Hay realmente un problema
que podemos llamar regionalista
y un problema que podríamos
llamar al propio
tiempo catalanista. Yo creo
que sí, estoy firmemente convencido
de que existe ese problema; más diré:
estoy firmemente convencido de que conviene
estudiarlo y de que conviene resolverlo cuanto
antes si hemos de impedir el desarrollo de sucesos
lamentables que sin duda vendrán a desarrollarse
en nuestra desgraciada patria.
Sólo los que por preocupación o por otro motivo
que no sé explicarme; sólo aquellas personas
que crean que las regiones no existen, que
hay en nuestra Península una homogeneidad
tal que no se observa en ella desigualdad de ningún
género, que aquí no hay diferencias de ninguna
clase, ni en el orden geográfico ni en el
orden étnico, ni en relación con el idioma ni en
las costumbres, ni en el orden de las aficiones
mayores o menores al trabajo, ni en la cultura
ni en el arte ni en la ciencia; sólo los que crean
que la nación española es a modo de una superficie
plana, llana, sin desigualdad ninguna y
con un uniformismo completo, son los que pueden
pensar que no existe el problema regionalista,
lo cual es completamente ilógico. Nosotros
no somos separatistas ni lo hemos sido
nunca; mucho menos anexionistas. Si hubiéramos
de llegar a un extremo, que no hemos de
llegar, y ojalá no venga ningún motivo para
que la generación futura tal vez lo haga; si hubiéramos
de llegar a eso, nunca, jamás, iríamos
por impulso al anexionismo, que significa la
pérdida de la nacionalidad. Y digo que no he
de hacer esta protesta porque, precisamente
dentro de la idea científica, política y social
que estoy sosteniendo, alejamos la idea de separación.
Sabedlo de una vez; nosotros queremos
la unidad del Estado español, y esa unidad la
consideramos compatible y aun reforzada con
la variedad regional.
El objeto principal que nos ha traído aquí es
otro; no es la cuestión del separatismo, que no
existe, y del anexionismo, que aún existe menos,
sino poner frente a frente dos sistemas de
gobierno de la nación; este es nuestro objeto.
Nosotros creemos que la organización política
de una nación ha de atemperarse, ha de ajustarse
a su organización social: ese es nuestro criterio;
por lo tanto, se trata de si se ajusta mejor a
la organización social el régimen centralista o
el regionalista.Pues bien, yo os pregunto: en el
supuesto de que sea un gran sistema el centralista,
¿qué efectos progresivos ha producido en
nuestro país?
Yo no he de hacer ahora la triste disección
de España, no quiero hacerla; sería excesivamente
dolorosa y cruel; basta decir que se trata
de un país en el cual no hay una sola rueda de
la máquina administrativa que marche de la
manera que debe marchar y como funciona en
los demás países civilizados. Y la moribunda
España, ¿dispone todavía de elementos de vida?
Si los tiene, ¿dónde?, ¿cómo los tiene? En
las regiones; no los busquéis aquí en el centro.
Vivís, señores, en una atmósfera que no os permite
ver con claridad todo lo que pasa en las
regiones de España. Creedme: nosotros los que
vivimos en la periferia somos los que conocemos
mejor las energías que existen latentes en
ella, y que pueden ponerse en acción salvadora.
Nosotros sabemos mejor que vosotros porque
lo vemos y lo tocamos, nosotros comprendemos
cuáles son las regiones en que la vida es
raquítica o vigorosa. ¿Y sabéis por qué la vida
es más escasa en unas regiones que en otras?
Por la heterogeneidad a que me refería, y también
por vuestro sistema centralista que condena
los miembros a la inacción. No habéis permitido
hasta ahora que los órganos hagan vida
activa, que se muevan y se agiten; los habéis
movido sólo por artificio. Sois un gran tronco
con una serie de ramas que se extienden a los
últimos confines y lleváis allí la vida vuestra;
pero no lográis despertar el movimiento intrínseco
y espontáneo de esas regiones, puesto que
las hay con personalidad propia y que no quieren
morir.
Yo no diré que esa vida vigorosa sea privativa
de Catalunya, para que no se crea que hablo
ahora “pro domo mea†y que soy objeto en este
instante de un prejuicio. No, quiero que vosotros
mismos hagáis justicia a Catalunya y declaréis
si vive o no vive; no yo. Yo sé que hay otras
regiones que también viven.
Por lo tanto, si el poder central, por la manera
como está organizado, y hasta que atreveré a
decir por su proverbial pobreza, no puede llevar
a todos los ámbitos de la Península las fuentes
de riqueza a que esas regiones son acreedoras,
¿por qué, señores diputados, no les habéis
de permitir su acción, su movimiento, sus funciones
propias? ¿Por qué les habéis de cohibir
si ese movimiento no se opone en manera alguna
a la unidad de España, de la nación, del Estado,
y, por el contrario, cuantas más energías periféricas
haya, mayor virilidad alcanzará la vida
general del país?
Ahora nuestra nación pierde una cantidad
de energía que tiene latente. No lo dudéis; con
esa especie de absolutismo que estáis ejerciendo
aumentaréis las contribuciones, recargaréis
los impuestos; vendrá aquí el dinero, pero a expensas
de las energías que estáis matando; al
paso que, dando esa fuerza periférica, dando la
autonomía que nosotros predicamos y deseamos,
ya veríais cómo se despertaban las fuerzas
adormecidas de todas las regiones, absolutamente
de todas, que a todas me refiero, y
siempre ha sido este mi tema, en Barcelona,
aquí y por todas partes; siempre he sostenido
lo mismo. Desafío a quien me pueda probar
que yo haya indicado una sola vez que la autonomía
haya de concederse sólo a Catalunya.
Siempre hemos pedido una vida regional y libre
para todas las partes que integran la nación
española. Se habla de una completa descentralización,
de una autonomía administrativa y de
una autonomía política. No creo en vuestras
medidas descentralizadoras: hace treinta o cuarenta
años que las prometéis, este año mismo
las acabáis de prometer y no conviene hablar
ya en futuro, sino en presente.
Por eso yo entiendo que la descentralización
administrativa lleva en sí la autonomía política.
Una sola de las dos cosas dejaría la reforma
incompleta. Si queréis que las regiones marchen,
si queréis que las reformas vivan, concededles
la autonomía total: la autonomía política
y la autonomía administrativa; tanto más,
cuanto que esto no ha de alterar en manera alguna
la unidad de la patria que vosotros deseáis
y que yo deseo tanto como vosotros; no
diré más que vosotros, porque no creo yo que
mi nacionalismo sea superior al vuestro; esta
es la verdad.
Y cuenta, señores diputados, que el pedir el
concierto económico, dentro del criterio que
yo sostengo, es un absurdo filosófico si queréis;
como que yo creo que no puede haber autonomía
administrativa sin la autonomía política;
y pedir el concierto económico sin tener la autonomía
política y económica es una falta de
lógica. Pero como los catalanes son gente práctica
y utilitaria, han dicho: mientras venga
aquello, que Dios sabe qué día vendrá, tengamos
medios de subsistencia, medios de vivir,
para que el pueblo de Barcelona y de Catalunya,
porque no pedimos sólo el concierto para
Barcelona, sino para las otras provincias catalanas,
vea que, con el nuevo sistema tributario,
con la nueva manera de organizar y de cobrar
tributos, se descubre mejor la riqueza de lo que
podéis descubrirla vosotros y para que vosotros
mismos vayáis tocando los resultados de
la reforma económica. Por eso pedimos el concierto
económico, por más que no sea lógico
pedirlo sin tener antes la autonomía política.
Catalunya está necesitada de dos cosas más:
de que se le respete su idioma y de que se le
respete su derecho civil. He aquí la triple base
que nosotros deseamos en estos momentos. El
idioma, sí; porque el idioma es, precisamente,
la característica de todo pueblo; la característica
de su personalidad. El día en que matéis el
idioma de una región habréis matado la
región.
Creedme, no extreméis la nota. Cuando yo
veo, verbigracia, que a un catalán, si va a enviar
un telegrama escrito en su lengua, no se le
permite, y en cambio un telegrama escrito en
lengua francesa o alemana pasa sin dificultad,
yo no puedo menos de protestar. Y lo mismo
digo del derecho civil, que lo tenemos, sí; pero
está en camino de metamorfosis, está en camino
de bastardearse ese derecho civil que nosotros
consideramos que es el que ha dado la característica
a la familia catalana. Nosotros deseamos
que ese derecho civil sea también respetado.
Convenceos de que nosotros representamos
una idea que, ya lo he manifestado, es la
del regionalismo; que nosotros tenemos una aspiración,
que es la autonomía política y administrativa,
y que nosotros, al propio tiempo, representamos
una fuerza.
Enviado por Enrique Ibañes