DÍDAC GUTIÉRREZ-PERIS
En la cultura política francesa la figura del “padre” político ocupa un lugar especial. Es una especificidad gala indisociable de la historiografía del país y el resultado de las herencias –entre otras– de Napoleón Bonaparte, y, obviamente, de Charles de Gaulle. El primero, un emperador nacido de las filas de la Revolución Francesa sacralizado por un Papa, o la unión de dos conceptos que de por sí no podrían ser más contradictorios. El segundo, el líder que superpuso a la Collaboration la Libération, diseñó la quinta República a su medida e instauró de forma definitiva el modelo del “presidente-monarca”. Un personaje con tanta carga emotiva que todavía hoy, en 2016 –en un mundo que poco o nada tiene que ver con el que tuvo que lidiar el General de Gaulle–, casi todos los candidatos de las primarias conservadoras se autoproclamaron “gaullistes”. Esos dos mitos fundacionales, acompañados del universalismo galo, hacen que los franceses tengan unas expectativas muy singulares respecto al rol de presidente. En el fondo, existe una reticencia inconsciente a asumir el principio democrático por el cual “el poder se gana, y luego se devuelve”, por retomar la expresión del editor de la revista Le Débat, Jérôme Batout. Por eso chocó tanto que François Hollande no se presentara a su reelección. Sacrilège. Un presidente indigno y en claro desfase con esa concepción orgánica y casi sanguínea del poder républicain…
Bañados en esa cultura política, la batalla presidencial que se librará en abril y mayo de 2017 también será una batalla de “padres” políticos, de herencias. A fin de cuentas, tres de los principales candidatos que ya están en liza –François Fillon, Manuel Valls y Emmanuel Macron– ya se han encargado de ensalzar ese supuesto linaje ideológico. En ningún país como en Francia el dicho “de tal palo, tal astilla” ofrece más premoniciones políticas. ¿Qué nos tratan de decir cada uno de ellos a través de sus mentores políticos? ¿Qué herencia política están dispuestos a asumir como “suya”? ¿Qué tipo de personalidad visualizan para encarnar el rol de Presidente de la República?
Fillon y Séguin
A François Fillon le preguntaron recientemente en quién pensó cuando ganó las primarias. Su respuesta fue inmediata: en Philippe Séguin, su gran padrino y modelo político. Séguin es un personaje que no ha trascendido a nivel internacional pero que jugó un rol vital a principios de los 90. Fue el diputado conservador que lideró la campaña del “NO” en el referéndum sobre el Tratado de Maastricht en 1992, en contra de la inmensa mayoría de su propia familia política. El discurso que hizo en la Asamblea en mayo de ese año es todavía uno de los más estudiados en las escuelas de ciencias políticas. Ese día Séguin defendió la “imposible división de la soberanía francesa, inalienable e imprescriptible”, y lanzó la invectiva de que “Maastricht era lo opuesto a la Revolución Francesa de 1789”. Séguin y sus discípulos –como Fillon– fueron los verdaderos artífices de que Mitterrand aceptara aprobar el Tratado mediante referéndum, y se quedaron a sólo un 1% de aguarle la fiesta al Presidente socialista. Fillon y Séguin, Séguin y Fillon. Los dos unidos por su postura frontalmente opuesta a cualquier tipo de federalismo europeo. Una posición que por cierto también tiene seguidores más radicales, como el portavoz del Front National, Florian Philippot, quien a menudo se reivindica del pensamiento “seguinista”.
Valls y Clemenceau
A Valls hace años que se le conoce su admiración profunda por un personaje que divide en las filas socialistas: Georges Clemenceau. Antes de sus citas electorales, Valls acostumbra a visitar la tumba de “El Tigre” y el “Primer Poli de Francia” –dos apodos que curiosamente le irían bien al propio Valls– y en su época al frente del ministerio del Interior hace tres años el retrato que colgaba debajo de su cabeza era el de Clemenceau. Un personaje histórico conocido fuera de Francia principalmente porque fue uno de los firmantes del Tratado de Versalles en 1919, aunque los franceses lo asocian más al momento fundacional del republicanismo francés a principios de siglo y como una de las figuras históricas de la corriente socialista intransigente con la prosa comunista de ese entonces. Un hombre profundamente de izquierdas, pero opuesto al colectivismo. Con uno de los programas sociales más avanzados de la tercera República Francesa, pero al mismo tiempo un crítico feroz del programa revolucionario que propugnaba buena parte de su propio partido. Laico y republicano por encima de otras consideraciones –como Valls–, Clemenceau encarna una de esas dos izquierdas que todavía hoy se dicen (o se creen) “irreconciliables” en Francia.
Macron y Hermand
El caso de los mentores de Emmanuel Macron es también muy significativo del propio Macron y su carácter emancipé, ilustrado por su movimiento En Marche que pretende ser un lugar de encuentro “progresista”, ni de izquierdas ni de derechas, “para todos”. En ese sentido a Macron le han salido más padres fuera de la política que dentro –con la excepción de François Hollande, el cual ha acabado sufriendo como ninguno el principio filosófico del hijo parricida–. Entre los muchos intelectuales y empresarios, destaca probablemente Henry Hermand, un incansable referente de la segunda “izquierda” reformista que encarnó en los años 80 y 90 Michel Rocard. Un empresario que hizo fortuna popularizando los supermercados en Francia y uno de los mayores benefactores de muchos de los think tanks y revistas literarias que han nutrido el partido socialista y todas las corrientes progresistas en Francia. Uno de los testigos el día de la boda de Macron en 2007, y el que le prestó un aval cuando quiso adquirir una vivienda. El hombre que conoció al Macron becario y lo acompañó a lo largo de toda su vida. Un mentor a la francesa, a fin de cuentas, y de forma anecdótica, autor de un libro que bien podría haber firmado su propio protegido: La ambición no es un sueño.
Tres hijos para tres padres pues, y frente a ellos, Marine Le Pen, a fin de cuentas la única “hija” en toda esta historia, y la única que ha construido su proyecto con una estrategia diametralmente opuesta: la de matar al padre. Al suyo, en sentido figurado y literal. Marine es probablemente la mala copia del peor original, pero hasta en eso es posible que la candidata de extrema derecha pille a contrapié a sus contrincantes. A fin de cuentas, ella dice que sólo responde ante los franceses. Ante los franceses y ante Juana de Arco. Bonne chance…
Dídac Gutiérrez-Peris es Director de Investigación sobre Política Europea en el instituto de Opinión Viavoice, París. (@didacgp)
Publicado en Beerderberg
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