SILVIA ALDAVERT
Es difícil pensar en la obra de Sylvia Plath y que la imagen que nos venga a la cabeza no sea directamente la de su suicidio. La crítica literaria ha mantenido y mantiene batallas interminables sobre la división absoluta entre la vida de los autores y sus obras, y Plath no se escapa de ellas. Si sostenemos como fundamento aquello que lo personal es político arrastraremos la poesia y la vida por caminos que nos identifican a todas.
Cierto es que leer los versos de Sylvia Plath te transporta directamente a puntos clave de la su biografía porque cierto es también que, desgraciadamente, conocemos mucho mejor su vida que su obra. Es autora de una poesía categorizada hegemónicamente como confesional por la búsqueda del yo, de la esencia del ser en el interior pero inaccesible si no es desde el impulso de conectar, a través de un hilo conductor, individuos, épocas y culturas diferentes.
Desde ahí, desde el concepto de intertextualidad que pone en circulación Kristeva [1] y significa el cruce de textos, el diálogo mutuo, intertextual y atemporal, la reescritura, en definitiva, el vínculo y la conexión universal, saltar de Sylvia Plath a Caterina Albert no supone tal salto sinó reseguir el camino trazado por este hilo conductor del que hablamos.
Deseamos jugar con los espejos para conectarnos a través de nuestras madres y abuelas, como vindicava Virgínia Woolf [2] y, por ello, no podemos leer las obras de estas autoras de forma aislada. Estirar este hilo que las enreda, desafiando la concepción del espacio y del tiempo lineal, es lo que nos han enseñado, sin duda, nuestras referentes como Maria-Mercè Marçal [3].
Un diálogo intertextual y atemporal entre la lectura de la obra de Caterina Albert y la poesía de Sylvia Plath es una propuesta de análisis de las similitudes que, a pesar de un siglo, miles de quilómetros y una lengua de distancia, constituyen el corpus que recorre la transgresión al patriarcado. La muerte, la sexualidad, la maternidad y la creación literaria confluyen a lo largo de sus obras decidiendo que el viaje al conocimiento del yo y del universo será un viaje de todas.
La lucha de Plath por hacerse la esposa, la madre y la poeta perfecta, una «mujer total», com describirá Montserrat Abelló [4] ya está presente en la escritura de Caterina Albert, planteando una reflexión sobre el enfrentamiento de la persona con el mundo que la rodea y, sobretodo, de la lucha por conseguir una completitud para llegar a ser la mujer patriarcal que se nos impone y, a la vez, conseguir la ruptura de las normas que nos aprisionan.
Quien habla es una mujer que tiene el gran y terrible don de volver a nacer. El único problema es que antes tiene que morir. Ella es el Fénix, el espíritu libertario, lo que desees. También es una mujer buena y sencilla con recursos. Así lo explicaba Plath hablando de Lady Lazarus, una de sus composiciones más imponentes y conocidas, donde leemos los versos Morir / Es un arte, como cualquier otra cosa / Yo lo hago excepcionalmente bien [5]. La revolución de la muerte, juguetona y violenta, le alimenta un poder excepcional, único, como el de la creación de la vida, literaria y antipatriarcal.
En la exploración hacia un interior, en esa búsqueda del yo que acaba siendo colectivo, las autoras se cuestionan y cuestionan temas que, todavía hoy, mantienen una vigencia aterradora. En esta aventura del alma, la naturaleza, el mundo físico, tiene valor de símbolo. La belleza que consigue Plath en las imágenes de sus versos, tal como la que Caterina Albert plasma en su prosa poética, es inasumible sin entender el rol de una naturaleza que se convierte en espiritualidad, en divinidad. No somos, no son aceptadas por la divinidad supremacista que presupone una perfección a la que aspiran de forma obligada pero les es negada, son expulsadas del Paraíso, como Eva, y como ella crearan con dolor. «Y entonces la indiferencia que había envuelto siempre la vida de la mujer, mismo que un muro largo, seguido y sin ningún tipo de relevo, empezó a agrietarse, filtrándose por las rendijas, como sigilosos espíritus de la montaña, maléficos y turbadoras sensaciones desconocidas. [6]
El silencio, la solitud, el desasosiego y el latido de la muerte son elementos comunes para las dos autoras. Confrontan constantemente la figura del Absoluto, del Dios-Padre, desde una voz orgullosa de la sumisión, incomprendida y angustiada por la supervivencia, una voz colectiva, violentamente dúctil de las mujeres, madres y escritoras que quieren serlo perfectamente.
Daddy supuso una creación sin máscara, fuera de la prisión, descarnada y cruel como La infanticida; las dos autoras abandonan las imposiciones patriarcales de aquello que se espera de ellas y su escritura como mujeres. Asesinan al padre y al hijo, de forma violenta y desgarrada, transgreden las normas desequilibrando todo lo que sustena el patriarcado, el absolutismo de un hombre, del Dios-Padre, del hombre-marido y, a la vez, el único valor reconocido a las mujeres, la maternidad. Tú ya no me sirves, tú ya no / Me sirves, zapato negro […] Papa, tenía que matarte pero / Moriste antes de que me diera tiempo / Saco lleno de Dios, pesado como el mármol […] No eras Dios sino una esvástica […] El padre es también el marido poeta Si ya había matado a un hombre, ahora son dos:/ El vampiro que afirmaba ser tú / Y que me chupó la sangre durante un año [7].
Y me levanto de un bote… La niña… vuelve… yo, le tapo la boca… mas… no calla… y mi padre… que está cerca… Yo… desconcertada, corro hacia… la mola… y… ¡madre mía!… ¡Qué chirrido hizo!… Como… ¡una coca!… Y todavía, ¡lanzó un grito!… ¡Un grito!… ¡Dejadme!… Después del escándalo que supuso La infanticida, Caterina Albert decidió crear a Víctor Català, el nombre de hombre, el nombre de una prisión que conllevaria liberdad creativa. Aún así, la esquizofrenia y la locura de la opresión recorreran su obra sintiendo el peso de una prisión dentro de otra prisión porque el infanticidio producto de la maternidad literaria nos expone a la soledad de las mujeres creadoras, como nos explicaba Mercè Otero [8].
Las dos autoras nos han mostrado la subversión, el poder y la rebeldía en el acto de escribir, encarceladas, como lo estamos todas las mujeres en múltiples prisiones, pero como parte de la lucha por la supervivencia, no sólo vital sinó también literaria. Plath y Albert establecieron un vínculo indisoluble entre el proceso creador como escritoras y el proceso de gestación, reproducción y maternidad. La necesidad de la perfección en los dos espacios es ensordecedora pero, a la vez, el poder de transgresión que le otorgan es literatura de rebeldía hacia una metamorfosis completa. Sin embargo, el uso del lenguaje y la conexión entre el amor, el deseo y la muerte de forma violenta también se entraña en su concepción de procreación Y el cuchillo, en lugar de cortar, se adentraría puro y limpio como el grito de un niño, y el universo deslizaría de mi lado.
La obra de Caterina Albert inicia y acaba con dos sacudidas a la maternidad opressora y oprimida [9]. El infanticidio de Nela y la relación madre-hija de Aleixeta, que acaba en un suicidio destripándose las entrañas de un embarazo, reivindican el cástigo machista que se aplica al deseo y la vivencia de la sexualidad en libertad. El asesinato del poder creativo de las mujeres por el patriarcado.
No podemos negar la voluntad metafísica y la profundidad filosófica de la obra de las autoras que nos obliga a ir mucho más allá de su vinculación biográfica. La violencia, la trangresión, el dolor y la creación tienen una función ontológica que, forzosamente, separa su vida de su obra. La metaprisión que suponía el pseudónimo de Víctor Català, la imagen de la muerte y el suicidio en Plath son formas de separarse de la ausencia y la imposición de la perfección que, como mujeres, les ha estado absorbiendo, son formas de ponerse al nivel de un Dios-hombre que las repudia para mirarle a los ojos y escupirle un Desde las cenizas me levanto / Con mi cabello rojo / Y devoro hombres como el aire.
Sílvia Aldavert es politóloga, titulada en literatura comparada y activista feminista.
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Leer todo el monográfico 17: Pensadoras feministas
[1] Kristeva, Julia. Desire in Language: A Semiotic Approach to Literature and Art. Roudiez, Leon S. (ed.), Gora, T. et al. (trans.). Nueva York: Columbia University Press, 1980
[2] Woolf, Virginia. Una cambra pròpia. Barcelona: Grijalbo, 1978. (Trad. Helena Valentí.)
[3] Marçal, Maria-Mercè. Sota el signe del drac. Proses 1985-1997. Ibarz, Mercè (ed.). Barcelona: Proa, 2004
[4] Abelló, Montserrat. Gosar poder triar. Sylvia Plath i la mort del pare. A: Abelló, Montserrat; Llorca, Fina; Marçal, Heura. Saba vella per a fulles noves: II Jornades marçalianes. Sabadell: Fundació Maria-Mercè Marçal, 2010, p.171-185. (Quaderns; 2). Plath, Sylvia. Sóc vertical. Obra poètica 1960-1963. Barcelona: Proa, 2006. [Trad. Montserrat Abelló.]
[5] Poesía completa Sylvia Plath, Bartleby Editores, Madrid, 2008 (ed. bilingüe). Edición de Ted Hughes y traducción y notas de Xoán Abeleira
[6] Albert Paradís, Caterina / Català, Víctor. Soledad, tr. B. Losada. Madrid: Alianza Editorial/Enciclopèdia Catalana, 1986
[7] Poesía completa Sylvia Plath, Bartleby Editores, Madrid, 2008 (ed. bilingüe). Edición de Ted Hughes y traducción y notas de Xoán Abeleira.
[8] Otero Vidal, Mercè. Com ho havia de fer tota soleta…? Dins Prat; VILA (1993, 371-378).
[9] Bartrina, Francesca. Caterina Albert/Víctor Català. La voluptositat de l’escriptura. Eumo Editorial. Universitat de Vic, febrer 2001