MERITXELL BENEDÍ
La tradición marxista nos dijo a muchas, durante años (décadas), que el único sistema de opresión era el capitalista, que la dictadura del proletariado nos liberaría colectivamente y que identificar y luchar contra otros sistemas de opresión era poco menos que quintacolumnismo. Así, muchos compañeros de militancias se ocuparon durante décadas de reforzar los sistemas de opresión de la mayoría de la población negando, a la lucha feminista y decolonial, la naturaleza de sistema político.
Por suerte, pensadoras como Silvia Federici han dedicado su vida a analizar el trabajo reproductivo para mantener la explotación de las mujeres en el capitalismo, además de imponerles el trabajo productivo. Leerla significa tomar consciencia de cómo se construyen y operan las relaciones de poder y los sistemas de opresión que regulan nuestras vidas. Su obra nos acompaña a desaprender lo normativo y reaprender que la estructura de desigualdades que las mujeres vivimos individualmente en nuestros cuerpos son fruto de relaciones de poder. Y estas relaciones de poder són el resultado de una interacción colectiva aprendida que se llama patriarcado. Y que éste se alía, retuerce e intersecciona con el racismo y el capitalismo.
Como tantas otras veces anteriormente, en el siglo XX se rompe la genealogía feminista, -esto es, el recorrido de pensamiento y producción intelectual feminista- y las problemáticas abordadas en los años veinte -reordenación del hogar, tecnología aplicada o reorganización de los espacios domésticos- no tienen continuidad a partir de la segunda posguerra mundial, cuando se perfecciona la confrontación entre trabajo productivo y reproductivo propia de la industrialización. Esto condiciona el centro de interés del pensamiento feminista de segunda ola: por primera vez, no se interesaba por el trabajo reproductivo.
Federici pasa del rechazo al trabajo reproductivo a su valorización gracias a sus investigaciones y a su militancia, claramente interconectadas. A través del movimiento anticolonial observa la ampliación del análisis marxista sobre el trabajo no asalariado más allá de lo productivo, y denuncia que el trabajo reproductivo sostiene el sistema fabril y sirve para contener el coste de la mano de obra. En otras palabras: sin el trabajo reproductivo, el doméstico, no hay trabajo productivo, el remunerado. Denuncia la consideración del trabajo doméstico como algo natural y consustancial a la categoría mujeres exigiendo, no ya su acceso al mercado de trabajo remunerado y valorado, sino un salario por el trabajo que ya se está realizando.
A la generación de mujeres nacida después del feminismo de segunda ola nos puede parecer un debate superado ya que, gracias a las luchas de las que nos precedieron, tenemos acceso a la educación y al mercado laboral y, con ello, a más autonomía que nuestras madres. Pero solo necesitamos iniciar una vida de convivencia en pareja heterosexual o cuidar a nuestra prole o progenie para chocar con una realidad tozuda: el trabajo reproductivo no se reparte entre géneros, no es visible y no se considera trabajo. Además, el trabajo asalariado goza de un valor inferior directamente proporcional al grado de feminización del sector de ocupación, equivalente al nivel de precarización del mismo. Esto es, los trabajos en que hay más mujeres están más mal pagados y menos valorados socialmente.
En el siglo XXI ya disponemos de suficiente evidencia empírica que demuestra que el acceso al mercado de trabajo formal no es condición suficiente para garantizar la libertad ni la igualdad de las mujeres.
Por eso cuando, a finales de los setenta, Federici empieza a estudiar la historia de las mujeres durante la transición al capitalismo y publica, con Leopoldina Fortunati Il Grande Calibano (1984) y, más tarde, en solitario, Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation (2004), conecta los puntos entre los ajustes estructurales necesarios para el nacimiento del capitalismo con el proceso de acumulación primitiva de los cuerpos de las mujeres que supone la caza de brujas, y que es imprescindible para entender por qué estos cuerpos, conocimientos, saberes, prácticas y trabajos tienen menos valor que los de los hombres.
Sostiene que el origen de estas desigualdades, de esta idea jerárquica entre lo masculino y lo femenino y del dominio de los cuerpos de las mujeres se halla en la transición entre feudalismo y capitalismo.
Asigna a la caza de brujas europea de los siglos XVI-XVII un papel crucial (que se exporta al continente americano) para la consolidación de estas relaciones de poder: señalando (torturando y asesinando) a centenares de mujeres de clase baja como servidoras del diablo se las disciplinaba a todas y, a la vez, se destruía un mundo de saberes, conocimientos, prácticas y genealogías que eran irreconciliables con el avance del capitalismo. El capitalismo destruyó una cosmovisión para imponer la suya, devaluó las actividades que sostienen nuestras vidas y que hacen que sean vivibles y creó relaciones de trabajo jerárquicas, coercitivas y violentas que, en definitiva, dificultan enormemente la vida.
En Calibán y la bruja se revisa el proceso de acumulación primitiva que describe Marx, centrando su análisis no sólo en la expulsión del campesinado de sus tierras y el cerco de los campos comunes, sino el cerco de los propios cuerpos de las mujeres (mediante la criminalización del control de su sexualidad y su capacidad reproductiva) y la devaluación de su trabajo reproductivo. Éstas son, según Federici, las condiciones necesarias para la acumulación y la devaluación del trabajo de las mujeres, y son la base de la violencia a la que hemos sido sometidas desde entonces. Demuestra que el sistema salarial ha invisibilizado grandes áreas de explotación humana, las ha excluido de la historia y ha naturalizado e ignorado el trabajo de las mujeres en la producción de la fuerza de trabajo, igual que invisibilizó el trabajo esclavo y colonial, institucionalizando la subordinación de las mujeres a los hombres, autorizando el control de los hombres sobre el trabajo y los cuerpos de las mujeres y legitimando la violencia como forma de control y en caso de resistencia.
Y, si bien en Europa la caza de brujas parece olvidada, la violencia contra las mujeres es todavía una constante; el intento de controlar nuestros cuerpos para mantener un sistema de explotación y opresión. A las mujeres que vivimos en países de la Europa occidental en 2022 nos cuesta comprender por qué, a pesar de gozar de igualdad jurídica, perviven la falta de oportunidades, las desigualdades estructurales o las violencias machistas. Una vez más, la genealogía se rompe y no entendemos los motivos por los que somos señaladas, desautorizadas y agredidas cada vez que ocupamos un espacio simbólico de poder, representación o conocimiento o determinados espacios físicos.
Cuando nos preguntamos cómo conseguir la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y construir sociedades equitativas, justas socialmente y democráticas, debemos cuestionar patriarcado, racismo y capitalismo. Ésta es la aportación de Federici: recoser genealogías feministas, señalar la apropiación de los cuerpos, conocimientos y prácticas de las mujeres, el origen de la jerarquía de géneros moderna, la alianza entre patriarcado, capitalismo y racismo. En definitiva, despertar conciencias y poner los cimientos para construir vidas vivibles.
Meritxell Benedí Altés es Historiadora, Presidenta de l’Institut Català de les Dones (@meritxellbenedi).
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