FRANCISCO FRANCO
El ejército fue el crisol en que se
fundió la común inquietud de
nuestras juventudes. La unión
sagrada que en sus filas se forjó
hizo posible la victoria.
Por primera vez en la historia
contemporánea podemos decir que España
manda en sus propios destinos, y mandará
tanto más cuanto se afiance la unión y solidaridad
de los españoles para nuestra empresa.
La gloria de España descansa y descansará
siempre en su unidad. Quien contra ella labora,
sirve a los propósitos de nuestros enemigos.
No es nuevo el sistema. Nuestra historia
repetidamente registra como, al no podernos
vencer por la fuerza de las armas, se provocaron
desde el exterior aquellos procesos internos
de disolución, que acabaron enfrentando
españoles con españoles y que deshicieron a
España material y moralmente. Contra todo
aquello nos alzamos y dimos la sangre generosa
de los mejores; pero no lo realizamos para
volver de nuevo al punto de partida. Si la España
envilecida por la República colmó nuestra
paciencia y movió nuestro brazo, tanto
nos disgusta y nos repugna la decadente que
hizo posible aquel engendro. Tan despreciable
es para nuestra obra el rojo materialista
como el burgués frívolo, el traficante codicioso
o el aristócrata extranjerizado. Tan grande
y tan extenso ha sido el mal, que explica fácilmente
que si en la gran obra de resurgimiento
de España han de colaborar todos los españoles,
su encuadramiento y su dirección corresponda
a esa minoría inasequible al desaliento,
que cuando España se perdía, alzaba su
bandera de combate y, ante los gloriosos caídos
en lucha desigual, levanto el bosque de
sus brazos con sus palmas abiertas.
Por eso he repetido tantas veces que terminada
victoriosamente nuestra guerra, no acabó
con ello nuestra lucha. Destruimos los ejércitos
materiales que se oponían al restablecimiento
del orden y al imperio de nuestro derecho;
pero la guerra tenía una mayor profundidad.
A la batalla militar sucedían la batalla
política, la de desarraigar las causas de nuestra
decadencia, la de educar y disciplinar a un
pueblo en principios de solidaridad nacional,
devolviendo a todos los españoles, como en
frase feliz decía José Antonio, el orgullo de
serlo. Pecan gravemente contra la patria los
espíritus viejos que, pregonando ser enemigos
del materialismo rojo, lo sirven, sin embargo,
al aferrarse a viejos prejuicios, añorando
aquellas ridículas minorías que les permitían
lucir su decadente ingenio en círculos
provincianos o en salones aristocráticos. Faltan
también a sus deberes los que traicionando
la limpia nobleza de sus progenitores sueñan
con el restablecimiento de prerrogativas
de casta, aunque con ello se torciera el destino
histórico de nuestra patria. Y pecan igualmente
los que, carentes de virtudes o esclavos
de su egolatría, subordinan los intereses de la
nación al de su torpe ambición o a las satisfacciones
de su vanidad.
Aestas diarias batallas por la unidad política
de España se unen las económicas de la
postguerra, y también en ellas los enemigos
seculares han intentado explotar miserias, codicias
y necesidades. En la España materialmente
destruida que los jerifaltes rojos tanto
pregonaron, se intentó presentar como si fuera
obra de nuestro régimen como si la destrucción
de nuestras fuentes de producción y de
nuestros barcos y material ferroviario no fuera
obra declarada y pregonada por sus propios
autores.
Hemos pasado y superado los dos años más
difíciles de la vida económica de nuestra nación.
Con escasez de barcos y con limitación
de divisas hubimos de transportar de lejanos
países cerca de dos millones de toneladas de
cereales para el abastecimiento, que si encontramos
pueblos hermanos, como Argentina,
que facilitaron su adquisición, el Consejo debe
saber cómo otros han intentado obstaculizar
el abastecimiento de nuestra patria.
Yo quisiera llevar a todos los rincones de
España la inquietud de estos momentos, en
que con la suerte de Europa se debate la de
nuestra nación, y no porque tenga dudas de
los resultados de la contienda. La suerte ya está
echada. En nuestros campos se dieron y ganaron
las primeras batallas. En los diversos
escenarios de la guerra de Europa tuvieron lugar
las decisivas para nuestro continente.Yla
terrible pesadilla de nuestra generación, la
destrucción del comunismo ruso, es ya de todo
punto inevitable.
No existe fuerza humana capaz de torcer
estos destinos, mas no por ello hemos de descartar
el que la vesania, que rige la política de
otros pueblos, intente arrojar sobre Europa
nuevas miserias. Contra ello hemos de prepararnos
ofreciendo al mundo el ejemplo sereno
de un pueblo unido dispuesto a defender
su independencia y su derecho.
Nadie más autorizado que nosotros para
decirles que Europa nada ambiciona de América.
La lucha entre los dos continentes es cosa
imposible. Representaría sólo la guerra en
el mar, larga y sin resultados; negocios fabulosos
de unos pocos,miserias insospechadas para
muchos; pérdidas ingentes de barcos y mercancías,
la guerra de submarinos y de barcos
rápidos dando zarpazos al antes comercio pacífico
del mundo.
Dos costas enfrentadas, fuertes e inabordables
para su enemigo; un mar repartido en zonas
de influencia, europea y americana, y barridos
los barcos del comercio universal.
La guerra en nuestro continente ha sido a
tiempo clara y decidida. Quiso plantearse en
análogos términos que la del año 14. Ilusión
que se marchitó en flor. Rusia no quiso formar
en el frente aliado; se reservaba y preparaba
para el acto final. Polonia sucumbió sin la
menor ayuda. La entrada de Italia cortó las
rutas del Mediterráneo. La campaña de Noruega
repartió el mar del Norte entre los beligerantes.
La batalla de Flandes y la derrota
total de los más poderosos ejércitos europeos,
suprime el frente occidental, dando a Alemania
la salida del Océano. El ingenio de estabilizar
un frente en los Balcanes, se derrumbó
con la victoriosa campaña de Grecia. Las costas
de Noruega, las aguas del Canal y los mares
de Creta, son escenarios en que la aviación
arroja a las escuadras enemigas de las
proximidades de las costas. Su eficacia en su
defensa nadie puede ya discutirla.
Ni el continente americano puede soñar en
intervenciones en Europa sin sujetarse a una
catástrofe, ni decir, sin detrimento de la verdad,
que pueden las costas americanas peligrar
por ataques de las potencias europeas.
Así la libertad de los mares, monstruoso sarcasmo
para la pueblos que sufren las consecuencias
de la guerra, ni el derecho internacional,
ultrajando por el bloqueo inhumano de
un continente; ni la defensa de los pueblos invadidos,
a los que se intenta arrastrar al hambre
y a la miseria, son ya más que una grandiosa
farsa en que nadie cree. En esta situación,
el decir que la suerte de la guerra puede torcerse
por la entrada en acción de un tercer país,
es criminal locura, es encender una guerra
universal sin horizontes; que puede durar
años y que arruinaría definitivamente a las
naciones que tienen su vida económica basada
en su legítimo comercio con los países de
Europa. Estos son los hechos que nadie puede
contravertir. El bloqueo de Europa contribuye
a que se cree una autarquía perjudicial a
Sudamérica. La persistencia de la guerra perfeccionará
la obra.
Se ha planteado mal la guerra y los aliados
la han perdido. Así lo han reconocido, con la
propia Francia, todos los pueblos de la Europa
continental. Se confió la resolución de las
diferencias a la suerte de las armas, y les ha
sido adversa. Nada se espera ya del propio esfuerzo;
clara y terminantemente lo declaran
los propios gobernantes. Es una nueva guerra
la que se pretende entre los continentes, que
prolongando su agonía les dé una apariencia
de vida, y ante esto, los que amamos a América,
sentimos la inquietud de los momentos y
hacemos votos porque no les alcance el mal
que presentimos.
La campaña contra la Rusia de los Soviets,
con la que hoy aparece solidarizado el mundo
plutocrático, no puede ya desfigurar el resultado.
Sus añoradas masas, sólo multiplicarán
las proporciones de la catástofre. Veinte años
lleva el mundo soportando la criminal agitación
del comunismo ruso; raro es el país que
haya podido escapar a su labor disociadora.
España, que tanto sufrió por su criminal intervención,
que la llevó al borde del abismo, y
que dio contra él las primeras y más sangrientas
batallas, puede apreciar como ninguno el
alcance y dimensión de la lucha española.
Pudo hasta hoy el oro comunista y la prensa
judía hurtar al mundo el conocimiento y
divulgación de las sesiones de Komintern ruso,
en que se contrastaban los progresos de su
acción revolucionaria en los distintos países;
pueden los pueblos hispano-americanos haber
desconocido la atención preferente que se
les dedicaba e ignorar el injuriante calificativo
de “pueblos semicoloniales†con que la
central comunista les distinguía; lo que ya no
puede ocultarse a los ojos de nadie es lo que
encerraba el oprobioso régimen soviético. La
Cruzada emprendida contra la dictadura comunista
ha destruido de un golpe la artificiosa
campaña contra los países totalitarios. ¡Stalin,
el criminal dictador rojo, es ya aliado de
las democracias! Nuestro Movimiento alcanza
hoy en el mundo justificación insospechada.
En estos momentos en que las armas alemanas
dirigen la batalla que Europa y el cristianismo
desde hace tantos años anhelaban, y
en que la sangre de nuestra juventud va a unirse
a la de nuestros camaradas del eje, como
expresión viva de solidaridad, renovemos
nuestra fe en los destinos de nuestra patria,
que han de velar estrechamente unidos nuestros
ejércitos y la Falange.
Enviado por Enrique Ibañes