Disolviendo el poder con tinta: el poder satírico de las viñetas políticas

ROBERTO LOSADA MAESTRE

No eran pocos los que nada más adquirir un periódico lo primero que buscaban era la viñeta satírica del día. Lo mismo ocurre con las ediciones digitales de nuestro tiempo. Aunque no todos los medios se atreven a llevar las 11 viñetas (no todas sobre cuestiones políticas) con las que cuenta un número actual del New Yorker, el humor gráfico siempre encuentra un lugar entre las páginas de los periódicos, tanto en papel como en formato digital. 

Hasta tal punto esto es así, que puede afirmarse que estas viñetas satíricas con contenido político, que los angloparlantes denominan editorial cartoons, sirven de registro de los acontecimientos históricos más relevantes de su tiempo. Esto las convierte en una especie de archivo histórico y sociológico de los cambios y evoluciones que se suceden en el ámbito político de una sociedad dada. El inconveniente de esta ligazón con su propio tiempo es que su significado se desvanece para los lectores no contemporáneos, a pesar de la fama que hayan podido alcanzar. Puede que hoy una viñeta editorial sea compartida innumerables veces a través de las redes sociales; ello no la inmuniza contra la pronta caducidad del humor que la convirtió en meme por un tiempo. No suele hacer gracia hoy la viñeta que causó sensación hace unos años.

Esta obsolescencia, por decirlo de algún modo, es el precio que pagan por su carga satírica, que es la característica principal y casi definitoria de estas viñetas editoriales o políticas. No estamos en presencia de ilustraciones que acompañan al resto de la información del periódico o revista de que se trate. Por el contrario, las viñetas políticas tienen una entidad propia, son independientes con respecto al resto de contenidos editoriales o de opinión. No son, por tanto, noticias, ni pretenden informar (aunque en ocasiones ofrezcan información), son un comentario, una opinión, pero que encuentran su sentido en la sátira. Es muy probable que quien no esté previamente informado, no entienda la viñeta y necesite leer primero la información para obtener la gratificación humorística que ofrece.

Dicho de otro modo, para que funcionen como sátira es necesario que exista cierta simpatía o identificación con el objeto de la misma; es decir, que el lector debe identificar quién aparece en el dibujo y lo que simboliza. En caso contrario, no podrá descifrar la viñeta. De ahí que, enfrentados, por ejemplo, a un dibujo de este tipo de hace tan sólo unos años, sólo seamos capaces de ver lo que hay representado en él, perdidos en el salto que se nos muestra entre la realidad y la representación del objeto satirizado (que suele aparecer, la mayor parte de las veces, desfigurado a través de la exageración o el manierismo). Y como es en ese salto, que actúa a modo de lupa, donde se muestra el lado ridículo de la realidad política representada, aunque se nos explique el contenido de la viñeta, nos quedamos huérfanos de su humor.

El que las viñetas editoriales sean esencialmente humor (aunque no siempre) puede hacer que se las considere, erróneamente, como una forma menor de expresión artística. Mientras que el arte político está liberado en cuanto a la forma en la que desea expresarse, las viñetas se ciñen a la sátira y a la ridiculización. Son manifestaciones de ideas políticas creadas con el propósito de divertir, pero también de irritar y enfadar al lector, ofreciendo, en la mayor parte de los casos, una exposición clara y luminosa de la hipocresía que rodea al poder. Por otro lado, los recursos estéticos de las viñetas suelen ser más reducidos que el de otras manifestaciones artísticas. Muchas veces no pueden aparecer en color (sobre todo en los medios impresos) por lo que utilizan, generalmente, el blanco y negro y dan mayor importancia a los contornos que a las texturas.

Sin embargo, y como se ha mostrado recientemente con los lamentables acontecimientos que siguieron a la publicación de las caricaturas de Mahoma en el semanario satírico francés Charlie Hebdo o las 12 ilustraciones publicadas en el diario danés Jyllands-Posten, no conviene menospreciar el poder evocador de estas producciones artísticas. El hecho de que sean dibujos hace que puedan identificarse inmediatamente por el lector sin demasiado esfuerzo. Al contrario de lo que ocurre con la lectura de un texto de opinión, la viñeta transmite la idea de una manera directa.

No puede desdeñarse la fuerza evocadora de estas ilustraciones. Por citar sólo dos de los ejemplos más conocidos: si hoy en los Estados Unidos se llama “Teddy Bear” al típico oso de peluche, se debe a la viñeta de Clifford Berryman, que publicó el Washington Post en 1902, en la que Theodor Roosevelt aparecía con un osezno, como sátira por la expedición de caza en la que había participado y en la que se negó a matar a uno que estaba atado a un árbol; y la imagen que hoy tenemos todos en mente cuando pensamos en Santa Claus se debe al dibujante Thomas Nast que fue, además, el creador del elefante que representa a los Republicanos.

Por otro lado, el hecho de que las viñetas sean imágenes estáticas aumenta considerablemente su poder de transmisión de ideas. Las imágenes estáticas generan mayor excitación que las imágenes en movimiento. Ello por dos razones: primera, implican la sensación de movimiento, ofrecen un espacio para la especulación de lo que iba antes y ocurrirá después; segunda, puesto que se trata de representaciones estáticas, el lector asume que tienen una intención comunicativa y la búsqueda de su sentido es el origen de la fuerte respuesta emocional que provocan.

Por si esto fuera poco, el dibujante de viñetas, al reventar la grandilocuencia con el punzón del humor, ocupa, sobre todo cuando se da una importante polarización política o en regímenes autoritarios, la posición del niño que se atreve a decir que el rey está desnudo en el cuento de Andersen. Es el dibujante de viñetas, aunque no siempre lo consiga, quien, por ejemplo, tiene una mayor oportunidad de sortear la censura en los casos en que ésta exista. De ahí que el humor y el mando político nunca se hayan llevado demasiado bien

Como decía Pascal, “el pueblo cree que la nobleza es una grandeza real y considera a casi todos los grandes como siendo de una naturaleza distinta de los demás”, y advertía: “todos los arrebatos, toda la violencia y toda la vanidad de los grandes vienen de que no conocen en absoluto lo que son.” El dibujante de viñetas editoriales toma sobre sí la tarea (en ocasiones con desagradables consecuencias) de desvelar la realidad del poderoso. Sus dibujos son la versión gráfica y simpática de las palabras de Próspero en La Tempestad: “Nuestra fiesta ha terminado. Nuestros actores, como te anticipé, eran todos espíritus y se han disuelto en el aire.”

 

Roberto Losada Maestre  es Profesor de teoría política de la
Universidad Carlos III (@RobertoLM)

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