La líder sufragista Susan B. Anthony dijo en 1876 que la bicicleta había hecho más por la emancipación de las mujeres que cualquier otra cosa, ya que les proporcionaba una forma de moverse libremente en un mundo dominado por los hombres. Al ofrecer una movilidad inédita y ser barata y accesible, permitió a muchas mujeres una independencia que antes no habían experimentado.
Pero no es el único caso. De hecho, el siglo XX supuso la consolidación de la bicicleta como uno de los vehículos de transporte personal más utilizados en todo el mundo y del ciclismo como uno de los deportes más populares y, por eso, más estrechamente vinculado, de una forma u otra, a los principales acontecimientos de la historia contemporánea: desde el nacimiento del Tour de Francia —a la sombra del caso Dreyfus— hasta el proceso de construcción europea, pasando por la independencia de Irlanda, la Segunda República y la Guerra Civil española, el combate contra el colonialismo, la Guerra Fría, Mayo del 68, los años de plomo o la caída del telón de acero.
De todo ello ha escrito Ramón Usall en su recomendable libro Un siglo cuesta arriba: Historia popular y política del ciclismo, publicado en abril de 2024 en la editorial Altamarea (y en catalán en Manifest llibres) y que os recomendamos. Para conocer más sobre este tema, hemos entrevistado al autor:
¿Hay que desconfiar de quien dice que no se deben juntar deporte y política?
Ese es uno de mis principios, el de desconfiar de quien te dice que deporte y política nunca deben mezclarse. En realidad, muchas veces, lo que quieren decir es que el deporte no se debe juntar con políticas que cuestionen el statu quo, que es muy distinto. Yo entiendo que, como hecho social total, el deporte tiene unas evidentes derivadas políticas que no se pueden negar y que hay que asumir con naturalidad. ¿O es que alguien puede afirmar, por ejemplo, que la Eurocopa o los Juegos Olímpicos que se celebraron el pasado verano no tuvieron implicaciones políticas? A mi me parece evidente que deporte y política tienen una estrecha relación que de hecho se remonta a la Grecia clásica, donde los atletas vencedores de las principales pruebas deportivas eran ya considerados como héroes en sus polis de origen, hasta el punto que muchas de sus esculturas servían para decorar el espacio público.
En el libro indica que el ciclismo y las grandes vueltas tienen mucho que ver con el nacionalismo. ¿Por qué considera que es así?
Creo que existen pocas cosas que sean mucho más políticas que la decisión de establecer el recorrido de una carrera ciclista que lleva el nombre de un territorio. Desde su misma creación, las vueltas ciclistas han servido para ratificar, en el imaginario colectivo, los límites de una nación. Sólo así se entiende que el Tour de Francia recorriera Alsacia y Lorena cuando estas era aun germánicas y lo hiciera con la indisimulada intención de reforzar en la mente de los franceses que eran parte de su territorio nacional. La Ronde de Flandes, por ejemplo, surgió de una iniciativa nacionalista flamenca y ha llegado a convertirse, pese a ser una carrera de un sólo día, en una segunda fiesta nacional en Flandes, con la exhibición permanente de simbología nacionalista durante su recorrido. Más cerca tenemos un ejemplo muy claro en las primeras ediciones de la Itzulia, la Vuelta al País Vasco, promovida por el periódico deportivo “Excelsior”, con una línea editorial muy cercana al nacionalismo vasco, que llevó a que la carrera recorriera también Navarra y el País Vasco francés en un intento de dibujar los confines de lo que para ellos era la nación vasca completa.
¿Por qué podría decirse que el affaire Dreyfus creó el Tour de Francia?
Esta es una de las historias que, a mi parecer, mejor ilustran esta relación entre el ciclismo, un deporte muy popular a lo largo del siglo XX, y la política. En cierto modo, puede decirse que el caso Dreyfus, que dividió profundamente a la Francia de finales del siglo XIX, es la etapa prólogo del Tour. Aquel caso, que opuso a los sectores republicanos y de izquierdas que eran partidarios, una vez demostrada su inocencia, de revisar la condena al capitán judío del ejército francés Alfred Dreyfus, con los sectores más conservadores y antisemitas, que se negaban a ello, se sitúa en el origen del Tour de Francia dado que el periódico que lo promovió, L’Auto, surgió como una escisión del diario Le Vélo, que tenía una posición editorial favorable a Dreyfus, condenando el antisemitismo. La pugna por organizar las mejores carreras ciclistas entre las dos cabeceras llevó a L’Auto a proponer, en 1903, un Tour de Francia ciclista, una idea que parecía una locura pero que terminó siendo un gran acierto que permitió que L’Auto le comiera la tostada a su rival en los quioscos hasta el punto de hacerlo desaparecer y consolidarse como la principal cabecera deportiva de Francia.
El tour de Francia de 1906 empezó en Alsacia y Lorena, territorio francés perdido frente a Alemania. ¿Qué otros ejemplos del Tour tenemos de hacer política de manera tan clara?
Como hemos comentado anteriormente, las primeras salidas del Tour fuera de las fronteras francesas sirvieron para reivindicar los territorios de Alsacia y Lorena como parte de la nación francesa, un hecho que suscitó no pocas controversias con las autoridades alemanas, que terminaron prohibiendo el paso de la prueba. Aún así, este no es el único episodio nítidamente político en la historia del Tour. De hecho, la crónica de la ronda francesa es una crónica de la historia de Francia y de Europa, como lo demuestra que en 1919 hubo una etapa entre Estrasburgo y Metz para celebrar que estas dos ciudades volvían a ser francesas, o que durante la Segunda Guerra Mundial hubo un intento nazi de poner en marcha su propio Tour de Francia que resultó ser un auténtico fracaso de público. Con el inicio de la construcción europea a raíz de la constitución de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, el Tour tomó su salida por vez primera desde Ámsterdam, sumándose al carro europeísta, y en ese sentido celebró el Tratado de Maastricht con una edición de 1992 que fue un auténtico Tour de Europa, pasando ni más ni menos que por 7 países distintos, todos ellos miembros de la Comunidad Económica Europea que, a raíz de la puesta en vigor de ese tratado se convertiría en la Unión Europea. Aunque la lista sería interminable, os cito otro ejemplo: el inicio del Tour de 1987 desde el Berlín Oeste, cercado por la Alemania democrática, en lo que fue un complejo montaje logístico que se antepuso a la caída del muro que tendría lugar dos años más tarde cambiando el curso de la historia europea.
¿La victoria de Gino Bartali en el Tour de 1938 ayudó a Mussolini pero, cómo ayudó a Italia su victoria de 1948?
Estas son dos ediciones de la ronda francesa que nos muestran como distintos regímenes políticos han intentado aprovecharse de la popularidad del ciclismo para servir a sus intereses. En 1938, Italia vivía todavía bajo el fascismo de Mussolini, que intentó instrumentalizar la victoria de Bartali presentándola como un ejemplo de la superioridad del “hombre fascista” en el deporte. Aún así, Gino era católico y conservador pero estaba muy alejado del fascismo, como demostraría durante la Segunda Guerra Mundial, colaborando con una red de evasión de judíos. Diez años más tarde, con el fascismo ya derrocado, Bartali protagonizó otra historia ciclista cargada de simbolismo político cuando su victoria en el Tour sirvió para calmar un país que estaba al borde del conflicto civil tras el atentado contra Palmiro Togliatti, el secretario general del Partido Comunista de Italia, que había suscitado grandes algaradas callejeras y una tensión política que llevó el país al límite.
¿En qué se ha notado más la relación entre política y ciclismo en España? ¿Aún se nota?
Las tensiones territoriales existentes en el Estado español han tenido un fiel reflejo en el ciclismo. Lo demuestra que la Vuelta a España estuviera más de tres décadas sin pasar por el País Vasco a pesar de que este territorio es uno de los que vive con más pasión el deporte ciclista del conjunto de la Península y de que esta competición estuviera organizada durante muchos años por un periódico vizcaíno, El Correo Español – El Pueblo Vasco, que hacía que fuera habitual que la prueba terminara su andadura en Euskadi. En cierta manera, está tensión territorial sigue estando a la orden del día y se demuestra cada vez que se da a conocer el recorrido de la Vuelta.
¿En qué sigue afectando el ciclismo a la política? ¿Sigue siendo tanta la relación?
Como prácticamente todas las prácticas deportivas, el ciclismo sigue teniendo una estrecha relación con la política. Lo vemos en el recorrido de las distintas pruebas ciclistas, en las muchas manifestaciones políticas que pueden verse en las cunetas de las carreteras durante las grandes vueltas pero también en la composición misma de los equipos, que demuestran como la globalización y la mercantilización del deporte han entrado de lleno en el pelotón ciclista. Sin ir más lejos, los actuales equipos son una buena muestra de ello con patrocinadores como los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Kazajistán o Israel que ponen en evidencia como estos países utilizan el deporte para lavar su cara y promocionarse internacionalmente siguiendo una estrategia de diplomacia blanda que actualmente se conoce como sportswashing.
Fotografías de Magda Isan. Entrevista realizada por X. Peytibi.
Entrevista publicada en nuestra newsletter Política Creativa,