A la prensa también le gusta Maquiavelo

ALBERTO ASTORGA

Colonna es el personaje central de la novela “Número cero” de Umberto Eco, una parodia de ese extraño matrimonio que conforman la política y la prensa y que destapa de forma sarcástica unas prácticas periodísticas bastante poco decentes.

Si se dice que la política hace extraños compañeros de cama, en este caso no se hace rara la pareja, puesto que cierto periodismo se conduce bajo prácticas que no se diferencian mucho de las que denuncian como habituales en la política. Si la política carga con la fama de servirse de los ciudadanos, el “Cuarto Poder” también conoce y utiliza las artes de Maquiavelo.

Colonna es un periodista fracasado, que es contratado como redactor jefe de un futuro periódico, Domani, “Mañana”. Su cometido será dirigir una peculiar plantilla de periodistas para elaborar un diario que haga ver las posibilidades de manipulación, coacción y chantaje a los círculos del poder político y económico.

El interés no está en preparar la salida del diario, sino en confeccionar algunos “números cero” que muestren esa capacidad manipuladora y que sirvan de amenaza al poder. El promotor, un multimillonario magnate de los medios, aspira a aumentar su influencia, no ya con que el diario se publique, sino con el simple temor a que suceda.

Aprovechando las reuniones del equipo de redacción, Umberto Eco, a través de Colonna, nos muestra una serie de astucias y recursos periodísticos con los se produce la vergonzosa inversión de que “no son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias”.

Si uno de los principios del periodismo es separar hechos de opiniones. ¿Cómo puede hacerse pasar una opinión como una noticia sin que el lector lo note?

Para Colonna es sencillo. El periodista debe buscar declaraciones de terceros, de alguien que estuviera presente o a quien simplemente se lo contaron.  Cuando el periodista coloque las comillas a esas declaraciones, se produce la magia de convertirlas en hechos: es un hecho que esa persona ha dicho eso.

Para que el lector crea que esta recibiendo información objetiva, deben buscarse más declaraciones que muestren diversidad. La astucia se encuentra en entrecomillar primero una declaración con poco sentido y, en segundo lugar y de forma más destacada, entrecomillar aquella más razonada, más en la línea con lo que el periodista o su dirección prefieran. Mejor aun si dirige responsabilidades hacia personas o instituciones.

Se aportan dos visiones, quizás más, pero el lector esta inducido a aceptar la más sensata. Ahí esta. Ya se ha colado la opinión como si de una noticia se tratara.

Pongamos un ejemplo. Un niño, en el parque de su barrio, es picado por un insecto. La declaración trivial: “Los niños no pueden salir a jugar y las madres estamos preocupadas”. La opinión más jugosa: “Es una vergüenza que el ayuntamiento tenga este barrio abandonado y no son solo los bichos, sino los jardines descuidados, la basura y la inseguridad”. La noticia no es ya que al niño le haya picado un bicho, sino el abandono al que el ayuntamiento tiene sometido al barrio. Una opinión es noticia.

Otra artimaña es la que Colonna denomina “método de la agenda”. Juntar distintas noticias que compartan algún elemento común, genera una noticia de mayor impacto y agranda cada una de las publicadas. Se pueden editar las distintas noticias en una misma página y con un titular principal para todas, o bien un solo artículo que reseñe las noticias publicadas bajo un titular que afecte al elemento común.

Así, se logra transmitir una alarma. Si el lector ve cada una de las noticias separadamente, no repararía en ellas por considerarlas triviales. Con “la agenda”, y ante la magnitud de lo que se le anuncia en el titular, repara, se para y las lee, generándole un estado de ánimo. Esa es la noticia.     

Imaginen ustedes que a un famoso le ponen una multa de tráfico. No parece interesante reparar en ella, pues a todos, también a los famosos, nos ponen multas. Esa noticia pasaría desapercibida. Pero como hay más famosos, políticos, artistas y deportistas multados, si se publican todas bajo el titular  común de “Esperanza Aguirre, Messi, Piqué y otros famosos piruleros al volante”, la cosa cambia. Se está comunicando que ciertos personajes, algunos políticos, se saltan las normas de circulación a la torera.

Si se quisiera menoscabar la imagen de alguien, siempre que suceda algo similar a lo que se publicó, aunque sea otro entorno y circunstancias, se hará “referencia” a lo publicado anteriormente, explicando el paralelismo entre ambas, aunque no exista.

Para Colonna, las “cartas al director” son muy útiles para mantener el estado de opinión deseado y estirar además la noticia. Da igual quién las firme o dónde se elaboren, lo importante es que su constante publicación hace que la noticia se recuerde y que en el lector se mantenga al día. Si se recibiera una carta real con una opinión contraria, terminaría directamente en la papelera del director.

La opinión de la habitual plantilla de columnistas, su continuo goteo de opiniones sobre el asunto, que en otras ocasiones sirvieron al lector de referencia, juegan ahora el papel de reforzar y dar sostén intelectual al periódico.

Otra habilidad de “Domani”, será la de contrarrestar el temido desmentido del afectado.

Desmentir el desmentido es mostrar que el periódico cuenta, aunque no sea así, de fuentes poderosas, e incluso “cercanas”, a la persona o institución afectada, que dicen, aseguran y confirman la versión publicada. El periodista nunca dice las fuentes que tiene; solo sugerir que son reservadas y de mayor credibilidad que las del afectado, es suficiente. Un brindis al “secreto profesional”, a la “profesionalidad” del periodista y se genera una oportuna incertidumbre en el entorno del afectado.

El periodista se puede permitir verificar lo informado mediante sus propias notas, citándolas con un “como usted dijo”, con lo que insinúa que “o ha mentido antes o miente ahora”.

Más directo es deslegitimar al afectado con datos de su pasado y soltar el rumor de que “hay más cosas”. El afectado cae en la trampa y llena esos supuestos documentos con sus personales esqueletos en el armario. Todos tenemos archivo. “Aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8: 7).

Insinuar sobre la persona o sus motivaciones para desmentir, aunque no diga nada, arroja sombras de duda y de sospecha. La insinuación más eficaz es la que refiere hechos que no se pueden desmentir porque son obvios. Son del tipo, “nos produce perplejidad que alguien implicado en la gestión pública, pueda afirmar algo así”, o, simplemente, “miente”.

Se trata de que el lector imagine que la versión publicada es cierta, que “hay documentos” que la avalan y que el afectado está deslegitimado.

En última instancia, se impide y obstaculiza el derecho de replica que tiene todo afectado por una información. Lo habitual es que poco antes de soltar la bomba, se llama al afectado para publicar su opinión. Este, sorprendido entre llamada, asunto, consecuencias que imagina y prisas del periodista, solo articula pobres argumentos en su defensa. A antes de terminar la brevísima llamada, la noticia está en el mundo a través de internet. Y es que, aunque se trate de un deber recogido en el código deontológico profesional, algunos directores ni siquiera se plantean facilitar el acceso de réplica requerido y, si lo hacen, es bajo condiciones de censura previa que eviten desvirtuar la información.

La Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, ha emitido resoluciones que declaran abiertamente el incumplimiento de esas obligaciones éticas por algunos directores que utilizan sus cabeceras para pontificar sobre los demás lo que ellos no practican. Ni dimiten ni se les cesa. “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”.

Creado el estado de opinión, queda esperar la reacción ciudadana y publicarla para que se retroalimente. Todo vale. Anónimo linchamiento en redes sociales, manifestaciones, encierros o acudir a la fiscalía para denunciar lo que sea. La sola mención “judicial”, aunque no haya motivos, anula la figura del afectado convirtiéndolo en potencial imputado. Si hay imputación, perfecto; si no la hay, también porque da ocasión a abrir una dirección de correo electrónico para que el honesto y anónimo ciudadano denuncie y “pruebe” lo que el fiscal ha sido incapaz en su profesión. El linchamiento está listo. La hoguera también.

Facebook es muy socorrido para no soltar a la presa aunque haya huido. Se curiosea en sus perfiles de redes sociales para buscar entradas y fotos que puedan tergiversarse. El uso de fotografías personales sacadas de los perfiles públicos, aunque ya inmoral, ha sido condenada en una reciente sentencia del Tribunal Supremo, según la cual, “publicar en un periódico la fotografía de una persona sacada de su cuenta de Facebook exige su consentimiento expreso, ya que lo contrario supone una intromisión ilegítima en su derecho a la propia imagen”.

Mantener el estado de opinión supone reciclar la noticia una y otra vez, aprovechando que el lector no tiene memoria. Otra vez, de otra forma, en otro contexto, aprovechando una fecha, un evento colateral o sucesos que afecten a personas o instituciones relacionadas. Da igual.

“Numero cero” nos descubre oscuros laberintos del oficio periodístico que lo convierten en un arma destructiva. Sus vísceras quedan a la vista, en un relato en el que la prensa deja de rendir tributo a la verdad para servir a los intereses de quien financia “respetando” la sacrosanta independencia de la prensa.

El objetivo principal de “Domani” no era publicarse, sino que los círculos del poder político y económico temiesen su publicación. En ocasiones, los grandes medios convierten una noble profesión en algo parecido a los sombríos personajes de Umberto Eco. De desvelar la verdad y denunciar la injusticia se ha pasado a gestionar información atendiendo a la cuenta de resultados de entidades mercantiles que mueven parte de nuestra economía y también de nuestra política.

Hace ya años, en un encuentro social al que asistían, entre otros, algunos periodistas, el director de uno de los periódicos presentes, ya jubilado, en un corro informal, a la pregunta de quién mandaba en la prensa, contesto: “Quien paga manda. Quien paga más, manda más”. Toda una filosofía. Torquemada era un pardillo.

 

Alberto Astorga es coach y trainer político y ejecutivo (@CoachBadajoz) www.visioncoach.es