AITOR TRESSERRAS
Lograr una opinión pública informada, comprometida con la mejora de la vida social y políticamente activa es lo que formulan y demandan los postulados de la democracia liberal representativa. La sociedad debe conocer y debe valorar las acciones necesarias para seguir avanzando en la mejora de la esfera común, el lugar donde los individuos se comunican y se relacionan con sus iguales. No obstante, proliferan cada vez más las críticas de expertos hacia la incompetencia de nuestros gobernantes actuales y hacia la ignorancia y la desinformación del demos. En paralelo y como consecuencia de la distancia existente entre los gobernantes y los gobernados, se consolidan los populismos en múltiples países de Occidente. Movimientos y partidos que detectan conflictos en la sociedad, los hacen suyos y los difunden apelando, sobre todo, a las emociones de los electores.
Encontramos abundantes artículos sobre la inminente muerte de la democracia tal y como la conocemos a causa de estos tres elementos. Ahora bien, ¿en la redacción de dichos artículos, a priori con juicios fundamentados e ilustrados acerca de las instituciones, la sociedad y los movimientos políticos actuales, se tiene realmente en cuenta el contexto de la segunda mitad del siglo XX? Recordemos… Dos guerras mundiales, muertes, hambruna, pobreza, represión, desempleo… Unas condiciones de vida casi antagónicas a las de la sociedad actual. El único objetivo de la población era cubrir sus necesidades primarias como individuos y como grupo. Atendiendo al contexto quizá es más fácil entender los comportamientos actuales.
“Los gobernantes de hoy no son como los de antaño”. Las decisiones políticas de las últimas décadas del siglo pasado repercutían en los dos primeros niveles de la pirámide de Maslow. Es decir, las élites resolvían conflictos relacionados con las necesidades fisiológicas y de seguridad de la sociedad. Hoy, dichas necesidades están, en la mayoría de los casos, totalmente cubiertas. Así, el día a día político no está encauzado a lograr soluciones con efectos a corto plazo para la población. Asimismo, si valoramos la crisis económica de 2008 y la sanitaria actual, nos damos cuenta de que están envueltas en un contexto de globalización y de libre mercado. ¿Qué significa esto? Simplemente que los aspectos, variables y comunidades a tener en cuenta son mayores y, por lo tanto, las acciones a realizar, más complejas.
“La ciudadanía no se implica en la política”. Siguiendo con el argumento de que en las sociedades occidentales actuales las necesidades básicas están generalmente cubiertas, podemos comprender mejor dicho desinterés político. La cuestión y/o preocupación generalizada es: ¿Qué puedo y qué no puedo hacer en mi tiempo de ocio con mis ingresos? ¿Puedo salir a comer, irme de vacaciones, ir de compras, ir al teatro…? El consumismo y la cultura del entretenimiento conforman el estilo de vida actual y, a simple vista, no tienen ninguna relación con los debates que se llevan a cabo en los parlamentos. Visto así… parece incluso lógico desechar la política. Ahora bien, hay momentos en los que aparecen fracturas en algunas de las necesidades esenciales y, entonces, la población sí mira hacia las élites: delincuencia, inseguridad, ayudas económicas insuficientes y desiguales…
Es aquí donde la complejidad de las acciones a realizar, junto al desinterés de la sociedad, impide un acercamiento entre gobernantes y gobernados. En este entramado florecen los populismos, ofreciendo una solución fácil a un problema complejo a través de argumentos que apelan a las emociones de la población. Pensemos en los vecinos de Barcelona. En los últimos años, la inseguridad en las calles de la Ciudad Condal se ha multiplicado debido, principalmente, a las políticas realizadas por el actual equipo de gobierno de la metrópoli. El miedo entre los barceloneses está también en aumento… Hoy, a un año de las elecciones, aún no se han puesto en modo campaña, pero en breve lo harán y habrá que ver qué candidato y qué partido saca rédito de este sentimiento de temor y qué técnicas utiliza a su favor.
Analizados estos tres aspectos, ¿morirá la democracia? Dudaría de quien se atreviese a zanjar esta cuestión con un sí o con un no rotundos. Ahora bien, hemos avanzado y hemos aprendido mucho en este último siglo como para dejar caer nuestro sistema democrático, simplemente, por compararlo con las décadas anteriores. Debemos ser más autocríticos y, sobre todo, empatizar tanto con las élites como con la sociedad y con los movimientos actuales. La democracia aún está viva. Solo debemos reformularla y adaptarla a cada tiempo. Hoy se necesitan, por un lado, acciones menos relevantes a corto plazo para las sociedades, pero imprescindibles a medio/largo plazo. Por otro lado, políticas que cubran necesidades inmediatas.
Y, por último, pero casi lo más importante, aprender de los populismos en lo que se refiere a comunicación política para motivar al electorado. No en el contenido de sus mensajes sino en la forma en cómo los comunica. Esta fórmula más emocional que racional contribuirá, sin duda, al revivir democrático.
Aitor Tresserras es asesor de comunicación (@aitortresserras)