SERGIO PÉREZ-DIÁÑEZ
Matthew Webb ha muerto.
Tenía 23 años y, la semana pasada, no estaba evadiéndose de las altas temperaturas con un chapuzón en la playa, sino enfrentando una larga y calurosa jornada de trabajo en un McDonald’s de Brooklyn. Una jornada de trabajo que le costó la vida.
Cuando las puertas del restaurante se abrieron y hubo de atender a Lisa Fulmore, su futuro ya estaba escrito. Le sirvió unas patatas frías en un país donde la población tiene en sus manos 400 millones de armas y la radicalización violenta de los jóvenes no es un problema prioritario para la agenda pública.
Lisa Fulmore inició una videollamada con su hijo Michael para quejarse del pésimo servicio. Tras la llamada, éste acudió raudo y veloz al “rescate” de su madre. El final de la historia no pudo ser más lúgubre: el dependiente Matthew Webb acabó con un disparo en el cuello y en estado de muerte cerebral. Porque el cliente siempre tiene razón.
“El cliente siempre tiene razón”. Es la frase que pronuncia el personaje de Michael Douglas en “Un día de furia” (1993) durante una acalorada discusión con el encargado de una hamburguesería que no le permite desayunar porque ya han pasado las 11:30h y sólo está disponible el menú de almuerzo. Bill “D-Fens” Foster (Douglas) saca el arma y aterroriza a todos los comensales. No quiere desayunar, ni tan siquiera almorzar, porque la hamburguesa que le sirve el encargado es una “miserable y aplastada cosa” cuyo parecido con la fotografía publicitaria es mera coincidencia.
Consumido por la frustración de la gran ciudad y en plena ola de calor (hoy preludio de una nueva batalla cultural entre izquierdas y derechas), Foster se rebela contra su despido y una orden de alejamiento interpuesta por su ex mujer. O lo que es lo mismo, se rebela contra una modernidad y sociedad líquidas en la que realidades antaño sólidas, como el trabajo y el matrimonio, se desvanecen.
Y así se acelera la metamorfosis social del individuo. El personaje de Douglas ha pasado de ser un feliz padre de clase media a convertirse en un deshecho que, en su alzamiento contra el establishment (bien representado por una franquicia de comida rápida o por un cirujano plástico que vive rodeado de lujos) coquetea con la anestesia identitaria que le ofrece un neonazi a través del uso de la violencia. Foster no es como él, rechaza su mano tendida, pero no por ello abandona la violencia en su huida hacia adelante en un mundo en constante cambio. Porque ahora un niño puede enseñarle a disparar a un bazooka. Porque el policía que le persigue (un brillante Robert Duvall) también sufre la angustia de la gran ciudad, no es un héroe y puede ser derrotado.
Calor angustiante y, sin embargo, patatas frías. Cuando el amor es líquido y los reaccionarios desatan el infierno en las redes sociales y en el mismísimo Capitolio, la violencia se erige como faro en búsqueda de la identidad. Puedes ser un angry white men, o puedes ser Michael al rescate de su madre en McDonald’s.
Sergio Pérez Diáñez es politólogo y consultor político. Coautor del libro “Cómo comunica la alt-right. De la rana Pepe al virus chino”, junto a Xavier Peytibi (@spdianez)