ROGER MATEOS
¿Turismo político en Pyongyang? Jamás había oído semejante redundancia. Quien quiera hacer turismo sin política en la capital de Corea del Norte tendrá que esperar a que alguien desmonte ladrillo a ladrillo la ciudad entera, o a que algún loco la bombardee hasta reducirla a cenizas. Mientras tanto, ningún visitante que pasee un minuto por sus calles podrá librarse de establecer contacto visual con algún retrato o monumento dedicado al Gran Líder Kim Il Sung o a su hijo, el Querido Líder Kim Jong Il, o con alguna placa conmemorativa que testifique que un día pasaron por allí, o con algún mural saturado de color rojo y estrellas de cinco puntas. Todo en Corea del Norte es política, es ideología, es hazaña bélica.
No hay nada más fácil que trazar una ruta de turismo político por Pyongyang. Cualquier calle sirve. Bastaría con levantarnos por la mañana, pongamos, en la habitación 917 del Hotel Koryo y ver encima de la mesilla de noche un ejemplar del The Pyongyang Times, en cuya portada se hablará, con un 99,9% de probabilidades, de alguna proeza del actual Líder, Kim Jong Un, o de su padre, o de su abuelo. Pasaríamos por la librería del primer piso para echar un vistazo a las estanterías repletas de obras de los Kim. Saldríamos a la calle y nos cruzaríamos con gente con el pin del Líder prendido en la solapa, bajaríamos las escaleras del metro escuchando marchas militares por megafonía, entraríamos en el vagón y nos sentiríamos observados por los retratos sonrientes de Kim Il Sung y Kim Jong Il, saldríamos otra vez a la calle y encontraríamos a una veintena de trabajadores en el patio de algún edificio público agitando sincronizadamente una banderita roja en cada mano al ritmo de una canción revolucionaria. Para inaugurar un paseo turístico espolvoreado de politiqueo bastaría con empezar así el día. Y sólo serían las ocho de la mañana.
Los santuarios políticos visitables en Pyongyang son innumerables. Lo complicado es descartar emplazamientos, pero habrá que intentarlo.
El centro del universo
El kilómetro cero de la nación es la plaza Kim Il Sung. Si esa plaza con balcón al río Taedong lleva el nombre del “presidente eterno” –Kim Il Sung falleció en 1994 pero fue reformada la Constitución para mantenerlo en el cargo pese a estar muerto– significa que su rango es superior a cualquier otro rincón de la ciudad. Sus 75.000 metros cuadrados sirven de plató para los grandes desfiles. En las baldosas de granito hay marcas de pintura blanca que en las grandes celebraciones permiten ordenar a las masas que levantan cartelitos de colores para formar gigantescos mosaicos.
Preside el espacio el Palacio de Estudio del Pueblo, una mastodóntica biblioteca en cuya falda se acomoda la tribuna desde la que el Líder presencia los desfiles. Enfrente, en la otra orilla del Taedong, la Torre Juche.
Categoría “La mía es la más grande”
La monumentalidad es una de las obsesiones incurables del régimen norcoreano. La propaganda define al país como el “paraíso de los trabajadores”. Pyongyang pretende ser su reluciente escaparate. Y la manera de sacar pecho ante el visitante extranjero es demostrarle que, en Corea del Norte, todo es “a lo grande”.
Torre Juche
El 15 de abril de 1982, Kim Il Sung celebró su 70 aniversario inaugurando el que aspira a ser el obelisco más alto del mundo, una torre de 170 metros dedicada a la idea Juche, la ideología que él fundó, mezcla de marxismo-leninismo y nacionalismo coreano. Para levantarla se emplearon 25.550 piezas de granito, cifra que coincide con el número de días vividos hasta entonces por Kim Il Sung. La torre está coronada por una antorcha de cristal rojo y un mirador con una deslumbrante vista panóptica.
Arco de Triunfo
Pyongyang presume de tener el arco de triunfo más alto del mundo: 60 metros, diez más que el de París. Es un homenaje a las supuestas gestas militares que la historiografía oficial atribuye a la guerrilla que encabezó Kim Il Sung frente a los imperialistas japoneses. Los ornamentos del monumento omiten toda referencia a las tropas soviéticas que expulsaron a los nipones de la mitad norte de Corea en 1945.
Estadio Primero de Mayo
Oficialmente es el estadio más grande del planeta, 150.000 localidades, aunque hay quien no acaba de creérselo. Qué más da. Situado en un islote en medio del río, es escenario de politizados espectáculos de gimnasia masiva en los que cerca de 100.000 participantes ejecutan coreografías con una precisión escalofriante.
Barrios estilo Juche
Abundan las avenidas a escala sobrehumana, con hileras de bloques residenciales cuya construcción es aclamada por la prensa local como hitos revolucionarios.
Avenida Changgwang
“Un barrio comunista ideal” es lo que Kim Jong Il quiso levantar tras arrasar las viviendas de la calle Ryunhwanson, construidas en los años cincuenta con la ayuda de arquitectos húngaros y por orden de un ministro que luego cayó en desgracia. Los bloques fueron tildados de “porquería” porque seguían diseños extranjeros y acabaron siendo barridos por las excavadoras. En su lugar emergieron torres de apartamentos de hasta 30 plantas.
Avenida Ryomyong
En 2017, Kim Jong Un cortó la cinta de un nuevo barrio de rascacielos, un bosque de 44 lujosos bloques –incluida una torre de 200 metros de altura– celebrado como la última virguería arquitectónica del régimen en plena era de sanciones internacionales por el programa nuclear norcoreano.
Peregrinajes bizarros
Colina Mansu
Nada más aterrizar, el turista suele ser conducido hasta la colina Mansu para que deposite un ramo de flores a los pies de las estatuas de bronce de 20 metros del Gran Líder y del Querido Líder. Las reverencias de 90 grados frente a ellos son bienvenidas.
Salón de Exposición de Kimilsunguias y Kimjonguilias
Sí, existe una flor que lleva el nombre de Kim Il Sung; pertenece a la familia de las orquídeas. Sí, un botánico creó una variedad de la begonia y le puso el nombre de Kim Jong Il. Sí, hay un recinto donde se exponen los mejores ejemplares de estos vegetales.
Palacio Kumsusan
Lo que para algún turista irreverente es un gris mamotreto desprovisto de encanto, para el régimen es el lugar más sagrado. Para acceder al mausoleo donde yacen embalsamados Kim Il Sung y Kim Jong Il, hay que frotar los zapatos sobre unos cepillos cilíndricos y luego pisar una goma húmeda para desinfectar el calzado. Antes de penetrar en la cámara mortuoria, se pasa por un arco con una veintena de surtidores de aire a presión que desincrustan cualquier impureza en la ropa del visitante.
El panorama puede parecer grotesco, disparatado, hilarante, pero dejadme que os dé un consejo. Si pensáis viajar a Corea del Norte, retened lo siguiente: prohibido reírse de los Kim. No es país para chistes políticos.
Roger Mateos es jefe de política de la Agencia EFE en Barcelona (@Roger_Mateos)
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