GASTÓN ENRIQUE GARRIGA
Hace más de una década que los argentinos escuchamos hablar de la grieta, una conceptualización mediática, de escasa elaboración, tendiente a estigmatizar el conflicto político, a la vez que lo alienta. Un juego enloquecedor, en el que los medios son juez y parte.
Ahora bien: si la política es la continuación de la guerra pero sin sangre, es decir, la administración del conflicto y sus niveles, y si en nuestro país existen dos proyectos antagónicos al menos desde la revolución de mayo, ¿cuál sería entonces la novedad? Que este proceso de hiperideologización que atravesó y atraviesa a la sociedad, como sostiene Mario Riorda en una entrevista reciente con Jorge Fontevecchia, “permea los vínculos de socialización primaria” (1).
Esto es, muchísimos argentinos -faltan estadísticas pero sobran testimonios y confesiones-, han reconfigurado su vida social y familiar, sus círculos de amistades, a partir de posiciones políticas que se fueron expresando, aún en esa esfera, con creciente virulencia, capaz de arrasar con relaciones añejas, basadas en el respeto, la confianza y el cariño mutuo. Hay elementos para al menos formular la hipótesis de que, aún con sus características particulares, procesos similares ocurrieron y ocurren en Uruguay, Chile y Brasil, por citar ejemplos cercanos, y también en otras latitudes.
Durante el siglo XX, nuestro país atravesó etapas de alta inestabilidad política y violencia. Golpes de estado, dictaduras, desapariciones, proscripción del movimiento popular más importante, modelos económicos regresivos implantados por la fuerza, hasta culminar en el grito antipolítico por excelencia, “que se vayan todos”. Aún en esas circunstancias, existían esferas de lo privado que permanecían “a salvo” de la política. ¿Por qué entonces sí y hoy no? La respuesta está, al menos parcialmente, en los algoritmos.
Los algoritmos constituyen el corazón y el cerebro de las aplicaciones a través de las cuales nos relacionamos, nos informamos, nos entretenemos y realizamos un sinfín de operaciones cotidianas. Aprenden de nosotros, nos aprenden a nosotros: aprenden lo que nos gusta para repetirlo, para recrearlo, para generarnos una burbuja de felicidad que nos resulte adictiva y que no estemos dispuestos a abandonar fácilmente, porque de nuestra permanencia depende su modelo de negocios (2).
En los formatos de comunicación hoy dominantes predomina la función persuasiva sobre la informativa o sobre cualquier otra, de manera que es la comunicación, como nunca antes, la que gana o pierde apoyos, mayorías, poder, a través del manejo de o la apelación a las emociones. Las derechas, y en especial las más extremas, lo comprendieron antes que nadie.
Los social media, a diferencia de los medios tradicionales, tienen la capacidad de crear mundos a la medida de nuestros deseos y fantasías. Ese es su mayor poder. Cuando esas creencias, compartidas por una determinada comunidad de sentido, sostenidas a menudo con independencia de los hechos, se chocan de frente con algún elemento de la realidad que las contradice, el intercambio no es precisamente amable. El intento de toma del Capitolio en EEUU, en enero pasado, es un ejemplo de esto, tal vez el más contundente, pero no el único. Ya no se trata sólo de polarización sino de antagonismo. De la dificultad para debatir a algunas formas de violencia, peligrosamente in crescendo.
El fenómeno tiene un innegable aspecto geopolítico. Acaso quien mejor lo explica es el escritor ruso Aleksander Duguin, con el concepto de “guerra híbrida” (3): ganar la guerra sin disparar un tiro, antes que el enemigo se sepa en guerra, recurriendo a toda clase de actores no estatales, desde medios de comunicación a ONGs. Si analizamos la relación entre el macrismo y los denominados fondos buitres allá por 2014 y 2015 y su rol en la campaña presidencial, la injerencia resulta evidente. Sin embargo, los hechos de violencia del Capitolio, destinados a impedir la asunción del actual presidente de EEUU, demuestran que lo que comenzó a estudiarse en los círculos militares y de inteligencia de ese país, hoy está en manos de unas pocas corporaciones privadas, y los intereses de ambas no necesariamente coinciden.
La sobrerrepresentación, tanto mediática como digital de estos fenómenos, posiciones ultras y discursos de odio, alienta cierta confusión. Son ruidosos, claro, pero no necesariamente son tantos.
Otro fenómeno simultáneo requiere nuestra mayor atención. Como reacción a este antagonismo, ocurre un movimiento simétrico y contrario. Otro grupo, atemorizado o espantado por la escalada, se repliega, se desentiende de la política -”son todos iguales”- y queda en estado de extrema vulnerabilidad política. Retomando la idea de los primeros párrafos, unos dejan de relacionarse con otros, pero un tercer grupo se repliega silenciosamente, igualmente atemorizado por los dos primeros. En ambos movimientos se resiente el pacto de convivencia democrática.
Lo más tóxico de la política, ha atravesado N capas de sentido y ha logrado instalarse en lo profundo, minando el tejido social y generando conflictos entre pares de clase, gracias a nuevas herramientas de comunicación desarrolladas por corporaciones globales, que alientan intercambios miserables, cobardes y descalificadores (4).
Sólo lo mejor de la política podrá bucear hasta allí para reparar el daño, recurriendo a formas de comunicación análogas, pero de signo contrario. Esto es, que reconozcan las especificidades de los lenguajes dominantes, pero militen la cooperación en vez de la competencia, la solidaridad y no el individualismo. Frente al odio, el amor y la igualdad (5).
En síntesis, la comunicación política debe ir en auxilio, con herramientas específicas, para reparar los lazos comunitarios dañados y aislar a los odiadores, como se contiene un derrame de petróleo en el mar o se detiene un incendio forestal con un cortafuegos, y reconciliarse con las mayorías populares, antes de que nuestros sistemas políticos se degraden definitivamente.
Sólo la política, reconciliada con las mayorías, podrá enfrentar con chances de éxito al gran enemigo de la humanidad, la desigualdad. Ese es el mayor desafío actual.
Gastón Enrique Garriga es Licenciado en Comunicación Social, posgraduado en Comunicación Política, docente y consultor. Miembro fundador de Grupo Nomeolvides. (@gaston_garriga)
(1) https://www.perfil.com/noticias/periodismopuro/mario-riorda-dice-alberto-fernandez-cambio-varias-veces-estilo-sin-encontrar-confort-en-comunicacion-pandemia.phtml
(2) Monedero, Juan Carlos, “La izquierda que asaltó el algoritmo” (Prometeo, 2018).
(3) Duguin, Aleksandr, “Geopolítica existencial”, (Nomos, 2018).
(4) Santo Padre Francisco, “Carta Encíclica Fratelli Tutti”, (2020).
(5) Garriga, Gastón, “Tecnopolítca y 3ra posición”, (Undav Ediciones, 2020).