El pasado martes 18 de marzo tuvo lugar la primera edición del Beers&Politics Sevilla con el tema “Movilización y motivación. Técnicas y estrategias en campaña” a cargo de Fede Durán, periodista y analista de actualidad política y económica de los Diarios del Grupo Joly en Andalucía.
Os dejamos con un resumen de la charla y del debate posterior:
En realidad, podríamos hablar de estrategias de captación del voto en campaña. Y también de la eternización de las campañas. Pero antes una leve, levísima cronología comparativa, una breve, brevísima inmersión histórica.
Cicerón o Fouché son dos buenos ejemplos de marketing político, aunque sus perfiles sean bien diferentes. Cicerón, por ejemplo, demuestra que la virtud de la palabra era útil hace 2100 años. Su acceso al Senado no se votaba, uno era senador básicamente si pertenecía a las élites, ya fueran patricias o plebeyas (éstas a partir del 312 a.c.), pero para estar había que tener buenos vínculos o, en su defecto, destacar. Digamos que la campaña de Cicerón era para con sus iguales, y digamos que era muy bueno en ese terreno de la persuasión. Fouché era otra cosa: un rapsoda de la trastienda, un Rasputín hipersofisticado. Llegó, vio y venció prácticamente a todos, supo cambiar de bando en numerosas ocasiones y consiguió que Napoleón admitiese, cosa increíble, que era él y no algún general extranjero la única persona a quien de veras temía. Fouché era magnífico con el marketing electoral desde la invisibilidad y el susurro.
Sin embargo, los maestros en estas lides y en esos tiempos eran otros. César en un caso y el pequeño pero grande Bonaparte en el otro, y lo eran básicamente por un motivo: su genialidad militar, que implicaba el apoyo del pueblo (mientras hubiera victorias, mientras no existiese bancarrota), que implicaba el apoyo temeroso de las élites aunque rivales siempre los hubiera.
Vale, el caso de César es diferente al de Napoleón: César hacía de todo y casi todo lo hacía bien. Era un enorme ingeniero industrial y un buen escritor, tal y como demuestra su Guerra de las Galias. Dos años antes de su muerte y pese a su apoyo explícito a Pompeyo, Cicerón se vio obligado a oficiar de anfitrión ante César y su séquito. Temía por su suerte, pero lo único que quería Julio era una velada de altos vuelos intelectuales. Otra pista del talante de don Julio.
Otro caso más extremo pero no menos eficaz es Hitler. Quería ser pintor pero acabó siendo mozo de maletas, obrero y casi casi indigente antes de convertirse en el conductor de una nación. Su dominio de las masas en el directo era demoledor. William Shirer, el periodista estadounidense autor de Diario de Berlín y Auge y Caída del Tercer Reich, cuenta cómo lograba sobrecoger, enmudecer y enardecer sucesivamente a las masas en Nuremberg o delante de la televisión. Por su puesta en escena y la iconografía nazi (inspirada en la Roma imperial), por la habilidad de su equipo propagandístico para informar desinformando, por esa macabra broma que convencía a los alemanes de su razón y sus derechos casi divinos, Hitler es quizás uno de los más grandes estrategas del marketing político.
Podemos cruzar el charco y observar otro buen ejemplo poco conocido. Marketing electoral en EEUU podría ser perfectamente sinónimo de JFK, pero me gusta más el caso de Lyndon Johnson, que accedió a la presidencia en circunstancias inesperadas y dramáticas pero que tuvo ocasión de curtirse desde siempre como senador por el Estado de Texas. Escribe sobre él un maravilloso cuento David Foster Wallace: habla de los diez tipos de cartas-respuesta tipo con que contaban y de cómo siempre se contestaban todas las que recibían. Habla de su forma abnegada y campechana de arremangarse, de sus discursos incluso en escuelas de Primaria (la semilla del mensaje), de sus populares formas, de su inmensidad física y a veces espiritual.
Me gusta también Pepe Mújica, el presidente de Uruguay, que demuestra que se puede movilizar a la gente desde la honestidad. “Pobres son los que piensan que soy pobre”, contestó tras un reportaje del ABC en el que se le calificaba así.
Por otra parte, algunos ejemplos desde la experiencia personal con diferentes líderes políticos:
-Juan Ignacio Zoido: el atropellado.
-Susana Díaz: la ubicua.
-Moratinos: el séquito.
-Esteban de Manuel: la cercanía.
-Javier Arenas: la falsedad. Preguntaba los nombres a los periodistas del PP para luego acercarse y saludarte familiarmente.
En este sentido, el tamaño sí importa: aparatos mediáticos formidables. Visibilidad del mitin. Visibilidad legislativa y ejecutiva.
Aunque, si no hay tamaño: prácticas de puerta a puerta, barrio a barrio. Redes sociales. Formatos novedosos como éste. (Beers & Politics, ágoras ciudadanas).
En opinión de Fede, con cercanía y honestidad, exhibiendo experiencia previa en el sector privado, advirtiendo del compromiso con la política por un tiempo limitado, es una buena base para ser un hacha en cuanto al marketing electoral y provocar una cierta movilización en su electorado.
En este sentido, debatimos sobre la esencia de la movilización del electorado, de la ciudadanía con el papel principal de la política en el debate social. Desde cómo la desafección juega en contra de la democracia y parlamentos de representación pública.