JOSEP LLÀTZER PÉREZ
Un sistema totalitario. Una sociedad analfabeta cuyas relaciones sociales se basan en conversaciones banales y en interactuar digitalmente con una “familia virtual” a través de pantallas gigantes que cubren las paredes de los comedores de las casas. El tener hijos es algo superfluo y el criarlos una molestia. El cónyuge es un auténtico desconocido y el suicidio algo común, al igual que lo es el no llorar al muerto. El protagonista, Montag, es bombero de profesión, pero en esa sociedad del futuro el bombero no apaga fuegos, sino que los provoca quemando todos los libros que encuentre en casa de delincuentes que no hayan querido deshacerse de ellos a pesar de que lo dicta la ley. Los libros están prohibidos. El leer aporta conocimiento y el conocer genera dudas, y éstas alteran la “felicidad” de la gente.
Esta es la sociedad futura que proyecta Ray Bradbury en su obra, Fahrenheit 451, la temperatura a la que quema el papel. La obra salió a la luz el año 1953, cuando los bloques que protagonizaron la Guerra Fría iban tomando posiciones. Con este contexto histórico, se interpretó la obra como una crítica a los sistemas totalitaristas, ya que su autor era de origen americano. El mismo autor siempre lo negó y argumentó que su obra era una crítica a las nuevas tecnologías, ya que por esos años las televisiones comenzaban a inundar todos los hogares norteamericanos y, con ellas, según Bradbury, el abandono de la cultura.
65 años más tarde, las nuevas tecnologías han avanzado mucho. La televisión pervive, pero con internet han aparecido multitud de canales de comunicación nuevos. Las sociedades también han ido avanzando, y hoy día, en la gran mayoría de países del llamado “mundo occidental” impera el sistema democrático.
La cuestión es, ¿está tan alejada la sociedad que dibujó Bradbury de la que vivimos nosotros en dichas democracias occidentales? Tienta decir que sí, parece una respuesta lógica. Nosotros tenemos derecho a voto. Tenemos acceso a los libros, a multitud de canales de información. Tenemos libertad de acción, de reunión, de expresión.
Eso sí, todo ello es así siempre y cuando se respeten los márgenes que dicta la ley. Y en este punto es donde surge la semejanza con el mundo de Bradbury. ¿Qué pasa si sobrepasas esos márgenes? Hay un sistema penal, igual que en la novela, aunque en la novela, el bombero era el policía, el juez y el ejecutor, mientras que en nuestros sistemas existe separación de poderes. O eso dicen las leyes.
No obstante, no creo que haya en nuestras sociedades actuales ningún ciudadano que crea que la justicia es ciega, que la justicia es igual para todos. Y es que flota permanentemente en el aire la sospecha de que hay alguien encima nuestro moviendo los hilos, una élite, una minoría que en el mundo globalizado en el que vivimos sobrepasa fronteras y moldea la interpretación de las leyes y la opinión pública para hacer de nuestro orden social algo inamovible, al igual que la ignorancia y el miedo a lo desconocido hacía inamovible el orden social en el mundo en el que vivía Montag.
Un ejemplo. No hace demasiados meses, nos llegó a través de los medios que el aceite de palma era nocivo para la salud, y nos alarmamos, mucho, hasta el punto de revisar todas las etiquetas de los artículos que pretendíamos adquirir en los supermercados. ¡Y nos dimos cuenta de que prácticamente todo lo que consumíamos contenía el veneno! Unos meses más tarde, ya no se habla del tema. ¿Quizás se ha eliminado el aceite de palma de todos los productos del mundo y ya estamos salvados? Yo no lo sé, pero seguramente no. Entonces, ¿por qué se generó tanto alarmismo? ¿Se ha tomado alguna medida, como prohibirlo? ¿Nos damos por perdidos? ¿No es tan nocivo? ¿O quizás fue una campaña para girar la opinión pública en contra del consumo del aceite de palma, para favorecer otros sucedáneos en los que hay más intereses económicos? ¿O quizás para salvar las selvas del sudeste asiático, que están siendo quemadas, taladas, exterminadas con toda su flora y su fauna para plantar la dichosa palma? Probablemente, la población en general nunca sabremos las razones últimas.
Y como este hay multitud de casos que se han ido sucediendo los últimos años y que nos han generado más o menos alarma. La gripe aviar, la vaca loca, la gripe A, el zika, el évola…
Estaremos de acuerdo, pues, en que somos muy permeables ante bombardeos mediáticos, y en que aquél que logre controlar los medios será capaz de manipular la opinión pública a su gusto. Y es en ello en lo que se vuelcan nuestras élites, en controlar los medios. Así es como Bush convenció a la población norteamericana de que había que lanzar una campaña militar en Irak para acabar con las inexistentes armas de destrucción masiva, al igual que sus aliados europeos, que utilizaron los mismos medios para darle su apoyo.
Y así se entiende que en países llamados democráticos se estén dando casos de corrupción, de colaboración con regímenes totalmente totalitarios, de flagrantes violaciones de los derechos humanos, y que su población se quede de brazos cruzados. Es verdad que desde el año 1953 se han conseguido muchísimos derechos tanto individuales como sociales, pero en la práctica, estos quedan a expensas de una justicia arbitraria y de unos medios de comunicación completamente teledirigidos. Sólo hace falta desprestigiar la minoría disidente y, si hace falta, criminalizarla, y ahí quedan todos los derechos logrados y su frágil existencia. Tenemos en nuestras manos más vías de información que nunca, pero estas vías no contienen conocimiento, sino datos, y es imposible saber cuáles de ellos son fiables y cuáles de ellos no lo son.
No era mi intención con este artículo recrear una sociedad, la nuestra, tan apocalíptica como la que nos presentó Ray Bradbury en el año 1953, pero la esencia de una y de la otra es muy similar: mientras sigas las normas, podrás ser “feliz”. Si disientes, tendrás una existencia muy complicada.
Y lo más gracioso de todo: seguimos rodeados de pantallas. No en el comedor de casa, sino en todos los lugares del mundo, las llevamos con nosotros. Nuestra familia imaginaria ha crecido con las redes sociales. Hemos dejado de leer, aunque los libros siguen entre nosotros, eso sí, como algo ornamental. Y sí, mayormente, nuestro cónyuge sigue siendo un auténtico desconocido. Ray Bradbury fue catalogado como un autor de ciencia ficción. Esta es la ciencia ficción en la que vivimos hoy.
Josep Llàtzer Péres es politólogo (@josepllatzer)
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Una respuesta a «Fahrenheit 451: una obra atemporal para una sociedad sin remedio»
[…] ensucia a las sociedades centralizadas. De este modo, Josep Llátzer Pérez en la columna titulada Fahrenheit 451: una obra atemporal para una sociedad sin remedio menciona que “solo hace falta desprestigiar a la minoría disidente y, si hace falta, […]