Muchas gracias, señor Rockefeller; buenos días para todos ustedes; amigas y amigos: agradezco al Gobierno de los Estados Unidos de América y a su Departamento de Estado la hospitalidad y amistad con la que otra vez me han recibido.
En esta oportunidad, para abordar una agenda de trabajo calificada y exigente, como corresponde a los muchos e importantes asuntos que hacen a las relaciones entre nuestros países.
Agradezco también al Consejo de América y muy especialmente a su señora Presidenta Ejecutiva, Susan Segal, querida amiga, la invitación que me formulara para participar en esta Conferencia Anual.
Es una invitación que me honra en lo personal y que he aceptado en el contexto de las relaciones de amistad existentes entre los Estados Unidos y Uruguay, así como de los desafíos y oportunidades que ambas naciones tienen en común más allá de sus respectivas identidades.
La temática de esta Conferencia sintetiza buena parte de esos desafíos y oportunidades que nuestras naciones comparten y cuya consideración, como dije anteriormente, abordaremos en las próximas horas con el señor Presidente y otras altas autoridades del gobierno estadounidense.
En efecto, señoras y señores, crear empleo y generar esperanza; hacer realidad el derecho al desarrollo armónico de nuestros pueblos; consolidarnos como nación; integrarnos como región en el marco de una globalización aún contradictoria pero preñada de oportunidades, son -esquemáticamente enunciadas- tareas ineludibles para nuestras sociedades y para quienes en ellas desempeñamos las tareas de gobierno que la ciudadanía nos ha confiado. En este contexto, entonces, permítanme exponer y compartir con ustedes algunas consideraciones que sintetizan la actitud y la posición del Uruguay respecto a dicha temática.
En primer lugar, nunca está demás reiterarlo, nuestro compromiso con la paz, la libertad y la democracia. No concebimos el desarrollo que no sea sobre estas bases. La democracia como régimen de gobierno, pero también como estado de la sociedad.
La segunda consideración está estrechamente vinculada a la anterior y refiere a la relación biunívoca que en nuestra opinión existe entre la paz, la libertad y la democracia, con el desarrollo.
En efecto, por más que intente explicar y justificar lo contrario, la realidad indica que no hay paz en la intolerancia, ni libertad en la pobreza, ni democracia en la desigualdad.
Las sociedades democráticas tienen el deber de asegurar que los frutos del desarrollo lleguen a todos los sectores de la misma y el Estado, el Estado en tanto articulador y factor de democracia, ha de liderar esa tarea.
En una línea de continuidad con las dos anteriores, la tercera consideración que deseo hacer refiere a la especificidad de nuestro país, el Uruguay, como nación.
Uruguay es un país orgulloso de su tradición y confiado en el futuro.
No pretende ser modélico, pero tampoco está dispuesto -los uruguayos no estamos dispuestos- a asumir como propias otras experiencias que podrán ser respetables pero que son ajenas.
Respetamos a todos y no aceptamos tutelajes; pero, obviamente, no vivimos de espaldas al mundo.
Por eso, y ésta es la cuarta consideración que me interesa compartir con ustedes, nuestro compromiso con una auténtica integración regional.
Esto es, con una integración regional que trascienda las siglas, la retórica y el protocolo de las reuniones y fotos oficiales.
Sabemos que los procesos de integración son, valga la redundancia, procesos largos y complejos; asumimos que el MERCOSUR, que echamos a andar hace 15 años con nuestros hermanos de Argentina, Brasil y Paraguay, tiene dificultades, limitaciones y bloqueos que -entre otras manifestaciones- hoy lamentablemente se expresa en el diferendo planteado entre Uruguay y Argentina en torno al impacto ambiental que eventualmente provocaría la instalación de plantas de producción de celulosa en territorio uruguayo.
Comprenderán ustedes, que no puedo abordar aquí los pormenores de este diferendo. Entre otras razones, porque el gobierno de la República que presido está continuamente haciendo gestiones para resolverlo.
Y si perseveramos en esa tarea es porque estamos convencidos que el camino del diálogo es el mejor camino para que la integración, más allá de sus problemas, sea una verdadera solución para los problemas que tienen nuestros respectivos pueblos.
Por eso, queremos más y mejor MERCOSUR; no solamente en términos de unión aduanera, sino también en términos de integración energética y de infraestructuras; complementación productiva; cooperación científica y tecnológica; uso racional de los recursos naturales; preservación del medioambiente, etcétera.
Trabajamos por un MERCOSUR más amplio y profundo.
Un MERCOSUR que lejos de encerrarse en sí mismo, interactúe con otros procesos de integración, pues en el mundo actual no hay razón que justifique la soledad o el aislamiento.
La quinta consideración que estimo pertinente formular en este tan prestigioso ámbito refiere a algo que no es incompatible con el compromiso regional mencionado hace un instante: hablo de la imprescindible inserción que cada país como tal ha de tener en el escenario internacional.
En lo que a Uruguay respecta, nuestro compromiso con el MERCOSUR no excluye un amplio sistema de relaciones internacionales que abarca también relaciones bilaterales con otros países.
En ese contexto se inscribe nuestro relacionamiento con Estados Unidos. Un relacionamiento que viene de lejos y que deseamos vaya más lejos aún; un relacionamiento que por ser tal tiene mucho de encuentro pero que no ha estado libre de algunos desencuentros por los cuales es bueno que cada quien asuma sus responsabilidades, para que los mismos no vuelvan a suceder porque las diferencias entre los gobiernos las pagan generalmente los pueblos.
No pretendo repasar aquí la larga historia de las relaciones bilaterales entre nuestros países; tampoco referirme a la globalidad de las mismas en el momento actual.
Pero ya que estamos en este ámbito, permítanme, a modo de sexta consideración, referir a la situación y perspectivas -desde nuestro muy humilde punto de vista- de las relaciones comerciales entre los Estados Unidos de Norteamérica y nuestro muy pequeño Uruguay.
Si bien es cierto que las relaciones comerciales no están divorciadas de las relaciones diplomáticas, culturales, científicas, etcétera; es obvio que hoy existe una fuerte tendencia a la “diplomacia de los negocios†que, en lo que a nosotros respecta, no nos mortifica por cuanto creemos que las relaciones internacionales sustancialmente son un instrumento al servicio del desarrollo económico y social de los pueblos.
De nada valdría un gran crecimiento económico si este no favoreciera a todos los habitantes de ese país.
O por lo menos debiera serlo, pues no ignoramos la realidad ni nos resignamos a ciertos lamentables aspectos de la misma.
Amigas y amigos, en el marco de la Cumbre de las Américas celebrada en Argentina en noviembre de 2004, los gobiernos de Estados Unidos y Uruguay suscribieron un Tratado Bilateral para la promoción y protección recíproca de inversiones.
Dicho Tratado ya ha sido ratificado por el Parlamento uruguayo y confiamos que lo mismo hará a la brevedad el Congreso de los Estados Unidos.
Para nosotros ese Tratado no es un hecho excepcional. Uruguay tiene acuerdos similares con otros 25 países, pero es un hecho de especial relevancia si se tiene en cuenta la significación de la contraparte.
Tampoco es el principio ni el final de historia alguna, sino que se inscribe en un proceso que aspiramos profundizar.
En efecto, y permítanme decirlo breve pero lo más nítido posible.
Primero, Uruguay está interesado en trabajar con Estados Unidos para profundizar el marco legal entre ambos países para mejorar nuestro acceso a los mercados en bienes y servicios.
Nos interesa -¡claro que nos interesa!- mejorar nuestro acceso al mercado estadounidense en los sectores carne, lácteos, textiles y software, por citar apenas algunos de aquellos en los cuales somos competitivos.
En segundo lugar, Uruguay también está dispuesto a perfeccionar la normativa y las reglas comerciales que regulan los intercambios entre ambos países, como ya lo hicimos en el área de las inversiones mediante el Tratado Bilateral firmado en noviembre del año 2004.
Para ello el Uruguay ofrece, ofrece:
A)- Estabilidad democrática.
B)- Respeto a sus contratos y obligaciones; nunca, jamás, ni aún en las peores circunstancias el Uruguay dejó de cumplir con sus compromisos, o dejó de respetar sus contratos. ¡Y vaya si en el momento actual, ante difíciles circunstancias, el Uruguay sigue cumpliendo con estos principios!
C)- Una programación macroeconómica equilibrada y consistente.
D)- No discriminación entre inversores uruguayos y no uruguayos. No nos gusta decir “extranjerosâ€; en el Uruguay quienes nos visitan no son extranjeros, están en su propia casa.
E)- Políticas de especialización productiva -sistema agroindustrial, biotecnología, industria del software, industrias culturales y creativas, industrias turísticas- sobre bases de calidad, innovación, asociatividad empresarial y sistemas de gestión modernos, eficientes y transparentes.
F)- Regímenes promocionales en distintas áreas de la actividad productiva que concede beneficios al inversor; principalmente exoneraciones fiscales y exenciones arancelarias.
Ofrece también nuestro país dos bienes intangibles pero sustanciales.
El primero de ellos, la cultura de su gente, sus valores de vida y de convivencia, su educación. En Uruguay los empresarios no necesitan custodia ni vehículos blindados.
Dos, reglas de juego estables y claras para todos. Ningún Estado está libre de corrupción, el nuestro tampoco. Lamentablemente, no existe la vacuna contra la corrupción; sería muy buen negocio descubrirla. Pero en Uruguay no es necesario apelar a métodos espurios para hacer buenos negocios.
Y tres, complementariamente con lo anterior, el Uruguay ofrece su compromiso en el combate al narcotráfico y lavado de activos en la región, así como su compromiso de luchar contra toda forma de terrorismo.
Amigas y amigos, el Uruguay ofrece pero también reclama. No reclamamos privilegios ni caridad; reclamamos oportunidades.
Reclamamos, porque tenemos derecho a ella, la oportunidad de competir en igualdad de condiciones en lo que sabemos somos eficientes.
Reclamamos que el liberalismo económico sea efectivamente tal para todos los sectores del comercio.
Reclamamos que el liberalismo político y el liberalismo económico vayan de la mano, porque el autoritarismo político es a la democracia lo que el proteccionismo es al comercio internacional.
Reclamamos inversiones de calidad que apuesten a nuestra potencialidad, que sean rentables tanto para el inversor como para la sociedad uruguaya.
¿Acaso son reclamos injustos o exagerados?
Amigas y amigos, no ignoramos que en materia de relaciones comerciales bilaterales hay aspectos que trascienden lo estrictamente bilateral.
Vivimos el tiempo de la globalización, palabra cuyo contenido no es demasiado preciso, pero con la cual referimos a un conjunto de transformaciones en la organización espacial de las relaciones sociales y de las transacciones, generando flujos o redes de actividad, interacción o ejercicio del poder de carácter transcontinental.
No es un fenómeno inédito ni sencillo. Tampoco es ingobernable.
De nosotros, de todos y cada uno de nosotros, depende que esta globalización supere sus deficiencias y despliegue sus oportunidades.
En ese contexto, han de desenvolverse los organismos multilaterales y muy especialmente la Organización Mundial del Comercio.
El ingreso de China a la OMC, en el año 2001, fue uno de los acontecimientos más relevantes de la presente década. Pero en los tres años y medio que faltan para que la misma termine encaremos desde la OMC otro gran desafío: comencemos a terminar con el comercio administrado y empecemos a hacer realidad la idea de que el liberalismo económico es igual para todos los sectores del comercio.
Si queremos que la Ronda de Doha sea exitosa debemos terminar de reglamentar y abrir el sector de la agricultura, como antes lo hizo la Ronda de Tokio con la industria y la Ronda Uruguay con la apertura de los servicios.
También debemos esforzarnos para que esta Ronda marque además un sustantivo avance en la reglamentación del uso de las tecnologías de la información, que genere oportunidades para todo el mundo, sin excepciones.
Porque el progreso de todos es la única forma -pensamos nosotros, reitero, muy humildemente- que tenemos de sobrevivir como especie humana, puesto que lo contrario es la oscuridad profunda, final y definitiva.
Amigas y amigos, el tema de esta reunión refiere también a la esperanza.
Para la esperanza no tenemos fórmulas. Tampoco la encontramos en farmacias o en supermercados.
En realidad, por lo menos en lo que a mí respecta, ni siquiera sabemos bien lo qué es.
Sólo sabemos que existe, porque su ausencia nos agobia y su presencia nos estimula en esta hermosa aventura que es la vida y que compartimos en estos tiempos entre nosotros.
En lo que a mí respecta, si he aceptado las responsabilidades de gobierno que la ciudadanía me ha confiado y si he aceptado la invitación que ustedes tan generosamente me hicieron para participar en esta importante Conferencia, es porque tengo esperanza en el Uruguay, pero también tengo esperanza en todos ustedes.
Y quiero hacer realidad la esperanza de trabajar juntos por un futuro mejor para nuestros pueblos y, por cierto, un futuro mejor para la humanidad. Muchas gracias.