ÁNGEL DE LA CRUZ
Es difícil de creer, pero solo ha pasado un mes desde la celebración de las elecciones generales del 23 de julio. Aprovechando que la mayoría de los análisis ahora se ocupan –como es lógico– de la investidura y las posibilidades político-institucionales, vamos a volver a la campaña. Y vamos a centrarnos en algunos de los aspectos «técnicos» que ayudan a explicar el resultado en cierta medida y, al mismo tiempo, sirven como enseñanzas generales.
1. No hay nada escrito, y esto no es un eslogan
La crisis del sistema liberal-representativo amplía el margen de incertidumbre inherente a la política en general y a las campañas en particular. Vivimos en un mundo más volátil y más imprevisible que aquel para el que se escribieron la mayoría de los manuales. Los expertos no aciertan en las previsiones económicas o en los pronósticos de las guerras. Teorías estáticas como la del péndulo en América Latina o la del cierre de filas en Europa no sirven hoy.
Los pronósticos de grandes y experimentados analistas como Michavila, Redondo o Varela tuvieron en común la infravaloración del margen para el cambio. En noviembre de 2019 la «mayoría cautelosa» no acudió a su convocatoria. Ni con la pandemia ni con la guerra se produjo un «efecto bandera». Ahora la gente no se dejó arrastrar por el caballo ganador. Parece que no gobernarán quienes ganaron las elecciones municipales y autonómicas y quienes gobiernan en la Comunidad Valenciana. Las campañas se deciden cada vez más tarde. El que llega mejor posicionado a la última semana de campaña tiene más oportunidades. Y caballo que alcanza, gana.
2. La razón de voto (casi) nunca es la gestión
La gestión importa. Si la gestión del Gobierno de coalición no hubiera sido valorada positivamente por una parte importante de la sociedad española, el PSOE y Sumar no habrían llegado con posibilidades de revalidar el gobierno en un momento de desafección en el que los gobiernos lo tienen particularmente difícil. Sin embargo, la gestión no suele ser la razón principal de voto porque no votamos tras hacer un análisis racional de la acción política-legislativa de los gobiernos de turno.
¿Por qué había motivos para pensar que cuando se impuso el consenso demoscópico, meses antes de las elecciones, una parte del electorado progresista estaba desmovilizado? Porque sin la tensión electoral (que no alcanza su punto clave hasta los últimos días de campaña) que conlleva, entre otros factores, la amenaza real de que ganen «los otros», la principal razón de voto era la evaluación de la gestión de gobierno. Y, como decíamos en un tuit del 4 de mayo, con perdón por la autocita: «Defender una gestión de gobierno suele ser un rollo, pero en estos tiempos más. La gente de izquierdas está más desmovilizada porque incluso todavía no tiene más estímulos o expectativas que la gestión. Esto significa que es la izquierda quien tiene más que ganar. Por eso ganará.»
En realidad esta era una interpretación nítidamente política. ¿Fallaron las encuestas, es decir, falló la técnica? Fallaron sus interpretaciones: a una encuesta no le podemos pedir que interprete los posibles movimientos de los indecisos a última hora porque su tarea no es «adivinar» el resultado final, sino reflejar la fotografía del momento en el que se realizan. ¿Cuáles fueron los incentivos y estímulos de última hora que permitieron el vuelco progresista? Gana quien tiene una razón de voto más clara y relevante.
3. El objetivo de unas elecciones es construir una mayoría, y para eso también necesitas ser el mal menor
En demasiadas ocasiones los candidatos se creen las estrellas de la contienda. Son los elegidos por la historia para cargar sobre sus espaldas con todo un proyecto político, en este caso de país. Casi nada. Lamentablemente, la mayoría de la gente no comparte esa solemnidad y lo que busca es a alguien cuya identidad al menos no le repela y parezca capacitado para luchar por sus intereses, siempre en contraposición con los de otros. Un instrumento útil en sus manos.
La primera fase de esta campaña comenzó siendo un referéndum sobre Sánchez. La idea era combatir el famoso «antisanchismo» con Sánchez, sin intermediarios. En precampaña funcionó bien, pero sufrió un duro revés en el debate, ya que fue arrollado por Feijóo según la mayoría de los telespectadores y la opinión pública. Tras este debate, el citado Varela, que durante casi cuatro décadas participó en las campañas del PSOE, dijo que la estrategia de lucimiento mediático de Sánchez se fue al traste. Quizá tenía algo de razón, pero, paradójicamente, los efectos iban a ir en una dirección contraria a la que imaginaba.
Después del debate comenzó una segunda fase de la campaña en la que el referéndum pasó a ser sobre Feijóo. Se sometió su credibilidad a un minucioso escrutinio, la campaña se convirtió en un «fact-checking» público de varios días y salió mal parado. No se trata de generar ilusión, sino de generar confianza y para ello la credibilidad es el capital político más importante de un candidato. El miedo al avance reaccionario más la imagen, de fondo, de un partido del que no te puedes fiar porque te va engañar como en otras ocasiones fue la fórmula de la derrota de Feijóo.
Al girar la última fase de campaña en torno a Feijóo, Sánchez se convirtió, para gente no tan cercana, en el mal menor. Esto le permitió ensanchar su base electoral. Era más fácil votar en contra de Feijóo y Abascal que a favor de Sánchez. La victoria a galope de Feijóo en el debate situó las bases para su derrota. Hay que medir bien el protagonismo y la relevancia que se le quiere dar al candidato propio y a los demás. Hace falta humildad para asumir que si ganas normalmente lo harás gracias a votantes que no solo no te veneran, sino que te ven como el mal menor e incluso puede te voten con una pinza en la nariz.
4. No existe nada más importante que el boca a boca
¿Cómo puede ser que la primera opción de gobierno sea la alianza entre el PSOE y Sumar y las fuerzas regionalistas, entre las que se incluye el malvado independentismo? El asedio mediático fue, desde el primer día, incuestionable. Algunos líderes políticos llevaban años pregonando que no se podía, que con este nivel de acoso mediático era imposible porque al final la gente acabaría asumiendo los postulados de los medios, mayoritariamente contrarios al gobierno «social-comunista». Resucitaba la teoría de la aguja hipodérmica. En cierto sentido es comprensible, quien crea que no hay nada que hacer por factores externos queda exento de responsabilidad.
Sin embargo, la sociedad es demasiado compleja como para dejarse pastorear por las élites políticas y sus compinches. La autoridad de las élites que dirigía nuestro modo tradicional de vida empezó a decaer hace años, hace décadas. Como viene señalando Durán Barba, no es algo exclusivo del ámbito político: la autoridad reverencial se debilitó entre medios y espectadores, padres e hijos, profesores y alumnos, etc. El poder de las élites políticas, mediáticas, institucionales o de cualquier tipo se fue deteriorando mientras aumentaba el «poder de la conversación», utilizando el concepto de Mora y Araújo que dio título a un libro imprescindible.
En sociedades atravesadas por el aislamiento y la inmunidad a la sobredosis informativa, el boca a boca es –aún– más importante. La opinión que nos importa es la de nuestra gente cercana, aquella a la que conocemos, respetamos y en algunos casos admiramos. En última instancia el objetivo de una campaña es generar conversación y brindar argumentos para nuestros «conectores» con mayor capacidad de influencia. Y para ello sigue siendo fundamental el contacto personal, cercano y directo. ¿Qué significa todo esto? Que al final fueron más efectivos los vídeos virales sobre Feijóo que nos llegaban a los grupos de wasap y luego comentábamos en el bar que las intervenciones de Sánchez o Díaz.
5. El efecto «arrastre» del «voto al ganador» no existe
«La teoría generalmente aceptada de que mucha gente vota al presunto ganador de unas elecciones por estar con quien gana, es falsa. Muchas campañas están dedicadas a demostrar que el candidato ganador es el suyo. Filtran encuestas a la prensa demostrando que su candidato va por delante de los demás, esperando que los electores se movilicen para estar con el ganador. De hecho, ocurre lo contrario. Los seguidores de un candidato que no tiene la victoria asegurada suelen trabajar más, mientras que los seguidores del candidato que tiene las elecciones ganadas tienden a confiarse y se movilizan menos.»
Esta afirmación es de Joseph Napolitan, el consultor político más reconocido internacionalmente, en una ponencia titulada «100 cosas que he aprendido en 30 años de trabajo como asesor de campañas electorales» y presentada en 1986. Según el orden elegido, esta sería la segunda enseñanza aprendida de su experiencia. Más allá de la severidad de la afirmación, entendemos que en algún contexto particular puede producirse el «efecto bandwagon», pero como norma general publicar encuestas positivas es tirar el dinero.
Ángel de la Cruz es Presidente de la Fundación de Estudios Críticos y Especialista en Campañas electorales. (@angeldelacruziu)