Todos habéis sentido la impresión desagradable de decir la papeleta en un examen ante un tribunal. Yo siento en estos momentos la misma impresión aumentada por las dificultades de decir, en pocas palabras, cuál debe ser ahora la orientación del Ejército español, cuál debe ser la adhesión de este Ejército a su rey y cuál la actuación de todos nosotros. Esto, señores, es sumamente difícil, porque para ello tendremos que olvidar los movimientos populares que en época reciente apasionaron el ánimo de todos.
Todos sabemos que el Ejército español, por su situación especial no tenemos más que repasar la historia de estos cien años , ha sido sometido a una serie de pruebas y dificultades mayores, quizá, que los de los demás países. Ponemos, por ejemplo, al Ejército alemán, ese ejército que hoy no existe y que, sin embargo, yo aconsejaré a mis oficiales tomen como modelo. Extrañará a algunos que yo aconseje lo contrarío de lo que generalmente se hace, que es tomar como modelo a los ejércitos vencedores. Si yo aconsejo a ustedes que admiren al Ejército alemán, a pesar de ser un ejército derrotado, es porque este ejército tenía un contenido ideal, en el que debemos inspiramos todos. En Jena prendió el ideal del Ejército alemán; vino luego el triunfo de Waterloo, y después de las maniobras do Dinamarca y de la campaña del 66, ve que sus fusiles no son bastante buenos y los cambia lanzándose a la Campaña del 70. Consecuencia de este triunfo fue la unión de los Estados alemanes, que vino enseguida.
El Ejército español era un ejército que se había formado con un espíritu heredado de quienes tenían que batirse continuamente. Era la campaña contra los árabes, era nuestra Reconquista después; el Ejército se convirtió, comenzando verdaderamente a hacerlo en los tercios de Flandes, y creando para España el imperio en que el sol no se pone nunca. Fuimos a América, conquistándola, y a pesar de que luego han venido momentos tristes para nosotros, preciso es reconocer que hemos dejado allí nuestros ideales, nuestra sangre y nuestros nombres; y como si esto no fuera bastante, aún puede verse que en muchos países de América se conserva no sólo nuestro idioma, sino nuestros usos y costumbres. En Argentina, el regimiento de San Martín viste la casaquilla corta, nuestra casaquilla del siglo xix. Y es precisamente esto el timbre de gloria del Ejército argentino. Eso prueba que se conserva grato recuerdo de nosotros, porque, a pesar de ser conquistadores, fuimos generosos. Nuestro Ejército gastó sus energías en estas gloriosas empresas, quedando en un estado de desorientación y mal preparado para el día en que la Patria los necesitara.
Vinieron después trastornos revolucionarios que dejaron al Ejército desorganizado, desparramado, motivando luego lo que podemos llamar nuestros desastres militares. Todo esto nos enseña que si el que manda no da ejemplo del cumplimiento del deber, del orden y de la disciplina, un ejército no es capaz de acometer grandes empresas, y en vez de ser el ejército una fuerza de orden, es una guardia pretoriana que se atrae el odio del país.
La guerra colonial hizo que se cargasen al Ejército culpas que eran de todos y que eran el producto de muchos errores. Pero el Ejército, comprendiendo la magnitud del desastre, bajó la cabeza, dando pruebas de disciplina y de amor a la Patria. No tardó mucho el Ejército en sentir la necesidad de reorganizarse para con, quistar su antiguo poderío. Se manifestaron ansias de mejoras que, por qué no decirlo, no fueron bien acogidas; estas aspiraciones parecían difusas, y difusas fueron, por consiguiente, las soluciones que hubo que dárseles. Parecía, a veces, que el ejército se dividía, en familias. El principio que a todos guiaba no podía ser más noble: el engrandecimiento del Ejército. Pero al agruparse la oficialidad en distintos sectores, al separarse en diversas familias ingenieros artilleros, infantes y jinetes , actuando como movidos por sacudidas histéricas, sólo lograron el desprestigio de la colectividad.
Celebro mucho ponerme en contacto ahora con la guarnición de Barcelona. No quiero entrar a examinar la situación actual. Respecto de ella sólo os repetiré lo que os dije ayer en el Círculo Militar, o sea, que yo he jurado la misma bandera que vosotros y he ratificado ese juramento ante la más alta representación de la Patria, que son las Cortes, con la mano puesta sobre los Evangelios. Este juramento no tendría ningún valor si yo no lo hubiera. hecho como delegado vuestro. Ese juramento nos liga a todos, no puede dejar de obligarnos en ningún momento. Además, vosotros tenéis unos reales despachos recibidos de mis manos, que son como un contrato que hay que cumplir, y cuando yo juraba, lo hacía en, nombre de vosotros y por el honor de todos. Cuando se nos trae y’ se nos lleva, cuando se nos cree capaces de adoptar tal o cual actitud, se nos ofende a todos, pero todos tenemos la culpa, y yo el primero, por no haber cumplido nuestro deber protestando contra esas insinuaciones. Yo os ruego que os acordéis siempre que no tenéis más compromiso que el juramento prestado a vuestra Patria y a vuestro rey. Este compromiso lo habéis adquirido voluntariamente. Yo, en cambio, no; porque nadie me preguntó antes de nacer si quería ser rey; pero me considero tan obligado como vosotros y he jurado cumplir con nuestro deber.
Estoy convencido de ello. No os pido más que os acordéis de que todos somos oficiales del Ejército español, y tenemos unas Ordenanzas que estamos obligados a cumplir y una disciplina que observar.
Enviado por Enrique Ibañes