriminación y miseria, seguramente habrían logrado una conjunción con mayores y más valiosas conquistas para la Humanidad.
No debemos olvidar que cuando los europeos llegaron a América, florecían civilizaciones pujantes. No se puede hablar de descubrimiento de América, porque se descubre lo que se ignora o se encuentra oculto. Pero América y sus civilizaciones nativas se habían descubierto a sí mismas mucho antes de la caída del Imperio Romano y del Medioevo europeo. Los alcances de sus culturas forman parte del patrimonio de la Humanidad y siguen asombrando a sus estudiosos.
Pienso que es necesario que los pueblos indígenas, de los que soy una de sus miembros, aporten su ciencia y sus conocimientos al desarrollo de los humanos, porque tenemos enormes potenciales para ello, intercalando nuestras herencias milenarias con los avances de la civilización en Europa y otras regiones del mundo.
Pero ese apolle, que nosotros emendemos como un rescate del patrimonio natural y cultural, debe de ser en tanto que actores de una planificación racional y consensúa! del usufructo de los conocimientos y recursos naturales, con garantías de igualdad ante el Estado y la sociedad.
Los indígenas estamos dispuestos a combinar tradición con modernidad, pero no a cualquier precio. No consentiremos que el futuro se nos plantee como posibles guardias de proyectos etnoturísticos a escala continental.
En un momento de resonancia mundial en torno a la conmemoración del V Centenario de la llegada de Cristobal Colón a tierras americanas, el despertar de los pueblos indígenas oprimidos nos exige reafirmar ante el mundo nuestra existencia y la validez de nuestra identidad cultural. Nos exige que luchemos para participar activamente en la decisión de nuestro destino, en la construcción de nuestros estados-naciones. Si con ello no somos tomados en cuenta, hay factores que garantizan nuestro futuro: la lucha y la resistencia; las reservas de ánimo; la decisión de mantener nuestras tradiciones puestas a prueba por tantas dificultades, obstáculos y sufrimientos; la solidaridad para con nuestras luchas por parte de muchos países, gobiernos, organizaciones y ciudadanos del orbe.
Por eso sueño con el día en que la interrelación respetuosa justa entre los pueblos indígenas y otros pueblos se fortalezca, sumando potencialidades y capacidades que contribuyan a hacer la vida en este planeta menos desigual, más distributiva de los tesoros científicos y culturales acumulados por la Humanidad, floreciente de paz y justicia.
Creo que esto es posible en la práctica y no solamente en la teoría. Pienso que esto es posible en Guatemala y en muchos otros países que se encuentran sumidos en el atraso, el racismo, la descriminación y el subdesarrollo.
El día de hoy, en el 47 período de sesiones de la Asamblea General, la Organización de Naciones Unidas – ONU – inaugura 1993 como Año Internacional de los Pueblos Indios, en presencia de destacados dirigentes de las organizaciones de los pueblos indígenas y de la coordinación del Movimiento Continental de Resistencia Indígena, Negra y Popular, que participarán protocolariamente en la apertura de labores a fin de exigir que 1993 sea un año con acciones concretas para darle verdaderamente su lugar a los pueblos indígenas en sus contextos nacionales y en el concierto internacional.
La conquista del Año Internacional de los Pueblos Indígenas y los avances que représenta la elaboración del proyecto de Declaración Universal son producto de la participación de numerosos hermanos indígenas, organizaciones no gubernamentales y la gestión éxitosa de los expertos del Grupo de Trabajo asi como la comprensión de varios estados en el seno de la Organización de las Naciones Unidas.
Esperamos que la formulación del proyecto de Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas examine y profundice en la contradicción existente entre los avances en materia de derecho internacional y la difícil realidad que en la práctica vivimos los indoamericanos.
Nuestros pueblos tendrán un año dedicado a los problemas que los aquejan y, para ello, se aprestan a llevar a cabo actividades con el objetivo de hacer planteamientos y presionar, mediante las más razonables formas y las argumentaciones más valederas y justas, para la eliminación del racismo, la opresión, la discriminación y la explotación que los ha sumido en la miseria y en el olvido. Para los condenados de la tierra también la adjudicación del Premio Nobel representa un reconocimiento, un aliciente y un objetivo.
Desearía que se desarrollara en todos los pueblos un consciente sentido de paz y el sentimiento de solidaridad humana, que puedan abrir nuevas relaciones de respeto e igualdad para el próximo milenio, que deberá ser de fraternidad y no de conflictos cruentos.
En todas partes se está conformando una opinión sobre un fenómeno de actualidad, que a pesar de que se expresa entre guerras y violencia, le plantea a la Humanidad entera la defensa de su validez histórica: la unidad en la diversidad. Y que nos llama a la reflexión para incorporar importantes elementos de cambio y transformación en todos los aspectos de la vida del mundo, en busca de soluciones específicas y concretas a la profunda crisis ética que aqueja a la Humanidad. Esto sin duda tendrá influencias determinantes en la conformación del futuro.
Es posible que algunos centros de poder político y económico, algunos estadistas e intelectuales, todavía no alcancen a comprender el despertar y la configuración promisoria que significa la participación activa de los pueblos indígenas en todos los terrenos de la actividad humana, pero el movimiento amplio y plural desencadenado por las diferentes expresiones políticas e intelectuales amerindias terminará por convencerlos que objetivamente somos parte constituyente de las alternativas históricas que se están gestando a nivel mundial.
Señoras y señores, unas francas palabras sobre mi país.
La atención que con este Premio Nobel de la Paz se centra en Guatemala deberá permitir que internacionalmente se deje de ignorar la violación a los derechos humanos y honrará a todos aquellos que murieron luchando por la igualdad social y la justicia en mi país.
El mundo conoce que el pueblo guatemalteco, mediante su lucha, logró conquistar en octubre de 1944 un periodo de democracia, en que la institucionalidad y los derechos humanos fueron su filosofía esencial. En esa época, Guatemala fue excepcional en el continente americano en su lucha por alcanzar la plena soberanía nacional. Pero en 1954, en una confabulación que unió a los tradicionales centros de poder nacionales, herederos del coloniaje, con poderosos intereses extranjeros, el régimen democrático fue derrocado a través de una invasión armada e impuso de nuevo el viejo sistema de opresión que ha caracterizado la historia de mi país.
La sujeción política, económica y social que se derivó de ese producto de la guerra fría dio origen al conflicto armado interno. La represión contra las organizaciones populares, los partidos democráticos, los intelectuales empezó en Guatemala mucho antes de que se iniciara la guerra. No lo olvidemos.
En el intento de sofocar la rebelión, las dictaduras cometieron las más grandes atrocidades. Se arrasaron aldeas, se asesinaron decenas de miles de campesinos, principalmente indígenas, centenas de sindicalistas y estudiantes, numerosos periodistas por dar a conocer la información, connotados intelectuales y políticos, religiosos y religiosas. Por medio de la persecución sistemática, en aras de la doctrina de seguridad del Estado, se forzó al desplazamiento de un millón de campesinos; a la búsqueda del refugio por parte de 100 mil más en países vecinos. Hay en Guatemala casi 100 mil huérfanos y más de 40 mil viudas. En Guatemala se inventó, como política de Estado, la práctica de los desaparecidos políticos.
Como ustedes saben, yo misma soy sobreviviente de una familia masacrada.
El país se desplomó en una crisis sin precedentes y los cambios en el mundo obligaron e incitaron a los militares a permitir una apertura política que consistió en la elaboración de una nueva Constitución, en una ampliación del juego político y el traspaso del gobierno a sectores civiles. Llevamos ocho años de este nuevo régimen, en el que los sectores populares y medios se han abierto espacios importantes.
No obstante en los espacios abiertos persiste la represión y la violación a los derechos humanos en medio de una crisis económica, que se ha agudizado a tal punto, que el 84% de la población es considerada como pobre y alrededor del 60% como muy pobre. La impunidad y el terror continúan impidiendo la libre manifestación del pueblo por sus necesidades y demandas vitales. Perdura el conflicto armado interno.
La vida política de mi país ha girado en este último tiempo en torno a la búsqueda de una solución política a la crisis global y al conflicto armado que vive Guatemala desde 1962. Este proceso tuvo su origen en el Acuerdo suscrito en esta misma capital, Oslo, entre la Comisión Nacional de Reconciliación con mandato gubernamental, y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, como un paso necesario para introducir a Guatemala en el espíritu del Acuerdo de Esquipulas.
Como consecuencia de este Acuerdo, después de la realización de conversaciones entre la URNG y diversos sectores de la sociedad guatemalteca, se iniciaron durante el régimen del Presidente Serrano negociaciones directas entre el gobierno y la guerrilla, resultado de las cuales han sido ya firmados tres acuerdos. Sin embargo, el tema de los Derechos Humanos ha ocupado bastante tiempo, porque constituye un tema eje de la problemática guatemalteca y alrededor del cual han surgido importantes diferencias. No obstante, se ha avanzado considerablemente también en el mismo.
El proceso de negociaciones busca acuerdos para establecer las bases de una democratización verdadera y la finalización de la guerra. Entiendo que con la buena voluntad de las partes y la participación activa de los sectores civiles, conformando una gran unidad nacional, se podrá rebasar la etapa de los propósitos y sacar a Guatemala de esa encrucijada histórica que ya nos parace eternizarse.
El diálogo y la negociación política son, sin duda, requisitos adecuados para que estos problemas se resuelvan y así ofrecer respuestas valederas y concretas a necesidades vitales y urgentes para la vida y democratización de nuestro pueblo guatemalteco. Pues, estoy convencida de que si los diversos sectores sociales que integran la sociedad guatemalteca encuentran bases de unidad, respetando sus diferencias naturales, podían hallar conjuntamente una solución a estos problemas y así resolver las causas que condujeron a la guerra que vive Guatemala.
Tanto los sectores civiles guatemaltecos como la comunidad internacional debemos exigir que las negociaciones entre el Gobierno y la URNG sobrepasen el periodo en que se encuentran en la discusión de los Derechos Humanos, y lleguen tan pronto como sea posible, a un acuerdo verificable por la Organización de las Naciones Unidas. Es necesario destacar aquí, en Oslo, que la situación de los Derechos Humanos en Guatemala constituye hoy por hoy el más urgente problema a resolver. Y mi afirmación no es ni casual ni gratuita.
Tal como lo han constatado instituciones internacionales como la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otros numerosos organismos humanitarios, Guatemala es uno de los países de América donde se comete el mayor número de violaciones a esos derechos, con la mayor impunidad, y en lo que generalmente están comprometidas de una u otra forma las fuerzas de seguridad. Es imprescindible que la represión y persecución que sufren los sectores populares e indígenas cesen. Que se ponga fin al reclutamiento forzado de jóvenes y a la integración forzada de las Patrullas de Autodefensa Civil, que afecta principalmente a los indígenas.
Urge construir una democracia en Guatemala. Es necesario lograr que se observen los derechos humanos en toda su gama: poner fin al racismo; garantizar la libre organización y locomoción de todos los sectores de la población. En definitiva, es imprescindible abrir el campo a la sociedad civil multiétnica, con todos sus derechos, desmilitarizar el país y sentar las bases para su desarrollo, a fin de sacarlo del atraso y la miseria en que se vive actualmente.
Uno de los más amargos dramas que puedan soportar porcentajes cuantiosos de población es el éxodo forzado. El verse obligados por la fuerza militar y la persecución a abandonar sus poblados, su madre tierra, el sitio de reposo de sus antepasados, su ambiente, la naturaleza que les dio la vida y la diseminación de sus comunidades, que constituyen un coherente sistema de organización social y de democracia funcional.
El caso de los desplazados y refugiados en Guatemala es desgarrador, una parte de ellos condenada al exilio en otros países y la gran mayoría al exilio en su propio país. Forzados a deambular de un lugar para otro, a vivir en barrancos y lugares inhóspitos, algunos desconocidos como ciudadanos guatemaltecos y todos condenados a la miseria y al hambre. No puede haber una democracia verdadera si este problema no se resuelve satisfactoriamente, reintegrando a esta población a sus tierras y poblados.
En la nueva sociedad guatemalteca una reorganización de la tenencia de la tierra es fundamental, para que permita tanto el desarrollo de las potencialidades agrícolas como la restitución a sus legítimos dueños de tierras comunales despojadas. Sin olvidar que este proceso reorganizador debe hacerse con el mayor respeto por la naturaleza, para preservarla y devolverle su vigor y capacidad de generar vida.
No menos distintiva de una democracia es la justicia social. Ella exige la solución de los aterradores índices de mortalidad infantil, de desnutrición, de falta de educación, de analfabetismo, de salarios de exterminio. Estos problemas aquejan creciente y dolorosamente a la población guatemalteca, sin perspectivas ni esperanza.
Entre los rasgos que caracterizan a la sociedad actual está el papel de la mujer, sin que por ello la emancipación de la mujer haya sido conquistada plenamente en ningún país del mundo.
El desarrollo histórico de Guatemala refleja ahora la necesidad y la irreversibilidad de la contribución activa de la mujer en la configuración del nuevo orden social guatemalteco y, modestamente, pienso que las mujeres indígenas somos ya un claro testimonio de ello. Este Premio Nobel es un reconocimiento a quienes han sido, y todavía lo son en la mayor parte del mundo, las más explotadas de los explotados; las más discriminadas de los discriminados; las más marginadas de los marginados y, sin embargo, productoras de vida de conocimiento, de expresión y de riqueza.
La democracia, el desarrollo y la modernización de un país se hacen imposibles e incongruentes sin la solución de estos problemas.
Igualmente importante es el reconocimiento en Guatemala de la Identidad y los Derechos de los Pueblos Indígenas, que han sido ignorados y despreciados no sólo en el período colonial, sino en la era republicana. No se puede concebir una Guatemala democrática, libre y soberana, sin que la identidad indígena perfile su fisonomía en todos los aspectos de la existencia nacional.
Será indudablemente algo nuevo, inédito, con una fisonomía que en este momento no podemos formular. Pero responderá auténticamente a la Historia y a las características que debe comprender una verdadera nacionalidad guatemalteca. A su perfil verdadero, por tanto tiempo desfigurado.
Esta urgencia y esta vital necesidad, son las que me conducen en este momento, en esta tribuna, a plantear a la opinión nacional y a la comunidad internacional interesarse más activamente en Guatemala.
Tomando en consideración que en relación a mi papel como Premio Nobel en el proceso de negociaciones por la paz en Guatemala se han manejado un abanico de posibilidades, pienso que éste es más bien el de promotora de la paz, la unidad nacional, de la defensa de los derechos indígenas. De tal manera que pueda tomar iniciativas acordes a las que se vayan presentando, evitando de esta manera encasillar el Premio Nobel en un papel.
Convoco a todos los sectores sociales y étnicos que componen el pueblo de Guatemala a participar activamente en los esfuerzos por encontrar una solución pacífica al conflicto armado, forjando una sólida unidad entre los pueblos ladino, negro e indígena, que deben de formar en su diversidad la guatemalidad.
Con ese mismo sentido, yo invito a la comunidad internacional a contribuir con acciones concretas a que las partes superen las diferencias que en este momento mantienen las negociaciones en una situación de expectativa, y así se logre, primero, firmar un acuerdo sobre Derechos Humanos. Para que luego se reanuden las rondas de negociación y se encuentren los puntos de compromiso que permitan que este acuerdo de Paz sea firmado y que la verificación del mismo se haga inmediatamente, pues no me cabe la menor duda de que ésto traería un alivio substancial a la situación existente en Guatemala.
Según mi opinión, también una participación más directa de las Naciones Unidas, que fuera más allá de un papel de observador, podría ayudar stancialmente al proceso a salir del paso.
Señoras y señores, el hecho de que me haya referido preferencialmente a América, y en especial a mi país, no significa que no ocupe un lugar importante en mi mente y corazón la preocupación que viven otros pueblos del mundo en su incesante lucha por defender la paz, el derecho a la vida y todos sus derechos inalienables. La pluralidad de los que nos encontramos reunidos este día es un ejemplo de ello y en tal sentido les doy humildemente las gracias en nombre propio.
Muchas cosas han cambiado en estos años. Grandes transformaciones de carácter mundial han tenido lugar. Dejó de existir la confrontación Este-Oeste y se terminó la Guerra Fría. Estas transformaciones, cuyas modalidades definitivas no se pueden predecir, han dejado vacíos que pueblos del mundo han sabido aprovechar para emerger, luchar y ganar espacios nacionales y reconocimiento internacional.
En la actualidad, luchar por un mundo mejor, sin miseria, sin racismo, con paz en el Oriente Medio y el Sudoeste Asiático, a donde dirijo mi plegaria para la liberación de la señora Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1991; por una solución justa y pacífica para los Balcanes; por el fin del apartheid en el Sur de Africa; por la estabilidad en Nicaragua; por el cumplimiento de los Acuerdos de Paz en El Salvador; por el restablecimiento de la democracia en Haití; por la plena soberanía de Panamá; por que todo ello constituye las más altas aspiraciones de justicia en la situación internacional.
Un mundo en paz que le dé coherencia, interrelación y concordancia a las estructuras económicas, sociales y culturales de las sociedades. Que tenga raíces profundas y una proyección robusta.
Tenemos en nuestra mente las demandas más sentidas de la Humanidad entera, cuando propugnamos por la convivencia pacífica y la preservación del medio ambiente.
La lucha que libramos acrisola y modela el porvenir.
Nuestra historia es una historia viva, que ha palpitado, resistido y sobrevivido siglos de sacrificios. Ahora resurge con vigor. Las semillas, durante tanto tiempo adormecidas, brotan hoy con certidumbre, no obstante que germinan en un mundo que se caracteriza actualmente por el desconcierto y la imprecisión.
Sin duda que será un proceso complejo y prolongado, pero no es una utopía y nosotros los indígenas tenemos ahora confianza en su realización. Sobre todo, si quienes añoramos la paz y nos esforzamos porque se respeten los derechos humanos en todas partes del mundo donde se violan, y nos oponemos al racismo, encaminamos nuestro empeño en la práctica con entrega y vehemencia.
El Pueblo de Guatemala se moviliza y está consciente de sus fuerzas para construir un futuro digno. Se prepara para sembrar el futuro, para liberarse de sus atavismos, para redescubrirse a sí mismo. Para construir un país con una auténtica identidad nacional. Para comenzar a vivir.
Combinando lodos los matices ladinos, garítunas e indígenas del mosaico étnico de Guatemala debemos entrelazar cantidad de colores, sin entrar en contradicción, sin que sean grotescos y antagónicos, dándoles brillo y una calidad superior, como saben tejer nuestros artesanos. Un güipil genialmente integrado, una ofrenda a la Humanidad.
Muchas gracias.