SONIA LLORET
El poder, si es por partida doble, ¿mejor? Parece que sí al juzgar el éxito de algunas parejas a las que el amor y la ambición unió en un proyecto común: dirigir los destinos de un país. Cada quien destaca por separado, pero es cuando se juntan que cumplen aquel principio aristotélico de que “el todo es más que la suma de sus partes”.
Capaces de generar sinergias, las llamadas power couples son parejas tan poderosas que marcan una época y que –se concuerde o no con sus ideas– ejercen un poderoso magnetismo. Su quehacer público suele estar acompañado de intrigas, escándalos… un coctel de realidad que supera con creces a los binomios de las series de ficción.
Estos duetos se enmarcan en la personalización de la política no sólo porque los límites entre lo privado y lo público se desdibujan, sino porque es justo desde lo íntimo que ejercen lo público.
Y eso, como explica la escritora Elizabeth Winkler en su artículo publicado en New Republic, “This Is the Age of the Power Couple”, provoca fascinación y a su vez incomodidad porque ese mundo de dos –secreto e impenetrable– es el origen de las maquinaciones en los asuntos del mundo. “El poder se convierte en el último afrodisíaco y el romance en una extensión de la política”, afirma.
Estas power couples también resaltan por otro aspecto no menos importante: la igualdad a pesar de que sigue siendo el hombre el que primero accede al poder, pero nadie eclipsa a nadie: los tiempos de cada cual en la escena política suelen ser el resultado de la negociación y el acuerdo.
Por eso el verdadero poder en pareja, señala Winkler, sólo es posible en un mundo donde las mujeres ejercen el mismo tipo de influencia política que sus cónyuges. “A medida que ellas reclaman cada vez más posiciones de liderazgo, la pareja poderosa se visibiliza en la cultura popular como un modelo de las relaciones modernas”. He aquí algunas.
Perón y Evita
El liderazgo de Juan Domingo Perón se forjó en los entresijos militares y pronto traspasó a las calles, pero su historia nunca hubiera sido igual sin su partener femenina. Y ésta apareció en 1944 en forma de actriz sentada a su lado en el estadio Luna Park cuando él asistía como secretario de Estado a un acto de recaudación de fondos tras un terremoto.
Así comenzó el idilio entre el político viudo de 48 años y la joven de 24 años María Eva Duarte –Evita, para la posteridad–, hija ilegítima y de infancia difícil, determinada a ser alguien. En 1945 se casaron y ya en su primera campaña presidencial lo acompañó como activo clave cuando las mujeres ni siquiera tenían derecho al voto en el país austral.
Tres días después de resultar electo, Evita pronunció su primer discurso –desgarrado y emocional como fueron todos– en el que agradeció a las féminas el apoyo a su marido y abogó por una de sus principales luchas: el sufragio femenino.
Jefa Espiritual de la Nación, trabajó por sus “grasitas” o “descamisados” –como se refería con cariño a los más pobres– a través de la Fundación Eva Perón. Y en 1947, Perón apostó por ella para otro hecho inédito: Evita realizó en solitario una gira internacional de 64 días por siete países. Entonces la imagen del peronismo fue global.
“Perón cumple, Evita dignifica”. Es la consigna de un tándem que sobreviviría en el mito, pero cuyo destino físico estaba marcado. Él fue reelegido en 1951 y un año después ella moriría de cáncer no sin antes haber ejercido su derecho al voto desde el hospital.
En 1973, Perón volvió a ser presidente y trató de reeditar ese éxito marital al nombrar a su tercera esposa vicepresidenta. A los nueve meses de asumir el cargo falleció e Isabel Perón –otrora bailarina de cabaret y secretaria personal– se convirtió en la primera presidenta argentina con 42 años, pero Evita sólo hubo una.
El dúo Fernández-Kirchner
Décadas después, otra pareja argentina se repartiría de nuevo el poder durante doce años. Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner crearon una corriente dentro del peronismo: el kirchnerismo, que refleja la ascensión al poder como pack indivisible en lo político, gubernamental y familiar.
A principios de los ochenta fundaron el ateneo Juan Domingo Perón, trampolín para el despegue político de Kirchner en Río Gallegos. Cuando él aspiró por primera vez a la gobernación, ella fue su jefa de campaña. Y cuando él ya tenía el cargo, ella sería senadora por la misma provincia.
Así –juntos, pero no revueltos– llegaron a la Casa Rosada. Kirchner asumió la presidencia en 2003 y en 2007 le puso la banda presidencial a su esposa. Un momento simbólico que resume ese tête-à-tête político. En 2010 la presidenta sufrió la muerte de su compañero de fórmula y vida. El suceso, no exento de especulaciones, y la revelación pública de una amante no le hicieron temblar el pulso a la jefa de Estado hasta 2015.
Como explica el filósofo León Rozitchner en su artículo “Un nuevo modelo de pareja política” para pagina12.com.ar, los Fernández-Kirchner son una pareja “que corrige y amplía a la pareja del primer peronismo, donde Evita, sumisa, proclamaba la necesaria adoración al hombre que la había sacado de una vida de privaciones”.
Si Evita fue complemento, Cristina fue sujeto en primera persona. “Es una mujer que se unió a un hombre desde otro lugar corporal histórico: donde la heterogeneidad de los sexos en la militancia temprana no se impuso como sumisión, sino como igualdad dentro la diferencia. Cristina es un animal político en igualdad con el animal político de su marido. Ocupa un rango superior a Evita en la escala de Richter de la evolución femenina”.
Bill y Hillary Clinton
Ella ganaba más hasta que el carismático gobernador de Arkansas llegó a la Casa Blanca y conocido es también que la joven abogada se hizo de rogar para casarse: consideraba que el matrimonio podía ser un obstáculo para su carrera política.
Ya en la campaña de 1992, Bill presentó a Hillary no como la “típica mujer del político (decorativa, tímida), sino como una fuerza por propio derecho”, recuerda Wrinkler. La frase: “Compre un Clinton y llévese otro gratis” resume la alianza.
Ambos practican una lealtad a prueba de todo y se retroalimentan desde sus esferas. Él tenía las papeletas para triunfar primero, así que ella apoyó su carrera a sabiendas que con ésta también apuntalaba la suya y nunca desde la sombra: “Me podría haber quedado en casa y hornear galletas y tomar tés, pero decidí cumplir con mi profesión en la que entré antes de mi marido”.
Pragmática y determinada, es una superviviente del poder y del caso Lewinsky –como de tantos otros por ahora– ha salido airosa. Y hoy, en un perfecto intercambio de papeles, el expresidente luce como futurible primer caballero.
Por eso la pregunta sobre si Bill se preocupará por la decoración de la Casa Blanca no se ha hecho esperar. “Él lo hará bien”, opina un exmiembro del equipo de Hillary en el libro de Kate Andersen Brower First Women: The Grace and Power of America´s Modern First Ladie. “Seguramente se ocupe del lado social, pero obviamente no se va a sentar a elegir el arreglo floral para una comida”.
Pero quién sabe y a lo mejor vemos a Bill Clinton con las flores o en el huerto de Michelle Obama, pues como ya dijo la estudiante Hillary en 1969: “Política es el arte de hacer que lo que parece imposible, sea posible”.
Sonia Lloret es periodista especializada en consultoría y marketing político (@sonia_lloret)
Publicado en Beerderberg
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Fuente de la imagen: Salon.com