JUAN MANUEL SANTOS
¡Oh gloria inmarcesible! ¡Oh júbilo inmortal!
En surcos de dolores, el bien germina ya.
En surcos de dolores¦ ¡La paz germina ya!
Desde cuando Rafael Núñez escribió estas palabras, a mediados del siglo XIX, nunca habían tenido tanto sentido como ahora.
Hemos vivido, hemos sufrido, por 52 años, un conflicto armado entre hijos de una misma nación.
Pero voy más allá: han sido casi 70 años de violencia política, desde el magnicidio de Gaitán, desde cuando los colombianos nos enfrentábamos siguiendo una bandera roja o una bandera azul.
Hoy “al firmar el acuerdo de terminación del conflicto con las Farc“ decimos esperanzados:
Ha sido un surco de dolores, de víctimas, de muertes, pero hemos logrado levantarnos sobre él para decir: ¡El bien germina ya! ¡la paz germina ya!
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Hoy Colombia y la comunidad internacional –representada por sus más altos dignatarios– saludan el acuerdo de paz como la mejor noticia en medio de un mundo convulsionado por la guerra, los conflictos, la intolerancia y el terrorismo.
¡Y qué bueno dar esta noticia desde Cartagena de Indias, la ciudad que vio a San Pedro Claver trabajar por los derechos de los esclavos, la ciudad que defendió su libertad con más firmeza que ninguna, la ciudad que hoy congrega a visitantes del mundo entero para admirar su belleza y su historia!
Cartagena fue conocida por resistir la guerra y el asedio, y se ganó el apelativo de Ciudad Heroica.
A partir de ahora será recordada como el lugar donde se firmó el acuerdo de paz más importante en la historia reciente de Colombia, y será por eso –también– ¡la Ciudad de la Paz!
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Gabo –el gran ausente en este día–, que fue artífice en la sombra de muchos intentos y procesos de paz, no alcanzó a estar acá para vivir este momento, en su Cartagena querida, donde reposan sus cenizas.
Pero debe estar feliz, viendo volar sus mariposas amarillas en la Colombia que él soñó, nuestra Colombia que alcanza –por fin–, como él dijo…“una segunda oportunidad sobre la tierraâ€.
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Lo que firmamos hoy “luego de años de negociaciones serias, discretas, difíciles– es algo más que el acuerdo entre un gobierno y una guerrilla para terminar un conflicto armado.
Lo que firmamos hoy es una declaración del pueblo colombiano ante el mundo de que nos cansamos de la guerra, de que NO aceptamos la violencia como medio para defender las ideas; de que decimos –fuerte y claro–: ¡No más guerra!
¡No más la guerra! que nos dejó cientos de miles de muertos, millones de víctimas y desplazados, y tantas heridas que tenemos que comenzar a sanar.
¡No más la intolerancia! que nos exige doblegar o excluir al otro por el solo hecho de pensar diferente.
¡No más la violencia! que sembró atraso, pobreza y desigualdad en campos y ciudades, y que ha sido un freno al desarrollo de Colombia y al aprovechamiento de todo su potencial.
Este es el clamor de Colombia.
¡Esta es la decisión de Colombia!
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Hoy quiero «en este contexto de apertura a la paz“ hacer un homenaje sincero, desde el fondo del corazón, a todos los héroes de las Fuerzas Armadas de nuestro país, que han combatido con honor para defender la tranquilidad y seguridad de los colombianos.
¡Gracias, soldados y policías de Colombia, porque su sacrificio, su valor, nos condujeron a este gran día!
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También quiero rendir homenaje a las millones de víctimas inocentes; a los defensores de derechos humanos; a las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas; a tantas mujeres y madres que “en medio de las lágrimas– abonaron el camino hacia la paz.
No más jóvenes sacrificados, no más jóvenes muertos, no más jóvenes mutilados por una guerra absurda¦ ¡Ni soldados, ni policías, ni campesinos, ni guerrilleros!
Las nuevas generaciones de Colombia destinarán sus energías a promover el desarrollo y la felicidad del país.
Eso es lo que merecen, ¡y eso es lo que vamos a hacer posible a partir de hoy!
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Y quiero hacer también un reconocimiento a aquellos que fueron –por muchos años– mis mayores adversarios, y que hoy firman con el Gobierno este acuerdo de paz.
Nadie como yo –desde el Ministerio de Defensa y la Presidencia de la República– los combatió y los golpeó tanto, cuando la dinámica de la guerra lo exigió.
Yo, que fui su implacable adversario, reconozco que fueron dignos negociadores en la mesa de conversaciones, y que trabajaron con seriedad y voluntad, sin las cuales hubiera sido imposible llegar a este momento.
Señor Rodrigo Londoño y miembros de las Farc: hoy, cuando emprenden su camino de regreso a la sociedad; cuando comienzan su tránsito a convertirse en un movimiento político, sin armas; siguiendo las reglas de justicia, verdad y reparación contenidas en el Acuerdo –como Jefe de Estado, de la patria que todos amamos– les doy la bienvenida a la democracia.
Cambiar las balas por los votos; las armas por las ideas, es la decisión más valiente y más inteligente que puede tomar cualquier grupo subversivo, y en buena hora ustedes entendieron el llamado de la historia.
No estamos “seguramente nunca estaremos– de acuerdo sobre el modelo político o económico que debe seguir nuestro país, pero –tal como lo dije en La Habana– defenderé con toda la determinación su derecho a expresar sus ideas dentro del régimen democrático, porque esa es la esencia de la libertad dentro de un Estado de derecho.
El acuerdo que hoy firmamos es mucho más que un acuerdo para el silenciamiento de los fusiles –lo que, en sí mismo, ya es un enorme avance para nuestra nación–.
Este es un acuerdo que nos permitirá llevar más desarrollo y bienestar a los campesinos de Colombia, que fueron los que más sufrieron las consecuencias del conflicto.
Es un acuerdo que nos ayudará a fortalecer nuestra democracia y nuestro sistema electoral y participativo.
Es un acuerdo que hará más efectiva la lucha del Estado contra el narcotráfico y que nos ayudará a sustituir miles de hectáreas de coca por cultivos legales, de la mano de las comunidades.
Es un acuerdo que tendrá dividendos muy positivos en la lucha por la protección del medio ambiente y de los recursos naturales.
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Hace unos días vimos –impactados– cómo los familiares de los diputados del Valle del Cauca asesinados se encontraron con miembros de las Farc en La Habana.
En ese evento, Pablo Catatumbo reconoció que había sido “el episodio más vergonzosoâ€, y Fabiola Perdomo –viuda de uno de los diputados– dijo que estas palabras no solo las liberaban a ella y a su hija, sino que también liberaban el alma de su esposo.
¡Esa es la liberación que da el perdón! El perdón que no solo libera al perdonado, sino también –y sobre todo– al que perdona.
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Qué bueno poder decir que este es un acuerdo que honra a las millones de víctimas del conflicto, protegiendo sus derechos a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición.
Un acuerdo que –por primera vez en la historia de la solución a los conflictos armados– crea un completo sistema de justicia transicional en el que los crímenes internacionales y de lesa humanidad no son amnistiados, sino investigados, juzgados y sancionados.
Este es el acuerdo que suscribimos hoy ante nuestros compatriotas y ante el mundo entero, y que los colombianos –en menos de una semana– tendrán la oportunidad de refrendar en las urnas, para darle la máxima legitimidad posible.
Con su voto, el próximo domingo 2 de octubre, podremos dejar atrás un pasado triste y abrirle las puertas a un futuro mejor, con alegría y optimismo.
Con su voto, cada colombiano tendrá un poder inmenso: el poder de salvar vidas; el poder de dejarles a sus hijos un país tranquilo donde crezcan sin miedo; el poder de ayudar a los campesinos despojados a que regresen al campo; el poder de atraer más inversión al país y, por consiguiente, más empleo.
Los colombianos escogerán el próximo domingo entre el sufrimiento del pasado y la esperanza del futuro; entre las lágrimas del conflicto y la tranquilidad de la convivencia; entre la pobreza que deja la guerra y las oportunidades que trae la paz.
Todo pacto de paz es imperfecto –porque se trata precisamente de un pacto, en el que las partes tienen que hacer concesiones–, pero sabemos que éste que hemos logrado es el mejor posible.
¡Yo prefiero un acuerdo imperfecto que salve vidas a una guerra perfecta que siga sembrando muerte y dolor en nuestro país… en nuestras familias!
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Hoy quiero hacer un reconocimiento –desde el fondo del alma y con inmensa gratitud– a todo el equipo negociador del Gobierno, a estos patriotas que entregaron años de sus vidas, trabajando sin descanso, para lograr esta victoria de la paz.
¡Gracias! ¡Gracias! Colombia está en deuda con ustedes.
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Y gracias, muchas gracias, a la comunidad internacional que apoyó con tanta generosidad y persistencia este esfuerzo de paz que hoy se ve culminado con éxito.
Gracias a las Naciones Unidas, a su secretario general Ban Ki-moon, a su Consejo de Seguridad, por su respaldo y la verificación en el cese al fuego y el proceso de desarme.
Gracias a los países garantes –Cuba, nuestro generoso anfitrión de varios años, y Noruega con su ayuda invaluable– y a los acompañantes durante todo este difícil camino –Chile y Venezuela–.
Gracias a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Alemania, y sus enviados especiales.
Gracias, por su gran aporte, al Comité Internacional de la Cruz Roja.
Gracias a los países de América Latina, del Caribe y de todo el mundo que han estado listos para ayudar en lo que sea posible, y a quienes han ofrecido desde ya sus aportes y su experiencia para el desafiante periodo de posconflicto que comienza.
La paz de Colombia es la paz de la región y de todo el continente.
Pero –sobre todo– gracias a Dios por darnos la fortaleza, la templanza y la paciencia para que Su palabra se pueda convertir en realidad, porque Dios es unidad, es comunidad, es fraternidad, es amor, es misericordia, es darle la mano al otro.
Y gracias, muchas gracias al papa Francisco, cuyos mensajes y oraciones animaron siempre nuestro camino hacia la paz.
Al terminar este conflicto, termina el último y el más viejo conflicto armado del Hemisferio Occidental.
¡Por eso celebra la región y celebra el planeta!
Porque hay una guerra menos en el mundo. ¡Y es la de Colombia!
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Colombianos:
Nadie ha dicho que el fin del conflicto sea el final de todos los problemas de nuestra nación.
Nos quedan muchos temas por trabajar, muchísimos retos por vencer, pero lo haremos mucho mejor sin el obstáculo, sin el freno, de una guerra absurda que consumía nuestros recursos y nos impedía tener presencia activa en todo el territorio nacional.
¡Cuántos recursos de la guerra podremos dedicar ahora a la educación, a la salud, a los programas sociales, a la seguridad ciudadana!
¡Cuántas vidas se salvarán! ¡Cuántas vidas se salvarán!
Ese solo hecho –¡ese solo hecho!– justifica este acuerdo de paz.
¡Cuánto más podremos invertir en nuestro campo y en nuestros campesinos, que podrán por fin retornar a sus parcelas!
¡Cuánta inversión extranjera llegará! ¡Cuántos turistas deseosos de recorrer las maravillas de nuestra patria!
Colombia se prepara para aprovechar su máximo potencial, y esta tarea será de todos –no solo del Gobierno o del Estado, sino de toda la sociedad–.
¡Este es el nuevo país que hoy avizoramos!
Una Colombia en paz, una Colombia con más equidad, una Colombia mejor educada, que nos permita progresar y ser felices.
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Apreciados amigos de la paz de Colombia:
Comencé recordando las frases de nuestro himno nacional, y termino también con el himno, que hoy nos conmueve más que nunca.
Colombianos: ¡Cesó la horrible noche!
¡Cesó la horrible noche de la violencia que nos ha cubierto con su sombra por más de medio siglo!
¡Cesó la horrible noche!
¡Y llega el día con todas sus promesas!
Hoy los invito a todos –a los jóvenes y los adultos, en los campos y en las ciudades, a los escépticos y a los entusiastas, ¡a todos!– a que abramos los brazos, los ojos, las mentes, y demos la bienvenida al NUEVO DÃA.
Abramos nuestros corazones al nuevo amanecer; al sol brillante y lleno de posibilidades que se asoma en el cielo de Colombia.
¡El amanecer de la paz!
El amanecer… ¡de la vida!
Muchas gracias