GABRIEL NAVALES
En 1985 en la ciudad de Lafayette (EUA), 11 niños declararon haber sido abusados sexualmente por su sacerdote; el padre Gilbert Gauthe. Su testimonio desembocó en una ola de denuncias y confesiones, aún vigente, que destapó a más de 5.000 clérigos acusados de 13.000 abusos en Estados Unidos. Por aquel entonces, los trapos sucios se limpiaron en capilla, con obispos y psicólogos privados gestionando cada caso, llegando a reinsertar a pederastas confesos al ejercicio clerical bajo el paraguas del perdón (Raphael, 2016). Eso no hizo más que enquistar el problema, y no fue hasta que el alto clergado empezó a cambiar sus praxis, declarando los presuntos casos directamente a la justicia, que las tasas de abusos no se redujeron, ya a mediados de los años noventa.
Los eclesiásticos europeos observaban el conflicto en Estados Unidos desde la distancia, como un tema lejano; pero poco a poco las ondas del terremoto de confesiones se fueron ensanchando, pasando por Latinoamérica y Canadá y finalmente llegando a Berlín con toda su fuerza. Primero con siete casos de abusos en la escuela jesuita ‘Canisius Kolleg’ y posteriormente con las confesiones de 120 víctimas que afirmaron haber sufrido abusos a manos de sus profesores en escuelas jesuitas alemanas (Reese, 2010). A diferencia del caso americano, el colegio germano asumió la culpa desde un primer momento, se puso a disposición judicial y pidió a sus exalumnos que declararan si habían sufrido abusos.
A la par que se sucedían las declaraciones, el relato de que “los curas abusan de los niños” iba calando en la opinión pública ante la mirada atónita e impotente de la Santa Sede, que observaba como alrededor del mundo salían a la luz casos de abusos desde mediados de siglo, a la misma velocidad que el prestigio de su marca se degradaba. Además, cada vez era menos tabú criticar a la iglesia en público, hecho patente en la proliferación de éxitos en la gran pantalla, tales como ‘La ley del deseo’ (1987) y ‘La mala educación’ (2004) de Almodóvar, ‘Las hermanas de la Magdalena’ (2002) de Peter Mullan, ganadora del León de Oro de Venecia; ‘La Duda (2008)’ de John Patrick Shanley, ganadora del Óscar y el Globo de Oro a Mejor Guión; y ‘Spotlight’ (2015), de Thomas McCarthy, ganadora del Óscar a Mejor Película.
Con el tema escrito en mayúsculas en la agenda pública de los países occidentales, la crisis comunicativa y de reputación del Vaticano era evidente. Ante esta situación, y según los postulados de la comunicación de crisis (de Dios, 2009), la casa pontifical podía hacer frente a la desdicha de las siguientes maneras: aceptando la responsabilidad del problema de fondo que corrompía y corrompe a la institución; reconociendo parcialmente la responsabilidad del problema o rechazando cualquier tipo de responsabilidad. En el primer caso, aceptando la culpa como en el caso de la escuela de Berlín habría sido suficiente, aunque durante un período incalculable de tiempo se habría tenido que gestionar una crisis internacional, y en una institución milenaria, los timings deben ser uno de los principales aspectos a tener en cuenta.
En el caso de un reconocimiento parcial, la teoría subraya tres estrategias: la del ventilador (destacar que es un problema que afecta a todo el gremio), la de la ingenuidad (afirmar que no sabes nada, cómo hicieron los expresidentes españoles Felipe González en el caso de los GAL o Mariano Rajoy con la Caja B del Partido Popular), y la de la disociación (aislar a la institución de los individuos que físicamente han delinquido, de manera que el público no relacione la reputación de los últimos con la de la primera). En caso de rechazar la responsabilidad frontalmente, las estrategias habituales son la del silencio, la de la negación total y la de buscar un chivo expiatorio.
La estrategia de la iglesia no destacó en primer lugar por el reconocimiento de que había una dinámica interna permisiva con los abusos sexuales, sino que se optó por el silencio, rechazando que hubiera ningún problema de fondo. A consecuencia del clamor popular y de la ola de confesiones descrita, se pasó por adoptar una mezcla de ingenuidad y disociación, afirmando que difícilmente se podía saber y comprobar, porque eran cosas que habían pasado hace mucho tiempo, y que los curas pederastas eran casos aislados que no tenían nada que ver con el conjunto de la institución.
A pesar de esta aparente asunción de culpa, vemos como el relato de fondo de la iglesia sigue ocultando algo más profundo: el hábito y la costumbre que permitían, ocultaban y perpetraban recurrentemente la presencia de curas dueños de su altar local donde se creían con la total potestad de actuar arbitrariamente sin sentirse sometidos a ninguna autoridad ni legal ni moral, contraviniendo sus votos como miembros de la comunidad religiosa y sus deberes como civiles. Y lo peor; lo hacían bajo el manto de la impunidad secundada por unas dinámicas internas que sabían que los acercarían al perdón tan rápido como los alejarían de la justicia.
Lejos de sacar este problema de fondo a la luz y promover una reforma interna drástica, la Santa Sede optó y opta por ocultar sus detalles, combinando el silencio con una técnica que ya describía La Biblia: la del chivo expiatorio, presente en los versículos Levítico 16:7-10 y 16:26; Isaías 53:4; Juan 1:29; Hebreos 9:11-14 de la Biblia, que describen el chivo como el animal sacrificado y entregado a Dios para conseguir su perdón y alejar los males y pecados de la comunidad.
En la iglesia hemos visto como la institución señala a los curas como únicos culpables de sus atrocidades, con acciones como nombrar altos cargos con el fin de que persigan con mano dura a los pederastas (elPeriódico, 2018) o como crear una Comisión de Protección de Menores formada por clérigos y antiguas víctimas de abusos. Dice el refrán que “lo mejor para que una investigación no avance es crear una comisión”, y con un instrumento como este, la Santa Sede ha dado un paso más para acercar su imagen a las víctimas (aunque algunas hayan abandonado (CBC Radio, 2017)) y traspasar toda la responsabilidad a los curas.
Sin lugar a duda, esta crisis reputacional ha afectado y afecta al Papa, que por mucho que quiera ocultar el mal que aciaga a la institución, no puede evitar que la opinión pública sospeche que en la iglesia hay un problema más profundo que el de unos cuantos curas enajenados y aislados que abusan por naturaleza. Ante eso, podemos observar dos líneas adoptadas por el máximo exponente comunicativo de la institución: el refuerzo de los valores del perdón, la piedad y la hermandad, y su rediseño y nueva estrategia en comunicación digital. En cuanto a la primera, nos encontramos ante un Papa Francisco próximo y misericordioso, bueno, que rehúye de la imagen jerárquica de la iglesia para mostrarla como un ente horizontal, con su líder a pie de calle asistiendo y relacionándose con todo el mundo. En cuanto a la segunda, el Vaticano ha lanzado su presencia en redes sociales, como se describe en el artículo Redes sociales y el Papa de este monográfico, y ha rediseñado la organización de su comunicación (García, 2018), creando una Secretaría de Comunicación en 2015 y redefiniendo su marca con la colaboración de la agencia Accenture Interactive , que ha unificado los canales de radio, televisión y prensa escrita bajo una misma estética y bajo Vatican News (vaticannews.va), buscando aumentar la agilidad y eficiencia de la institución en lo que representa una adaptación a la nueva era digital y, a su vez, a las necesidades de una institución que debe comunicar de manera efectiva si quiere seguir cuidando su reputación.
Sin entrar en debates morales sobre las praxis vaticanas, sí que cabe preguntarse por qué la Santa Sede ha tardado tanto en dar respuesta a los miles de abusos alrededor del mundo; por qué ha optado por el silencio y la ocultación hasta que la verdad ha aflorado por otros medios, y por qué rehúye asumir sus responsabilidades como un todo y las delega en sus miembros de menor rango. Cierto es que se trata de una de las instituciones más antiguas y extendidas del globo, pero en uno de sus pilares, la ética, puede sustentar-se para aprovechar esta crisis y marcar un antes y un después entre la iglesia oscura y conservadora y la iglesia que honestamente quiere adaptarse a las nuevas generaciones y a las nuevas maneras de hacer, una regeneración católica que permita a sus miembros recuperar el prestigio amedrentado por décadas de sombras y corrupción.
Gabriel Navales es politólogo y periodista, editor de la revistalafactoria.org (@gnavalpo)
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Ver todo el monográfico 10: Vaticano, política y comunicación
Bibliografía:
CBC Radio. (2017). Survivor who quit papal committee on abuse tells her story. 01/12/18, de CBC Radio Sitio web: https://www.cbc.ca/radio/tapestry/marie-collins-abuse-survivor-challenges-the-catholic-church-1.4018300/survivor-who-quit-papal-committee-on-abuse-tells-her-story-1.4018335
De Dios, Juan (2007) III Jornadas sobre Gestión de Crisis: narrativas del riesgo y acciones de confianza (A Coruña, ISBN 978-84-9749-329-1, págs. 239-257
elPeriódico. (2018). El Papa ‘ficha’ a un obispo ‘cazapederastas’. 04/12/18, de elPerióico Sitio web: https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20181113/el-papa-ficha-a-un-obispo-cazapederastas-7144612
García, Modesto. (2018). El Vaticano unifica sus comunicaciones con una nueva arquitectura de marcas. 04/12/18, de Brandemia Sitio web: http://www.brandemia.org/el-vaticano-unifica-sus-comunicaciones-con-una-nueva-arquitectura-de-marcas
Raphael, Kevin E. (2016). Fortieth Statewide Grand Jury Report No. 1. 02/12/18, de Supreme Court of Pennsylvania Sitio web: https://www.documentcloud.org/documents/4756977-40th-Statewide-Investigating-Grand-Jury-Interim.html
Reese, Thomas J. (2010). La Iglesia frente a los abusos: Asumir la responsabilidad. 30/11/18, de Criterio Digital Sitio web: https://www.revistacriterio.com.ar/bloginst_new/2010/05/11/la-iglesia-frente-a-los-abusos-asumir-la-responsabilidad/