SERGIO PÉREZ DIAÑEZ
Elizabeth Sloane (Jessica Chastain) es una implacable lobista que exhibe sus galones de victoria en las fiestas más selectas de Washington DC. Allí, la mujer más inteligente de la sala despierta curiosidad entre los que aún no han tenido la oportunidad de contratar sus servicios, admiración entre los políticos y empresarios que conocen sus (malas) artes para hacerse con la victoria y resentimiento entre aquellos que tuvieron la mala suerte de estrellarse contra sus mandíbulas. La mujer, de sonrisa cautivadora, aunque no exenta de cierto maquiavelismo, parece disfrutar de la fiesta y los halagos que le profieren, pero en cuanto tiene la oportunidad, acude a los baños para ingerir sustancias que le permitan mantenerse en pie. Así, descubrimos que el mayor enemigo de Elizabeth Sloane es Elizabeth Sloane, una adicta al poder a la que el comienzo del film retrata inmersa en un embrollo judicial fruto de su juego sucio para ostentar la corona del lobby en el centro de poder de los Estados Unidos. No sabemos si Sloane es culpable de los graves delitos que se le imputan, pero no cabe duda de su falta de escrúpulos y su carácter despótico con aquellos que la rodean en su despacho, incluyendo el jefe de la compañía y el mayor magnate de armas de los Estados Unidos, a los que se permite el lujo de despreciar desternillándose de la risa con sus propuestas.
El desencadenante de toda la trama es precisamente ese instante, en el que Sloane rechaza asumir las riendas de la campaña en contra de una nueva legislación a favor del control de armas. No obstante, la razón de fondo para rechazarla no parece tener que ver con un dilema ético o moral (según su jefe, Sloane ha representado a todo tipo de clientes y sólo le importa ganar la partida), sino con la escasa proyección de la campaña que el representante de la industria le propone desarrollar de cara a los meses venideros. Sloane, que no se deja amedrentar ni recibe órdenes de nadie, abandona la compañía llevándose consigo a la mayor parte de su equipo y ficha por la competencia; una consultoría de asuntos públicos más modesta pero que trabaja a favor de una mayor regulación.
La película, dirigida por John Madden, es un excitante thriller más cercano a la ciénaga de House of Cards que al lago de los cines de El ala oeste de la Casa Blanca. Ver a la carismática Jessica Chastain rodeada de empresarios y políticos corruptos, lobistas rivales, víctimas de la Segunda Enmienda y unos medios de comunicación ávidos de sangre hará las delicias de los adictos al drama político. Los diálogos afilados y los giros de guion exigen una constante atención a las artimañas de Sloane, quien está dispuesta a ofrecer una clase de lo que no enseñan en las facultades para abrirse paso hasta la cima del poder, siempre a cambio de no ser juzgada (al menos, no hasta el desenlace, del cual el espectador sacará sus propias conclusiones).
Los profesionales de los asuntos públicos disfrutarán especialmente con estas intrigas de altos vuelos, si bien no podrán evitar ruborizarse al pensar que la película resta más que suma a su reputación. El lobby, como la consultoría política, ha venido asumiendo una representación negativa en cine, series de televisión y literatura, con personajes maquiavélicos que conspiran al margen de la legalidad para beneficiar a los intereses de un grupo reducido (a veces, incluso sólo a sí mismos). Una representación que hace poca justicia a aquellos profesionales que, honradamente, trabajan de forma ética y legal para que sus clientes puedan defender intereses legítimos ante decisiones políticas o económicas que les afecten.
Sin duda, esta consideración de lo que es (o debería ser) el lobby haría sonreír a nuestra protagonista, quien sorprende a los espectadores con su monólogo inicial:
“Hacer lobby requiere previsión. Anticiparse a los movimientos del adversario y diseñar el contraataque. El que gana va siempre un paso por delante de la oposición y juega su baza justo después de que ellos jueguen la suya. Consiste en lograr sorprenderlos y que no te sorprendan a ti”.
Elegir o no el camino de Sloane es una decisión que habrán de tomar los profesionales del sector.
Sergio Pérez Diáñez es Consultor de comunicación política. Asesor en la administración pública (@spdianez)
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