JULIÁN KANAREK
Pensar una campaña actual sin entender las redes o el universo online es imposible. Pero creer que una campaña online sola puede ganar una elección es voluntarista.
A partir del complejo entramado mediático en el que se mueven las y los ciudadanos se construye un discurso público multicausal, diverso e ingobernable. Las campañas de redes lo saben porque deben moverse en ese universo, en ese mundo de mundos fragmentados donde todas y cada una de las comunidades representan un desafío distinto. Mundos, burbujas de información, tribus.
Para entender este entramado mediático al que están expuestos los ciudadanos, tanto en su rol activo como en el pasivo, debemos comprender este tiempo. Un mundo en lucha. De Francia a Chile, de Irán a Ecuador, de Hong Kong al Líbano. Masas luchando por diversas causas. Contra gobiernos de todos los colores.
En su corta vida, las redes nos han llevado del optimismo democratizador a la amenaza de manipulación. En ese contexto es que debemos, quienes trabajamos en comunicación política, pensar todos y cada uno de los mensajes que vamos a producir.
En el manejo de una campaña de redes deberíamos hablar ya de commodities en conceptos como la escucha, la autenticidad, la interacción real y la generación de vínculos entre el candidato o la campaña y los ciudadanos. Pero sorprendentemente esto no es así. Asistimos a una suerte de ritual donde todos se preocupan más por la apariencia de (interacción, autenticidad y escucha) que por una práctica consciente, planificada y real. En este, como en otros puntos sensibles de la comunicación digital, los profesionales de la comunicación tenemos una gran responsabilidad para elevar la vara, aportando a la política elementos de valor democrático en lugar de herramientas, trampas o acciones cortoplacistas.
Según una investigación de IPSOS, el 57 % de las personas asume que se miente más en política y medios hoy que hace 30 años (1). La política, los políticos y los sistemas partidarios mundiales se encuentran ya no solo desprestigiados, sino interpelados por actores internos y externos que sacan rédito de esta realidad.
En la misma investigación se muestra que el 65 % de las personas vive en una burbuja en internet, pero sólo el 34 % lo reconoce (2).
El filtro burbuja es el concepto trabajado por Eli Parisier: “Una vez que hemos adquirido esquemas, estamos predispuestos a reforzarlos. Los investigadores de la psique llaman a esto sesgo de confirmación, una tendencia a creer cosas que refuerzan nuestros puntos de vista ya existentes: vemos lo que queremos ver” (3).
Este sesgo de confirmación que se transforma y potencia en el filtro burbuja de la red es el caldo de cultivo de la división, la crispación y el enfrentamiento político. Aquellos ciudadanos política y digitalmente activos se van congregando alrededor de aquellas posiciones que los reconfortan, dejando poco espacio al disenso constructivo.
A partir de todo esto, la pregunta que surge es cómo lograr empatizar, gobernar la narrativa e interactuar de manera efectiva con los votantes. Cómo romper mi burbuja para llegarles a los ciudadanos más lejanos.
Las respuestas son diversas pero definitivas. Las redes sociales no ganan ni pierden elecciones, pero sí articulan de manera integral a la narrativa que ha de tener una campaña. Fomentar el diálogo y predicar con el ejemplo es una necesidad ética frente a las campañas de desinformación.
Dice Mario Riorda: “La materia prima comunicacional –de las campañas– es el otro en cuanto malo. Se conforma una otredad restringida, negativa, donde la identidad del uno se forma por el contraste con el otro, sin entenderlo ni asumir su diferencia, sino combatiéndolo, negándolo” (4).
Este es otro de los elementos que llevan al tipo de discursos que se construyen voluntariamente o se dejan circular por parte de las campañas digitales. Es mucho más fácil potenciar el disenso que construir discursos de gestión, buscar políticas de Estado, construir consensos. Brindarle al otro la posibilidad de ostentar la razón, aunque sea por un tiempo, aunque sea uno de esos cortos tiempos a los que nos tienen acostumbrados las redes.
Aquellos candidatos, políticos o gestores que entiendan la interacción como un activo encontrarán una herramienta que proyecta el trabajo en territorio y lo retroalimenta. Pero esto debe ser real, debemos implicarnos en la escucha, en el diálogo, en las respuestas. Debemos denunciar las campañas de desinformación cuando el implicado es el otro. Es imperante mejorar el entorno, superarnos como interlocutores para recobrar la confianza de la ciudadanía.
El entorno en el que trabajamos políticos, comunicadores, asesores y consultores es la democracia. Debemos defenderla con uñas y dientes porque en ella está el futuro de nuestra profesión. Está la suerte de nuestros hijos. Y quienes trabajamos cerca del poder podemos caer en la tentación de tomar el camino corto. El de atacar al otro, el de crear o dejar circular noticias falsas que nos benefician directa o indirectamente, el de fomentar la división, la crispación y la denuncia. Todo eso es efectivo, está demostrado y por ello es peligroso.
Iberoamérica es una región joven y con alta penetración de internet. Esto es una oportunidad para los candidatos que trabajen bien desde las redes. Pero sólo para aquellos que entiendan con cabalidad las reglas implícitas y explícitas que estas tienen.
Para participar de las conversaciones hay que sintonizar con las temáticas de los jóvenes y contestar. Es necesario romper con la vieja lógica de comunicación unidireccional, con la emisión de comunicados unilaterales en el universo de los diálogos y la interacción. Porque al tan repetido concepto de que los jóvenes no están interesados en política se impone la realidad, las causas: el medio ambiente, el feminismo. La política, los políticos deben bajar al territorio de las redes para interactuar. Que un presidente le responda a un ciudadano en Twitter debe dejar de ser una anécdota pintoresca para transformarse en una actitud de gestión digital de la comunicación política.
Por último, desde el territorio digital hacia la política en su conjunto, quienes participamos en la planificación de campañas electorales, gubernamentales o políticas tenemos el imperativo moral de defender la ética profesional. Se la debemos a esos jóvenes que siguen confiando en construir el mundo que les pertenece. Podemos alejar la tecnofobia para intentar construir discursos políticos que los incluya, que los acerquen al ejercicio de la democracia.
Julián Kanarek es Director de Ciudadana y docente en elPosgrado en Comunicación Política eInstitucional de laUCA(@julian_kanarek)
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Referencias:
(1) IPSOS (2018) ‹https://www.ipsos.com/es-ar/fake-news-y-burbujas-de-informacion›
(2) Ibídem
(3) Eli Parisier, El filtro burbuja, Madrid, Taurus, 2011
(4) Mario Riorda, Las campañas electorales han muerto, Clarín, Buenos Aires, 2019