Seis años de una guerra que jamás debió encenderse en estas hermosas y florecientes provincias las han reducido al lamentable estado en que hoy se miran. La flor de su juventud ha sido víctima en los combates. El comercio ha sufrido quiebras y menoscabos. La propiedad siempre invadida ha reducido á la miseria á sus dueños y colonos. Las artes y oficios han participado de la paralización que constituye la ruina de infinitas familias. Todo en fin ha experimentado el desconcierto y la amargura, haciendo cruel y precaria la existencia.
Contemplad Vascongados y Navarros vuestra presente situación. Comparadla con la felicidad que disfrutabais en otros tiempos y no podréis menos de confesar que el azote de tan sangrienta lucha cambió el bien por el mal, el sosiego por la zozobra, las costumbres pacíficas de vuestros mayores por un deseo de exterminio, la ventura por todas las desgracias. ¿Y contra quién y por quién se ha hecho la guerra? : Contra españoles por españoles; contra hermanos por hermanos.
Vosotros fuisteis sorprendidos. Se os hizo creer en un principio que los defensores de Isabel ll atentaban contra la religión de nuestros padres y los ministros del altísimo que deberían haber cumplido la ley del evangelio y su misión de proclamar la paz cuidando de curar las conciencias fueron los primeros que trabajaron por encender esa guerra intestina que ha desmoralizado los pueblos, donde las virtudes tenían su asiento. Vosotros luego fuisteis engañados por un príncipe ambicioso que pretende usurpar la corona de España á la sucesora de Fernando VII, á su legitima hija, la inocente Isabel. ¿Y cuáles son sus derechos? ¿Cuál el justo motivo de haberos armado en favor de D. Carlos? ¿Qué ventajas positivas os había de reportar un soñado triunfo?.
Persuadíos, Navarros y Vascongados, del error de la injusticia de la causa que se os ha hecho defender y de que jamás hubierais alcanzado otro galardón que consumar vuestra ruina. Yo sé que los pueblos están desengañados, que en su corazón sienten estas verdades y que aman y desean la paz á todo trance. La paz ha sido proclamada por mí en Alava, Vizcaya y Guipuzcoa y esta palabra dulce y encantadora ha sido acogida con entusiasmo y vitoreada con enardecimiento.
El general D. Rafael Maroto y las divisiones Vizcaína, Guipuzcoana y Castellana, que solo han recibido desaires y tristes desengaños del pretendido Rey, han escuchado ya la voz de paz y se han unido al ejército de mi mando para terminar la guerra. Los campos de Vergara acaban de ser el teatro de la fraternal unión. Aquí se han reconciliado los españoles y mutuamente han cedido de sus diferencias sacrificándolas por el bien general de nuestra desventurada patria. Aquí el ósculo de paz y la incorporación de las contrarias fuerzas formando una sola masa y un solo sentimiento ha sido el principio que ha de asegurar para siempre la unión de todos los españoles bajo la bandera de Isabel II, de la Constitución de la monarquía y de la Regencia de la Madre del pueblo, la inmortal Cristina. Aquí se ha ratificado un convenio que abraza los intereses de todos y que aleja el rencor, la animosidad y el vértigo de venganza por anteriores extravíos. Todo por él debe olvidarse, todo por él debe ceder generosamente ante las aras de la patria. Y si las fuerzas alavesas y navarras, que tal vez por no tener noticia no se han apresurado á disfrutar de sus beneficios, quisiesen obtenerlos, dispuesto estoy á admitirlos y á emplear todo mi esfuerzo con el gobierno de S.M. la reina, para que muestre á todos su reconocimiento.
Vascongados y navarros, que no me vea en el duro y sensible caso de mover hostilmente el numeroso aguerrido y disciplinado ejército que habéis visto. Que lo cánticos de paz resuenen donde quiera que me dirija. Que se consolide por siempre la unión, objeto de mis cordiales y sinceros votos y todos encontrareis un padre y protector en el Duque de la Victoria.
Enviado por Enrique Ibañes