CARLOS E. HELFER BEJARANO
En el Perú, todos los caminos conducen a Lima, corazón del poder político de un país centralista que todavía mira con recelo a las provincias que lo componen. En Lima se cuece algo más que la mejor comida del continente, fruto del crisol de la inmigración que no ha hecho más que enriquecer la cultura nacional, aquí la política ocupa parte importante del menú del día para cada ciudadano. En esta ciudad, House of Cards tiene su versión local con la traducción en jerga popular “Jato de Naipes” y las sedes del Palacio de Gobierno, del Poder Legislativo y el Palacio Arzobispal serían los escenarios donde un taimado Frank Underwood extendería sus redes de poder.
El núcleo de la política peruana se ubica en el centro histórico, declarado patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO, donde la belleza virreinal se funde con el espíritu republicano. En un recorrido por las estrechas calles del centro de Lima se pueden admirar hermosos balcones coloniales y republicanos, iglesias que todavía guardan un aire reverencial, o artistas callejeros que utilizan la vía pública para llamar la atención de propios y extraños. Caminando por el Jirón de la Unión uno llega al corazón del poder, la Plaza Mayor de Lima. En sus inmediaciones, el Palacio de Gobierno y el Palacio Arzobispal, el poder civil y el religioso, comparten espacio e influencia en la vida de 33 millones de peruanos. Sí, Perú es un estado laico, pero la Iglesia Católica mantiene todavía una fuerte presencia en la sociedad peruana.
Sin duda, el primer lugar donde se desarrollaría una trama política sería el Palacio de Gobierno, construido sobre la residencia de Francisco Pizarro, conquistador español y fundador de Lima. En ella, aún permanece en el jardín una higuera plantada por él, como vestigio de una época turbulenta, similar a la que ahora le toca enfrentar, con diversos matices y salvedades, al actual presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski. El regimiento de caballería Mariscal Domingo Nieto, Dragones de la Escolta del presidente de la República, resguarda el lugar al que llegan ciudadanos peruanos y extranjeros para admirar el cambio de guardia, que con inusual puntualidad empieza al mediodía. Pero como en toda historia de corte político, no falta un bar al que los políticos gustan de visitar para distender el estrés que genera el poder. Ubicado a un costado del palacio, el Cordano es ese bar que connotados personajes continúan visitando desde que fuera inaugurado hace 112 años.
Frente a la Casa de Gobierno, en la esquina de los jirones Junín y Carabaya, se encuentra el Palacio Arzobispal y sede administrativa de la Arquidiócesis de Lima, considerado el primer edificio de estilo arquitectónico neocolonial de la capital durante el siglo XX y donde despacha otro de los hombres con más poder en el Perú, el cardenal Juan Luis Cipriani. Al costado, la Basílica Catedral de Lima recibe cada 28 de julio –fiesta de la independencia– a los máximos representantes de los poderes del Estado para una misa Te Deum, prerrogativa que no tiene ninguna otra iglesia.
A unas cuadras de la Plaza Mayor se encuentra el Congreso de la República, convertido ahora en una trituradora de ministros, al mando de Fuerza Popular, agrupación política que tiene la mayoría suficiente en el Poder Legislativo para arrinconar al gobierno del presidente Kuczynski. En el hemiciclo de sesiones, delante de la mesa directiva del Parlamento, se encuentra una réplica del escaño del almirante Miguel Grau, quien al momento de estallar la Guerra del Pacífico era diputado por Piura y solicitó permiso para convertirse en el capitán del monitor Huáscar, logrando las más grandes hazañas navales que ha visto esta parte del continente. En su honor, al inicio de cada sesión del Congreso, se menciona su nombre y todos los legisladores responden: ¡Presente!
En el hemiciclo, los retratos de José de San Martín y Simón Bolívar, los dos libertadores del Perú, vigilan atentos las sesiones que en otros tiempos vieron mejores debates y prohombres de la patria, como José Faustino Sánchez Carrión, Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez o Raúl Porras Barrenechea.
En el frontis del edificio del Congreso se encuentra la plaza Bolívar, dedicada al libertador venezolano desde 1825, aunque su figura ecuestre fuera colocada allí mucho tiempo después.
El general don José de San Martín también cuenta con una plaza en el Centro Histórico de Lima, que fue inaugurada en 1921 al conmemorarse los 100 años de la independencia peruana. Hoy, la plaza San Martín es un lugar donde la política fluye de manera natural, es lugar de concentración para marchas y protestas contra el gobierno o la oposición; y es el escenario de improvisados oradores de la calle que hablan sobre la actualidad nacional con ardorosa pasión, es una especie de anfiteatro ateniense donde el pueblo discute sobre los problemas del Perú y cómo solucionarlos.
Lima, la “muy noble, muy insigne y muy leal ciudad de los Reyes del Perú”, se fundó en 1535 sobre los dominios de Taulichusco “El Viejo”, último curaca del Valle del Rímac. Pero antes de ser el núcleo político de la república peruana, fue el centro de una civilización que sólo encuentra parangón con culturas ancestrales como la egipcia: los restos arqueológicos de la ciudad de Caral, con más de cinco mil años de antigüedad, son la mayor prueba de ello.
En esta ciudad, la política está impregnada en el torrente sanguíneo de la urbe y fluye por sus arterias, bombeando a improvisados oradores de la Plaza San Martín, en el Metropolitano (sistema de transporte público) o en cualquier bar de la ciudad. Todos los caminos conducen a Lima, allí donde se desenvuelve el poder y donde esperamos que sólo lleguen los bienintencionados, aunque la realidad se encargue diariamente de mostrarnos lo contrario.
Carlos E. Helfer es periodista, especialista en comunicación política. Ex miembro de la Red Nacional Anticorrupción. Colaborador del ICP Perú. Especialista en gestión de mensaje y Training media. Organizador de los Beers&Politics en Lima. (@carlosehelfer)
Ver artículo en PDF
Ver el resto del monográfico sobre turismo político