Y ahora tenemos ante nosotros
el último problema que
hay que solucionar y solucionaremos.
Es la última exigencia
territorial que debo hacer
en Europa, pero es una exigencia
que no pienso retirar y que, Dios mediante,
haré que se cumpla.
La historia del problema es la siguiente: en
1918, bajo el lema “El derecho de los pueblos
a la autodeterminaciónâ€, Europa central fue
hecha pedazos y reconstruida por una serie
de supuestos “estadistas†dementes. Sin consideración
por el origen de los pueblos, sin
consideración por su deseo como naciones o
por sus necesidades económicas, Europa central
fue dividida en átomos y se crearon arbitrariamente
esos supuestos estados nuevos.
A este procedimiento debe su existencia Checoslovaquia.
Este Estado checo nació gracias
a una mentira, el padre de la cual fue Beneš.
El señor BeneÅ¡ apareció por entonces en Versalles
y lo primero que hizo fue asegurar que
existía una nación checoslovaca. Se vio obligado
a inventar esta mentira para otorgar una
importancia mayor al escaso número de sus
propios compatriotas y, de este modo, justificarse.
En ese momento, a los estadistas anglosajones,
que no eran, como ocurre siempre,
muy versados en lo que respecta a cuestiones
de geografía o nacionalidad, no les pareció
necesario comprobar las afirmaciones
del señor BeneÅ¡. En caso de que lo hubieran
hecho, podrían haber comprobado que no
existe tal cosa como una nación checoslovaca,
sino tan sólo checos y eslovacos, y que éstos
no querían tener nada que ver con los checos,
pero… (La salva de aplausos interrumpe
la frase.)
De modo que al final, gracias al señor BeneÅ¡,
Eslovaquia fue anexionada por los checos.
Pero como este Estado no parecía suficientemente
apropiado para vivir, tuvieron que incorporar
a tres millones y medio de alemanes,
lo que supuso una violación de su derecho a la
autodeterminación y de su deseo por la autodeterminación.
Como aquello no bastó, tuvieron
que añadir a más de un millón de magiares,
luego algunos rusos de los Cárpatos y, al final,
varios cientos de miles de polacos.
Éste es el Estado que luego procedió a llamarse
a sí mismo Checoslovaquia, lo que supuso
una violación del derecho de los pueblos a
la autodeterminación, una violación del claro
deseo y la voluntad de las naciones a las que se
había causado este daño.
Sin embargo, la parte vergonzosa de la historia
empieza ahora. Este Estado, cuyo gobierno
se encuentra en manos de una minoría, compele
a las otras nacionalidades a cooperar en una
política que un día de éstos los obligará a matar
a tiros a sus propios hermanos. El señor BeneÅ¡
exige a los alemanes que: “Si declaro la guerra
a Alemania, tendréis que disparar contra
alemanes. Y si os negáis a hacerlo, seréis unos
traidores del Estado y haré que os fusilenâ€. Y
lo mismo espera de Hungría y Polonia. Exige a
los eslovacos que apoyen unos objetivos que
les resultan totalmente indiferentes, ya que el
pueblo eslovaco desea la paz, y no aventuras.
De hecho, el señor BeneÅ¡ convierte a estas personas
en traidores al país o traidores a su pueblo.
O se muestran dispuestos a traicionar a su
pueblo, a disparar contra sus compatriotas, o
el señor BeneÅ¡ les dice: “Sois unos traidores a
vuestro país y yo mismo os fusilaréâ€. ¿Acaso
puede haber algo más vergonzoso que obligar
a personas de otro pueblo, que se encuentra en
unas circunstancias muy especiales, a disparar
contra sus compatriotas por el mero hecho de
que un gobierno criminal, malvado y ruinoso
se lo exige? Puedo afirmar que cuando ocupamos
Austria mi primera orden fue: ningún checo
tiene por qué servir en el ejército alemán, es
más, no debe hacerlo. Yo no les he provocado
ningún conflicto de conciencia.
¡Ahora el señor BeneÅ¡ deposita sus esperanzas
en el mundo! Y él y sus diplomáticos no lo
ocultan. Lo afirman claramente: “Tenemos la
esperanza de que Chamberlain sea derrocado,
de que Daladier sea obligado a dimitir, y creemos
que la revolución está en caminoâ€. Depositan
sus esperanzas en la Rusia soviética. Aún
creen que será capaz de rehuir el cumplimiento
de sus obligaciones.
Así pues, sólo puedo decir una cosa más: en
este momento hay dos hombres dispuestos
uno frente al otro. El señor BeneÅ¡ está allí y yo
estoy aquí. Somos dos hombres de carácter
muy distinto. Durante la gran lucha de los pueblos,
mientras el señor BeneÅ¡ se dedicaba a vagar
por el mundo, yo cumplí con mi trabajo
como un honrado soldado alemán. ¡Y hoy me
encuentro frente a este hombre como el soldado
de mi gente!
Tan sólo quisiera decir un par de cosas más:
estoy agradecido al señor Chamberlain por todos
sus esfuerzos. Le he asegurado que no hay
nada que el pueblo alemán anhele más que la
paz, pero también le he dicho que no puedo ir
más allá de los límites de nuestra paciencia.
También le he asegurado, y lo repito aquí, que
cuando este problema se haya resuelto, para
Alemania se habrán acabado los problemas territoriales
de Europa.Yle he asegurado que en
el momento en que Checoslovaquia solucione
sus problemas, lo que significa que los checos
alcancen un acuerdo con sus otras minorías, y
mediante medios pacíficos y no la opresión, entonces
cesará todo mi interés por el Estado checo.
¡Y se lo he prometido! ¡No queremos a los
checos!
Pero del mismo modo, deseo afirmar ante el
pueblo alemán que, en lo referente al problema
de los Sudetes alemanes, ¡se me ha acabado
la paciencia! Le he hecho una propuesta al
señor BeneÅ¡ que no es más que la puesta en
práctica de lo que él mismo prometió. Ahora
la decisión está en sus manos: ¡Paz o guerra!
O acepta esta oferta y les concede la libertad a
los alemanes, o iremos nosotros mismos a buscar
esa libertad. El mundo debe tomar nota de
que en cuatro años y medio de guerra, y durante
mi larga vida política, hay una cosa que nadie
podrá echarme en cara: ¡Nunca he sido un
cobarde!
¡Ahora me sitúo al frente de mi pueblo como
su primer soldado y detrás de mí, para que
lo sepa el mundo, marcha un pueblo muy distinto
al de 1918!
Si en aquel momento un erudito trotamundos
fue capaz de inyectarle a nuestro pueblo el
veneno de los lemas democráticos, la gente de
hoy en día ya no es como la de entonces. Tales
lemas son para nosotros como los aguijones de
avispa: no pueden hacernos daño, ahora somos
inmunes.
¡Todo el pueblo germano se va a unir conmigo!
Sentirá que mi voluntad es su voluntad.
Del mismo modo que su futuro y su destino
son la fuerza que me lleva a actuar de este modo.
Ahora queremos que nuestra voluntad sea
tan fuerte como en el momento de nuestra lucha,
el momento en que yo, un simple soldado
desconocido, conquistó un imperio y nunca
dudó del éxito ni de la victoria final.
Entonces se reunió en torno a mí un grupo
de hombres y mujeres valientes que me acompañaron.
Así que os pido, mi pueblo alemán,
que os situéis detrás de mí, hombre junto a
hombre y mujer junto a mujer.
En este momento todos deseamos formar
una voluntad común y esta voluntad debe ser
más fuerte que cualquier dificultad y peligro.
Y si esta voluntad es más fuerte que todas
las dificultades y todos los peligros, llegará un
día en que los hará añicos.
¡Estamos decididos!
¡Ahora dejemos que el señor BeneÅ¡ tome
una decisión!
Enviado por Enrique Ibañes