JAUME DUCH
La Unión Europea se sometió, el pasado mes de mayo, a uno de los ejercicios democráticos más grandes del mundo. Durante tres días, en torno a 400 millones de europeos pudieron elegir, mediante votación, a los 751 eurodiputados que conformarían el nuevo Parlamento Europeo para los próximos cinco años. Fueron unos comicios diferentes.
Diferentes, porque el 25 de mayo no sólo representó un cambio de legislatura a nivel europeo, sino que, por primera vez desde que entrase en vigor el Tratado de Lisboa, implicó una revolución en el equilibrio de poderes entre la institución que representa a los Estados -el Consejo de la Unión Europea- y la que habla en nombre de los ciudadanos -el Parlamento Europeo- a la hora al elegir el futuro Presidente de la Comisión Europea.
Esta vez, los distintos partidos políticos designarían sus respectivos candidatos y, una vez propuesto por los 28 Estados Miembros -en base al resultado de las elecciones-, el candidato debía lograr obtener el apoyo de la mayoría absoluta de diputados de la Eurocámara para avalar su candidatura. Un paso que, en realidad, no difiere mucho de cómo se elige a un jefe de gobierno en muchos Estados democráticos, pero que para el Parlamento Europeo suponía un fortalecimiento de su legitimidad y un estrechamiento del vínculo entre el ciudadano y la institución comunitaria.
Con Jean Claude Juncker en cabeza y un equipo formado por 27 antiguos ministros primeros y viceprimeros ministros, comisarios y eurodiputados, nunca antes ninguna Comisión Europea había sido tan potente, tan política.
Por otro lado, no hay que olvidar que las elecciones europeas se celebraron bajo el clima de malestar social creado por la crisis económica. La falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones europeas y en la clase política, y el auge de los populismos, han alejado de la construcción europea a muchos ciudadanos. Millones de personas que, por otro lado, son cada vez más conscientes de que muchas de las decisiones que impactan en su día a día ya no se toman en sus respectivos países, sino en Bruselas.
Y ante este panorama, se constituyó el nuevo Parlamento Europeo que legislará hasta 2019: un parlamento donde los distintos grupos políticos deberán pactar día a a día si quieren llevar adelante su mandato, con 52,73% de nuevos eurodiputados, un porcentaje de mujeres similar al de 5 años antes (37%) y mejor diversidad ideológica que en 2009.
La octava legislatura europea se presenta con un Parlamento reforzado frente a las otras instituciones europeas y con una densa agenda política, en la que destacan temas como la protección de datos, Inmigración, Energía, Seguridad, el acuerdo de libertad con Estados Unidos o el cambio climático. Todos ellos retos a los que los europeos solo pueden enfrentarse unidos.
Jaume Duch es el portavoz del Parlamento Europeo y Director de Medios de Comunicación.
Publicado en Beerderberg
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