JAVIER PÉREZ VALLADARES
– Mamá, me dejas ir a casa de Alex a dormir? Haré los deberes allí, te lo prometo!
– No, lo siento. No puedes ir a dormir a su casa.
– Por qué mamá? No lo entiendo, es mi amigo del cole !!!
– Eres demasiado niño para comprenderlo. Es por tu bien.
Todos, en algún momento de nuestra infancia, hemos vivido alguna situación similar a la reflejada en este breve fragmento con el que inicio el artículo. Y es que no son pocos, cuando éramos niños, los que regulaban nuestras ambiciones, deseos, conocimientos y conductas.
Todo recorte a nuestra pueril libertad de aquellos tiempos, acostumbraba a tener un alto porcentaje de justificación y razón de ser. Pues siendo niños, no se tiene la visión, la inteligencia ni la experiencia suficiente para hacer frente a posibles peligros, riesgos y amenazas propias de la actividad lúdica infantil. Pero, ¿en qué momento cree el lector que dejamos de necesitar que limite nuestros actos esa omnipresente autoridad? ¿A la mayoría de edad? ¿Cuándo empezamos a trabajar? ¿Nunca?
Actualmente, la mayoría de los vetos a la libertad de acción que sufre el individuo, en sus primeros años de vida, provienen de sus padres, madres y profesores. Pero a esta primera etapa inicial donde son los educadores y mayores próximos a los jóvenes, los que tendrían un especial protagonismo, le sigue una segunda etapa, en la cual, estos perderían la mayoría de su poder persuasivo, en favor de los profesionales que administran el Gobierno y su territorio.
La autoridad siempre está presente en nuestras vidas. De niños, nos decían cuando nos obligaban a hacer cosas que no queríamos hacer, que era por nuestro bien. Cuando crecemos y somos mayores, es la Administración la que, entonces, nos dice lo que debemos hacer y lo que no. Diferentes personas, aunque una misma figura para nosotros: la autoridad. ¿Se atreve el lector a adivinar cuál es la justificación en esta segunda etapa? Ciertamente, es exactamente la misma: por nuestro bien y por nuestra seguridad.
Numerosos autores han descrito que la persuasión de las masas tienen más en común con la educación de los niños que con otros muchos oficios u ocupaciones. Noam Chomsky, por poner sólo un ejemplo.
Entonces, en un entorno cada vez más globalizado, donde todos nosotros estamos transmitiendo información de lo que hacemos a cada instante, cómo y con quién, gracias a los “Big Data” que producimos incesantemente… ¿nos cuidan mejor nuestros líderes y se anticipan a nuestras necesidades? ¿con tanta información circulando, somos los ciudadanos más exitosos en realizarnos como personas? ¿son nuestros datos relevantes para las autoridades, en relación a nuestro control o nuestra libertad?
En Suecia, el 95% de los pagos se hacen ya con moneda digital. Allí, las iglesias y los “sin techo” reciben las donaciones mediante datáfonos adaptados a este cometido. Nadie duda de que el futuro nos lleva al resto de países, justamente en esta dirección. Control total de la economía de las personas, por parte de los Gobiernos. ¿Considera el lector que será esto bueno, para nuestros jóvenes a corto, medio o largo plazo?
Y es que el control hacia las personas es cada vez mayor. Regalamos a nuestros dirigentes nuestra libertad de elegir y son ellos los que eligen los impuestos que recibirá el gobierno de nosotros, si debemos tener dinero digital o en efectivo, como sucede en Suecia, o si es seguro instalar cámaras en las calles, por nuestra seguridad, como ocurrió en China. Lo que harán con este poder ya no depende de nosotros. Tan sólo podemos imaginar y tener fe en la naturaleza de nuestros gobernantes.
Los “Big Data” podrían ser de gran utilidad para nuestras autoridades, para liderarnos mejor. Éstas tienen más y mejor conocimiento de todos nosotros, que nosotros mismos. Pudiendo acceder a tanta información, deberían entonces utilizarla para controlarnos y protegernos? ¿Dicho control debería limitarse a ciertos ámbitos vitales de los ciudadanos o sería mejor que nuestros dirigentes regularan la totalidad de nuestras vidas, ya que podrían anticiparse y saber lo que es mejor para todos?
Delegar parte de nuestro poder nos genera indudables beneficios. Por ejemplo, con el paso del tiempo, la calidad y la esperanza de vida son mucho mayores ahora que en el pasado, en muchos lugares del mundo. También es cierto que gran cantidad de los mejores inventos de uso cotidiano tienen su origen en la guerra o en proyectos de inteligencia militar. Pero sea cual sea su origen, gracias al progreso tecnológico actual y la gestión de las autoridades pertinentes, podemos realizar trasplantes de corazón a distancia o podemos prever enfermedades asociadas a la genética de una persona. Por nombrar unos pocos ejemplos, de las bondades de la tecnología bien aplicada.
Entonces, ¿dónde considera el lector que estaría el punto de equilibrio ideal entre la libertad total del individuo y una libertad menor en favor de un pequeño grupo de personas que deciden por nosotros, ahorrándonos tiempo y esfuerzo?
La idea de libertad es crucial para muchos aspectos de nuestra sociedad. El intervencionismo económico (según el filósofo Isaiah Berlin, sería libertad negativa) va en detrimento de la creación de empresas y empleo, por ejemplo. En el ámbito legal, la regulación normativa o la ausencia de ello determinan muchos de los debates sociales que tenemos (ocupación, autodeterminación, inmigración, etc).
Las nuevas generaciones, han nacido rodeadas de medios que controlan sus actividades diarias. Tienen internet, redes sociales, teléfono móvil, etc. Siendo nuestros jóvenes la generación más observada de la historia, ¿podríamos decir que gozan de ventaja frente a otras generaciones mayores más libres y descontroladas? Según el informe del consejo de juventud, tenemos la cifra más baja en emancipaciones desde el 2002. Esto, indirectamente, conlleva que tengamos una de las natalidades más bajas de la UE con todos los problemas que esto supone, como por ejemplo hacer frente a las pensiones (hace poco se pidieron 15.000 millones de euros de crédito para poder pagarlas). Tenemos, además, un millón de jóvenes que no estudian y tampoco trabajan. Dicho esto, ¿considera el lector que el exceso de control hacia la ciudadanía se asemejaría a una especie de sobreprotección parental que lejos de hacer a los jóvenes más capaces, vendría a hacerlos más dependientes y menos resolutivos?
Control, protección y regulación por un lado y por el otro, dejar hacer, educación y libertad… dos formas de gestionar la sociedad muy diferentes pero esenciales para el bienestar y la economía. Tan fácil es excederse como no llegar. Quizá la respuesta esté, como dijo Winston Churchill, en la actitud.
Javier Pérez Valladares es empresario, escritor y asesor de políticos, en Latinoamérica (@JavierPerezVa)