JULIO OTERO SANTAMARÍA
Como su propio nombre indica, Black Mirror es el espejo negro que refleja un futuro distópico que puede hacerse realidad, si no moderamos algunas tendencias que proliferan en la sociedad actual en relación con el uso de las nuevas tecnologías. Frente a otras distopías, no basa su impacto en efectos especiales o en criaturas sobrenaturales. Sus capítulos conmocionan a un espectador que se identifica con la pesadilla de control social y falta de intimidad que los protagonistas de cada episodio sufren en un mundo frívolo donde, pese a los avances tecnológicos, las personas viven incomunicadas.
Estamos, por tanto, ante una serie crítica, más social que política, si bien algunos capítulos, independientes entre sí, centran su trama en el entorno del Gobierno británico. No creo, a pesar de todo, que estemos ante relatos pesimistas. Más bien los percibo como un toque de alerta ante el riesgo de que las TIC se conviertan en una herramienta en manos de los poderosos para reducir nuestra libertad, sacando beneficio de mil y una formas.
En el ámbito de la política, Black Mirror retrata de modo grotesco –y, sin embargo, realista– la deriva que ha tomado la política en el presente siglo XXI. Aborda fenómenos que surgieron en la pasada centuria, pero que se van acentuando cada vez más, en parte por la dependencia que generan los dispositivos electrónicos y los medios de comunicación.
La antipolítica
El estallido de la Gran Recesión evidenció una desafección hacia la política que aún se hace notar en países del llamado Primer Mundo, como el Reino Unido, donde está contextualizada esta ficción. Movimientos populistas y antiestablishment triunfan en Europa y Norteamérica cuestionando el statu quo. Aunque la mayoría tiene programa político y orientación ideológica, el hastío que sienten los electores también se ha traducido en candidaturas con un claro componente antipolítico o en propuestas abiertamente provocadoras. Una de ellas es la de Stefano, un bulldog francés que en 2012 aspiraba a convertirse en alcalde de Agrigento, en Sicilia (Italia). “Mejor un perro político que un político perro”, era su lema de campaña. Al año siguiente, un grupo de jóvenes de Jalapa (México) inventaba al candi-gato Morris, “una campaña alternativa antisistema, símbolo del hartazgo ciudadano”. En su cuenta de Twitter el alcaldable virtual advierte de que se burla de los políticos, al tiempo que reconoce no hacer nada. “Hago lo mismo que un diputado (nada), pero no cobro”, matiza el felino.
Estos casos reales casi superan a “El momento Waldo”, el capítulo tercero de la segunda temporada. En él, un oso de dibujos animados logra competir por un escaño con los candidatos laborista y conservador. Para aprovechar el rechazo a los partidos tradicionales y al lenguaje políticamente incorrecto, el cómico que se esconde detrás de este holograma se dedica a insultar y a mofarse de los políticos. Hace tan solo dos años, pocos creerían que un multimillonario convertido en showman televisivo esté utilizando Twitter de forma no tan distinta desde la mismísima Casa Blanca. “Cuando hicimos el episodio de Waldo y abordamos el problema del populismo y el desencanto de la gente con la política, no sabíamos que esto podría ocurrir”, comenta en relación al Brexit su guionista, Charlie Brooker.
Y hablando de hologramas, Ignacio Martín Granados expone en un artículo cómo éstos son un recurso cada vez más utilizado por políticos reales como Narendra Modi, que ya lo utilizó en 2012 en la India.
La antipolítica también se expresa en la vida real a través de cómicos que saltan a la arena política. Por ejemplo, Brasil eligió en 2010 a un payaso como diputado. Tras siete años, en los que llegó a ser el representante más valorado por los brasileños, Tirrica abandonó su cargo declarando que sentía vergüenza de lo que sucedía a su alrededor. Pero el humorista con más éxito en estas lides es, sin duda, Beppe Grillo, padre del Movimento 5 Stelle. Se trata de una formación muy singular: populista en el sentido académico del término, pero poco ideologizada. En mayo de 2018 fue la lista más votada en las elecciones legislativas italianas. Curiosamente, en el primer episodio de la serie, titulado “El himno nacional”, el responsable del secuestro de la princesa Susana es un cómico televisivo.
La política espectáculo
En el presente siglo XXI la inclinación de los medios de comunicación audiovisuales a simplificar, frivolizar y espectacularizar sus contenidos ha dado como resultado que las fronteras entre la información y el entretenimiento se difuminen. Es lo que se llama infoentretenimiento o infotainment. En los últimos años vivimos también el auge de la política pop y del politainment, programas en los que la política se mezcla con la cultura popular y con el puro espectáculo.
En “El momento Waldo” el afán por aumentar la audiencia a toda costa lleva a los productores de un programa de televisión a presionar a un cómico fracasado para que lleve al extremo el experimento del oso virtual, el cual tras empezar comentando con un periodista la actualidad política, pasa a debatir con los candidatos e incluso termina presentándose a los comicios. El sensacionalismo, la trivialización de la política, el desprecio por la democracia o la zafiedad con la que se ataca a los rivales, rasgos que caracterizan a Waldo nos son hoy día perfectamente familiares. Este personaje animado es antipolítica en estado puro: no propone absolutamente nada. Todo está encaminado a desacreditar a los dos candidatos del turnismo, convirtiendo la contienda electoral en un show. En “15 millones de méritos” el sensacionalismo también supera toda barrera ética cuando los jueces de un talent show musical humillan a una concursante, a quien obligan a realizar actuaciones degradantes.
Política espectáculo o, mejor dicho, terrorismo espectáculo es lo que consigue el secuestrador de la princesa Susana en “El himno nacional”. Él lo califica textualmente de “obra de arte”. El primer ministro MacCallow se enfrenta al eterno dilema de los gobiernos: ¿es lícito sucumbir al chantaje de los terroristas para salvar una vida? Pero este dilema, además, le afecta personalmente y está teñido de un morbo extremo: el raptor exige para la liberación de la princesa que el premier británico practique el acto sexual con un cerdo y que ello sea retransmitido en directo por televisión.
Por muy impactante que pudiera parecer este argumento cuando la serie se estrenó en 2013, no queda más remedio que reconocer que, una vez más, la ficción se anticipó a la realidad. Dos años después, en su libro Call me Dave: The Unauthorised Biography, Lord Ashcroft cuenta que, en su etapa universitaria, el ex primer ministro David Cameron tomó parte en una ceremonia de iniciación a un club, en la que insertó su pene en la cabeza de un cerdo muerto.
Al final, el Ejecutivo no logra impedir la difusión de este acto por medios tecnológicos, el cual fue visto con estupefacción por la inmensa mayoría de los ciudadanos. En este y en otro capítulo, Internet aparece como terreno abonado para el delito, un ámbito donde las medidas policiales terminan siendo inútiles. En “Odio nacional”, sexto capítulo de la tercera temporada, el rastreo tecnológico de las autoridades no consigue averiguar el paradero de otro terrorista cibernético.
De la tiranía de las audiencias a la tiranía de las encuestas
En el mencionado “El himno nacional” la decisión final del primer ministro está totalmente condicionada por las encuestas de valoración de los votantes. El criminal organiza un espectáculo terrorista para conseguir audiencia y el jefe del Gobierno responde a su chantaje en base a los sondeos. Las encuestas y los índices de audiencia son, precisamente, lo único que guía a Waldo en su surrealista carrera hacia la Cámara de los Comunes.
En “Odio nacional” el asesino elige a sus víctimas en base a lo que voten los internautas, un juego en el que llega a caer el mismísimo primer ministro. Esa necesidad de agradar a una masa anónima y enfurecida que se esconde en la red es la que lleva a la cantante de “15 millones de méritos” a aceptar todas las humillaciones del jurado del concurso. La misma que condiciona hasta el ridículo la vida de la protagonista de “Caída en picado”, una mujer que fía su felicidad q que los internautas la puntúen de forma positiva en una red social omnímoda.
Argumentos originales, una buena factura técnica y ciertas dosis de intriga son algunos de los ingredientes de un drama que lleva ese inconfundible sello británico. Black Mirror es una de las mejores series de la década. Sin llegar a ser apocalíptica y tecnófoba, esta creación de Zeppotron nos recuerda que la tecnología no es un fin en sí misma, sino una herramienta que, como cualquier otra, es buena o mala en función del uso que le demos.
Julio Otero Santamaría es Periodista y Master en Marketing Digital (@jotero81)
Descargar en PDF
Ver más artículos del monográfico 08: distopias políticas
Referencias:
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/06/130610_curiosidades_candigato_mexico_yv
https://twitter.com/oficialmorris?lang=es
https://es.wikipedia.org/wiki/The_Waldo_Moment
https://compolitica.com/los-hologramas-irrumpen-en-la-politica/
https://www.eldiario.es/internacional/David-Cameron-cabeza-cerdo_0_433256856.html