JAUME DUCH
Dentro de pocas semanas los ciudadanos europeos tenemos cita con las urnas para votar en las que, sin duda, son las elecciones europeas más importantes desde que el Parlamento Europeo empezó a ser elegido por sufragio universal en 1979, ahora hace 40 años. Los comicios de los días 23 a 26 de mayo llegan en el momento en que estamos saliendo de una década de crisis que debilitó sobremanera la confianza de muchos ciudadanos en el proyecto de integración europea. Una crisis económica que sembró las semillas para la tormenta perfecta, que estalló en 2016 con el Brexit y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
En las próximas elecciones europeas de mayo está en juego, en pocas palabras, el modelo de la futura Unión Europea. Aunque todos los sondeos indican que el veredicto de las urnas quedará lejos de la mayoría antieuropea de la que durante meses han hablado algunos medios, es probable que las dos grandes familias ideológicas que estuvieron en el inicio de la aventura europea (democristianos/conservadores y socialistas/socialdemócratas) pierdan por primera vez la mayoría absoluta de la que hasta ahora han venido disfrutando en el Parlamento Europeo. Ello supondrá, sin duda, que la futura cámara tenga que formar mayorías estables más amplias, en un panorama más fragmentado y por tanto más complicado que nunca.
Tanto las elecciones como la próxima legislatura parlamentaria serán sin duda el campo de batalla entre proeuropeos, euroescépticos y eurófobos. Todos ellos lucharán para imponer su modelo para la Europa del futuro, sea para avanzar o retroceder en el proceso de integración europea.
Movilizar a los (jóvenes) europeos
En este contexto, tanto las instituciones europeas como las demás administraciones públicas tenemos el deber de asegurar que el proceso electoral cumpla con los más altos estándares democráticos, para así garantizar la mayor representatividad tanto del Parlamento Europeo como del colegio de comisarios que los eurodiputados investirán el otoño próximo. Para que esto sea así es importante que los 370 millones de ciudadanos con derecho a votar tengan a su alcance toda la información necesaria sobre esta cita electoral, su relevancia, lo que está en juego, a quién y cómo se elige, y para qué. Se trata de informar para movilizar. Que los ciudadanos europeos puedan acudir a las urnas tomando una decisión informada.
Es particularmente importante llegar a la franja de edad de los más jóvenes, los 23 millones de europeos que estrenan el derecho al voto. Se da la preocupante paradoja de que aun siendo el grupo de ciudadanos a los que más directamente y por más tiempo afectará el resultado de las elecciones europeas, son quienes menos votaron en 2014: en España, el 73% de jóvenes de entre 17 y 25 años no lo hicieron, un patrón que se repitió en muchos otros países, aunque no en todos. En Suecia el 77% de los jóvenes sí acudieron a las urnas: 26 puntos por encima de la tasa de participación del país.
Las consecuencias del abstencionismo entre los jóvenes pueden ser nefastas. La prueba más cercana la tenemos en lo que pasó con el referéndum sobre el Brexit: siendo el sector de población más europeísta entre los ciudadanos de Reino Unido, dos de cada tres jóvenes británicos no acudieron a las urnas. Con una fuerte participación en esta franja de edad es muy probable que abandonar la Unión Europea no hubiera sido la opción ganadora.
Con el propósito de ayudar a revertir la baja participación electoral, el Parlamento Europeo lanzó hace unos meses la campaña estavezvoto.eu, que pretende incentivar la participación electoral desde un punto de vista cívico, independiente de cualquier partido político e ideología. Se trata de una campaña “extensible”, que permite a los ciudadanos apropiársela y colaborar de distintas formas: desde pedir el voto o compartir los contenidos de la campaña en las redes sociales, hasta hacerse voluntario y organizar cualquier tipo de eventos en sus ciudades, universidades o lugares de trabajo. Con esta y otras campañas e iniciativas promovidas por las instituciones europeas pretendemos que más europeos se sientan interpelados por estas elecciones.
Luchar contra la desinformación
Las elecciones del próximo 26 de mayo llegan después de que en los últimos años la desinformación organizada (las famosas fake news) haya afectado a otros importantes procesos electorales. No se trata de un fenómeno nuevo: para volver al ejemplo del Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea es en buena parte el resultado de 30 años de mala, nula o alterada información sobre qué es y no es, o qué hace y qué no hace, “Europa”. Sin embargo, hay dos elementos que sí son nuevos. Primero, el hecho de que muchas de las noticias falsas se creen y circulen de manera orquestada, muchas veces desde fuera de la Unión. Y segundo, la existencia de las redes sociales y su incapacidad para filtrar noticias falsas, lo que las convierte en una plataforma ideal para su diseminación.
Está claro, al mismo tiempo, que estas campañas de desinformación tienen una agenda política detrás y están diseñadas para debilitar los valores en los que se basa la Unión Europea, empezando por el de la solidaridad o por la aceptación de la diversidad. A modo de ejemplo, no hace mucho un medio búlgaro aseguraba que la Unión Europea había prohibido los muñecos de nieve porque son racistas y otro en Suecia aseguraba que se iba a hacer lo mismo con las luces navideñas a fin de contentar a los musulmanes.
Para contrastar estas narrativas, la Unión Europea se ha ido dotando de herramientas para que la desinformación circule más difícilmente, entre ellas un plan de acción conjunto de varias instituciones europeas o la creación de una unidad en el seno del Servicio de Acción Exterior cuyo cometido es frenar al máximo la participación de poderes externos en la circulación masiva de desinformación.
Sin embargo, el esfuerzo de las instituciones, por potente que sea, no bastará. Una parte muy importante de la solución pasa por el fomento del periodismo de calidad, de la “alfabetización mediática” y el apoyo a las redes de fact-checkers. Reducir la desinformación y la información de baja calidad y mejorar el acceso a fuentes plurales y creíbles es clave para, en definitiva, garantizar procesos electorales genuinos y, con ello, una democracia más sana.
Proteger el proyecto europeo
Decía antes que la crisis económica marcó el punto más bajo en el respaldo de los ciudadanos a la Unión Europea. Unos pocos años después, el regreso al crecimiento y a la creación de empleo, así como el efecto pedagógico del psicodrama político en que se ha convertido la gestión del Brexit, han hecho que ese respaldo haya aumentado de forma considerable, en especial en los países del Norte de la Unión Europea y en aquellos más próximos al Reino Unido ya sea en el ámbito comercial o en el puramente relacional. Lo que podía haber sido una epidemia ha acabado convirtiéndose en una vacuna. Hasta el punto de que aquellos partidos –generalmente en los extremos del arco parlamentario– que propugnaban la salida de sus países de la Unión Europea, han tenido que modificar sus programas electorales y sustituir esa propuesta por la de una reforma profunda de la Unión, algo así como el “sobrenombre” de su destrucción por implosión.
Esto es lo que se dirime el próximo 26 de mayo. No se trata sólo de elegir a los miembros del Parlamento con más influencia de la Unión Europea o de impulsar la elección de uno de los candidatos a la presidencia de la Comisión Europea. Se trata, sobre todo, de decidir si queremos que la Unión Europea siga siendo viable o no.
Parece un simple eslogan pero no lo es. El 26 de mayo nos jugamos parte de nuestro futuro. El proyecto europeo no es irreversible, no está garantizado. Quedan ya muy lejos los años en que Schuman, Monet o Adenauer podían negociar y firmar tratados para obtener la paz a cambio de ceder soberanía sin tener que dar muchas explicaciones a sus electores. En la época de las redes sociales, las encuestas en tiempo real y las fake news, el proyecto europeo sólo podrá avanzar si eso es lo que realmente quiere la gente. Sólo ella puede legitimar o deslegitimar la apuesta por una Europa más fuerte y eficaz, capaz de responder a preguntas y a retos que hace apenas unos años ni siquiera podíamos imaginar.
Jaume Duch es el portavoz del Parlamento Europeo (@jduch)
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