INÉS CASTAÑEDA
Cuando escuchamos el término eco, referente al ecologismo, lo relacionamos de forma automática con políticas progresistas, es por eso que puede resultar una sorpresa que no siempre haya sido inherente a ellas. Sin embargo, el ecologismo también tiene su papel en ideologías de corte fascista, concretamente en el nacionalsocialismo, lo que aparentemente resulta contradictorio. El denominado ecofascismo no es actualmente un movimiento consistente, pero sí que ha sido teorizado y estudiado desde varios puntos de vista. Se entiende como ecofascismo aquella ideología ecologista en la que se introducen aspectos propios del fascismo puro como el nacionalismo o el identitarismo. La prioridad de este régimen totalitario es salvar el medioambiente, dejando en un segundo plano el bienestar y los derechos de las personas, grupos sociales o minorías.
Es por esta razón por lo que no debemos fiarnos del término “ecofascismo” únicamente por su preocupación ecologista. Los que comulgan con este pensamiento no niegan que el medio ambiente esté colapsando (no son negacionistas), sino que abrazan ese colapso como una forma de construir un nuevo orden social que refleje sus ideas nacionalistas y fascistas. El ecofascismo también parte, en algunos casos, de premisas anticapitalistas, es decir, el capitalismo y el libre mercado es culpable de este colapso ecológico, por lo que todo debe estar a manos de un estado totalitario que lo regule. Aunque para muchas personas sea un término desconocido,el ecofascismo ha generado episodios violentos como es el caso del atentado terrorista de El Paso en 2019 a manos de un supremacista blanco motivado por la «degradación ecológica», que dejó 22 muertos.
El término ecofascismo se comenzó a utilizar como un insulto en los debates sobre el ecologismo por parte de la ultraderecha liberal, que abogaba por la protección de las grandes empresas y por la explotación del medioambiente, para descalificar a los grupos o personas que luchaban por medidas a favor de cuidar el entorno. En la derecha liberal de la política actual antiecologista, podemos encontrarnos con actores como Bolsonaro o Donald Trump, que niegan abiertamente la existencia del calentamiento global y que achacan la lucha contra el cambio climático al marxismo, lo que también resulta muy peligroso para la sociedad y sobretodo, para el futuro del planeta.
Por otro lado, a pesar de que la ultraderecha en muchas ocasiones haya negado la existencia del calentamiento global como en los ejemplos anteriores, también existe otra tendencia dentro de la misma ideología que tiende a ser ecofascista. Un ejemplo claro es el caso de Marine Le Pen y su programa verde, quien se alejó de la idea de su padre de que el calentamiento global ayudaba a no morir de frío para hablar de la protección del entorno en cuanto a empresas multinacionales o a inmigrantes. Le Pen comparó las sociedades con los ecosistemas y habló en defensa de los seres vivos en un tono xenofóbico, es decir, según la líder el ecosistema enferma cuando entran personas externas (inmigrantes) y las fronteras sirven de barrera protectora.
El coronavirus ha sido una buena ocasión para reabrir el debate sobre el ecofascismo y una llamada de atención de la emergencia climática que estamos viviendo. Como ya conocemos, el problema del calentamiento global está directamente relacionado con el sistema capitalista en el que vivimos y todo lo que conlleva, como la deforestación y otros daños a la naturaleza. Entre las consecuencias se encuentran la catástrofes ambientales, así como la pandemia de la COVID-19.
Durante la pandemia, la actividad humana paró por completo y eso provocó una regeneración del planeta. Pudimos ver cómo los animales pasean libres por las ciudades y las plantas recuperaban otros espacios que los humanos les habíamos quitado, también el aire parecía más limpio y la contaminación acústica cesó. Las consecuencias medioambientales fueron muy positivas y las personas comenzaron a replantearse si esta era la única forma de salvarnos de la emergencia climática, si en unos años tendríamos que vivir así o si era la mejor opción de vida actualmente para no contaminar más. ¿Pero, realmente podemos pensar que debemos vivir así para ocuparnos de salvar el mundo? En este caso, el ecofascismo asoma la cabeza. Durante la pandemia hemos visto cómo las desigualdades sociales crecían y como las personas que debían quedarse en su casa confinadas perdían el trabajo y sufrían las consecuencias de forma drástica. Casualmente, estas personas no son las que más contaminan, ya que según los datos del National Geographic es el 1% de la población más rica la que contamina el doble que la mitad más pobre. Por lo que es incorrecto poner como solución a la crisis climática las medidas impuestas durante la pandemia, si no existe un cambio en todas las clases sociales.
¿Cómo sería el futuro en un sistema ecofascista? El ecofascismo tiene dos tendencias: la tecnológica, y menos radical, que defiende que el estado se debe ocupar de que el capitalismo se acabe, de crear nuevas tecnologías ecológicas y de reducir la sobreexplotación y sobrepoblación. Esto último se erradicaría con la reproducción única de determinados grupos sociales, siendo las víctimas principales las personas de los países subdesarrollados con altas tasas de natalidad. Por otro lado, el ecofascismo anticapitalista prohibiría la tala forestal, la pesca, la emisión de gases o cualquier cosa que pudiese dañar el entorno, aunque esto supusiera privar de derechos a sus ciudadanos. También se destruiría toda la tecnología moderna, en defensa de un sistema medieval, es decir, de los orígenes sin contaminación, aunque no se destruiría la tecnología armamentística o nuclear, ya que existe la prioridad de defender el estado.
La situación no da pie a ser optimistas con el futuro del planeta y el medioambiente, ya que las medidas que se llevan a cabo en los países, de una tendencia cada vez más liberal, no son suficientes para frenar la emergencia climática, pero lo que está claro es que será necesaria una transición repleta de cambios hacia un modelo en el que se reduzca el uso de recursos naturales. Para ello se deberá encontrar un equilibrio entre el mantenimiento de un planeta habitable y la defensa de las libertades de las personas y de la igualdad social. El ecofascismo puede resultar una opción muy tentadora para los grupos de la ultraderecha radicales, cada vez más visibles, pero para las minorías, las mujeres y las clases trabajadoras resulta una opción aterradora. Lo que sí debemos tener en cuenta es que a medida que la crisis climática se agrava, las consecuencias serán más dañinas y las medidas que se impongan serán más radicales y desesperadas, pero entonces ¿Por qué no se toman medidas ya? ¿Qué otro golpe necesitamos para darnos cuenta de lo cerca que nos encontramos del colapso? ¿Por qué no es la mayor preocupación de todos los gobiernos?.
Inés Castañeda es Graduada en Comunicación Audiovisual y estudiante de Máster en Comunicación Política y Social. @inesC8
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