Por qué el mundo necesita Greta Thunberg’s

CARLOS MAGARIÑO

Símbolos. Futbol, Messi. Italia, Ferrari. Suecia, Ikea. Málaga, Picasso. París, Torre Eiffel. Apple, Steve Jobs. Sobriedad, Merkel. Paz, Gandhi. Cambio climático, Greta Thunberg.

Nuestro cerebro tiende a asociar marcas, personas o ideas con ciertos términos específicos, no solo permitiendo un rápido nexo entre ellos, sino facilitando la comprensión positiva o negativa de los mismos. Este proceso de asociación simplifica nuestras dinámicas mentales a “bueno” o “malo”, además de reducir los posibles matices que se puedan encontrar.

En un mundo acelerado donde los impulsos se evaporan a extrema velocidad, tener la posibilidad de ligar referentes positivos y ampliamente reconocidos a tu causa, es clave para el progreso y el desarrollo de la misma, se llame crear hábitos saludables, incrementar la utilización de la bicicleta o luchar contra el calentamiento global. Los símbolos, de carne y hueso o más conceptuales, son fundamentales para inspirar el cambio y propulsar la acción.

Cambio climático, Greta Thunberg

La historia es conocida. Greta es una joven sueca diagnosticada con el síndrome de Asperger decide, con 15 años, iniciar una huelga escolar y plantarse de manera diaria frente al Parlamento sueco, con el objetivo de exigir el cumplimiento del Acuerdo Climático de Paris. Este inicio de película parece perfecto para crear un storytelling positivo: la lucha contra el cambio climático es una causa noble, que se ve potenciada por esa imagen de David contra Goliat, de una niña que quiere cambiar el mundo para mejor. La iniciativa de Greta Thunberg se expandió por el mundo de manera veloz, instaurándose los denominados Fridays For Future, marchas de jóvenes que recorren pueblos y ciudades de medio mundo y que reclaman mayor acción gubernamental para limitar el impacto del cambio climático.

Esta historia de Hollywood tiene una trama honorable– la lucha contra el cambio climático- sus héroes -miles de jóvenes que marchan liderado por el empuje mediático de Thunberg-, sus antihéroes -clase política, grandes compañías- y unos tipping points fugaces, pero con una potencia brutal para cambiar las ideas de los espectadores.

Los tipping points son aquellos puntos o momentos críticos que suponen “un efecto o cambio significativo y, a menudo, imparable” en un proceso o historia. Para Thunberg, estos puntos de inflexión son tres. Primero, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, donde ante líderes de diversa índole exclamó su famoso “How dare you” – Como se atreven – ante su inacción en la lucha contra el cambio climático. El segundo es una imagen, de enfado, ante la llegada del expresidente Donald Trump a la sede de la ONU en Manhattan. El tercero, el nombramiento de Greta Thunberg como persona del año 2019 para la revista TIME. David contra Goliat, likeability y una niña dispuesta a cambiar el mundo. El equipo modesto siempre gusta más que el todopoderoso.

El problema de la rebelión

Greta Thunberg es el ejemplo claro de como un símbolo potente, con una causa justa y con mimbres para perdurar, puede perder su impacto potencial. Dejando de lado a teorías conspiranoicas varias, Thunberg puede ser vista como una niña burlona que intenta dar lecciones a sus mayores, alzando la voz y señalando a los que ella supone como culpables del problema climático. Aunque en la actualidad parece vender el ruido, la consistencia es lo que permanece: el cambio climático es el mayor de los problemas de la humanidad, pero dentro del ruido y los momentos estelares debe haber un trasfondo cuidado y sustentado con medidas que incidan en los decisores políticos, aquellos con la responsabilidad y el poder de cambiar la realidad. La colaboración con las personas que crean políticas públicas, legislan y apoyan iniciativas debe de estar en el centro de todo movimiento con aspiraciones transformadoras, ya que solo de esta manera podrán transformar la sociedad.

La oportunidad de la joven sueca de transcender y cambiar el cambiar parece haberse limitado a redirigir la atención mediática, importante para influir en las decisiones, pero cada vez menos decisiva dada la velocidad informativa actual. Las ventanas de oportunidad parecen cerrarse al mismo tiempo que la likeability de Thunberg decrece y el agrado multilateral de la sociedad desciende.

A nadie le gusta que le digan qué tiene que hacer, qué está bien y que está mal, quién es bueno y quién es malo. Obtenida la atención debe comenzar la didáctica, no para simplemente vencer, sino para convencer y crear una idea conjunta que no divida entre clases, ideologías, gustos o hábitos.

La economía de la atención

Vivimos en una sociedad sobreestimulada, con ventanas de atención cada vez más limitadas y con crecientes problemas de atención. Las distracciones parecen ampliar su rango, el ruido campa a sus anchas y, los momentos de calma y reflexión, disminuyen. “La capacidad de decidir a qué se presta atención y a qué no es cada vez más difusa” expresa Luis Meyer en la revista Ethic. En un mundo ruidoso, cada momento cuenta, así que captar la atención plena del espectador parece ser la meta para cambiar la realidad.

Los símbolos mediáticos tienen el poder de captar la atención, pero esa no es la cuestión: los movimientos populares deben tener un plan claro y conciso de lo que quieren decir y para qué lo quieren decir. Humanizar nuestra causa y utilizar el limitado espacio temporal que tenemos es la única solución para perdurar un mundo volátil y consumible.

Las causas justas deben tener un símbolo en el que sustentarse y potenciarse, una cara visible que aúne todo lo que ese movimiento quiere cambiar, mejorar. Cuando este símbolo se degrada, el movimiento que lidera también se resiente, aunque este siga siendo íntegro y con potencial transformador. En un mundo al que le cuesta cada vez caminar unido hacia metas comunes, los símbolos, los referentes que consiguen aunar a la sociedad deben utilizar sabiamente su poder, comunicando antes que manifestando, integrando antes que quebrando.

Símbolos, atención y acción. La fórmula para los grandes retos comunes.

 

Carlos Magariño es Politólogo. Consultor (@cmagfer)