GONZALO SARASQUETA
Otra vez, la crisis es el issue indiscutible de una campaña electoral en Argentina. Debate presidencial, publicidad, mítines, territorio, apariciones mediáticas y militancia: todo gravita alrededor de ella. Y este encuadre económico del país, propuesto desde un principio por el Frente de Todos, ahora es aceptado por el oficialismo. Después de intentar imponer la dicotomía sistémica –democracia (representada por la fórmula Mauricio Macri-Miguel Ángel Pichetto) vs populismo (encarnado en Alberto Fernández-Cristina Fernández)– como eje rector del debate público en la primera mitad del año, Juntos por el Cambio se rindió ante los preocupantes índices de pobreza, inflación y desempleo. O, mejor dicho, terminó de metabolizarlos después del contundente resultado adverso de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 11 de agosto, donde la fórmula Fernández-Fernández le sacó una distancia de 15,99%.
A raíz de la debacle electoral y la posterior estampida del dólar (que llegó a valer 60 pesos argentinos), el jefe del Ejecutivo adoptó medidas económicas –aumento del salario mínimo, congelamiento del precio de la nafta, eliminación del IVA en alimentos básicos, entre las principales– para amortiguar el impacto de la devaluación. Y también alteró su narrativa de campaña. Su repertorio discursivo incorporó significantes tales como “alivio”, “urgencias”, “emergencia”, “autocrítica” e “incertidumbre”. Pasó de un lenguaje aspiracional centrado en el futuro, las expectativas y la modernización a un vocabulario sensible, realista y minimalista. Un relato de supervivencia más que de poder.
El macrismo ingresó en lo que el investigador Luciano Elizalde denomina “fase de contención”, una etapa en la que se busca detener la expansión de la crisis. Todos los recursos de la gestión (materiales, humanos, simbólicos y legales) están dirigidos a mitigar los coletazos económicos. La dificultad reside en la superposición comunicacional. La Casa Rosada despliega un léxico de emergencia en un contexto electoral. Se mezclan dos dinámicas contradictorias, la urgente de la crisis y la proselitista de la campaña. Pedir sacrificio y voto al mismo tiempo es, al menos, paradójico. Y riesgoso, en un país donde la gobernabilidad es, hasta la fecha, un lujo exclusivo del peronismo.
Mauricio Macri tiene sobre la mesa las dos píldoras de Matrix. Y tiene que escoger. La primera opción es transformarse en el único presidente no peronista que, desde 1928, cuando el radical Marcelo Torcuato Alvear le traspasó la banda a su correligionario Hipólito de Yrigoyen, finaliza su mandato. Ese sería su legado. Para cumplir esta meta, la estrategia debería estar focalizada en la administración, el diálogo y la regulación del conflicto social. En términos comunicacionales, debería optar por mensajes abiertos (apuntados a un nosotros inclusivo, “todos los argentinos”) conciliadores (sin polémica ni contraste) y descriptivos (diagnóstico del día a día). La otra pastilla son las urnas. Apuntar a la reelección. Condensar todos los esfuerzos en acortar la brecha con el dúo Fernández y forzar un balotaje. Dicha empresa implicaría reactivar la negatividad como vector discursivo, el miedo como táctica emocional y la díada temporal Pasado (Populismo) vs Futuro (República) como principio ordenador. La consecuencia de esta jugada sería romper los contados conductos que existen con el Frente de Todos. Ergo: quedaría en soledad para afrontar un ambiente cada vez más inflamable, desde el punto de vista social, político y económico. Peligroso. Juntos por el Cambio estaría repitiendo un error que talló su experiencia: producir más conflicto del que puede procesar.
Alberto y el yenga peronista
Del otro lado de la calle, espera Alberto Fernández. Más allá de la campaña electoral que está realizando (una narrativa económica que busca alumbrar el fracaso del gobierno macrista), el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner se puede congratular, hasta el momento, de una obra faraónica: la unidad del peronismo. Arquitectura que, vale aclarar, fue posible gracias a Cristina Fernández, que optó por dar un paso al costado y apostar por la vicepresidencia. De cara a las elecciones generales del 27 de octubre, Alberto Fernández prepara una estrategia con escasa presencia mediática, recorridas territoriales con volumen bajo y un tono esperanzador en las redes sociales.
Pero sostener el yenga peronista no será sencillo. El reto de Alberto Fernández es que el Frente de Todos modifique su genética y pase de ser una alianza electoral a una coalición de gobierno. Sin deserciones (ni traiciones), claro. No será fácil. En el seno de la escudería conviven dos corrientes nítidas de poder. Por un lado, estaría el costado “menchevique”, donde se ubican el propio aspirante presidencial, Sergio Massa (líder del Frente Renovador) y los gobernadores e intendentes del Partido Justicialista (PJ). Esta rama destaca por su pragmatismo, moderación y gradualismo. La otra vertiente, auspiciada por Cristina Fernández, sería el ala “bolchevique”. Ahí aguardan Máximo Kirchner (el hijo mayor de Néstor y Cristina), Axel Kicillof (el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires) y el resto de los jóvenes de la agrupación “La Cámpora” (el primer anillo de confianza de la exmandataria). Este espacio sobresale por su ideologización, intransigencia y hermetismo. Alberto Fernández deberá mostrar dotes de equilibrista. Y, en simultáneo, exhibir un liderazgo de hierro. El peronismo no perdona la debilidad. Mucho menos, la de un compañero. Como dice el Mijaíl Gorbachov de la serie Chernobyl: “Nuestro poder proviene de la percepción de nuestra fuerza”. Una frase que este porteño de 60 años deberá acoger como mantra si quiere mantener completo ese catch all que es el PJ.
El consejo de Borges
¿Podrá Argentina encontrar una diagonal entre Mauricio Macri y Alberto Fernández? Si se concretase la victoria del Frente de Todos, este es el interrogante crucial. En un país que se refunda asimismo cada década, las continuidades son una anomalía. Habrá que ver cuáles son esos sedimentos que escoge el ganador de las PASO para elaborar su relato político, o para escribir, en palabras del consultor y profesor Orlando D’Adamo, su “novela del poder”.
El accionar judicial será un buen termómetro para medir la dimensión de la fractura entre los proyectos “macrista” y “albertista”. Como lo demostró en los últimos años, salvo contados casos, la justicia argentina es cíclica: procede en sintonía con el poder ejecutivo de turno. Es un músculo político de la Casa Rosada. En dicho sentido, será cuestión de vislumbrar qué sucede con las causas que apila el actual presidente: la deuda del Correo Argentino, la compra irregular de parques eólicos y la venta de la aerolínea familiar Macair a Avianca, entre otras. Acá también pesará la voluntad de Alberto Fernández. Se avecinan tiempos difíciles para el bolsillo ciudadano y este tipo de acontecimientos puede servir de cortina comunicacional. El gobierno de Macri ya empleó este subterfugio para intentar tapar la crisis económica. En todo caso, habrá que prestar atención al verbo de Alberto Fernández en estos meses y detectar si recuerda aquel poema de Jorge Luis Borges denominado “Fragmentos de un evangelio apócrifo” que decía: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”.
Gonzalo Sarasqueta es consultor político y coordinador del Posgrado de Comunicación Política de la UCA (@gogosarasqueta)
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