JUAN LUHRS
La historia reciente de la política chilena puede dividirse fácilmente en tres períodos: democracia fracturada, dictadura y nueva democracia.
El primer lapso corresponde a la etapa previa al golpe de Estado de 1973. Para ese momento, la política estaba organizada en tres grandes tercios, la Unidad Popular en la izquierda, la Democracia Cristiana en el centro y el Partido Nacional en la derecha. Hasta entonces “el espectro político chileno se hallaba claramente estructurado en tres polos muy definidos: centro, izquierda y derecha, a cada uno de los cuales correspondía un electorado identificado con un acervo de símbolos, creencias y valores de perfil muy nítido” (Baño, Bustamante y Gutiérrez 1991: 3).
Aquí es donde encontramos los primeros antecedentes sobre el comportamiento de los votantes en el país, cuestión que se sostendría en el tiempo. “Con los resultados de las elecciones municipales de 1992 y 1996 se puede recuperar la distribución de las fuerzas electorales, clasificadas de derecha a izquierda, de un modo tal que prácticamente se repiten las fuerzas relativas de cada sector, en promedio, de 1937 a 1973” (Valenzuela, 1999: 286). Esto nos da a entender que existe un electorado fiel a cada sector y tendencias claras en cada territorio, sin perjuicio de que la correlación de fuerzas varíe en determinados períodos y elecciones, sobre todo en aquellas más centradas en el candidato.
El inicio de la dictadura significó un apagón electoral de quince años, pues no fue hasta 1988 en que se realizaron comicios con garantías democráticas. Lo importante de este período fue el realce de la figura del dictador Augusto Pinochet, pues agrupó tras su nombre a toda la derecha, expandiendo su influencia a otros grupos de votantes. Esto fue un verdadero problema durante la transición democrática, debido a que la centroderecha era incapaz de generar un liderazgo nuevo.
Cuando Chile volvió a votar, la correlación de fuerzas había cambiado, en parte por la popularidad de la dictadura y en parte por las condicionantes propias del sistema binominal para la elección del parlamento. El país ya no se dividía en tres tercios, sino en dos polos. “En el período 1987-1989 se produce una confrontación entre opciones totalmente contrarias, existe una cultura política en la ciudadanía que es capaz de identificarse en el eje izquierda-derecha. Otro rasgo es su carácter moderado y el aumento del electorado que se define de centroderecha” (Gutiérrez, 1991: 81).
Mientras la Concertación heredó la maquinaria y el proyecto político del No, la centroderecha tuvo que comenzar desde cero. Aunque creció en apoyo gracias a la figura de Pinochet, también se hizo dependiente de éste y hasta fines de los noventa no supo definir si profundizar el proyecto de los militares o apuntar al centro. En los hechos, no fue capaz de disputar la mayoría presidencial hasta 1999.
Crónica de la centroderecha
Lo que hoy se entiende como centroderecha chilena es fruto de la convergencia en el Partido Nacional de liberales y conservadores, quienes durante gran parte de la república fueron enconados rivales. Esto ocurrió en 1966 y fue fruto del auge socialista, pues cada vez se hacía más patente la posibilidad de que Salvador Allende alcanzara el poder.
Tras la caída de la Unidad Popular, los dirigentes del sector apoyaron el proyecto encabezado por los militares, en primera instancia caracterizado por un discurso de orden y posteriormente acompañado con una propuesta de progreso económico. El “milagro económico” y el “capitalismo popular” fueron los principales hitos de la agenda modernizadora, impulsada por académicos que convencieron a los uniformados de aplicar reformas económicas. Esto convirtió a una centroderecha tradicionalmente proteccionista en una económicamente liberal, cuestión que se mantiene hasta la actualidad.
A partir del plebiscito de 1988 un sector caracterizado como “poco más de un tercio” de la población se convirtió en la mitad, al menos en el imaginario político. En un principio esto derivó en que obtuviera contundentes derrotas en todos los procesos electorales, hecho salvaguardado con artificios institucionales como los senadores institucionales. Esto le permitió ganar tiempo, pensando en que el poder no le sería siempre esquivo.
En 1988 Pinochet consiguió un 44,01% con 3.119.110 votos. En 1989 los dos candidatos conservadores –Hernán Büchi y Francisco Javier Errázuriz– obtuvieron una cifra prácticamente igual al sumar 3.129.288 votos. Los comicios de 1993 fueron un verdadero desastre, pues los candidatos –Arturo Alessandri Besa y José Piñera– perdieron un millón de preferencias. Pero en 1999 la centroderecha se volvió verdaderamente competitiva de la mano de Joaquín Lavín, quien sumó 3.352.199 sufragios en la primera vuelta y 3.495.569 en el ballotage. Aunque fue derrotado, el candidato estuvo a 187.589 preferencias de convertirse en mandatario. La derecha estaba en condiciones de disputar el poder y su influencia iría en alza, así lo demostraría en las parlamentarias 2001. Ese día, la UDI se convirtió en el partido más grande de Chile y se confirmó la tendencia al alza.
En las presidenciales de 2005 la centroderecha compitió con dos candidatos en la primera vuelta, lo que fue anunciado como una primaria. A Lavín se sumó el entonces presidente de Renovación Nacional (RN), Sebastián Piñera. En la primera vuelta, los candidatos opositores sumaron más votos que Michelle Bachelet, de la Concertación, pues totalizaron un 48,64% versus un 45,96%. Ese año las elecciones parlamentarias y presidenciales comenzaron a votarse en conjunto, pero el resultado de Piñera y Lavín no se tradujo en un alza de escaños. Finalmente, la Concertación volvió a triunfar en la segunda vuelta. Bachelet derrotó a Piñera por un 53,5% contra un 46,5%.
En 2008 hubo un hito de particular relevancia. En las municipales de ese año la centroderecha llegó al 40,66% en alcaldes, mientras que la centroizquierda solo llegó el 38,43%. Por primera vez en cincuenta años el bloque conservador era la primera fuerza del país.
Para 2009 la coalición cerró filas tras Piñera. La evidente ventaja del candidato de RN en las encuestas y la indecisión del oficialismo sobre el relevo de Bachelet hicieron que los partidos se cuadraran con el empresario sin mayor problema. En los comicios, Piñera obtuvo un 44,06%, seguido por Frei con un 29,60% y de un outsider progresista llamado Marco Enríquez-Ominami (MEO) con un 20,14%. En último lugar quedó Jorge Arrate –candidato del Partido Comunista– con un 6,21%.
Todos los candidatos eran de izquierda con excepción de Piñera, pero eso no implicaba que sus votantes lo fueran, al menos en el caso de MEO. Es por eso que el actual presidente realizó una segunda vuelta centrada en la palabra “cambio”. Esto no solo actuaba como recuerdo de la campaña de Lavín en 1999, sino también ponía el eje de la discusión en el desgaste de la Concertación. Esta estrategia era sumamente conveniente para captar votantes de MEO.
El resultado final fue de un 51,61% para Piñera y un 48,39% para Frei. La centroderecha volvía a La Moneda democráticamente por primera vez desde 1958.
La continuidad de Piñera fue un problema en sí mismo. Primero se pensó que el candidato sería Laurence Golborne, artífice tras el rescate de los 33 mineros. Igualmente se convocaron primarias y al frente de Golborne se plantó Andrés Allamand, histórico dirigente de RN que a esa altura oficiaba como ministro de Defensa. Golborne renunció a la candidatura después de que se descubrieran cuentas suyas en las Islas Vírgenes y en su reemplazo asumió Pablo Longueira, ministro de Economía y figura central de la UDI. Ganó Longueira, pero debió dejar la competencia por una fuerte depresión.
Entre gallos y medianoche, la cúpula de la coalición decidió que la candidatura sería asumida por Evelyn Matthei, entonces ministra de Trabajo y Previsión Social. Ella tenía un perfil duro, con un aire a Margaret Thatcher. Tenía un alto grado de conocimiento y aprobación de un sector de la población, pero también mucha resistencia en el resto.
Su campaña nunca despegó. Además surgió una candidatura independiente que disputaba un voto tradicionalmente de centroderecha, Franco Parisi. Mientras Matthei atacaba a Bachelet, Parisi atacaba a Matthei. En total hubo nueve candidatos. La primera vuelta entregó como resultado un 46,70% para Michelle Bachelet, un 25,03% para Matthei, un 10,99% para MEO y un 10,11% para Parisi. El resto se dividió entre las candidaturas menores. En el ballotage Bachelet tuvo el 62,17% de los sufragios.
El segundo gobierno de Bachelet estuvo marcado por los afanes de reforma. Se hicieron cambios en el sistema tributario, se modificó el sistema electoral del parlamento, se hicieron cambios profundos en la educación escolar y superior, se intentó reescribir la Constitución y se impulsó una nueva legislación laboral. Además, la administración estuvo marcada por los escándalos de corrupción en todas las coaliciones, siendo el caso “Caval” el más mediático, pues vinculaba al hijo de la mandataria con tráfico de influencias y especulación inmobiliaria. Estas temáticas rearticularon a la centroderecha tras Sebastián Piñera. El expresidente ganó cómodamente las primarias.
En la primera vuelta Piñera obtuvo solamente un 36,64%, muy por debajo de lo presupuestado. Le siguieron Alejandro Guillier de la Nueva Mayoría con un 22,70%, Beatriz Sánchez de la izquierda podemita con un 20,27% y el outsider de derecha, José Antonio Kast, con un 7,93%. Más atrás estuvieron Carolina Goic (DC) con un 5,88%, MEO con un 5,71% y otras candidaturas que no llegaron al 1%.
En las parlamentarias debutó el nuevo sistema “proporcional inclusivo” y además el Frente Amplio se estrenó en las urnas. Sobre un total de 155 diputados, la centroderecha consiguió 72, la Nueva Mayoría 43, el Frente Amplio 20, la Democracia Cristiana –que decidió correr sola– tuvo 14 y el partido de MEO llegó por primera vez al parlamento con una diputada. Los cinco restantes se dividieron entre fuerzas regionalistas e independientes.
Estos números sugirieron que el ballotage estaba para cualquiera de los candidatos. Aunque Piñera había sido el favorito, sus resultados de la primera vuelta fueron muy bajos y por el otro lado Guillier había conseguido que toda la izquierda cuadrara filas tras su figura. Aun así, el resultado fue contundente en favor de Piñera, quien consiguió un 54,58%, la mayor votación histórica a una candidatura conservadora. Con una participación muy alta –la segunda mayor desde el retorno de la democracia–, el actual mandatario se convirtió en el tercer presidente más votado de la historia.
El voto a la centroderecha
En Chile los atributos de los candidatos son muy relevantes a la hora de decidir el voto, sobre todo en comicios personalistas como las elecciones de alcalde o presidente. Para tener una lectura clara sobre el voto a la centroderecha se requieren instrumentos que permitan medir el peso real en el tiempo.
Los comicios con menor influencia de los atributos personales –sin llegar en ningún caso a cero– son las elecciones de concejales y diputados. Además, se realizan de forma simultánea en todo el territorio nacional –a diferencia de los senadores–. Los datos utilizados correspondieron a las quince elecciones de concejales y diputados realizadas entre 1989 y 2017 a nivel de los 345 municipios –se excluyó la Antártica por razones metodológicas–. Las comunas se clasificaron según número de victorias de los conglomerados (1), el promedio en el porcentaje de voto (2), tamaño (3) y ubicación geográfica. Estos datos fueron cotejados con el plebiscito de 1988.
En el país existe una fuerte tendencia a votar por una misma coalición. El 80% de la población vive en comunas que escogen sistemáticamente al mismo conglomerado. Si consideramos las comunas tendientes a uno y otro sector, los municipios progresistas superan en 202 a los conservadores y su población es nueve veces mayor. Incluso su promedio su promedio de habitantes es mayor en 13.993 personas.
A partir de eso hay que destacar que centroderecha y centroizquierda no son fuerzas equivalentes, pues la base electoral progresista es más amplia en número, población y territorio. El sector progresista tiene 236 comunas con clara tendencia favorable, un 68,4% de los municipios y un 72,9% de la población. Si nos referimos sólo al voto duro, los ayuntamientos son 132 (38,2% del total) y su población llega a un 46,2% del total del país.
Las comunas con clara tendencia de voto a la centroderecha son 34, un 9,8% de las comunas y agrupan al 7,8% de la población del país. Si consideramos solo el voto duro, el número se reduce a once. Esto equivale al 3,1% de las comunas y al 3,8% de la población. Aquellas comunas donde la centroderecha obtiene una media porcentual superior al 50% representan al 5% de la población.
El gran reducto de la centroderecha es Santiago oriente, un conjunto de comunas grandes que concentran a la población de mayores recursos. Aquí se ubican Providencia, Las Condes, Lo Barnechea, Vitacura y La Reina. Todas tienen una notoria tendencia de voto a este sector. Existen otros municipios con comportamientos similares, pero todos son de un tamaño reducido con excepción de Viña del Mar que posee 300.000 habitantes.
Otra tendencia sostenida es que la centroderecha obtiene peores resultados en tanto subimos por la escala poblacional. Es así como podemos ver que el promedio de porcentaje en los ayuntamientos con población entre 501 y 10.000 personas es del 48,05%. Pero en los municipios con más 100.000 habitantes es del 36,33%. La hostilidad de las comunas con más de 100.000 habitantes se hace más nítida en las victorias que en los porcentajes. De un total de 56 municipios, 43 tienen tendencia progresista y sólo cuatro votan por la centroderecha.
El análisis del factor geográfico sólo ratifica lo antes mencionado. La centroderecha no es la primera fuerza en ninguna de las macrozonas (ver imágenes). Tampoco lo es en ninguna de las quince regiones. En todos los casos es la centroizquierda.
La pregunta es cómo un sector que sólo es mayoritario en pocos lugares puede perfilarse como un actor influyente de la política chilena.
La respuesta está en que el sector representa un 37,72% de los votos repartidos de forma bastante homogénea en todo el territorio. Sólo hay tres municipios donde promedia menos de un 20% y 52 donde está bajo el 30%.
El sistema binominal le permitió rentabilizar muy bien sus votos, puesto que con un 33% de los votos se podía obtener la mitad de la representación en los distritos y tender a conseguir la mitad de los escaños. Además el mapa político de la transición dividía al tablero en dos, aunque no fueran fuerzas similares.
A esto hay que sumar que en las elecciones unipersonales la centroderecha tiene la capacidad de revertir tendencias políticas centrándose en los atributos de los candidatos. El caso más emblemático corresponde al plebiscito de 1988, donde el voto para la continuidad de Augusto Pinochet traspasó el piso electoral del sector. El dictador se impuso en las comunas con tendencia de centroderecha, pero también en la mayoría de los municipios “disputados” y en muchos otros de signo progresista. Su promedio comunal fue de un 52,72%.
Otro ejemplo son las comunas con más de 100.000 habitantes. Estas agrupan a 10.952.756 personas, un 62,3% del total del país. A pesar de que sólo cuatro votan consistentemente a la centroderecha y de que 43 tienen una marcada tendencia de centroizquierda, 25 de estos municipios (45,4%) tienen un alcalde conservador. La población de estos territorios alcanza las 5.907.413 personas, un 53,9% del total de municipios grandes.
Conclusiones
Los números son concluyentes en que la centroderecha chilena no es una fuerza hegemónica en el país, tampoco es mayoritaria e incluso dista de tener el mismo peso que la centroizquierda. Pero aún así es competitiva.
Tiene pocos reductos fidelizados y aunque tiene muy buena llegada en la élite, todo resulta insuficiente para disputar el poder. El secreto de su actuar está en dos puntos: la homogeneidad y la disciplina.
Como se señaló anteriormente, la centroderecha en los últimos 30 años promedia un 37,72% por comuna. Esta tendencia se encuentra homogéneamente repartida en todo el territorio, por lo que posee un piso alto en todos lados. Aunque esto no le permite imponerse por sí sola, pero es una plataforma sólida sobre la que construir una mayoría, sobre todo amparándose en los atributos de sus candidatos. Eso explica que los resultados presidenciales sean consistentemente mejores que los parlamentarios y que tenga mejores números en votaciones de alcaldes que de concejales. Es mayoritaria en muy pocos lugares, pero puede serlo en prácticamente cualquier lado.
Esto ha sido posible gracias a una disciplina sostenida en el tiempo. La coalición de centroderecha nunca se ha roto y con excepción de las elecciones presidenciales, siempre ha sido capaz de alinear al mundo conservador tras una sola oferta electoral. Por mucho que la centroizquierda tenga condiciones más favorables para conseguir el voto de los ciudadanos, su fragmentación ha dispersado el voto progresista, sobre todo en los últimos años.
Juan Luhrs es Gerente regional de la Fundaciónpara el Progreso (@jpluhrs)
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Bibliografía
Baño, Rodrigo, Fernando Bustamante y Hernán Gutiérrez. 1991. Conformación y opiniones sobre los partidos políticos en el desenlace de la transición. Santiago. Flacso.
Gutiérrez, Hernán. 1991. “Análisis comparativo del sistema de partidos y las elecciones generales en Chile 1989”. Estudios Internacionales. 93 (1): 81-105.
Servel Histórico. 1989-2017.
Valenzuela J., Samuel. 1999. “Reflexiones sobre el presente y futuro del paisaje político chileno a la luz de su pasado: Respuesta a Eugenio Tironi y Felipe Agüero”. Estudios Públicos. 75: 273-290.
- Indicador de victorias: fieles (13-15 victorias), favorables (10-12 victorias), disputadas (5-9), difíciles (3-4) y hostiles (0-2). La tendencia a un sector se determina con la suma de las comunas fieles y favorables. La referencia al “voto duro” incluye sólo a las fieles.
- Rangos promedio de voto: 10-20%; 20-30%; 30-40%; 40-50%; 50-60%; y más de 60%.
- Rangos población: menos de 101 (1), 101-500 (2), 501-1.000 (3), 1.001-2.000 (4), 2001-5.000 (5), 5.001-10.000 (6), 10.001-20.000 (7), 20.001-50.000 (8), 50.001-100.000 (9), 100.001-500.000 (10), más de 500.000 (11).