Voy a decir algunas, más que por necesidad, por deferencia a los Sres. Senadores que han tomado parte en este incidente, porque, después de todo, se ha producido un incidente con motivo de una pregunta o excitación al Sr. Ministro de Gracia y Justicia. Yo cumpliría con ofrecer que dicho señor Ministro contestará, pero tengo que añadir algo para que no se alarme la opinión y el Senado con lo que pasa, porque ese sentido moral, que el Sr. Conde de Canga-Argüelles cree que está perdido tan notablemente en estos tiempos, es un sentido moral que ha existido toda la vida. No parece, oyendo a S. S., sino que es de ahora el vicio del juego. Es de todos los tiempos, es de todas las épocas, de todas las sociedades y de todas las clases. (El Sr. Villarroya: Y de todos los países.) Y de todos los países, y lo mismo se hace en este país que se hace en otros. (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: Pero no es bueno.) Convengo en que no es bueno, estoy conforme con S. S., pero no debe suponerse que esto pasa sólo en España. (El señor Conde de Canga-Argüelles: Es que no solo es malo para el que pierde, sino para el que gana.) Para todos es malo, aunque es menos malo para el que gana. (Risas.-El Sr. Conde de Cangas-Argüelles: Yo no lo sé.) Yo sí lo sé. (El Sr. Conde de Cangas-Argüelles: Es viejo ese mal, ya lo sé, pero es malo.) Es claro que es malo, pero existe ese mal desde que hay sociedad, desde que hay hombres. (El Sr. Conde de Cangas-Argüelles; Entonces, ¿para qué lo prohíbe y castiga el Código penal del año 1870?) Hace bien en castigarlo el Código penal, porque si no se pusiera un límite, si aún con ese límite se juega, de no existir se jugaría mucho más. (El Sr. Villarroya: Todos los Códigos penales lo castigan.) Pero aun estando establecido en todos los Códigos penales, en todos los países se juega. (El Sr. Conde de Cangas-Argüelles: No se moleste S. S., que ya lo sé, pero por lo mismo debemos todos deplorarlo.)
En todos los países se juega, y cuidado que en esto yo soy testigo de mayor excepción, porque, por no jugar, no sé jugar ni a la brisca. (Risas. El Sr. Conde de Cangas-Argüelles: Pues yo tampoco en la vida he jugado y ya somos dos.) Me alegro mucho, ya somos dos. (Varios Sres. Senadores: Somos más de dos. Risas.)
Ahora va a resultar que ninguno jugamos, y lo real es que los que no juegan, aquéllos que no tienen la afición al juego, me parece a mí que estamos en una grandísima minoría. (Risas. El Sr. Conde de Cangas-Argüelles: Jugar por jugar es un entretenimiento; el delito es jugar para ganarse el dinero. El tresillo no es un delito, ni el ajedrez tampoco.)
Lo que yo quiero decir, y por eso me he levantado principalmente, para que conste, es que nuestro país no es una excepción en ese punto, porque yo creo, por el contrario, que si es una excepción, lo es en sentido favorable. No vayamos a hacer creer que éste es un país poco menos que de perdidos. No; el vicio del juego está más encarnado, más fomentado, más desarrollado en casi todos los países que en España.
Esto era lo que a mí me interesaba hacer constar, porque no quiero que tratándose de vicios se ponga a España en primer término. Bastante desgracia tenemos con que en algunas otras cosas haya que ponerla en último término o en los últimos tér- [2959] minos. No vayamos a hacerlo en todo por igual, demos a cada cual lo suyo.
Pero, después de todo, el Sr. Conde de Cangas-Argüelles, como los ilustres Prelados que han tomado parte en este debate, comprenderán la dificultad de perseguir este vicio, dificultad que consiste, primero, en la casi imposibilidad de la misma definición de juegos prohibidos, en la cual no están conformes por lo general las gentes, puesto que no se sabe bien cuáles son los juegos que la ley prohíbe; resultando de esta falta de definición e indeterminación, que aparecen como prohibidos los que en otras Naciones no lo están, y como no prohibidos los que lo están. (El Sr. Conde de Cangas-Argüelles: Como la lotería.) en efecto, como la lotería, que no puede ser de mayor azar, y sin embargo lo consiente. (Un Sr. Senador: Y la Bolsa.) La Bolsa y casi todos los juegos en que generalmente se entretienen los hombres.
Es muy difícil esto, y además de ser difícil por la falta de definición, es muy difícil perseguir el juego por las personas que cometen el delito de jugar a juegos prohibidos, porque es también muy difícil para la autoridad considerar como un criminal y tratar como un delincuente al que se coge en una mesa de juego, más o menos prohibidos según el Código, cuando nadie, incluso el Sr. Conde de Cangas-Argüelles y los ilustres Prelados, no tienen inconveniente en estrechar la mano de ese individuo y saludarle como caballero y amigo.
Esta es la verdad, después de todo. Yo, es claro, no quiero hacer la ofensa al Senado de que pueda haber en su seno alguno que haya incurrido en ese vicio; pero casi casi me atrevo a sostener que alguno habrá entre nosotros, y sin embargo todos le recibimos muy bien, no desdeñamos darle la mano y le consideramos como cumplido caballero.
Y éstas son las dificultades que, aparte la legislación, ofrece a las autoridades el asunto. Por consiguiente, hay que tener en cuenta todas estas cosas, y procurar cortar todo lo que se pueda; éste, que es un verdadero vicio que produce muchos males y que puede producir perturbaciones a las familias, a la sociedad, hay que atajarlo cuanto se pueda, pero, señores, no exageremos las cosas.
Y lo mismo digo del asunto que ha tratado aquí el Sr. Obispo de la Habana. Se ha hablado en los periódicos de que había un lance concertado y de si la autoridad debía perseguirlo. Yo no sé si habrá llegado este lance a noticias del Sr. Ministro de Gracia y Justicia; supongo que el Sr. Ministro de Gracia y Justicia habrá tomado aquellas precauciones necesarias para impedir la perpetración del delito, que también es un delito consignado en el Código penal, pero que es una clase de delito que tiene algún parecido con lo del juego, que, al fin y al cabo, el que lo perpetra no desmerece en nada ni ante la sociedad, ni ante su familia, ni ante sus amigos; más bien suele desmerecer aquel que indignamente lo rechaza, y por esta misma razón a la autoridad le es muy difícil evitarlo, porque la autoridad toma todas las precauciones necesarias, pero no hay amigo, no hay conocido de los que van a perpetrar ese delito que no les ayuden a perpetrarlo, que no les favorezcan, y cuando los que van a cometer ese delito encuentran ese apoyo en la sociedad, en sus amigos y algunas veces hasta en su familia, a la autoridad le es muy difícil evitarlo.
Yo no sé si habrá podido evitarlo en el caso de que se trata; si es así, yo me alegraré; pero después de todo, créame el Sr. Obispo de la Habana, lo mismo que el Sr. Obispo de Salamanca y el Sr. Conde de Canga-Argüelles, la autoridad podrá hacer todo lo que se quiera respecto de uno y otro incidente, respecto de uno y otro caso; pero mientras la sociedad no sea la primera que los persiga, aunque los castiguen los Gobiernos, éstos serán impotentes para impedirlos.