Nacimiento, auge y caída de Ciudadanos:

ANDRÉS RUIZ SANTOS

El pacto alcanzado en las últimas horas entre Ciudadanos y el Gobierno para salvar la prórroga del estado de alarma, es un giro del partido que lidera Inés Arrimadas fraguado desde que comenzó la crisis del Covid-19. La posición adoptada ha sido en todo momento de lealtad hacia el Gobierno, ejerciendo una crítica constructiva y con un marcado tono de moderación, alejado de la dureza del Partido Popular y la incalificable postura de Vox.

A expensas de conocer si esto conduce a un nuevo escenario político, creo que es buen momento para repasar cómo y porqué llegó Ciudadanos hasta aquí, desde que comenzara a caminar desnudo por la Cataluña del tripartito hasta la debacle electoral del 10-N.

Nos situamos: Cataluña, año 2005. La Generalitat estaba gobernada por el tripartito de izquierdas PSC-ERC-ICV y la discusión política giraba en torno a la elaboración del nuevo Estatuto de Autonomía. Un grupo de intelectuales catalanes lanza la plataforma cívica y cultural “Ciutadans de Catalunya” para enfrentar al nacionalismo catalán. Estos intelectuales entienden que la coalición de gobierno que los socialistas catalanes formaron con Esquerra y la apuesta de los mismos por la reforma del Estatut, dejaba a un nicho de votantes catalanes definitivamente huérfano: el de centro izquierda no catalanista. Así pues, un año más tarde aquella plataforma da lugar al partido Ciudadanos liderado por Albert Rivera, con la pretensión de ocupar esa vacante en la oferta electoral catalana. Situando siempre en el centro de su discurso la lucha contra el nacionalismo catalán y dejando a un lado la cuestión izquierda-derecha, Ciudadanos navegó durante años en Cataluña con una modesta representación en el Parlament y una escasísima, por no decir nula, presencia en la arena política española.

Es a mediados de esta década cuando el partido naranja empieza a crecer de manera sustancial por la concatenación de dos hecho: En el ámbito catalán, la emergencia del procés de independencia, momento a partir del cual muchos catalanes no independentistas provenientes de muy diversas opciones políticas empiezan a ver en este partido la mejor herramienta para defender a la Cataluña constitucional; y en el ámbito español, el bipartidismo acorralado por el empeoramiento del nivel de vida de las clases medias y los numerosos casos de corrupción no resiste más y sucumbe ante la desafección extendida en gran parte de la ciudadanía hacia los partidos tradicionales. Ese descrédito se traduce en la ruptura de la adscripción partidista de los españoles, es decir, la fidelidad de los votantes al PSOE y al PP se acaba, y se abren ventanas de oportunidad para nuevos partidos que canalicen el descontento de la gente.

Podemos es quien en primer lugar va a abrirse un hueco en el tablero político, pero Ciudadanos no tarda en hacer lo propio, y consigue dar el salto de la política catalana a la del conjunto de España. Pero a diferencia de Podemos, Ciudadanos no hace el clásico planteamiento populista de la élite usurpadora del poder frente al pueblo que lo ha de recuperar, sino que, como explicó Lluìs Orriols en su artículo “Ciudadanos, ¿hacia el populismo de extrema derecha?”, el partido de Rivera hace un análisis tecnocrático de la situación, es decir, entiende que quienes han sido responsables de gestionar el poder en España han adquirido con el paso del tiempo una serie de vicios que han hecho que el sistema deje de ser eficaz para la ciudadanía, por lo que es necesario que el poder sea devuelto a los que saben manejarlo para restaurar la eficacia que el sistema había perdido (lo que “eficacia” signifique para unos o para otros, sería un tema muy debatible, pero no es el fin de este artículo).

La defensa de la unidad de España y la lucha contra la corrupción serán las principales banderas del partido naranja, y en general, presentarán un ideario con el que pretenden apuntalar un espacio político entre el PSOE y el PP, capaz de atraer al votante moderado de ambos partidos que percibe la necesidad de cambios en el país, pero sin que éstos pongan en cuestión el sistema surgido de la transición. En la práctica, el partido de Rivera habría de dar respuesta al descontento ciudadano canalizándolo hacia posiciones moderadas que no exigieran cambios profundos y fuesen perfectamente asumibles para los dos grandes partidos del sistema político español. En última instancia, esto suponía arrinconar a Podemos y sus propuestas de cambio en los márgenes de la radicalidad.

El ciclo electoral que abarca los años 2015 y 2016 va a poner de relieve ese papel de Ciudadanos como partido “bisagra”. Logra una buena representación en el Congreso de los Diputados y en muchos parlamentos autonómicos, siendo capaz de traducirla en pactos de gobierno tanto con el PSOE como con el PP.

El crecimiento de Ciudadanos, pareciendo estancado, entra en otra dimensión cuando en la última parte de 2017 la Generalitat de Catalunya decide poner rumbo de colisión con el Estado, celebrando el referéndum y declarando posteriormente de manera unilateral la independencia. En una Cataluña totalmente polarizada (y movilizada) entre quienes son partidarios de la independencia y quienes no lo son, Ciudadanos logra capitalizar el apoyo de estos últimos, lo que le vale para ganar las elecciones autonómicas de Diciembre de 2017 en Cataluña.
Ese éxito tiene recepción inmediata en el resto de España, y muchas encuestas van a coincidir en situarla como la primera fuerza de celebrarse elecciones generales, en unos momentos en los que la política española gira, solamente, en torno al eje en el que mejor se mueve Ciudadanos: el conflicto catalán.
Llegados a este punto, hemos de preguntarnos de dónde estaban llegándole a Ciudadanos las transferencias de apoyos que lo situaban como primera fuerza política. Los datos que ofrecía el CIS a principios de 2018 arrojaban pocas dudas: cada vez más votantes del PP reconocían que se planteaban cambiar su voto a Ciudadanos. El electorado de derechas, hegemonizado entonces por el PP, percibió progresivamente más a la derecha a Ciudadanos, lo que le convertía en una opción muy atractiva para ellos, a la vez que entendían que al gobierno, en manos del PP, lo de Cataluña se le había ido de las manos. Ciudadanos entonces “olió la sangre”, vio en la debilidad del PP, que aún había de enfrentarse a la sentencia de la trama de corrupción de la Gürtel, y en su creciente fortaleza entre el electorado de derechas, la oportunidad de pasar por encima de aquél, convirtiéndose así en el nuevo partido hegemónico en el espacio político de la derecha. Pero la apuesta de sustituir al PP no era gratuita, requería adaptar todos sus mensajes a ese electorado, lo que alejaba a Ciudadanos de uno de sus nichos, el votante moderado proveniente del PSOE. Y en plena pugna entre Ciudadanos y PP por el voto de derechas, apareció Vox, lo que no hizo sino enrocar aún más la competición de aquellos por tener el discurso más atractivo para un electorado de derechas sobreexcitado. La estrategia de Rivera no solo estaba alejándole de su nicho de votantes de centro-izquierda, sino que además, estaba dejando al PSOE pista libre en el centro, su principal nicho. La célebre foto de la manifestación contra el gobierno de Sánchez, de Rivera junto a Casado y Abascal, fue la imagen de un partido que se había quedado encerrado en una competición por demostrar quién podía ser más de derechas y que le desnaturalizaba por completo.  Si bien Ciudadanos no cayó en la radicalidad tanto en el terreno ideológico, sí que lo hizo en la forma en la que se enfrentó al gobierno de Sánchez y en la visceralidad con la que rompió todos los puentes con un PSOE que se quedó en exclusiva con la imagen de partido moderado.

Los resultados de las elecciones generales de Abril de 2019, y las autonómicas y municipales de Mayo del mismo año, depararon un gran crecimiento de Ciudadanos a costa del PP, que sin embargo no era suficiente para lograr su objetivo de quedar por delante de éste.

Es aquí cuando a la estrategia de Rivera se le ve definitivamente el escaso recorrido que tenía, al jugárselo todo a un objetivo muy ambicioso que no logró: superar al PP. Ciudadanos entonces tuvo que enfrentarse a la tesitura de elegir entre romper el bloqueo político volviendo a tender puentes con el PSOE y pactar un gobierno con Sánchez, lo que le devolvería el papel para el que nació (conformar mayorías de gobierno moderadas), o continuar escorado a la derecha, negando cualquier acercamiento al PSOE, a riesgo de ir a repetición de elecciones. Rivera, soportando fuertes convulsiones internas en su partido, siguió con la misma estrategia y ya conocemos el desenlace. La repetición electoral a la que fuimos deparó el derrumbe de Ciudadanos, que perdió más de la mitad de sus votos y pasó de 57 a 10 diputados.

Hay quien explica tal debacle por la poca utilidad que sus votantes percibieron en Ciudadanos para deshacer el bloqueo político que sufría el país, cuando a priori esa era precisamente una de las funciones que se le atribuía al partido. Sin embargo, creo que hemos de desechar esa teoría si tenemos en cuenta lo expuesto anteriormente, es decir, que Ciudadanos creció en Abril gracias al votante de derechas, ¿o es que acaso este votante priorizaba la ruptura del bloqueo político por encima de evitar que Sánchez fuese nuevamente presidente? De hecho, los datos del CIS revelan que la mayor parte de pérdidas de votantes de Ciudadanos fue a parar al PP y a Vox, no al PSOE, lo que significa que sus votantes no estaban castigando su negativa a pactar con los socialistas. Esto puede indicarnos que lo que pasó, fue que Ciudadanos apostó por un electorado, el de derechas, que difícilmente podía serle fiel en un contexto de tan alta polarización, porque ese no es su votante natural sino el de PP y Vox, quienes sí podían responder más cómodamente a las preocupaciones de aquellos de la forma en que dicho electorado estaba demandando.

En definitiva, creo que el pecado original de Ciudadanos se halla en haberse dejado llevar por las simpatías que despertó entre el electorado de derechas en una coyuntura política muy concreta, marcándose unos objetivos políticos totalmente desviados de lo que un partido que pretendía representar el “centro liberal” debe perseguir. No quiere decir esto que Ciudadanos tuviera que haber renunciado a crecer electoralmente, pero ese crecimiento nunca se debió perseguir girando a la derecha y alterando su naturaleza sino, manteniendo sus principios, lograr que la gente se adhiriera al nuevo proyecto que Ciudadanos encarnaba; hacer que el electorado se moviera a sus posiciones y no que el partido se moviera a las del electorado.

Está por ver si el último movimiento llevado a cabo por Arrimadas se limita a un acto de responsabilidad y lealtad al país o, si realmente forma parte de una estrategia para devolver a Ciudadanos al centro. Sea como fuere, supone un gran paso para sacar a Ciudadanos de la foto de Colón, en la que quedó atrapado hace más de un año.

 

Andrés Ruiz Santos es politólogo por la Universidad de Granada (@AndresRS91)