IGNACIO MARTÍN GRANADOS
Hace unas semanas fallecía Philip Roth, el genial escritor estadounidense que publicó en 2004 «La conjura contra América», una novela ucrónica sobre la llegada del fascismo al poder narrada desde el punto de vista de una familia de clase media judía en Newark (Nueva Jersey) en los años 30 y 40.
Tras la victoria de Donald Trump en las últimas elecciones, muchos llamaron la atención sobre la anticipación de la realidad que suponían las fantasías distópicas de la novela de Roth, cobrando una nueva y contemporánea lectura después de la llegada a la Casa Blanca de tan populista, agitador y xenófobo candidato. De hecho, dado el interés que despertó en este nuevo contexto, el propio Roth confirmaba el pasado enero en una entrevista a ‘The New York Times’ que la novela se adaptaría para la televisión en forma de miniserie de seis capítulos a cargo de David Simon, el director de la aclamada «The Wire».
Sin duda alguna, la posibilidad de reescribir la historia desde la ficción es un asunto muy sugerente (¿a quién no se le ha pasado alguna vez por la cabeza pensar cómo sería nuestra sociedad si el nazismo hubiera ganado la II Guerra Mundial?). De hecho, nos encontramos con novelas similares a la de Roth como son «SS-GB» (1976) del autor británico Len Deighton -convertida en miniserie de cinco episodios por BBC One en 2017- o «Fatherland» (1992) del también escritor y periodista británico Robert Harris.
Y, por supuesto, la que nos ocupa en este artículo, la obra que definió este género de literatura. «The Man in the High Castle» (1962) es una novela del autor de ciencia ficción Philip K. Dick que está ambientada en 1962 y se sitúa en un mundo distópico en el que las potencias del eje ganaron la II Guerra Mundial y Estados Unidos ha sido dividido en tres partes: los Estados del Pacífico en la costa oeste (dominados por Japón), el Gran Reich en la costa este (bajo ocupación alemana), y la zona neutral en las Montañas Rocosas.
La novela fue adaptada como serie de televisión por Amazon Studios (la BBC y el canal temático Syfy también mostraron su interés años antes, aunque de forma infructuosa) para su plataforma de vídeo Prime y se estrenó en enero de 2015, siendo el episodio piloto, según fuentes de la compañía, el más visto de todos los producidos por Amazon hasta el momento. Actualmente se han emitido dos temporadas y la tercera está pendiente de estreno en los próximos meses.
La serie se basa parcialmente en la novela homónima ya que diverge casi completamente de la obra original pues, aunque sus personajes parten desde casi el mismo punto de la novela, sufren un desarrollo completamente distinto.
La propuesta que plantea la historia es sumamente atractiva explorando otros mundos alternativos en los que la guerra terminó de forma diferente. La II Guerra Mundial finaliza con la victoria de las fuerzas del Eje y Alemania y Japón ocupan la mayor parte del territorio estadounidense: el Tercer Reich controla la costa este y el imperio nipón la oeste. Entre ambas zonas se extiende un territorio neutral -aunque están divididos en dos áreas de influencia, una japonesa y otra alemana- en el que las normas se manejan de forma más relajada y entre sus habitantes se tolera la presencia de algunas minorías consideradas «indeseables» por los nazis.
La situación política entre los antiguos aliados es de tensión y desconfianza ya que los japoneses esperan que se produzca en cualquier momento un ataque alemán -superiores tecnológicamente- con la intención de arrebatarles sus territorios. Por otro lado, entre los jerarcas nazis hay una lucha feroz para heredar el poder de un Hitler muy enfermo. En este ambiente de Guerra Fría, similar a la que se dio en la realidad durante esos años entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, operan organizaciones de la resistencia.
Aunque esta es la línea argumental principal, los diferentes personajes protagonistas dibujan una trama típica de relato de espías: una mujer que es el punto de unión de nazis, japoneses y la resistencia en la sombra; un general estadounidense nazi -el antihéroe- cuyo poder se ve ensombrecido por un drama familiar (que va en contra del ideal fascista); un descendiente de judíos convertido en guerrillero o terrorista (según el punto de vista); un ministro japonés pacifista que va en contra de lo que quiere su imperio (y que tiene la trama más zen y fantástica); un joven estadounidense que duda de los ideales nazis pese a trabajar para ellos; y unos enigmáticos rollos de película sobre un futuro alternativo creados por el celebérrimo hombre en el castillo y que los alemanes ansían por encima de todo.
Aunque “The Man in the High Castle” es una ucronía, algunos de los puntos sobre los que se construye no están tan alejados de nuestra realidad y de la historia. La serie tiene su propia Guerra Fría entre Alemania y un Japón que mira con reticencia las maniobras para suceder a Hitler en el poder. Y aborda de una manera magistral temas como el miedo y la reacción ante él -ya sea por el fascismo más violento o por una amenaza nuclear- y lo que Hannah Arendt definió como “la banalidad del mal”, la normalización por parte de la mayoría de población de circunstancias que no lo son. Es más, la serie retrata cómo se puede vivir bajo un gobierno represor y que tus condiciones sean buenas y nunca tengas motivo para levantarte contra él (siempre que no pertenezcas a una minoría perseguida). También es interesante hacer un ejercicio filosófico y moral sobre el destino (la mayoría de la gente se cambia de bando cuando tienen hambre o están en riesgo sus seres queridos) porque no nos olvidemos que la historia la escriben los vencedores.
Contribuyen a hacer más creíble este argumento personajes bien trabajados, seres de múltiples aristas que evolucionan a lo largo de la serie, y una banda sonora que encaja a la perfección. Mención aparte merece la magnífica fotografía y ambientación que recrea un mundo dominado por los nazis y el imperio nipón, lleno de pequeños detalles que buscan potenciar la sensación de realidad y cotidianidad, de que los personajes se han acostumbrado a vivir así y sólo quieren salir adelante sin tener problemas: despliegue de símbolos nacionales tan común en Estados Unidos (en los porches de las casas, en lugares públicos prominentes, etc.) con las esvásticas y las cruces de hierro nazis, automóviles y artefactos de uso cotidiano de origen alemán, referencias al estilo de vida propio del Japón que llevan los habitantes de la costa californiana…
Sin embargo, todos estos elementos no son suficientes para compensar un desarrollo pausado que demanda la atención y paciencia del espectador hasta la segunda temporada que empiezan a desvelarse las incógnitas planteadas en la primera. Además, se echan en falta referencias al estado en el que se encuentra Europa y el resto del mundo, así como profundizar en la situación de las minorías oprimidas que apenas aparecen en la serie.
Es cierto que no es una serie de acción trepidante, sino de las que se van haciendo a fuego lento, prestando atención a los detalles, que va tejiendo un panorama extraño y perturbador, construyendo poco a poco el ambiente para para ir enganchando al espectador, pero es lo que tienen las series de culto. En definitiva, y pese a todo, una recomendable ucronía en estos tiempos de pasión distópica, como prueba la existencia de este monográfico que estás leyendo.
Ignacio Martín Granados es consultor político, miembro del Consejo Directivo de la Asociación de Comunicación Política (ACOP) @imgranados
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